sábado, 18 de abril de 2009

Currtura

La convención ha querido imponer la idea de que cultivo es a cultura lo que lectura es a cosecha: cultivar (se) es estudiar, estudiar significa ir a la escuela y por lo tanto sólo merece llamarse culto el que lee mucho. El que ha arado dentro de su cabeza (me agarró limpio, caballero) un sembradío de lo que occidente llama “saber”. Y saber no es cualquier cosa sino un muy aburrido catálogo donde tienen cabida la música académica (clásica, la llaman por ahí), unos cuantos autores europeos y algún latinoamericano cuyo amaneramiento y mañas refinadas lo hacen parecer europeo (ah, Rubén Darío), la absorción dócil y disciplinada de la Historia europea, y la exaltación de lo que ha hecho el hombre blanco en desmedro de esos bárbaros y salvajes que somos los nuestroamericanos, africanos, asiáticos y tal.


De semejante punto de partida nacen aberraciones como esa de considerar filantrópica la “obra” del “maestro” Abreu, porque dizque enseñar a los carajitos a tocar oboe, fagot y violín los aleja de la delincuencia. Ya lo sabe: si en lugar de eso usted estimula a su chamo a tocar tambor, cuatro o maracas, le saldrá delincuente. Por eso a los músicos, directores y jalabolas de las orquestas sinfónicas (y al “maestro” Abreu) se les paga tan bien, mientras que los cultores del tamunangue y el calipso tienen que mamarse un tornillo: la música “culta” eleva el espíritu (y los números de la cuenta bancaria de Abreu); la música esa de negros, en cambio, fomenta la vagancia, el malandreo y las malas costumbres.

Les juro que el tema de esta columna no son las orquestas sinfónicas del “maestro” ni el arrase multimillonario de proyecto tan estúpido y contranatura como ese. Lo que pasa es que medio rocé el tema y me hizo arrechar antes de tiempo.

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A lo que iba. Muchos de nosotros creemos (o mejor dicho: parece que lo sabemos) que la Cultura es hechura de pueblos y no de elegidos. Que la cultura la hace la gente en su diario construir de sociedades, y no un puñado de grupos y personas a quienes hay que pagarles para que produzcan bienes culturales. Al parecer lo sabemos. Sin embargo, desde que tenemos a un aliado en la jefatura del Estado, y a otros en algunas instancias tipo alcaldías o gobernaciones, hablamos y nos comportamos como si eso de Cultura fuera una vaina que el Gobierno debe hacer y fomentar para que el pueblo se divierta. Y a veces algo más grave aún: tendemos a sospechar que los ciudadanos tenemos un problema de "falta de cultura", y que esa es la razón por la cual hay embarazos adolescentes, violencia, malandreo, consumo de drogas, irrespeto a las leyes de tránsito, malos hábitos a la hora de botar la basura, etcétera.

Tendemos entonces también a casarnos con la idea según la cual la misión de una gestión de Cultura de equis alcaldía o institución, consiste en darle a la gente "la cultura que no tiene". Como la gente "es inculta", entonces venimos yo y mi gestión y le proporcionamos insumos para volverla culta. Le pedimos al “maestro” que cree una orquesta sinfónica por cada cuadra: “cul-tu-ri-za-mos” a los pobres, indios y negros y entonces de pronto a los carajitos ya no les provoca fornicar a los 11 años, empezamos a botar la basura en su sitio, respetamos las leyes de tránsito, no nos carcajeamos sino que musitamos una risita con la punta de los dedos sobre los labios, se nos quitan esas terribles ganas de echarnos las cervezas en la esquina, se nos quitan esas (más terribles aun) ganas de escuchar salsa, joropo o vallenato, y nos volvemos otra vez los propios respetuosos de la cultura blanca, porque no hay pobre culto sino pobre espectador y esclavo obediente: cállate el hocico, perro, el amo está escuchando un recital.

Todo eso es un insulto a nuestra gente, de esa forma piensan quienes han gobernado este país por 500 años: esos son el lenguaje y la actitud del enemigo, ni más ni menos. Pero por alguna razón nosotros, defensores y propulsores de una Revolución o de algo que puede llegar a serlo, nos gusta seguir midiendo a los nuestros con esa vara. Seguimos creyendo que la cultura es algo que debe mostrarse en una tarima, en un anfiteatro, en un proscenio, y les negamos a ciertas manifestaciones de la cultura cimarrona, bravía y poderosa de nuestra gente, la condición misma de expresión genuina de una herencia social. En lo personal, yo llevo más de 20 años presenciando (y recordando el día infame en que debí caer en plan de víctima, pobre montuno recién llegado de Carora) la manifestación más ruda y vigorosa del carnaval caraqueño: La Piscina, esa práctica indolente en la cual los muchachos de ciertas zonas abren un hueco gigante en la tierra, lo llenan de orines, pintura, harina, huevo y en ocasiones hasta agua y otros líquidos innobles, esperan a que pase cerca de ahí alguien vestido para otra ocasión que no sea el bravo carnaval caraqueño y lo arrastran sin misericordia hacia la fulana piscina, donde su vestimenta y su dignidad quedan literalmente hechas mierda.

