martes, 26 de diciembre de 2006

Dueños del dolor, dueños del mundo

Uno de los muchos personajes de Joselo era un sujeto (no recuerdo si era el inolvidable mendigo) que llegaba al hospital víctima de un dolor espantoso. Conmovidos por su estado, los doctores y enfermeras del hospital le prodigaban todas las atenciones, lo consentían, le daban comida, las mejores sábanas. Cuando alguien intentaba negarse a servirlo como a un rey el hombre se doblaba entre gritos, tras lo cual volvía a ser atendido con toda delicadeza. A medida que avanzaba el sketch el hombre se iba poniendo pesado. Pasaba una enfermera buenísima y él le agarraba el culo; cuando la mujer iba a protestar le sobrevenía una puntada terrible y la tipa tenía que volver a su actitud servil.

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Es vieja la figura, pero hay que volver a ella de vez en cuando: los judíos creen tener el monopolio del dolor. El mundo tiene que calarse las bombas, crímenes y chantajes del gobierno de Israel, de los sionistas y de todas las comunidades judías en el mundo tan sólo porque Hitler los volvió remierda el siglo pasado. La humanidad tiene que pagarles todos los coñazos de su historia, como si fueran el único grupo humano que los ha recibido. Y vaya que les tienen miedo los gobiernos y gentes poderosas; nada que ofenda a los judíos puede quedar sin una disculpa pública, y a veces tampoco sin una disculpa privada. Quien se mete con Israel y su radio de acción (un radio de acción que abarca todo el hemisferio occidental y parte del otro) está frito, no tiene vida, no tiene futuro. ¿Inventos fantasiosos de neonazis y comunistas? No señor. Ya les echo un cuento.

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En 1998 yo trabajaba en una difunta revista de El Nacional, la cual respondía al nombre de Feriado. Esa misma, donde antes se hicieron famosos Kico, Juan Barreto, Pedro Chacín, Valentina Quintero y una larga generación de periodistas, algunos más serios que otros. Recuerdo que antes de yo entrar a chapucear en esa publicación la revista se mantenía firme en la preferencia de los lectores de la edición dominical, entre otras cosas a causa del culero bello que aparecía en sus páginas. Aquello era un desfile de muchachas talentosas y otras muy imbéciles, y es fama que estas últimas estaban más buenas que las anteriores. Y la revista se leía, captaba anunciantes. Luego entró de director Edmundo Bracho, la convirtió en una revista decente con contenidos decentes, los culos fueron desapareciendo poco a poco para darle paso a unos reportajes interesantes y a los lectores de El Nacional comenzó a aburrirles el asunto. Los anunciantes fueron escaseando y de pronto Feriado fue sacada de circulación. Que en paz descanse.
El caso es que en aquel año 1998 trabajaba en la revista un caballero llamado Luis Agüero. Cubano él, escritor y humorista, redactaba una columna semanal. Un día, en uno de sus artículos, dejó caer un comentario casual, una metáfora ligera que aludía a la execración social de la cual eran objeto los fumadores. Escribió el caballero, palabras más, palabras menos, algo como “La sociedad ve a los fumadores como una raza maldita. Son los perseguidos, los judíos de este tiempo”. Cosa tan inocua y relajada como esa merecía haber pasado como un comentario más entre los muchos que producen más bostezos que carcajadas. Pero no fue así. Porque aquel buen hombre, cuya intención de cada semana era apenas llenar una página apta para el “lector dominical” (la industria editorial considera que hay lectores dominicales, pero no dice cuál es la diferencia entre la gente que lee los domingos y la que lee los jueves) osó hacer un lánguido chiste utilizando para ello la mención de los propietarios absolutos del sufrimiento, de los mártires por antonomasia de la humanidad, y por si fuera poco a los propietarios de muchos (en serio: MUCHOS) negocios en nuestro país. ¿Cuál fue la reacción de estos hegemones planetarios? La leerán aquí abajo, luego de los cortes.
Con el permiso de ustedes, voy a vomitar y ya regreso a escribirles el resto.

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Primera medida: telefonazo indignado de una especie de club de bichos de estos, probablemente la propia Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela, a Miguel Henrique Otero. Se supone que el contenido de la llamada y de la reacción del Otero era confidencial, pero la cosa es demasiado buena como para venir yo a tragarme ese chisme ocho años después (ya lo he contado antes, no se alarmen): Miguel Henrique le pidió al director de la revista que por favor publicara íntegra la carta que le envió la organización a Agüero (segunda medida, la carta aquella), porque la pinga, esa gente era dueña de empresas y voluntades y con sólo hacer sonar una campanita de bronce la mitad de las pautas publicitarias del periódico podían esfumarse.
El contenido de la carta era una especie de poema quejumbroso, escrito en ese tono seudodiplomático propio de los tipos que cuando se ríen parece que estuvieran aguantando las ganas de orinar. Recuerdo que llamaban ignorante al columnista, por haber llamado éste “raza” a un conglomerado que en realidad es un pueblo. El membrete de la carta era un candelabro de esos de siete picos, ante cuya presencia se supone que uno debe guardar silencio, tirarse en el piso apoyándose en la frente o ponerse a rezar, o las tres cosas al mismo tiempo.
Ni Miguel Henrique ni nadie habló en ese momento de presiones ni de atentados contra la libertad de expresión. Todo correcto, todo en orden: si usted tiene un chiste que aluda a los judíos usted se calla la boca. Si usted se la da de gracioso y quiere cogerla con alguien métase con los negros, los gochos y los gallegos, que esos sí son seres inferiores. Porque si usted dice algo cómico sobre los judíos al día siguiente puede amanecer fichado como nazi: los sionistas son dueños también del pueblo judío. Sépalo.
Eso no es censura previa, eso no es persecución. No chico. Quién dijo.

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Por cierto. ¿Recuerdan que hace unas semanas me metí con el todopoderoso y también intocable “maestro” Abreu? Sobre este payaso les tengo otro cuento bastante parecido. Pero será para después. Las bombas del “maestro” hacen bulla pero no han matado a nadie, que se sepa.

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Al final del sketch de Joselo, llegan unos médicos armados con bisturíes y otros instrumentos y le dicen que tienen que operarlo de emergencia. Joselo se levanta, dice que ya está curado y el clímax del chiste se produce cuando el tipo trata de zafarse de los médicos y enfermeros que lo sostienen.
Pero no tengan esperanzas: el libretista que convirtió a los israelíes y judíos en general en sujetos intocables no ha inventado el bisturí capaz de asustar a los dueños del mundo. Puede que a usted le duelan esas imágenes de niños despedazados por las bombas de Israel, pero usted se calla: si me abre la jeta es un adorador de Hitler.
21/07/2006

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