martes, 26 de diciembre de 2006

El discurso del Oeste (apuntes iniciales)

Estas notas son el germen de un ensayo en elaboración. Es probable que usted las lea en unos días y encuentre algo nuevo, o que haya desaparecido algún fragmento que leerá hoy o leyó hace poco. Lo único que permanecerá invariable hasta su publicación en papel será el título, el cual, como usted puede darse cuenta si no es ciego o estúpido, es el mismo que le otorga identidad a este blog.

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Caracas está dividida en Este y Oeste. En esta ciudad, Este y Oeste no son puntos cardinales geográficos sino políticos y culturales. La unidad demográfica más al este se llama Petare, y Petare es Oeste.
En el Oeste vivimos, nos formamos o crecimos en conciencia los pelabolas, los excluidos, los seres humanos sujetos a permanente opresión y movilizados en permanente evolución hacia la democracia y la justicia social. El Este lo conforman las clases que nos han dominado directamente o que han obtenido beneficios de nuestra condición de seres explotados o al margen del reparto de las riquezas.
Es obvia la primera observación conque seguramente enfrente el lector a este primer planteamiento: hay pobres en el este y ricos o gente de clase media en el oeste. Cuestión que no le quita validez a la vocación histórica caraqueña: el caraqueño considera Oeste al reducto de los pobres y Este al lugar que han ocupado las clases medias y altas. Es, por tanto, un dato cultural y sociológico, y no puramente geográfico.

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El Oeste representa 80 por ciento de la población y algo así como 70 por ciento del territorio de Caracas. Así que el Este de Caracas es una isla rodeada de Oeste por todas partes.

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La noción de Centro resulta un extraño espejismo, y tiene su origen, obviamente, en el reconocimiento de aquello que fueron las cuadras fundacionales de Caracas (segunda mitad del siglo XVI), y además actual centro político y administrativo de los poderes del Estado. El paradigma geométrico señala que desde el centro se puede controlar más rápida y fácilmente a todos los puntos de la periferia, y este paradigma se ha trasladado a la política de manera un poco irrisoria. La antigua Plaza Mayor ya no es el centro de nada, ni siquiera de la atención de una cantidad representativa de ciudadanos.
Caracas alguna vez fue perfectamente simétrica. Los caraqueños siguen llamando “el centro”, y ya más formalmente El Silencio, a un sector que hoy es tan sólo el vestigio de aquel germen de ciudad, la cual en poco tiempo comenzó a prolongarse hacia los lados, hacia el sur y hacia el norte.
Una poderosa intuición colectiva, imperceptible con los cinco sentidos, ha hecho posible que, aunque no lo sepamos o no lo asumamos como conocimiento establecido, exista un acuerdo general, un pacto profundo y sinalagmático, sobre la existencia de un centro real, y también sobre qué sector de Caracas es el límite entre el Oeste y el Este: se trata del eje Sabana Grande-Chacaíto.
Lo desconcertante de esta intuición que convierte a Sabana Grande-Chacaíto en frontera social y cultural es que coincide con la frontera física que es al mismo tiempo. Esto se puede verificar fácilmente en el papel y en la piel geográfica: si uno toma un plano de Caracas y lo divide en dos mitades exactas, asumiendo como sus extremos a Petare y Gramovén (Catia) lo que queda en el centro exacto, en el punto de doblamiento del papel, es precisamente esa zona. Esta asombrosa verdad no es una convención ni un conocimiento adquirido o impuesto, sino una lógica a un tiempo terrena y supraestructural, que forma parte del subconsciente colectivo de los habitantes de esta ciudad.
Puede hacerse un ejercicio similar con el cuadrado (más bien la especie de trapecio) que resulta de unir con una línea los extremos de Caricuao, Catia, Petare y La Lagunita, pero en ese caso el resultado es una aberración: el centro vendría a ubicarse en algún lugar situado entre Colinas de Santa Mónica, Valle Arriba y Cumbres de Curumo. Pero el ejercicio válido es el anterior, porque en Caracas se habla, se piensa y se actúa en términos de este-oeste. “Norte” y “Sur” son para el caraqueño referencias inusuales; nos hemos acostumbrado a vivir en una ciudad lineal, alargada de oeste a este y no cuadrada. Caricuao pertenece al Oeste; La Lagunita, al Este.

