miércoles, 12 de diciembre de 2007

Nos lo cobrarán con sangre. Y ¿quién de nosotros piensa pagarles?

Siempre habrá alguien que lo dijo antes que uno y mejor que uno.
En vísperas (o en pleno comienzo) de la nueva arremetida mediática (mediática, por ahora) de Estados Unidos y sus sirvientes contra el Gobierno de Venezuela, recordé el texto que copio abajo: el extracto de un escrito de Santiago Alba Rico, titulado La pedagogía del millón de muertos. Se trata del prólogo al libro Comprender Venezuela, pensar la democracia. El colapso moral de los intelectuales occidentales, de Carlos Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero. Muy esclarecedor.

Lo tomé del portal Rebelión. Este es el enlace:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=37475

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(...)
Lo que llamamos “transición democrática” en España es en realidad el paradójico y obsceno proceso en virtud del cual, tras un golpe de Estado fascista, una guerra civil que restó brutalmente un millón de vivos y una dictadura de cuarenta años –con sus cadáveres enterrados en las cunetas, sus desaparecidos, sus represaliados, sus miles de exiliados y torturados- los vencedores condescendieron por fin a perdonar a los vencidos, los verdugos se avinieron a ser generosos con sus víctimas. Por contraste con otras latitudes, donde las víctimas son obligadas a perdonar a los verdugos, el caso de España es particularmente ejemplar y quizás por eso se propone una y otra vez como artículo de exportación: los españoles aceptamos mansa y alborozadamente el perdón de Franco y su sucesores y, a cambio, se nos permitió tener la vida nocturna más alocada de Europa, hacer el cine más irreverente y comprar el mayor número de automóviles. No digo esto contra mí mismo y mis compatriotas –o no sólo- sino para iluminar la violencia terrible que los pueblos de España soportaron durante cuarenta años, una cifra que tiene algo al mismo tiempo simbólico y reglamentario. Durante cuarenta años vagaron los judíos por el desierto tras su salida de Egipto y el gran historiador árabe Ibn Jaldún, muerto a principios del siglo XV, atribuía esta concreta duración a una estrategia de Dios, el cual habría querido eliminar de esta forma la generación más vieja a fin de que en la tierra nueva entrase también un pueblo enteramente nuevo, liberado del recuerdo de la esclavitud. En España, de la misma manera pero al contrario, fueron necesarios cuarenta años de dictadura para que los sucesores de Franco gobernasen un pueblo enteramente nuevo que había olvidado –o aprendido a temer- la libertad. Hubo que matar a los viejitos de Teruel que acarreaban sus latas de aceite y enterrar a sus hijos valientes en las cunetas de los caminos y expulsar, encarcelar y aterrorizar a sus nietos para que finalmente, tras hacer de España un desierto, los sucesores de Franco pudiesen permitirse convocar elecciones, a sabiendas de que los españoles habían aprendido ya a votar correctamente; y legalizar incluso al Partido Comunista, con la certeza de que la pluralidad de partidos no iba a poner en peligro la soberanía natural del capitalismo y la gestión del imperialismo estadounidense.

