Acabo de enterarme de que está en pleno desarrollo el chiste más amargo que he oído en estos primeros años del tercer milenio. Un chiste institucional más macabro que el Seguro Social, más sangriento que las policías, más abominable que el sistema de “justicia”. Es en serio: el chiste del que vengo a hablarles supera esas lacras mencionadas porque pone al descubierto al padre de esas lacras. A ver si lo disfrutan como yo sin necesidad de que se lo explique: en Venezuela está vigente una cosa llamada “Ley de simplificación de trámites administrativos”.
Si no le dio risa ni indignación entonces lárguese a leer cualquier columna complaciente y jalabolérica. Los párrafos que siguen no le interesan. Usted es, en el mejor de los casos, un imbécil distraído, un ignorante o alguien que no vive en Venezuela. En el peor de los casos, usted es un cómplice de esa desgracia en funciones llamada entes gubernamentales.
***
El Estado venezolano no funciona. La explicación a esta tragedia es sencilla, está a la vista, de cajón: en Venezuela sobrevive un Estado burgués, hecho a la medida para la clase empresarial que se sirvió de él, y para sus servidores en las instituciones: los adecos. Ese Estado les sirvió a todos ellos. Por lo tanto, no nos sirve a nosotros.
Los “camaradas revolucionarios”, en lugar de demoler esa mierda e intentar construir otra cosa más decente, vienen y lo remiendan a ver si funciona. La tal “Ley de simplificación” es algo así como una aceleración formal del adequismo: como la burocracia hace que el Estado vaya lento, entonces vengo yo y me invento una Ley para que ese mismo Estado en descomposición vaya más rápido. Para que en los hospitales públicos no lo maten a usted después de atormentarlo durante diez horas en una sala de espera infecta: ahora lo matarán en tres horas, o en minutos. Para que la “justicia” no tarde cinco años en culpar a su hijo asesinado por haberse dejado matar por un tombo, sino un par de semanas.
***
En Venezuela hay un Gobierno de izquierda, presto a abrirle las puertas a una Revolución. Pero el Estado en el cual se mueve es el mismo Estado burgués, perfeccionado por los adecos, que hizo imposible la construcción de un país decente en nuestro siglo 20 (no, no me da la gana de escribirlo en números romanos. De romano yo no tengo un coño, y ustedes tampoco).
Entre el funcionariato actual del Estado abundan el adeco de boina roja, el comunista de verdad-verdad y el ciudadano con buenas intenciones. Algunos de ellos quisieran hacer una Revolución. Algunos también deploran la existencia de normas y procedimientos que paralizan los proyectos, que empantanan las iniciativas, que aplastan cualquier intento de agilizar el funcionamiento del Estado. Pero éste está diseñado de tal manera que no se le pueda desafiar. Las instituciones gubernamentales deberían aprobar con agilidad los proyectos de los cuales la sociedad habría de beneficiarse. Pero esto es imposible, pues los adecos “organizaron” de tal manera las cosas que quien intente saltarse algunas reglas absurdas en seguida incurre en un delito de corrupción y malversación.
Va un ejemplo tomado de la vida misma.
Usted es ministro o jefe de un organismo cuya misión es difundir materiales periodísticos. En ese organismo hay una partida destinada a los “gastos de representación”, es decir, la que usted y su equipo de jefes utilizan para invitar a alguien a “almuerzos o reuniones de trabajo”, para caerse a palos o para pagarle a una puta. Nadie en el ministerio debe enterarse, pero si usted es lo suficientemente hábil el Estado puede pagarle varias putas al mes.
Hay también una partida destinada al traslado de los periodistas a su cargo, en caso de que todas las unidades de transporte estén ocupadas. Pero (oh, contrariedad) esta partida está agotada porque los periodistas gastan mucho en traslados. Usted, jefe consciente de la misión del ministerio a su cargo, sacrifica un almuerzo o una salida con la puta del próximo viernes, e intenta sacar algo de plata de la partida destinada a putas para que los periodistas puedan trasladarse. En el acto, como en un acto de magia, se encienden las luces de emergencia: ministro o jefe, usted no puede hacer eso, porque si lo hace está incurriendo en un acto de corrupción administrativa. En el lenguaje del Estado adeco, a las putas lo que es de las putas y a los traslados lo que es de los traslados.
Usted intenta apelar al sentido común y le dice a su administrador (un sujeto muy correcto, respetuoso y temeroso de la Ley): “Pero bueno chico, dale esos reales al periodista y yo te consigo una factura falsa que indique que me cogí una puta”.
Salta el administrador:
--Jefe, usted sabe que no puedo hacer eso. Eso es corrupción.
--Pero es que esta empresa es periodística, una Ley de cuatro décadas no puede estar por encima de las necesidades reales y actuales del ministerio y de los trabajadores.
Al final, váyalo sabiendo, el administrador tiene razón: si usted es alguien que respeta la Ley aténgase a ella. Caso contrario, usted puede ser investigado, perseguido, encarcelado y exhibido en los medios con esta leyenda: “Preso funcionario incurso en trajines de corrupción administrativa”. Piénselo bien: o se coge a su puta en paz o va preso. Bonito dilema.
Tiene otra opción: rebélese, convoque a los miles de funcionarios paralizados por ese sistema de leyes y actúe al margen.
¿Qué cree usted que hizo Chávez al crear las Misiones? ¿Usted todavía cree que fue legal eso de crear sistemitas urgentes de salud y de educación, ante el colapso de los sistemas de educación y de salud formales? ¿Cómo coño poner a funcionar algo en este país, como no sea creando un Estado paralelo o actuando al margen?
***
A mí me dan lástima los compatriotas y camaradas chavistas que todavía piensan, a estas alturas, que se puede hacer una Revolución sobre las bases de un Estado adeco que no está liquidado sino más vivo que el carajo.
Las leyes deben adaptarse al ciudadano o desaparecer.
No combatas al burócrata: combate a la burocracia. El burócrata sólo repite y reproduce aquello para lo cual fue programado. El coñoemadre que te hace esperar dos meses por un cheque que debió salir ayer es víctima del mismo Estado que tú: si ese pobre pendejo agiliza las cosas se pone al margen de la Ley, y nadie quiere ir preso por facilitarle la vida a un pensionado.
Dicen que nada amarra más fuerte que una yunta de bueyes. Es falso: la obediencia ciega a ciertas leyes esclaviza más que un cabello de mujer y que la cuchara entera sin afeitar.