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En esa frontera, ese Centro real pero no formalizado de Caracas, nacido en el siglo XX y llamado Sabana Grande-Chacaíto, se encuentran y desencuentran los dos tipos esenciales (por clasistas) de caraqueños. Según la visión de las cosas de la inmensa mayoría de los habitantes y militantes del Oeste, en el eje Sabana Grande-Chacaíto sólo puede vivir y desenvolverse la gente con ciertos ingresos, el sifrinaje. Es una zona buena para “pavear” un rato, para tomarse unos tragos en alguna tasca o comer en un restaurant considerado caro para el triste sueldo de un trabajador o profesional medio, no especializado. Pero nunca para comprar una vivienda: Sabana Grande-Chacaíto es un lugar demasiado chic y, al menos legalmente, sólo es posible estar por allí de visita.
Para el habitante promedio del Este, por el contrario, ese eje es un reducto infectado de Oeste y de marginales, un lugar espantoso de donde es preciso huir porque “ya no es el de antes”. Tiene mucho que ver con ello el que, en pocos años, la buhonería, la informalidad y la franca apropiación de sus espacios que han protagonizado los excluidos de siempre (mendigos, asaltantes, nómadas de toda índole) han despojado a los cafés y restaurantes al aire libre del encanto burgués y bucólico del cual se ufanaba hasta no hace mucho. Hasta los años 80, quien acudía a los cafés de Sabana Grande iba en cierta forma a desconectarse del bullicio, a ejercer la contemplación y la bohemia.

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En estos primeros años del siglo XXI, grupos de personas del Oeste se apropiaron, mediante súbitas y no siempre pacíficas invasiones, de algunos edificios de apartamentos ubicados en ese Eje. Lo cual no rebate lo dicho hace párrafos atrás sino más bien lo confirma: Sabana Grande-Chacaíto es una porción del Este que la vocación invasora y explosiva del Oeste está destinada a hacer suya, irremediable e irreversiblemente. La gente del Oeste no tuvo nunca recursos para hacerse de manera legal con un apartamento en Sabana Grande, así que poco a poco ha ido perfeccionando medios informales para conseguirlo.
Una revisión somera de los reportajes aparecidos en la prensa durante los primeros cinco años de este siglo, sobre la transformación (“depauperación”, la llama la prensa, vocera de la clase media, con alarma y desconcierto) de Sabana Grande y su entorno, invariablemente comienzan o terminan señalando el mismo síntoma: aquello que la gente “bien” disfrutaba hasta hace poco ahora es un asunto difícil de transitar; el bulevar ha desaparecido bajo un mar de vendedores informales y el pensamiento burgués considera que eso es un problema que sólo puede liquidarse civilizadamente pero por las malas: un gerente con unos valores y una estética clase media, jefe de un cuerpo represivo capaz de hacerle el trabajo sucio, eso de poner “mano firme”. El Este todavía cree que es posible apaciguar y hacer retroceder a los grandes movimientos humanos a punta de leyes, religión y policía.

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La expresión “República del Este” que acuñaron para sí los creadores del conocido aquelarre poético-artístico de los años 70 parte de una íntima convicción: el Oeste (la cochina realidad) quedaba lejos. Tanto, que para ir desde la avenida Sucre (Catia) hasta Chacaíto era preciso tomar un autobús que viajaba una hora larga cuando el tráfico era un escollo soportable. El metro vino a acabar con las distancias, y es en buena parte debido a su vertiginosa subterraneidad (15 minutos de Catia a Plaza Venezuela) el que hoy en día Sabana Grande no sea un lugar apto para sentirse parisiense sino caraqueño, con todas las connotaciones de incomodidad, agobio y peligro que esa condición le sugiere al amante de las evasiones sensuales.
El engreído poeta de jaula de cristal, el intelectual que no soporta el ruido, el niño que al primer estornudo va a recluirse en una clínica, ya no van a los cafés de Sabana Grande porque el asedio de los pedigüeños les parece insoportable. La razón es obvia: el sector Sabana Grande ya fue alcanzado por el Oeste. Los caraqueños más jóvenes de las clases medias o acomodadas difícilmente alcanzarán a comprender por qué diablos el cine ubicado en la Torre Polar (Plaza Venezuela) se llamó desde su fundación “Miniteatro del Este”.

