martes, 26 de diciembre de 2006

La derecha y América Latina

Un cierto regocijo puede percibirse claramente entre reaccionarios, conservadores y especímenes similares. Entre las cosas que los entusiasman se encuentran los signos de un cierto repliegue de los movimientos progresistas que han alcanzado el poder en América Latina. Ni razón les falta para que les asome una sonrisa: Lula está más o menos frito, a Lucio lo compraron, a Humala lo congelaron con aquel tobo de agua fría; Kirchner es más europeo que socialista, la sobrevivencia de Cuba (dicen) depende de la vitalidad de un caballero de cuyo intestino grueso está pendiente todo el planeta; a Evo lo están cocinando, la personalidad de Duarte es casi tan gris como su cabellera, la izquierda de Ecuador es más incongruente que la de Bolivia y Nicaragua está muy cerca de Estados Unidos (más cerca que Irak, que ya es decir bastante) y más cerca aun de un México que se parece a ciertas niñas dulces y resbaladizas al humedecerse: uno cree que sí, pero a la hora de la chiquita deciden que no.
¿Y nosotros qué? ¿Nos hacemos los gafos después de este vendaval de señales (si es que de verdad ese vendaval trae tanta fuerza) o terminamos de despertar y activamos un plan de emergencia? ¿Y cuál plan, si se puede saber?

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Hay dos actitudes extremas posibles, contrapuestas entre sí, ante semejante avance de la reacción. La primera de ellas consiste en mantener un discurso y (más desconcertante todavía) una conducta triunfalista y relajada, convencido como en efecto estamos por acá de la victoria de Chávez en diciembre. Convencimiento que pasa a convertirse en inútil fantasía cuando creemos que la inmortalidad e in-mar-ce-si-bi-li-dad (guao) del líder es un hecho, y que por lo tanto nosotros podemos tranquilamente descuidar la retaguardia: cruzamos los brazos y esperamos a que pase el autobús de la eternidad. Pelea ganada, champaña descorchada.
La otra actitud, si bien resulta más dramática y presta a provocarnos una úlcera, la siento preferible a la anterior: es el síndrome Miguel Salazar, periodista y editor a quien entrevisté en la emisora Al Son del 23 (94.6 en Caracas), y quien en su vigorosa convicción de que está por pasar algo muy feo y nadie en el Gobierno se da cuenta, le abre más compuertas al fatalismo que a la precaución. Mi última pregunta en la entrevista fue: “¿Qué escenario esperamos entonces? ¿Qué puede pasar?”. La respuesta: “Lo peor”. Miguel impide que uno se haga siquiera ilusiones; el efecto dominó es de una infalibilidad asombrosa y lo que está por ocurrirle a Lula es un buen ejemplo de lo que puede ocurrirle a Chávez, si es que antes no le ocurre lo que a Allende o Lucio Gutiérrez. Un general se lo dijo; un encapuchao de tres soles de quien ya se han burlado algunos, pero que seguramente tiene más información que usted y que yo, pobres ciudadanos desamparados.
No quise decírselo en el acto, pero cuando salí de la emisora me puse a mirar para arriba, buscando en el cielo las señales del primer misil.

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Nos asusten o no los vaticinios más sombríos, es preciso detenerse aunque sea a mirar las insoslayables crisis políticas que afectan a países hasta ayer nomás territorio nuestro, bolivariano o en vías de entrar en la onda del ejemplo que Caracas dio. Hay que fijarse básicamente en Bolivia. Porque su proceso interno actual se parece tanto al sabotaje petrolero, y la gestión de Evo es tan incipiente y por lo tanto tan frágil, que uno no puede dejar de recordar aquel 2002 nuestro. Y el detallazo allá al fondo: como lo han recordado ya varios analistas últimamente, la oficialidad del Ejército boliviano está conformada todavía por unos elementos que se enorgullecen de haber perpetrado el asesinato de Ernesto Guevara. A falta de glorias militares más contundentes de las cuales ufanarse, su tarjeta de presentación se reduce a esa llaga pestilente: “No te llevo nada, guón, mi papá se echaba los palos con el coronel que ordenó fusilar al Che”. ¿Puede en verdad esperarse algo bueno, en materia de soberanía o aunque sea de decencia, de un cuerpo con tan horrenda (y tan reciente) mácula en su historial?

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¿Brasil? Lula debe encarar una segunda vuelta después de todo un 2006 de sabrosura. Si usted cree que Rosales es gris y que si no es estúpido está haciendo el curso, debería escuchar a Alckmin. Ni falta hace saber portugués para darse cuenta de que la derecha no lo escogió por ser un prohombre de altos méritos, sino porque no despuntaba más nada en el horizonte. Pero el hombre se infló y el round decisivo lo sorprende con la novedad de que a Lula se le han ido los verdaderos socialistas, dejándolo rodeado de socialdemócratas.
¿Le parece que Chávez no es Lula ni es Evo, o que en vista de la situación del cuadro en los alrededores (caramba, olvidamos por completo mencionar a Uribe) es preciso declarar ya el estado de emergencia y empezar a fabricar paraguas de titanio? Decida usted, y procure (o ruegue) que su decisión sea la misma del resto de los compatriotas bolivarianos. O se descuida y se va para la playa mientras la derecha sigue trabajando, o comienza a armar barricadas con miras a la sangría; cualquiera de las dos decisiones seguramente será mal vista, aquí dentro y allá afuera.
¿Y qué dice o termina de decir el opinante? Siempre es mejor seguir viviendo pero con las antenas apuntando para allá. No dejar de echarse los palos pero no dedicarse a celebrar por el triunfo eterno de una Revolución que todavía no le ha tocado los intereses al adversario: aristócratas, magnates e Imperio andan por allí tan campantes. Prevenir en exceso siempre es mejor que esperar el trancazo, y miren que ya nos hemos llevado unos cuantos por estar creyendo, entre otras cosas, en el carácter rrrrevolucionario de Miquilena y el gordo Rosendo.
Yo no sé si de verdad el pueblo unido jamás será vencido. Pero el pueblo disgregado sí que es carne de cañón propicia para sufrir un nocaut de esos que duelen.
13/10/2006

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