Porque lo que no se explica en nuestras escuelas es que la “transición democrática” comenzó en España el 18 de julio de 1936, cinco meses después de la victoria electoral del Frente Popular, y que la guerra civil española no fue, como se dice, un “ensayo de la Segunda Guerra Mundial” sino más bien un episodio más, dificultado por la resistencia democrática de los pueblos, en la colosal e inescrupulosa obra ortopédica del capitalismo, en su minuciosa, versátil y finalmente sangrienta iniciativa pedagógica destinada a enseñar a votar juiciosamente; es decir, destinada a ajustar la voluntad de los ciudadanos a la reproducción automática de los grandes intereses económicos. Es comprensible, y desgraciadamente inevitable, que en un mundo en el que la Democracia invade países, bombardea ciudades y construye campos de concentración, el sistema mismo de elecciones nos parezca solamente una trampa concebida y fabricada por los poderosos. Pero olvidamos que el derecho al voto, extendido muy recientemente a las mujeres, fue una conquista popular duramente arrancada a los gobernantes; y que la democracia, incluso en su modelo representativo y sufragista, fue ganada en una lucha a muerte con un altísimo coste en vidas humanas; y que el capitalismo, como demuestra el helenista italiano Luciano Canfora, se limita a manejarla mediante una estrategia pedagógica que no excluye ningún método, según las circunstancias y los países: manipulación legal, propaganda, soborno y, llegado el caso, fascismo. Si de algo fue un “ensayo” la guerra civil española fue de las intervenciones estadounidenses en Latinoamérica a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, según un principio que ya he enunciado en otras ocasiones: cada treinta años se mata a casi todo el mundo y después se deja votar a los supervivientes. Cien años de levantamientos y revoluciones en Francia acabaron en 1871 con el establecimiento de una república democrática: los 30.000 fusilados de la Comuna de París constituyen el modelo “democratizador” que sesenta años más tarde dará al traste con la República española y que todavía hoy se sigue aplicando en muchas regiones del globo.

La “guerra civil” española, pues, no fue sino una manifestación más de esa “pedagogía del voto” capitalista que la recurrencia estadística ha acabado por asociar a América Latina. No está de más, por tanto, recordar algunos datos de todos conocidos.

En Argentina, entre 1976 y 1983, la dictadura militar produce 30,000 muertos y desaparecidos, como consecuencia del principio establecido en 1977 por el general de brigada Manuel Saint Jean, gobernador de Buenos Aires: “Primero vamos a matar a todos los subversivos, después a sus colaboradores; después a los simpatizantes; después a los indiferentes, y por último, a los tímidos”.

En Chile, entre 1973 y 1988, Pinochet hace desaparecer al menos a 3197 personas y tortura a más de 35.000. Los propósitos “pedagógicos” del dictador, y los límites de la democracia restaurada por él mismo, fueron explícitamente expresados en una famosa declaración en vísperas de las elecciones de 1989: “Estoy dispuesto a aceptar el resultado de las elecciones, con tal de que no gane ninguna opción de izquierdas”.

En El Salvador, entre 1980 y 1991, la guerra civil ocasiona 75.000 muertos y desaparecidos.

Al régimen del general Strossner, que zapateó Paraguay entre 1954 y 1989, se le imputan alrededor de 11 mil desaparecidos y asesinados, además de centenares de presos políticos y exilios forzados.

Según el informe de la Comisión por la Verdad y la Reconciliación, entre 1980 y el año 2000 el balance en Perú es de 70.000 muertos y 4.000 desaparecidos. El general Luis Cisneros Vizquerra, presidente del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas declara en octubre de 1983: "Para que las Fuerzas policiales puedan tener éxito, tienen que comenzar a matar senderistas y no senderistas. Matan a 60 personas y a lo mejor entre ellos hay tres senderistas. Esta es la única forma de ganar a la subversión".

En Guatemala, entre 1960 y 1996 se registran 50.000 desaparecidos y 200.000 muertos, según la comisión de Esclarecimiento Histórico de 1999, que atribuye el 93% de las víctimas a los militares.

En Uruguay, entre Junio de 1973 a Febrero de 1985, uno de cada cinco ciudadanos pasó por las cárcel; uno de cada diez fue torturado; una quinta parte de la poblacion (unas 600.000 personas) se vio obligada a emigrar, cientos desaparecieron; otros sencillamente fueron asesinados.

En Haití, bajo la dinastía de los Duvalier entre 1957 y 1986, son asesinadas más de 200.000 personas, a las que hay que añadir las miles de víctimas del golpe de Estado de Raoul Cedras contra Aristide y las que se han producido en los dos últimos años tras el nuevo derrocamiento violento del presidente electo y antes de la victoria electoral de René Preval.