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Dos metáforas sociales fácilmente perceptibles o recordables dan la exacta medida de lo que ha de ocurrirle al Este de Caracas más temprano que tarde. Una es Parque Central, ese conjunto residencial gigantesco que en sus inicios era visto como una expresión del Este entronizada en el Oeste, o al menos como un experimento “estista” muy cercano al centro geográfico. No pasaron más de dos décadas antes de que el espíritu del Oeste hiciera su trabajo transformador y ya nadie viera a Parque Central como ese oasis improbable que soñaban sus planificadores. Hoy en día no es necesario forzar a nadie para que opine lo que resulta obvio: aunque Parque Central está poblado en su mayoría por gente que es o se cree del Este, las dinámicas, la estética y los alrededores hacen de ese lugar una referencia más dentro del concepto Oeste político y sociocultural. Como unidad arquitectónica, esa masa de torres desmesuradas viene a ser el rancho más grande de América Latina.
La otra metáfora es una historia que tuvo un comienzo y un desenlace. Se trata de los primeros años de funcionamiento del Metro de Caracas. Durante mucho tiempo, la última estación que el pasajero encontraba hacia el este era Chacaíto. Cuando la llamada Línea 1 extendió sus operaciones hasta Palo Verde, la línea subterránea que cruza a Caracas dejó de ser un sistema que une al Este con el Oeste, pues ya va de Oeste a Oeste. En ese trayecto, el Este adquiere la categoría de asunto temporal: entre Chacao y La California ocurre un grato accidente durante el cual es posible que el Oeste se encuentre con los ejemplares humanos del Este. Durante siete estaciones los vagones se llenan de Este y unos minutos más tarde quedan vacíos de él, porque los destinos Petare y Palo Verde son Oeste en pleno (con mayor intensidad el primero que el segundo).
Al proceso lo han llamado “ranchificación” o “marginalización”. Si no rezumara tal carga despectiva habría que aceptarlo, aunque sería más justo llamarlo “oestización”.

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Otra metáfora: desde el Oeste y hacia el Este viaja la cloaca en que hemos convertido al río que atraviesa la ciudad. Lo que se siente en la avenida Río de Janeiro a la altura de Las Mercedes es el producto de varios kilómetros (unos 18 en total) de desechos del Oeste, lo cual puede ser una venganza o una premonición. “Estamos invadidos por la mierda”, truena indignado el mesurado habitante de El Rosal a quien le han puesto de vecino a una familia de damnificados. Ese mesurado vecino quizá jamás comprenderá el profundo alcance, la electrizante verdad histórica de lo que sólo quiso ser un insulto.

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La hiperpresencia del lumpen y del excluido terminará llevando más hacia allá, más hacia el este geográfico, el centro de Caracas. ¿Cuánto tiempo ha de transcurrir antes de que el eje Centro San Ignacio-Centro Sambil pase a ser el nuevo centro de la ciudad, el lugar de encuentro e interacción de las clases antagónicas? Hay signos de que el proceso ya comenzó a penetrar esos y otros hitos importantes. La música que se escucha en los locales y puntos de encuentro donde va la gente del Este (en Las Mercedes, Los Palos Grandes, El Cafetal), las emisoras para “la gente joven” (la jerga del Este llama “jóvenes” sólo a los muchachos de clase media) están invadidas ya de hip hop, merengue, reggetón, de esa clase de estética (¿será oestética?) malandra que hace poco era considerada despreciable para el Este.
La música y las culturas del barrio conforman una avanzada cultural importante, que cumplen una función muy específica y fácilmente detectable: penetrar cultural e ideológicamente al Este a través de formas y sonidos, y con ello preparar, “amansar”, allanar las resistencias naturales del Este antes de que se produzca la segunda fase, que es la penetración territorial. Un individuo actual del Este, suficientemente perceptivo y suficientemente fiel a lo que le dictan sus adentros, ha de lamentarse en algunas décadas de la facilidad con que él y los suyos, generaciones atrás, absorbieron las estéticas del Oeste, creyendo que ello no traería consecuencias. Lamentación que será muy acertada. Salvo aquellas que consisten en destruir y arrasar, las grandes invasiones sociales (“desplazamientos”, sugiere el eufemismo) comienzan precisamente así: primero con expresiones culturales cargados de valores y estética, y luego de cuerpo presente. En buena medida, el no haber entendido que las expresiones más enérgicas del Oeste (música, lenguaje, estética u oestética) eran lentos pero irreconocibles caballos de Troya ha de costarle al Este la exclusividad de sus dominios territoriales.

