sábado, 25 de agosto de 2007

Periodismo penitenciario

Eso que se ve en la gráfica, aquí a la izquierda, no es lo que parece: es más grave de lo que parece. A quien necesite más explicaciones o descripciones (ya que este fotograma y el otro de más abajo fueron capturados de un video), abajo se las proporciono. Con ningún gusto, por cierto. Permítanme antes una reflexión sobre... eso.
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Yo había oído, visto y leído sobre las muchas culturas y contraculturas que se tejen y destejen en las cárceles venezolanas. Lo que sé de las dinámicas carcelarias lo supe de labios de testigos y protagonistas, que es lo mismo que decir que La Ilíada no me la contó Homero sino el propio Aquiles y más de un Héctor. También me tocó más de una vez ir a esos lugares en busca de entrevistas, información e impresiones. Tratar de entender es una tarea natural del forastero; para mí lo amargo venía por partida doble porque mis visitas eran por lo general para cumplir con el cochino trabajo.
En ese andar estuve de visita en la Penitenciaría General de Venezuela, en El Rodeo, en el legendario Retén de Catia, en varios retenes de menores; he hablado y sigo hablando aquí mismo, en el estacionamiento del bloque, con ex reclusos, ciudadanos que me cuentan de hazañas y espantos y a quienes he aprendido a creerle sólo la mitad o un poco menos, porque si algo te tiene un malandro, aparte de la energía y la rabia, es que es embustero. Y es comprensible, porque cuando la realidad nos rebasa hay quienes necesitan ponerse a su altura, y este arte de nivelación sólo puede conseguirlo la fantasía. Error: las cosas que me cuentan y me contaron estos ciudadanos son ciertas y a veces peores. La única mentira probable es que ellos sean los protagonistas, pero eso, para efectos del conocimiento de la puta realidad, ¿qué importancia tiene?
Pudiera ser una buena excusa para los escritores: el periodismo registra cosas más o menos naturales y a veces la realidad se vuelve un corsé para la expresión; la literatura en cambio te da alas.
Otro error: la realidad, además de alas, tiene poderosos motores.

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La semana pasada me topé con un "trabajo" inserto en una categoría del periodismo ciudadano en la que no había siquiera pensado (yo, que tanto creo o creía saber sobre ciudadanos-comunicadores). Así como hay teatro penitenciario, música hecha en la prisión, artesanía penitenciaria, pintura penitenciaria, literatura hecha por hombres en prisión, he aquí que a mi edad, y después de mucho hablar sobre comunicación e información, y después de tanto intentar conocer de cerca esa máquina destructora de seres humanos llamada cárcel, vengo a saber que existe el periodismo penitenciario. No el que hace un periodista profesional que va a visitar una cárcel y sale a echar el cuento. Me refiero a que hay reclusos-reporteros. Tal condición la han adquirido gracias (y no por culpa de) la democratización de ciertas tecnologías. Antes del boom de los teléfonos celulares con cámaras, lo que sucedía en las cárceles eran historias improbables cuyas noticias o versiones llegaban al resto de la sociedad de manera indirecta, a través del relato de periodistas visitantes y de las pocas fotografías que les era posible obtener; de la obra de escritores aficionados o no tanto cuya palabra siempre se queda corta (recuerdo a Barrabás, autor de aquel publicitado Si te acercas te mato; recuerdo aquella zaga apócrifa de Soy un Delincuente y Retén de Catia, atribuida a un seudo Ramón Antonio Brizuela).
Hoy esa barrera ha sido liquidada. Ya no hace falta que nos cuenten lo que sucede allá dentro; los mismos reclusos, muchos de ellos devenidos reporteros, se están encargando de sacar a la calle la noticia cruda y sin edición.
Y bien, morbosos del mundo, paso a explicarles lo de las fotos y el video. Esto es absolutamente sensacionalista (no amarillista: el amarillismo miente; el sensacionalismo exagera el énfasis en el lado sórdido y perturbador de la noticia), pero no por eso deja de ser periodismo.

La realidad es fea.
¿La ocultamos, la maquillamos o la contamos?