En Nicaragua, la dictadura de los Somoza produce al menos 50.000 muertos, a los que hay que sumar otras 38.000 víctimas mortales como consecuencia de la guerra de baja intensidad sostenida en la década de los 80, con el apoyo y financiamiento estadounidense, contra el gobierno democrático sandinista.

El caso de Colombia adquiere dimensiones casi dantescas. La magnitud del exterminio es tal que no hay cifras totales, ni siquiera aproximadas, para los últimos 40 años de “pedagogía del voto” capitalista. A partir de los años 80 se calcula en torno a los 20.000 muertos todos los años, 4.000 de ellos relacionados con la violencia política (lo que, extrapolando abusivamente los datos, daría un cómputo global de unos 200.000 muertos desde 1965). Sólo en los últimos años, las Asociaciones de Familiares Desaparecidos han denunciado 7.000 desapariciones; el número de desplazados internos en los últimos 20 años es de 3.500.000. Colombia registra el único caso conocido de un verdadero y sistemático “genocidio” político ejecutado contra una fuerza legal, la Unión Patriótica, 5.000 de cuyos miembros –diputados, senadores, afiliados- fueron asesinados en 10 años, haciendo ciertas las declaraciones de un miembro del ELN, según el cual en Colombia “es mucho más peligroso hacer política que luchar en la guerrilla”.

A los muertos de la “pedagogía del voto” capitalista en los países mencionados, habría que añadir las miles de víctimas en la República Dominicana, Honduras, Brasil, México, Bolivia o la propia Venezuela, ortopédicamente dirigida durante décadas por las dos tenazas del cangrejo adeco-copeyano y cuyo último episodio sangriento fue el llamado “caracazo” de 1989 con sus entre 400 y 2000 civiles asesinados, según las fuentes.

La “pedagogía del voto” capitalista, con sus millones de muertos, ha pretendido que los latinoamericanos supervivientes acudiesen a las urnas, cuando eso se les ha permitido, bajo la amenaza oligárquica de esta alternativa terrible: el voto o la vida. Pero precisamente Venezuela ha demostrado que se puede votar libremente y, del mismo modo que el miedo es contagioso, también lo es la audacia. Los latinoamericanos, a pesar de los muertos, los torturados y los desaparecidos, a pesar del desierto inducido en el que sólo crecen el olvido y el terror, ha perdido el miedo a votar incorrectamente. Es decir, democráticamente. La nueva democracia latinoamericana, como nos lo recuerdan las jornadas de abril del 2002 en Venezuela, expone a un peligro adicional a sus pueblos: cuanto más incorrectamente voten más recurrirán los EEUU (y sus aliados europeos) a “pedagogías” clásicas y extremas. Cuanto más aislados estén sus pueblos, más tentados se sentirán los EEUU (y sus aliados europeos) de recurrir a la violencia “educativa”. Por eso la defensa de Venezuela debe ser epidémica; es decir, bolivariana; es decir, depende del contagio irresistible de la audacia –que ya se anuncia- al mayor número de países, de manera que, como quería Bolívar, una vasta confederación latinoamericana sea capaz, mediante ALBAS o auroras, de disuadir de momento (a la espera del despertar de su propio pueblo) al imperialismo estadounidense y a las fuerzas que lo apoyan.

Pero la “pedagogía del voto” capitalista, con sus horribles cifras de cadáveres, debe ser evocada también a favor de Cuba, obstinada anomalía que se sustrajo al siniestro balance de “la educación para el capitalismo”. El pueblo de Cuba se autodeterminó mediante una revolución armada y desde entonces se ha defendido sola, con las dificultades y deformaciones que de un milagro semejante se derivan. En comparación con lo que ha sido la situación del resto de Latinoamérica, podemos no tener en cuenta, si despreciamos la humanidad, las vidas que ha salvado la revolución gracias a su medicina pública, la eliminación de la desnutrición o la desaparición de la marginalidad y la violencia mafiosa –por citar apenas tres factores de letal eficacia en todo el mundo. De hecho, estos logros inapreciables son habitualmente silenciados o menospreciados, desde los medios de comunicación, por los que consideran que el riesgo (para los otros) es inseparable de la (propia) libertad; y que más vale que se mueran de hambre (o de gripe o baleados) los demás a morir uno mismo de aburrimiento.