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Esa parte del Oeste ubicada en aquel otro extremo, llamado Petare, empuja también, impulsado por el mismo espíritu y con el mismo encono, en sentido inverso; ya el Unicentro El Marqués experimentó la misma oestización que Sabana Grande-Chacaíto, y la onda expansiva viene arropando, lenta pero indeteniblemente, desde las zonas comerciales y de esparcimiento hasta las residenciales. Ya hay manifestaciones de su avance en el Centro Plaza (Los Palos Grandes) y hace rato que ningún pobre se siente empequeñecido dentro del Centro Comercial Ciudad Tamanaco (CCCT, Las Mercedes).
Así que los dos extremos geográficos del Oeste tienden a unirse. Cuando suceda, o incluso antes, al Este no le quedará más remedio que replegarse hacia el sur. Ya ese movimiento lo ejecutó la seudoaristocracia que se sentía inaccesible e inalcanzable cuando levantaba sus mansiones de fábula en el Country Club. Cuando Chapellín hizo sentir ahí cerca su olor a populacho y los adecos comenzaron a comprar enormes y extravagantes quintas en la misma zona, comenzó el éxodo de la “sangre azul” desde aquel oasis expoliado. El movimiento estratégico que ejecutaron en busca de la salvación de su pulcritud los ubicó en la más exclusiva urbanización La Lagunita, ese sueño multimillonario sin ninguna conexión con el país real, a la cual el Oeste tardará seguramente muchas décadas en rodear e invadir.
Pero ha de hacerlo.
Llámese destino, devenir o impulso vesánico, pero es ineludible, inevitable, irreversible.

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No todo el que vive en el este geográfico es opresor ni todo el que vive en el oeste geográfico es oprimido. La condición de ser del Oeste (bravío y contestatario en defensa de sus derechos) y la del Este (bravío y contestatario en defensa de sus privilegios) se lleva en la mente antes que en la ropa, en el color de la piel o en la cuantía del salario o ingresos. Hay cada marginal en el Este y cada sifrino en el Oeste, mi hermano…
Las clases medias y altas dicen que el país está en crisis porque el Oeste cumple funciones de Gobierno, y esto las perturba. Los pobres decimos que el país está en crisis porque las clases medias y altas (el Este) se han propuesto volver a ocupar posiciones de Gobierno, y eso nos inquieta.
El Este percibe al Oeste como un colectivo ignorante, torpe, violento e inaccesible, y el Oeste percibe al Este amanerado, prepotente, engreído y también inaccesible. Esto hace pensar que las diferencias entre uno y otro son irreconciliables.

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El Este llenó la ciudad de nombres referenciales de gente rica. Las principales plazas, avenidas y otras referencias importantes se llaman con nombres de elementos provenientes de la cultura oficial, de los vencedores. Las excepciones son referencias con nombres indígenas, lo cual es una concesión más ignominiosa que gentil: el nombre de Caracas es el epitafio sobre la tumba de miles de seres humanos que fueron exterminados. Los exterminadores también vinieron del Este.
Una Revolución volcada decidida y honestamente sobre lo caraqueño debería rebautizar los lugares emblemáticos de la ciudad con nombres de anónimos buhoneros, motorizados, chuecos, amas de casa, putas, enanos, maricos, tuertos, borrachos de plaza y autobuseros. De otra manera el homenaje del Oeste al Este cultural será una humillación forzosa y permanente.

