martes, 26 de diciembre de 2006

Las candelas que vienen

Cuenta Saramago en su Evangelio que Satanás se la pasaba fastidiando a Jesús de Nazaret, a veces tratando de seducirlo por las buenas y otras más montándole unos apliques monstruosos a ver si le minaba la entereza (la fe, lo llama la gente que es religiosa o aparenta serlo). Hay un momento especialmente rudo de la novela, en el cual Jesús está hecho mierda en el desierto (o no recuerdo si en el momento de trepar por el Calvario) y el diablo aprovecha para incrementarle la jodienda, a ver si lo doblega. Le habla de una parábola conocida. “¿Sabes qué, marico?”, le dice, “Un cordero es un animal muy pendejo. El pastor lo arrea, lo encarcela, le mete unas patadas de vez en cuando, lo engorda, lo utiliza y después lo sacrifica. Bueno, aprieta esos glúteos: tú no eres un elegido ni nada de esa pinga, tú eres el Cordero de Dios”. Espantoso: que tu papá poderoso te utilice para exprimirte y sacarte plusvalía (en este caso, plusvalía ideológica) y después te eche a los perros para que te desguacen.
Ninguna novedad. Cristo es la víctima propiciatoria por antonomasia. Su muerte es fundacional: si al tipo lo hubieran rescatado unos comandos de Galilea, o si le hubiera ganado aquellas elecciones a Barrabás y se hubiese retirado a morir tranquilamente de vejez o de gripe aviaria, el cristianismo no hubiese prendido o no hubiese sido lo mismo. Tal vez el Barrabasismo sería la religión mayoritaria en el mundo, y entonces los recogelatas, motorizados, tuertos, maricos, cogeculos, machos, lambucios, putas, chuecos, lombricientos e indígenas serían los dueños de este planeta.

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Ha habido a lo largo de la historia otras víctimas propiciatorias, pero lo que se fundó tras su muerte física o simbólica no siempre ha sido bueno ni noble ni trascendente ni nada. Manuel Rosales es, a estas alturas y desde hace ya unos meses, la víctima propiciatoria que necesitan los vivitos de ocasión (Teodoro, Quirós, Borges, otros) para poder salir a lamentarse de la derrota, como si de verdad les doliera (siempre es mejor ver derrotado a quien te sacó de la competencia que verse derrotado uno mismo, ¿no?) y volver a manosear el artículo 350 de la Constitución, como si llamarse Pueblo fuera cuestión de ponerse un cartelito en el pecho y montar tienda en la Plaza Altamira para tumbar al Gobierno, pero de risa. Rosales no fue puesto ahí porque sea capaz de agitar masas ni de ganar elecciones fuera del Zulia. Rosales es el muertico que la oposición necesita para poder seguir hablando de la persecución del rrrrégimen. Y sigue sin olvidárseme la acusación del abogado de Carlos Ortega, tras la fuga de éste, y que nadie le ha restregado en la cara con la debida energía: el sindicalero no se fugó sino que el Gobierno lo desapareció, dijo el tipo. ¿Otra víctima propiciatoria?

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Cinco semanas nos separan del 3 de diciembre, fecha importante porque se ha establecido formalmente que las elecciones han de ser entonces. Jugar a imaginarse los escenarios posibles (o ensamblar los que uno sabe o sospecha que andan haciendo metástasis en algunas mentes cancerígenas), en esta recta final, es siempre una tentación. Hay un código tácito que gradúa de “analista” a aquel opinante que vislumbra situaciones en el futuro y acierta (por cierto, según ese código, un tipo como el García Mora que escribe en El Nacional ha sido raspao varias docenas de veces). En el caso que nos ocupa la mitad del mandado está hecha, porque decir en tono de matador de acertijos que Chávez va a ganar es casi como apostar a que Madonna no es virgen. Lo que sucede es que la otra mitad del mandado probablemente ya la decidió un grupo. O dos.
Entonces la adivinadera o pronosticación puede deslizarse por dramáticos barrancos, y a partir de preguntas igualmente dramáticas:

-¿Cuántos candidatos participarán efectivamente en esas elecciones?
-¿Qué táctica desestabilizadora o golpe seco estarán pensando utilizar?
-¿Echarán mano de ellos para antes o para después del 3-D?

Y la más inquietante, perturbadora y misteriosa de todas:

-¿Y si al final deciden participar en las elecciones, y cuando pierdan se quedan tranquilos sin echar ni una piedra ni quemar un caucho?

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Es inquietante la última porque, aunque a los tres o cuatro toletes que integran la dirigencia antichavista los mueve el mismo interés (salir de Chávez e instalar un gobierno de derecha grato a los gringos, a los medios y al poder económico) no han sido ni serán capaces de decidir un camino único para intentarlo. Por el contrario, si usted quiere saber qué larvas están creciendo en la mente torcida de Ramos Allup o en la de Carlos Ortega, basta que escuche a Rosales o a Borges: parecen tener un mismo discurso, pero todo el mundo sabe que a unos el temperamento o el desquiciamiento los lleva a actuar siempre en sentido inverso que el otro. Adeco que se precie no comparte espacios con un lechuguino; lechuguino que se precie trata de parecer adeco pero sin llegar a serlo. Guarimbero que se precie no anda creyendo en elecciones; Poleo y Urdaneta que se precien no le dirigen la palabra a nadie que no sea capaz de meterle medio kilo de C-4 por el culo a un bolivariano, y al final esa sabrosa esquizofrenia impedirá que obtengan el triunfo en cualquier elección… pero no impedirá que al final todos se unan en la grandiosa tarea de desestabilizar y de jugar al combatiente urbano “contra el fraude y en defensa de los votos”.
¿Ya está claro para qué sirve Rosales en semejante fábrica de despropósitos, en tamaño enjambre de caimanes en boca e caño? Ni más ni menos, para venderlo a futuro y en cómodas cuotas como el pobre hombre a quien Chávez no dejó ser presidente. Pobrecito: los libros de texto de Miami hablarán de Rosales como el Jóvito Villalba del siglo XXI, el coñaceao por la tiranía, el ídolo de 26 millones de venezolanos, quienes, en lugar de salir a incendiar al país el 3 de diciembre por su derrota salieron fue a festejar el triunfo de Chávez.

No te digo yo…
27/10/2006

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