Pero lo que no se puede de ninguna manera menospreciar, y sin embargo nunca lo mencionamos, ni siquiera desde la izquierda, es que la revolución cubana, durante más de cuarenta años, ha mantenido al pueblo cubano protegido de la “pedagogía del voto” capitalista que ha devastado, con la regularidad de una marea y la precisión de un esquema, uno por uno y todos a la vez, todos los países de América Latina. Si nos atenemos a los datos citados y hacemos una media ajustada hacia abajo, podemos concluir muy prudentemente que, cuarenta años después, la revolución cubana ha salvado por lo menos a 30.000 personas de morir brutalmente asesinadas. En este mismo período, digámoslo así, en Cuba no sólo se ha vivido mejor que en el resto de Latinoamérica sino que han vivido muchas más personas, todos esos miles de ciudadanos que habrían sido torturados y asesinados por ejércitos, paramilitares, escuadrones de la muerte, dictadores y demócratas afascistados a fin de que los supervivientes votasen al candidato de los EEUU en las intermitencias electorales. Cuba se ha ahorrado 30.000 muertos y sólo por esto valdría la pena apoyarse en su revolución y seguir su ejemplo; y porque este incalculable ahorro de violencia y de cadáveres, después de cuarenta años, ha constituido para los cubanos una verdadera pedagogía cotidiana que, después de cuarenta años y con un resultado exactamente contrario al de España, ha fecundado un pueblo nuevo liberado de la esclavitud mental y material.

Por eso Cuba es, al mismo tiempo, fuerte e ingenua; por eso Cuba no ha cedido y difícilmente cederá. Fidel Castro advertía recientemente sobre los peligros de un fracaso endógeno de la revolución; pero entre la reversibilidad desde dentro de la revolución cubana y la irreversibilidad desde dentro del capitalismo español, la diferencia sigue siendo enorme y es la diferencia de dos pedagogías y dos pueblos diferentes, productos respectivamente de una victoria y una derrota: la victoria de la Cuba socialista, con sus límites y sus deformaciones, y la derrota de la España republicana, con sus viejitos firmes, sus campesinos valientes y sus intelectuales despiertos enterrados en las cunetas.

viernes, 7 de diciembre de 2007

El "analista", el protagonista y la Historia: Homero, Aquiles y La Ilíada

Oírnos y explorarnos como pueblo llano siempre deja datos que “no se nos habían ocurrido”, y muchas sensaciones esclarecedoras. Pero uno es terco. Uno se traiciona. Uno comete el mismo error una y otra vez: tanto que habla uno de los preintelectuales y seudointelectuales que infestan con su presencia los medios de comunicación, y al final no puede uno dejar de escucharlos o leerlos. Ensalza uno la real o pretendida ilustración de los opinadores en desmedro de la sabiduría popular. Prefiere uno admirar al intérprete que al autor; escuchar al narrador en lugar de interpelar al protagonista.

Recuerdo la conocida anécdota de Eduardo Blanco: cuando niño su tío lo llevó a recorrer el campo de Carabobo, acompañado de José Antonio Páez. Este explicaba en cada punto la estrategia y movimientos del Ejército Libertador en la Batalla de Carabobo, acción en la cual Páez mató y vio morir a tantos hombres. En mitad del recorrido, cuando el Centauro estaba por explicar la hazaña del temible escuadrón Valencey en su retirada, el padre del muchacho le señaló al futuro escritor: “Escúchalo bien: Aquiles está contando La Iliada”.

Uno leyó La Ilíada en la voz de Homero porque el improbable Aquiles no pudo contársela a la humanidad. La pluma de Eduardo Blanco nos contó en Venezuela Heroica todo cuanto le dijeron sus padres y los héroes ya muertos.