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Cree el Este que sus alcaldes y gobernantes son mejores que los del Oeste. Parten de una premisa risible como demostración: el Este tiene problemas menos graves y dramáticos. Ignoran o quieren escamotearnos la realidad: que la gente del Este nació con sus problemas básicos resueltos, mientras que el Oeste es un gigantesco problema por resolver: el Oeste está demasiado ocupado en ganarle la batalla al hambre, la violencia, la mala calidad de los espacios y del agua, lo cual nos ha imposibilitado el triunfo en la batalla por la pulcritud, el ocio placentero y la acumulación de riqueza.

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No es posible reconciliar en una sola comunidad ni en una misma dinámica de justicia al Este y al Oeste; la existencia misma del primero es un perenne salivazo a la cara del segundo. Caracas es expresión de un planeta en el que la mayoría debe partirse el lomo para que una minoría viva cómodamente.
La Caracas que soñamos es una donde todos vivamos en iguales condiciones de justicia y dignidad. Y esto sólo será posible cuando entendamos que harían falta muchos planetas para que toda la humanidad viva con el confort y la abundancia en la que el Este se ha acostumbrado a vivir.
¿Está preparado el Este para vivir con criterio de escasez? ¿Está preparado el Oeste para resignarse a no vivir jamás con el inalcanzable nivel de vida del Este?
Mi respuesta instantánea, y por lo tanto irresponsable, para ambos casos, es no. Está en desarrollo una lucha inevitable en la cual el Oeste ha de imponer una estética más honesta y mundana que la que promueven las “bellas artes” autoproclamadas como cultura, y un estándar de vida mucho más bajo que el que sueña el Oeste levantisco y consumidor (el que vive un Este también consumidor pero además selectivo y segregacionista).

5 comentarios:

Rodolfo dijo...

Coño perro, lo único que te falta es pedir un campo de concentración. Vamos no creo que volver un ghetto mental o físico la ciudad sea la solución para alguna cosa.

Y yo que pensaba cuando vi el nombre del blog que esto iba de cuentos de vaqueros.

JRD dijo...

Yo no estoy pidiendo aquí nada, simplemente estoy registrando aquello que se percibe con sólo tener los ojos abiertos, los oídos alertas y la historia de la ciudad enfrente. Este ensayo en particular no es una propuesta o una búsqueda de soluciones, es una visión de Caracas. Así que a buscar los cuentos de vaqueros en otro lado, mi pana. Aquí no se escribe para entretener a nadie.

Rodolfo dijo...

jajjjajajja. Joder. ¡Dónde ha quedado el sentido del humor!

Yurlen Rondon dijo...

Excelente relato sobre la demografía mental y espiritual del conflicto de clases en nuestro país. Esclarecedor y visionario. Saludos.

Anónimo dijo...

Coño Duque acabo de caer aquí desde tu último post y sé que nadie va a leer mi comentario así bueno, qué carajos, igual quiero compartir lo que pensé. Verga, tú pensaras de repente que es una mariquera o que vengo con una mamagüevada medio culta de esas que te arrechan, pero igual quiero cometarlo pues. Al leer lo de petare al este del este, me acordé de la película y/o libro "Al este del paraiso", cuyo titulo se inspira en la biblia. Tú sabes que cuando Caín engorilado y arrecho con dios por su maldita preferencia hacia Abel (verga y pues como que dios es el primer discriminardor de la historia: clasista, racista, no sabría cuál de todas)agarra y le clava una ñasca en el coco al consentido. Arrecho pana, ese peñonazo al privilegiado de su mínima sociedad de dos, fue un acto liberador pero acarreó como castigo ser echado al "este del paraiso".

Pues entonces nada, según la visión de ese dios prejuicioso, que fue además el causante de la muerte de Abel porque de haber sido justo e igualitario, Caín no le hubiera rajado la cabeza, la "lacra" de caín tenia que penar fuera de la sociedad perfecta, de ese paraiso pues, con lo que le salió vivir "marginado".

En fin, nada me imaginé la similitud entre esa caracas paradisiada que va de chacao al marquez y el petare de los caines al este de ese paraiso.

Saludos
David