La primera vez que tuve noticias de degollamientos en las cárceles fue hacia finales de los años 80. Los relatos decían que un grupo de presos degolló a varios rivales, y en el colmo de la perversidad hecha ritual se pusieron a jugar futbol con las cabezas de los muertos. Veinte años después ha caído en mis manos (en mi celular, para ser más exacto) un video hecho en El Rodeo, el cual registra la noticia, sin explicarla porque está a la vista.
Breve paréntesis: este y otros videos vienen circulando libremente de celular en celular, para espanto de algunos y carcajadas de otros. Confieso que quise impresionar a un muchacho con el video y me dijo, casi bostezando, "Ah pero ese es viejo, ¿no viste el otro donde juegan básquet con las cabezas?".
La imagen de arriba capta un pasaje de ese video, cuya secuencia es más o menos ésta: un hombre muestra ante la cámara la cabeza de otro a quien han degollado. El hombre grita "¡Váyalooo!", con aire triunfal, a risotada limpia. El sonido de fondo es el de una multitud que murmura, y una voz muy aguda grita una y otra vez: "¡Pajúuuu! ¡Pajúuuu!". El que sostiene la cabeza se burla del degollado, le mete los dedos en la boca y en la nariz. A mitad del video (que dura 15 segundos) golpea a la cabeza en la boca, con la otra mano, y aquélla da unas vueltas antes de caer; la toma se abre y revela que esos primeros segundos de video sólo han mostrado un fragmento de la desgracia de ese pobre hombre: sucede que el desafortunado no sólo ha sido degollado sino además despedazado. En esta otra fotografía aparece otro recluso arrastrándolo fuera de la celda (sólo quise mostrar un fragmento; no verán aquí el resto del cuerpo o lo que queda de él):



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En el año 1999 salió a la luz, en forma de libro, una muestra de las crónicas de sucesos que publiqué durante tres años en el diario El Nacional y durante uno más en el vespertino El Mundo. Esa muestra se llamó como se llamaba una columnita de "mi" página, y luego la sección completa: Guerra Nuestra. Algunas de esas crónicas están publicadas en un blog que les invito a leer en este enlace.
Yo no quiero lavar aquí las culpas ni las responsabilidades de nadie (ni siquiera las mías propias) por las susceptibilidades heridas y demás efectos secundarios producto de cosa tan siniestra y malsana como mostrar la realidad. Pero sí quiero traer acá, para compartirlo y someterlo a discusión, el texto introductorio de aquel libro semiclandestino. Porque siempre es bueno entender de qué material está hecho el compromiso con la verdad, y de qué está hecha la hipocresía de muchos, y de esta sociedad capitalista en pleno.

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Sobre estas crónicas (1999)

Las crónicas que aparecen en este libro son, fundamentalmente, sensacionalistas. En consecuencia, su autor también lo es.

No podía ser de otra forma. Dicho de una manera más exacta: no hay forma de que los cronistas de sucesos –caso de quien escribe– escapen a ese designio, eso de destilar al escribir tanto material nocivo para la salud mental de la gente de bien y la juventud que se levanta. Hablar de la miseria humana y ganarse la vida con ello equivale a alimentarse con la sangre ajena: somos Dráculas de última página. Cosa repulsiva para algunos, incomprendida por la mayoría, despreciable según el criterio general.

Pero diablos, cómo le gusta leer sucesos a esa mayoría. Aparte de los horóscopos y las páginas deportivas, las secciones de sucesos son las más leídas, analizadas y escudriñadas de todos los diarios. Y no es una cuestión de target. Está tristemente equivocado, y tal vez está escondiendo su verdadero parecer, quien piensa que sólo los presos, los desempleados, los marginales y los recogelatas sienten algún morbo al devorar páginas sobre crímenes pasionales, voladuras de sesos y enfrentamientos con saldo de seis o siete cadáveres. Pocas publicaciones periódicas en el país cuentan con un target tan alto como la revista Estampas, la dominical de El Universal, y la sección más leída de esa revista es Los crímenes más sonados, de Max Haines. No nos engañemos. Los recogelatas no leen El Universal.

No hay nada asqueroso en ello –soy sensacionalista, y por lo tanto no puede salirme de la bilis juzgar a nadie por leer lo que escribo– y además algunos profesionales, estudiosos y estudiantes se la han arreglado para dar con una sonora justificación: "La violencia es mi material de estudio, por eso escudriño sus causas". No es que lo disfruten, no. Simplemente les apasiona ese fenómeno y han decidido estudiarlo. Suena como la vieja y estúpida distinción que se pretende hacer entre la pornografía y el erotismo. "He visto una película con una alta carga de erotismo", dice alguna gente cuyo gusto es definitivamente más refinado que el de los asiduos del cine Urdaneta, en el centro de Caracas. Pero en el cuerpo del asistente al cine Urdaneta ocurre lo mismo que ocurrió en el del individuo de gusto refinado cuando vio su película erótica –que no pornográfica. Vuela a la mente un chiste margariteño que pone frente a frente al falo y er güé: francés contra margariteño es pelea de una sola calle. Así el francés escudriñe y el margariteño sólo disfrute.