En el caso presente, apelar a los cronistas para tratar de entender el curso de la historia actual es un sinsentido, una estupidez, ya que el protagonista no es un héroe que murió de viejo o en batalla, sino que está vivo, no sólo echando el cuento sino construyéndolo: sólo el pueblo conoce la historia del pueblo. Nosotros somos el pueblo, y esa voz que truena a nuestro lado en la camioneta o en el metro, en el bar y en la plaza, es el eco de nuestra propia voz colectiva. ¿Por qué invertir neuronas en leer a quienes quieren interpretarnos desde un penthouse o desde un restaurant? ¿Hasta cuándo pedirle al horno (o el olmo) de la clase media que nos dé las peras del entendimiento de lo venezolano actual?

¿Qué placer masoquista es ese que nos impele a esculcar los artículos de Poleo, Tulio Hernández, el Malaver, el Masó y demás desodorantes destacados en la hedentina generalizada del periodismo de opinión?

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Creo saberlo, y me confieso culpable: aunque lo neguemos, tiende uno a creer que las lecturas explicativas más brillantes y dignas de ser abordadas están en el tintero y en la lengua de los “analistas” y “expertos”. Invierte uno demasiado tiempo leyendo a los figurones de la prensa y presenciando sus farfullares en radio y televisión. Ese tiempo sólo sirve, en la mayoría de los casos, para percatarse de cuánta verdad y cuánta hondura hay en el señor que barre las calles, en el que vende café, en la doña del quiosco. Cuántas parrafadas de hiel de un estúpido como Rodolfo Schmidt pude haberle ahorrado al depósito de palabras desechables de mi memoria, si en lugar de estar leyendo cierta columna me hubiera quedado un rato más discutiendo con el viejo Miguel allá en La Cañada. ¿Cuánto hubiese yo ganado en verdades esclarecedoras y en la faceta más humana de la política, si en lugar de estar una tarde-noche padeciendo al protozoo de “Aló, Ciudadano”, como lo hice el sábado primero de diciembre, le hubiese sacado más reflexiones a mi pobre vieja Bertha, hospitalizada y devastada por el segundo accidente cerebro-vascular de su ancianidad’

En el duermevela de su conmoción, fulminada por un vergajazo sanguíneo que de vaina no se la lleva, y amodorrada por un calmante más o menos poderoso, la pure dijo de pronto: “Mañana me llevan a votar por el Sí. O díganle al CNE que traiga para la clínica una urna para que voten los enfermos”. Y unos segundos después: “No, mejor no. Yo no entiendo esas elecciones, eso está muy enredao, ¿verdá?”.

El subconsciente de esa doñita, cuyos bienes y propiedades consisten en tres cuartos de siglo de nomadismo y pobreza estimulado a salir a la superficie por un Rivotril de medio miligramo, le regaló al Poder Electoral y al país una propuesta o reflexión que debe ser evaluada de inmediato si este es un país serio: ¿por qué cuando hay elecciones las personas que están hospitalizadas deben abstenerse de ejercer su derecho? ¿Por qué el CNE instala mesas de votación en las cárceles del país pero no lo hace en los hospitales y clínicas? Nadie ha de pararle bolas porque el proponente de la idea no es un abogado ni un militar, sino mi triste vieja cartagenera, esa mujer frágil y abandonada por su familia biológica; esa mujer que me medio crió y me enseñó a leer y a escribir a mis cuatro años; alfabeta funcional apenas y ascensorista en sus mejores tiempos. En tiempos de democracia participativa y protagónica hay que apellidarse Escarrá o Blyde para que te paren bolas en los tribunales o en la televisión. El pueblo de mierda no hace leyes: éstas se le imponen, y si no las cumple pues toma tu cárcel, tu patada por el culo y el desprecio de “la gente estudiada”.

