martes, 26 de diciembre de 2006

Lacras del pasado

En estos días comí en McDonalds, con la flaca. Pedí una de esas hamburguesas que saben a plástico y me dispuse a jartármela sin remordimientos. Cuando pagué en la caja, la chama me dijo, conforme a un libreto corporativo: “¿Desea aportar 200 bolívares de su vuelto para la Fundación Ronald McDonald?”. Le respondo: “No, yo no”. La carajita “se shockeó” (uno aprende fácil el lenguaje sifrino).

--¿No? -pregunta ella, desconcertada, con los 200 bolos paralizados en su viaje a la cajita del Ronald.
--No. Yo no le voy a regalar mis reales a ese payaso del coño, que ni gracioso es-, le confirmo.

Yo soy así. Coñoemadre. Antipático. Desconsiderado. El comprador promedio de MacDonald no tiene el hábito de decir “no” cuando le proponen participar en esa estafa en calidad de estafado (una transnacional con una fundación benéfica: pobre payaso, el hambre arrecha que debe estar pasando), tal vez porque le da pena que lo llamen pichirre, tal vez porque esos 200 bolos en realidad le molestan en el bolsillo. Esa pobre niña no tiene la culpa. Ella está acostumbrada a que los clientes le digan dócilmente “sí”. Es lo que dice el guión. Un bicho que dice no en esas circunstancias es un desperfecto en el sistema, una curvatura extraña en ese mundo cuadriculado.
Una vez instalados en la mesa, saltó la flaca, con esa sabiduría propia de la mayoría de las mujeres que me rodean: “Cuando pagaste el precio de la comida le diste de todas formas tus reales al payaso. Nos jodieron igualito”. De coñoemadre a altruista. Linda metamorfosis.
Comí con remordimientos, pero no dejé ni una papa frita con vida.

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Sí, estamos invadidos: vivos y proliferantes andan por estas calles los símbolos, los intereses y las puntas de lanza (o las lanzas completas, hasta la empuñadura) del capitalismo, del poder económico, del imperio. Odiamos al capitalismo pero nos contentamos con los triunfos en las arenas de batalla que nos impuso el capital, con los trofeos (cifras y hechos macroeconómicos) que inventó el liberalismo. Ingresamos a Mercosur. Levantamos los precios del petróleo y fortalecimos a la OPEP. Andamos en una de multiplicar y consolidar cooperativas. Cooperativas, entidades comerciales multilaterales y alianza petrolera internacional son invenciones del capitalismo. ¿Significa que no tenemos una Revolución o que ésta va muy lenta? ¿Estamos quemando etapas, aprovechándonos de las armas del capitalismo para socavarlo por dentro, o estamos en realidad fortaleciéndolo?
Llega a espantarme tanto regocijo en nuestras filas cuando el Banco Central, los organismos internacionales o la prensa dicen que los indicadores macroeconómicos son “buenos” (las comillas, porque el capitalismo es el sistema que decidió qué cosa es buena y qué cosa es mala en economía). Inflación de un dígito. Reservas internacionales en sabrosones niveles. Capacidad para pagar o amortizar la deuda externa. Celebración a distancia de la maquila de los camaradas chinos. ¿Somos socialistas o tan sólo capitalistas con buenas intenciones? ¿El socialismo del siglo XXI se parece tan poco al del siglo XX o al que siguen anhelando los soñadores más tenaces?
Dicen Los Cayapos que el socialismo es otra construcción burguesa, que es preciso construir otra cosa, inédita y revolucionaria, en vez de estar haciendo una revolución prefabricada en los manuales.
A ver, repitan conmigo: “Creemos en la libertad y nadie nos dice cómo pensar…”.

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En La Paragua se acaba de perpetrar un asesinato masivo de ciudadanos. No fue planificado con premeditación y alevosía, como en los casos de Yumare, El Amparo y Cantaura, pero fue un crimen. Me indignan y me arrechan las primeras reacciones del lado de acá: desde el cobarde “Los medios están exagerando” hasta el repugnante “Esos garimpeiros están bien muertos”. Tuvo que venir Chávez a decir que un asesinato es un asesinato para que el discurso cambiara. Al igual que en el caso aparentemente inocuo desmenuzado más arriba, se ha activado la mala maña de aplaudir todo lo que Chávez aplauda (así sea el capitalismo) y patear todo lo que Chávez patea o no defiende expresamente. Defender lo indefendible no es precisamente la actitud mediante la cual construiremos una sociedad mejor, y Chávez mesmo ha realizado su particular entrenamiento al respecto.
Luego de la tragedia natural de Vargas en el año 99 se produjo una tragedia “artificial”: un grupo de asesinos vestidos de uniforme salió a masacrar gente allá abajo, a cazar como animales a los muchos ciudadanos que se dedicaron a atracar o a saquear en medio de la devastación. Algunos periodistas, Vanessa Davies entre ellos, denunciaron el asunto sin tapujos. La catira, cuyo bautizo de fuego como periodista y como activista tuvo lugar en La Peste, cuando se descubrió la fosa común en la que arrojaron a miles de venezolanos en febrero del 89, publicó la denuncia sin ambages. Reacción del Gobierno: los rrrrevolucionarios Urdaneta Hernández y Luis Miquilena acusaron a Vanessa de manipuladora, de traidora a la patria, de escuálida al servicio de la CIA o ve tú a saber qué mierda. El mismo Chávez le soltó unos vergajazos por televisión, atizado por sus tremendos asesores y consejeros. Hasta que se descubrió que las denuncias de Vanessa tenían razón y fundamento, y la historia enderezó por donde tenía que enderezar: Urdaneta Hernández es un fantasma, Miquilena es el fantasma de un fantasma y Vanessa Davies es Vanessa Davies.
Moraleja: Chávez se equivoca, sobre todo cuando se deja “asesorar” por gente sin probidad.
¿Cómo defender a los asesinos de La Paragua? De ninguna manera. ¿Cómo salvar la responsabilidad de la Revolución? Esa está fácil: los cuerpos represivos del Estado, llámense como se llamen, son creación de un sistema descompuesto que los diseñó autoritarios, represivos, brutales, inhumanos, repulsivos. ¿Cómo salvar la responsabilidad del Gobierno? Está difícil: vamos para ocho años y no hemos logrado enterrar a esas lacras del pasado. Heredamos unos engendros sin remedio posible (sistema judicial, policías, seguro social) y no hemos podido ni derrumbarlos ni sustituirlos por criaturas más frescas y humanas.
Hemos cumplido con muy pocas de las tareas que suelen plantearse las revoluciones; si no cumplimos al menos con éstas (comenzar a demoler las estructuras capitalistas y las fórmulas represivas que asesinan gente por deporte) estamos fritos. Y me refiero a todos. Porque si dejamos de intentarlo por las buenas habrá quien convenza a las mayorías de hacerlo por las malas. Hasta ahora, parece obvio que estamos escribiendo un capítulo extraño, atípico, de nuestra historia. Uno quisiera que este capítulo no se pareciera tanto al anterior. Pero es lo que hay. Y pa’ atrás, ni pa’ coger impulso, compas.
29/09/2006

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