De modo que en ese escudriñamiento que usted inicia ahora –o que inició justo en el momento de adquirir este volumen– puede haber simple curiosidad, quizá pasión, un cierto afán de búsqueda de datos e información, y es posible que también haya placer. Admítalo o no, el hecho de comenzar a hojear las crónicas que dan cuerpo a este libro lo convierte en un sujeto tan sensacionalista como el que se ha dignado escribirlas.

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La declaración con que comienza esta introducción puede ser calificada como cínica o llena de un irreverente desparpajo, pero en realidad es francamente inocua, casi perogrullesca. Decíamos que hay en esto de ocuparse de las noticias rojas algo de fatal, de inevitable cumplimiento, lo cual merece un vistazo más detenido. Estas líneas no pretenden descubrir el agua tibia, pero sí pretenden poner en su sitio a quienes se empeñan en afirmar que toda el agua del mundo es fría o caliente.

Alguien que se gana la vida escribiendo crónicas o reportajes de sucesos tiene que ser sensacionalista, y de hecho lo es: para eso le pagan. Por muy noble que sea su intención, por muy light o soft –para usar la terminología de la generación Internet– que sean su escritura, su punto de vista o su posición con respecto al tratamiento de las noticias, al toparse con un hecho de sangre, o sencillamente con un hecho violento, está en el deber de informar sobre ese hecho. Y no hay manera –no se hagan ilusiones: no la hay– de que esa noticia deje de herir o de removerle algo por dentro a quien la consume.

Lo experimenté por primera vez en 1995, cuando apareció La ley de la calle (Fundarte; coautoría de José Roberto Duque y Boris Muñoz). Mucha gente nos felicitaba por la investigación, pero nos reprochaba la escritura: "¿No es muy efectista el libro? ¿Era necesario describir los asesinatos y violaciones, la corrupción en la cárcel, la indolencia de la gente que pasa y ni se ocupa del asunto?". La respuesta a ambas preguntas es sí. Es efectista el libro, y es necesario describir la descomposición con todas sus letras, sonidos y señales. De otra forma, la denuncia no pasa de ser una alharaca más en medio del festín.

Pero todo esto es bastante ingrato. Cuando hacíamos La ley de la calle, un niño de once años nos contó claramente y de viva voz cómo es que asesinó a nueve personas, y las veces que estuvo recluido en los llamados Centros de Atención del INAM decidió escaparse porque hay funcionarios que violan a los niños, les roban sus pocas pertenencias y los maltratan. Años después, para Guerra nuestra, una mujer nos invitó al funeral de su hijo; la última vez que fue visto con vida un par de Policías Metropolitanos lo introducían a carajazos en una patrulla. La mujer, que sabe poco de leyes, mucho menos de medicina forense e infinitamente menos de procedimientos para solicitar una exhumación, abrió la tapa del ataúd, levantó el cuerpo del muchacho y me mostró un par de heridas impresionantes en sus costados: ella quería saber si alguien podía explicarle qué relación guardaban esos feos agujeros y las contusiones en su cara con la "insuficiencia cardíaca" que, según el informe anatomopatológico, causó la muerte del joven.

Nuestra obligación es contar esas historia, y no hay manera de contarla –es preciso insistir: no la hay, no la hay, no la hay– y que el relato suene bonito, armonioso, florido, potable. La muerte tiene un solo nombre y es bastante desagradable.

José Campos Suárez, padre del programa El crimen no paga y Jefe de Redacción del diario 2001 va un poco más allá. Este periódico se ha ganado unas cuantas amonestaciones debido al tratamiento gráfico que suele darle a sus primeras páginas. El año pasado impactaron con una en particular: la fotografía del cadáver del mayor Ocando Paz con los ojos sacados a chuzo limpio por sus rivales de La Planta. Hubo un malestar general; esa fotografía podía herir y de hecho hirió muchas sensibilidades. Consultado sobre la conveniencia de publicar la foto, e incluso de tomarla, Campos se defendió con el argumento del profesional: "Si el fotógrafo no me hubiera traído esa gráfica lo hubiera botado del periódico enseguida".