También me explicó la Bertha, mejor y con más sencillez de alma que cualquier “brillante analista político”, una de las posibles causas del traspié del día siguiente: el chavista que se abstuvo de votar está emocionalmente con Chávez y su proyecto, pero la vergüenza, el honor, su íntima honestidad y su humildad a toda prueba, le dictó a la hora de la chiquita una instrucción que hemos pasado por alto quizá voluntariamente: tres millones de chavistas se quedaron en sus casas porque el lenguaje de los leguleyos, el palabreo engreído y fastidioso de los hermanos Escarrá y sus compinches de lado y lado, podrán servir para montar escenas fastuosas en la Asamblea Nacional, pero no sirven para explicarle al obrero, el ama de casa, el pregonero y el pobre de solemnidad por qué es preciso cambiar un artículo incomprensible por uno hermético.

No se trata, en todo caso, de suscribir la explicación que daba otro idiota más, periodista de El Nacional, refiriéndose a las motivaciones de los pobres y de la clase media de cara al referéndum. Decía el sujeto en su artículo: “El taxista votará NO porque la inseguridad lo agobia. El panadero votará NO porque su humilde negocio está en peligro. El campesino votará NO porque la tierra que trabaja nunca será suya. Hice un recuento y me di cuenta de algo: ellos están contra la reforma por motivos puramente materiales. Mis razones, en cambio, son de orden espiritual: yo rechazo a la reforma porque creo en la democracia”.

Hasta pato será y en su casa no lo saben.

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Todavía muchos siguen y seguirán indagando en las razones de la abstención del chavista promedio, esos tres millones cuya ausencia marcó la diferencia a favor del NO. Recomendación: no sigan preguntándole al intelectual y al argumentador de pacotilla. La Ilíada está en pleno desarrollo y Aquiles está en la calle, contando sus hazañas a cada momento, en cada esquina. Homero está contando su versión en la TV (gracioso programa, ese de Los Simpson): quédense con la versión del protagonista.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Una propuesta urgente a las expresiones del Poder Popular

Dedico este germen de análisis a José Tomás Boves, primer jefe de la democracia venezolana, hoy día de su cumpleaños 224. El grito de guerra de las huestes del asturiano, al llegar a cada población, era: "¡Muéranse! ¡Llegó el hombre!". En el caso actual, creo que el hombre que debe decidirse a llegar es el hombre colectivo.
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Artículos referenciales:

Cuatro millones 400 mil aglutinados en torno al liderazgo de un hombre han sido derrotados por cuatro millones 500 mil venezolanos estimulados por el odio y el desprecio a ese mismo hombre.
Ha ganado la democracia. Evidentemente.

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Así me interpelaba Daniel Lara comentando un artículo anterior:

"Esa constitución, esa reforma Deforma al movimiento popular. Lo burocratiza, lo convierte en apéndice del gobierno, lo coarta, lo infiltra, lo soborna (...) Lo mejor que le podría pasar a Chávez, al chavismo y al movimiento popular es que esa reforma no pase. Que el chavismo se exorcise a si mismo y se separen las cosas claramente: el gobierno es el gobierno, el movimiento popular es el movimiento popular, autónomo y dueño de si mismo. Sin burocracias, sin diosdados y sin leyes del tipo "simplificación de trámites administrativos" que tu mejor que yo conoces".

Aunque estoy de acuerdo en lo esencial del planteamiento, esto le respondí al expositor:

"El Poder Popular no es deformable. Sólo se burocratiza quien quiere, quien se deja deformar. Si aprueban la cosa esa y un miembro del Poder Popular acepta ponerse a la orden del Ejecutivo, dejará de ser dirigente popular para convertirse en un funcionario. Habrá quienes caigan, pero el Poder Popular siempre ha de existir. Al margen del Estado".