Moraleja, para quienes creen en ellas: el deber del periodista es divulgar las noticias que encuentre, por muy duras que sean esas noticias. Quedarse en silencio con una noticia en las manos es el acto más vergonzante y negador de la condición del periodista –o del escritor de crónicas.

Es preciso asumirlo de una buena vez y sin complejos: somos sensacionalistas porque la materia prima con la cual trabajamos –es decir, nuestra realidad de cada día– es sensacional. ¿Quieren hacer de mí un tipo más simpático, o al menos soportable? Pónganme a cubrir otra fuente. O algo mejor: hagan que en este país haya menos policías que matan por puro deporte, menos abogados todopoderosos, menos políticos intocables, menos sufrimiento. Pero mientras las cosas sigan así, mi escritura provocará úlceras, ojeras, ganas de reaccionar con un poco de miedo, con un poco de rabia, con un poco de risa o ganas de orinar.

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¿Agradecimientos? Bertha Rodríguez me enseñó a escribir; la calle me enseñó a hablar los muchos idiomas callejeros; Eduardo Hernández me invitó primero que nadie a hacer periodismo; Carlos Ortiz y Hugo Prieto me retaron a hacer periodismo de sucesos; María Eugenia, Agua de Luna, Alejandro y la gente de Feriado soporta mi presencia y mis muchas ausencias; los cuerpos policiales y demás joyas de nuestra sociedad siguen proporcionándome material para la indignación y el horror. Gracias a todos ellos, o más bien por su culpa, en lugar de ser médico, aviador, boxeador o bombero –mis nobles aspiraciones infantiles– no me ha quedado más remedio que ganarme la vida llenando páginas y páginas con esta clase de historias.

Por otro lado, buena parte de las investigaciones que dieron forma a estos trabajos contaron con la colaboración y el respaldo de los abogados Asia Villegas (Sub Comisión de Derechos Humanos del Congreso) y Tarek William Saab, el subinspector (CTPJ) Rogelio Rivas, la Red de Apoyo por la Justicia y la Paz. Y sobre todo, de la gran cantidad de gente que ha acudido a mí para hablarme de los maltratos, los atropellos, el miedo, la horrible muerte de sus seres queridos. Debido a cierto efecto que no alcanzo a comprender, la mayoría de ellos piensan que la palabra escrita puede ayudarles a conseguir justicia. Otros creen además en Dios. Y otros saben que no hay esperanzas, pero de todas formas encuentran consuelo al ver al asesino de sus hijos señalado y revolcado por la prensa. Salud a todos ellos.

8 comentarios:

Kira Kariakin dijo...

La realidad solo ofende a las falsas morales. La realidad es cruda y no tiene sentido ni disfrazarla ni maquillarla, porque sería una mentira. Creo que la crónica de sucesos es el único medio de alguna justicia para las víctimas y sus deudos, el que las cosas se sepan, sobre todo en nuestro país donde el sistema de justicia ha sido siempre una vergüenza.

More dijo...

Estos son los hechos que deberían darle la vuelta al mundo y escandalizarlo. Y que se venga la ONU, la OEA y cuanto organismo existe y justifiquen su presencia decorativa en el planeta. Pero más allá, mucho más allá de eso, esta y no otra debería ser la portada de cuanto diario existe en este país y la noticia obligada de las emisoras de radio y televisión. A ver si ESO nos escandaliza y por fin, por vainas, nos damos cuenta, toditos, que los problemas más graves que tenemos no son que unos sean chavistas y otros NO. Y para muestra ese horror, esa barbaridad. Definitivamente hay que hacer algo. Es justo y necesario.

Anónimo dijo...

Mi amigo José, me haces recordar cosas siempre, hace 30 años, y era una carajita, fui a trabajar en una vaina llamada Caja de Trabajo Penitenciario, qe aun existe y que "rehabilita" a los presos dandole trabajo y pagandoles una miseria (en es epoca eran 2 bolivares diarios) y ese mamotreto "administraba" su trabajo. Tuve la oportunidad de visitar el Reten de catia, el Cuartel San Carlos.La Planta, El INOF (donde más me impresioné quizas porque alli hay mujeres)La Penitenciaria General de Venezuela, Santa Ana Etc. Yo era auditor y revisaba cuentas y esas vainas. Permanecí en el "trabajo" un añito y me fui asqueada de lo que vi, lo que vivi (de alli juré que nunca más trabajaria en la administración pública)y ya para esa epoca lo que cuentas ya pasaba... Calladito tu sabes, pero pasaba. Donde lo vi terriblemente fue en el Reten de catia. Ahora me pregunto, como es posible que aun nadie pueda tener un CENSO una cuenta que diga cuantos presos hay, cuantos condenados, cuantos en proceso, cuantos por delitos mayores y esas estadisticas pajuas que la informatica de hoy en dia nos proporciona con un esfuerzo normal. Que pasa que nadie le mete la mano a eso???? Ya parece que nada lo asombra a uno ni a nadie le duele lo que pasa... Hasta cuando Hermano. Esas cronicas hay que publicarlas y ser mas sensacionalistas a ver si por lo menos se adecenta la cosa!!!!Con este tema hay que hacer verdadera revolución!!!!!!! Meterle el pecho. La vida es la vida
Saludos revolucionarios y comprometidos
Marta A.