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Creo que la derrota de ayer pone a las fuerzas populares del chavismo en un momento crucial, en el cual:

1) Debe entender que la política no puede registrar como punto de honor la obligación o necesidad de ganar elecciones. Las victorias electorales son producto de un trabajo grandioso, a veces sucio, a veces honesto, pero duro y sostenido; las victorias electorales nunca pueden ser un fin en sí mismo.
2) Debe sacudirse la modorra que mantiene a muchos dirigentes populares confundidos en una encrucijada tan falsa como lamentable: ¿somos líderes del pueblo o subalternos de Chávez? El síndrome del "líder único", suavizado o empeorado al llamarlo "líder máximo", obvia el hecho de que las Revoluciones son producto de un liderazgo colectivo. Chávez es referencia y timonel de esta parte de nuestro Proceso Histórico Social, pero Chávez no es el papá de ese Proceso: es un producto formidable del mismo, lo mismo que nosotros como fuerza multitudinaria.
3) Debe sincerar las cuentas: los adversarios son muchos. No por ello dejan de ser una parranda de güevones, pero son muchos güevones y están aprendiendo a juntarse. Así que es preciso dejar de comportarse como si ese factor, ese obstáculo, ese asunto que se mueve allá al fondo, y a veces aquí frente a nuestras narices, fuera algo que se pueda suprimir volteando para otro lado. Hasta los rastreadores de vida extraterrestre han asumido con valor el eslogan: "No estamos solos". No hace falta mucha destreza para admitir eso mismo desde esta acera de Venezuela.

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Lo escribí dos días después de presentada al país la propuesta de Reforma por parte del presidente Hugo Chávez. Así esto rompa el sagrado himen del recato, la etiqueta y la modestia (o precisamente por ello) quiero proceder a autocitarme:
  • “…decretar que el Poder Popular es uno de los poderes del Estado es un disparate, un absurdo monumental, ya que tiende a convertir en simple burócrata asalariado o en empleado público al luchador social, al ser humano que da la vida por mejorar a los suyos y no por un sueldo o cargo público. El Poder Popular no puede ser un apéndice del Estado: debe existir para confrontar al poder inmenso del Estado, ser su imagen especular, su contrapeso…”.

Para quien conoce o al menos tiene referencias de lo que ha significado construir el Poder Popular en las entrañas de un Estado Burgués, tiene que resultar engorroso meter en una sola frase optimista las nociones de Pueblo Organizado y Ordenamiento Jurídico. Porque las expresiones más heroicas, genuinas, duraderas y ejemplares del Poder Popular se han construido 1) al margen de las leyes, y 2) en contra de las leyes.

Lo duradero suele nacer de lo ilegal. ¿Qué fue el estallido febrerista que comenzó todo esto, sino un atentado masivo contra uno de los totems de la cultura occidental (la propiedad privada)? ¿Alguien se imagina a Bolívar solicitándole a la Corona un decreto que legalizara el proceso de liquidación de la dominación imperial? ¿Qué artículo 350 de mis tormentos invocó Bolívar para soltar el conmovedor Decreto de Guerra a Muerte? Allá los que creen que las vanguardias legítimas y los pueblos necesitan papeles para hacer o deshacer.

Los liderazgos surgidos de lo profundo del pueblo no se cocinan en los pulcros recipientes de la legislación o las instituciones. El crisol donde cobró forma esta ensalada de movimientos organizados que hoy apoya el proyecto bolivariano fue una bacinilla infecta donde no faltaron como ingredientes la cárcel, la persecución, la represión a punta de plomo, los allanamientos, la vejación y el escarnio a través de los medios: te encarcelaban o te mataban, y después te llamaban criminal. Si algo hay que admirarles a los líderes comunales, campesinos, obreros y nómadas de este país, es que su estatura y su autoridad moral la consiguieron con dolor, no en laboratorios mediáticos. La derecha jamás admitirá esta singular diferencia entre su “liderazgo” y el que creció a la sombra de la historia patria. Algo adentro les dice que ser líder es algo más que aparecer en televisión, pero aparecer en televisión es más sabroso.