Anónimo dijo...

jajajajaja, esa vaina es pura paja.
vieran los videos que yo cargo en mi celular se caen pa tras entonces.

Anónimo dijo...

Hace más de 20 años que me salí de Venezuela ma sigo tratando de mantenerme en contacto con la realidad cotidiana de ese país adonde he vivido los 10 años más bonito de mi vida.
Y eso lo digo aunque tuviese la mala suerte de vivir por unos meses en una carcel caraqueña, especificadamente en El Junquito.
Será que soy musiú (y hay que decir que a los musiú lo tratan mejor), será que estamos hablando del 1975, la situación de los 'internados' no estaba tan mal. De hecho me he encontrado con tanta humanidad entre los presos y los mismos funcionarios, incluyendo la Guardia Nacional, que seguramente no me ha causado ningun tipo de trauma.
De hecho, me acuerdo con un cierto placer este tipo de esperiencia que tuve y que , gracias a dios fue unica en mi vida. De paso, tuve el honor de conocer personalmente e de ser amigo de Rafael Cabrices (recientemente fallecido), que estaba allá junto a su hermano Tomás por un asunto de carros 'reciclados'. Gran muchacho, Rafael, que con su boína negra tenia un gran parecido a Che Guevara...

Anónimo dijo...

Duque:
Maestro, pasale esto a tus amigos.
Un celular te puede dar años de sombra.
http://www.clarin.com/diario/2007/08/31/um/m-01489563.htm

Como te decía, estan lejos no estamos.

Saludos,
Felipe

Jorge Torres Moreno dijo...

Es un lugar común decir que los países se conocen por la manera como tratan a sus presos, pero lamentablemente es así.

Una funcionaria del MIJ me dijo hace tiempo que mejorar el régimen carcelario (infraestructura, entrenamiento y remuneración de personal, condiciones de vida presos, etc.) era una deuda que este gobierno tiene con el país. Y es una deuda que se está arrastrando por lo menos desde hace 70 años, qué triste.

Cambio rápido de tema y pasando a algo más frívolo: te incluí entre mis nuevos 5 blogs favoritos, a propósito del Blog Day, que es hoy. Saludos.

Anónimo dijo...

José Roberto, leí "Guerra Nuestra" y "Salsa y Control"...he querido conseguir la "Ley de la Calle" y "No escuches su canción de trueno", no los hallo en librería alguna. ¿Cómo obtenerlos?

Respaldo cien por ciento tu inquietud respecto a estos temas de violencia y ese prejuicio de una sociedad que se niega a ver y saber las atrocidades de nuestras cárceles. La fiesta de fin de año 2006-07 en Uribana fue dantesca y pareciera que a nadie le importa, nuestro presidente ni menciona el tema, ahora que hay clima de Reforma nada se toca respecto a este álgido tema. La cárcel confina a la exclusión y la tortura no sólo a los presos, sino también a sus familiares. Te pregunto, volviendo al tema de la reforma, ¿tú piensas que los militares están en capacidad de tener injerencia policial? Lo digo porque la GN es una verdadera mafia en los penales, no digo que en todos pero en Uribana -una de las más peligrosas, sí.
Por otra parte ¿cómo veremos el socialismo del siglo XXI en nuestras cárceles, confinamientos en donde lo que impera es el poder y el billete; donde el recluso debe pagar hasta el traslado en tribunales, la comida familiar secuestrada por la GN?

Agradezco que publiques este tipo de iniciativas carcelarias. Lamentablemente los presos no han hallado eco a pesar de las violentas protestas de sangre que llevan a cabo.
¿Será que a nuestro "ilustre" Pedro Carreño le habrá llegado este periódico o alguno de estos videos?
Entiendo que Jesse tenía algunas iniciativas respecto a esto.