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La burocracia anquilosa, momifica, pervierte. La energía que mueve a la humanidad hacia la democracia plena se encuentra en esto que somos (me refiero a las muchas expresiones del pueblo organizado). Estoy orgulloso de los compas militantes de estos grupos. En ellos he percibido más virtudes y ventajas que patas cojas: aquí hay talento, inteligencias alternas, calidad humana, solidaridad, pasión, amor a la tierra y a los seres humanos; conocimiento y dominio territorial, un impresionante acumulado histórico y cultural como pueblo, poder de fuego, madurez y responsabilidad para ponerlo alerta y para utilizarlo. Somos un país disperso, bullente y escandaloso dentro de otro país llamado Venezuela.
Va una propuesta para ustedes, colectivos organizados: vamos a mantener la comunicación y las redes que cobraron forma en estos últimos dos meses, y preparar en colectivo la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. No desde el liderazgo de otro aspirante a coloso o a ministro, sino desde la necesidad multitudinaria de organizar a la patria en una estructura más humana y fresca que la actual.

Ganó el NO en ambos bloques propuestos

En ambos bloques, la diferencia entre las votaciones fue menor a 2 por ciento.
El primer boletín del CNE, cuyos resultados muestran una tendencia "irreversible" según su presidenta, Tibisay Lucena, revela lo siguiente:

NO:4 millones 504 mil 354 con 50,70%.
SÍ: 4 millones 379 mil 392 con
49.29%.

Los únicos escenarios probables: a minutos, horas o días de la aparición en escena de Tibisay Lucena en las pantallas de TV

  • Ganan ambos bloques del SI por estrecho margen. El antichavismo desconoce resultados: coñaza en la calle.
  • Gana un bloque del SI (el original) por estrecho margen y pierde el otro, ídem. El antichavismo echa unas pataletas de mentira porque todo ha sido negociado "arriba". Alguna que otra escaramuza; tranquilidad en pocos días u horas.
  • Gana el NO en ambos bloques. El Gobierno reconoce la derrota y todo el mundo a gozarse las navidades. Y a recomenzar alguna peleíta natural o artificial en enero.
  • Desacuerdo general entre facciones militares: coñaza en la calle con presencia militar.

Les juro por mis hijos que no hay más opciones. No le busquen variantes ni posibilidades extras.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Penúltima hora: reuniones del Alto Mando Militar

"La cosa", según informes de primera mano, se está discutiendo en el Fuerte Tiuna. Militares chavistas y de los otros "discuten" sobre el tema.
Decida usted qué tan eficaz sinónimo de discutir es el verbo decidir.

Acaben con esta maldita película de terror

No, no me venga con que usted tiene el suficiente aplomo, a estas alturas de la noche, como para decir que le importa un coño el desenlace oficial (o más bien legal) de la película con guión de Stephen King. No de la continuación callejera, sino con el cuento de los votos, los porcentajes y las ventajas mínimas
Quédese ahí. Que nadie se acueste a dormir sin saberlo.
Por mi parte, ya pueden acabarse las fiestas decembrinas: con las arrecheras, el suspenso, los rumores y las carcajadas invertidas de hace cinco horas para acá, ya cubrí mi cuota navideña de administración de sensaciones.
Mañana hablamos entonces del país y de la nueva circunstancia. Que ha de ser igualmente rica en estira-y-encoge.

sábado, 1 de diciembre de 2007

La cobertura de los eventos de mañana

El moderador de este blog hará algún trabajo comunicacional desde este momento, durante la jornada electoral de mañana y después, cuando se divulguen los resultados oficiales. Algo de lo que recoja estará disponible en Perrovisión, en este mismo blog y en otros espacios virtuales.

Les recomiendo estar atentos a los siguientes:
Y por supuesto, los respectivos espacios de Yosmary, Lubrio y los de todos esos bichos comunistas que han de arder en la peor hoguera del infierno, si es que ya no están en ese lugar (y si es que de verdad en el infierno hay hogueras).

Por ahí nos vemos y nos leemos.