(Dije misericordia, y bien puesto está ahí: la misericordia es un sentimiento asociado a la lástima del que tiene por el que no tiene; el ser que da limosnas puede que sea un hijueputa pero es misericordioso, y misericordia es lo que exige el catolicismo a sus oficiantes).

El Estado jamás reconocerá ese tipo de manifestación popular como cultura. Quizá tenga que ver con que no hay forma de financiar ni de sacar provecho económico de ella. Cosa que sí es viable y factible con esperpentos ajenos a nosotros como pueblo tipo carrozas, reinas del carnaval, bailes, conciertos. Jamás verá usted una pancarta de Polar que anuncie: “Este sábado 8, gran bañada de pintura y guerra de bombas de agua contra los güevones que pasan”. No, siempre es más “culto” y susceptible de financiamiento coronar a una “reina” que lance caramelos y papelillos.



sábado, 11 de abril de 2009

Días de abril

He abierto un nuevo blog, cuyo contenido son las páginas de un libro compilatorio que escribí para Fundarte en 2007: Del 11 al 13. Testimonios y grandes historias mínimas de abil 2002 (clic aquí). El libro en físico puede adquirirse por ahí, creo que en las Librerías del Sur y otros lugares. En ese blog cuyo enlace acabo de poner acá arriba puede leerlo gratismente, imprimirlo, regalarlo, recomendarlo, insultarlo, lo que le dé la gana. Le autorizaría también a comercializarlo, pero le aseguro que no vale la pena. Nadie se hace rico vendiendo libros de bichos desconocidos, y a veces ni siquiera pirateando libros de autores famosos.
¿De qué va el libro? Es una recopilación de testimonios de personas que estuvieron (me incluyo; hay algo de mi propio testimonio allí) en el centro de Caracas o en otras trincheras de batalla el 11 de abril; que fueron participantes y/o testigos del estallido del 12, las candelas del 13 y la fiesta del 14 en la madrugada.
Siempre alguien dice las cosas mejor que uno. En este caso, aunque somos pueblo y como pueblo hablamos, avanzamos, nos equivocamos, estallamos de felicidad y llevamos leña por ese lomo, resulta evidentemente y por razones obvias mucho mejor escuchar a varios compatriotas que a uno solo. Así pues, en esos testimonios encontramos más sustancia, explicaciones, claves y datos inéditos que en la voz de un solo sujeto.
Dice Gino González, por cierto, que cada uno somos gota y todos el aguacero. Una de esas gotas es el propio Gino, quien compuso un extraordinario resumen de lo sucedido en esos días. Se titula Del despecho a la alegría, y vale la pena volverlo a oír, palabra por palabra y acorde por acorde:





En cuanto a mi propio punto de vista, por estos días me mueve una certeza: la fecha digna de ser resaltada es el 12 de abril de 2002. No el 13, como ha convenido el chavismo oficial, y mucho menos el 11, como quiere establecer la derecha antochavista. Fue el 12 cuando ocurrió ese evento histórico extraño, anómalo y desconcertante, ocurrido sólo unas cuatro veces desde 1810 hasta nuestros días: la activación del pueblo en sus facetas destructivas, en ausencia de la autoridad nacional o poder constituido. Ocurrió el 6 de julio de 1811. Ocurrió el 5 de diciembre de 1814, a la muerte de José Tomás Boves. Ocurrió en febrero de 1836. Volvió a ocurrir el 23 de enero de 1958. De nuevo estalló el 27 de febrero de 1989. Y finalmente lo hizo el 12 de abril de 2002, no bien el güevón de Carmona (encumbrado por militares, sindicaleros y empresarios, seguidos por una buena cantidad de comemierdas de la "sociedad civil" que salieron a meterle gasolina al caos sin saber para qué los estaban arreando) se calzó a sí mismo la corona de rey de Venezuela.
En todas esas fechas se produjeron situaciones de diverso signo, orientación, causalidad y resultados, pero un ingrediente es común a todas: la figura a quien el pueblo oprimido consideraba autoridad, fuera ésta querida o no, legítima o no, aceptada o no, quedó suprimida (la Corona española en 1811; Boves en 1814; Gómez en el 35 -el estallido fue en el 36, con un blandengue López Contreras que luego se endureció-; Pérez Jiménez en el 58; el Puntofijismo en pleno en el 89, Chávez en 2002), y en ese espacio límbico llamado vacío de poder (¿les suena?) se produce la activación espontánea del pueblo como fuerza constituyente.
Sí, hubo vacío de poder el 11 de abril. Pues de bolas: ¿no tenían acaso secuestrado a quien detentaba el poder?

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La derecha, y la izquierda que se cree derecha, seguirá insistiendo en que "los pistoleros de Llaguno" estaban disparándole a la marcha de sifrinos que nevía del este. Suficientes testimonios audiovisuales rebaten ese embuste grotesco cocinado por Venevisión y multiplicado por mucho hijo de la gran puta, ese cuyo conjunto llamamos nuestro enemigo. Este año, mis líneas de recordación de la fecha van dedicadas a ellos. A los pistoleros. Y les pongo el nombre que el enemigo quiere encasquetarles. Porque es preciso reivindicar los datos y claves que los aterroriza. Quizá así terminen de entender que estaremos esperándolos, vengan por las buenas o por las malas.

domingo, 5 de abril de 2009

Los revolucionarios momificados

En estos días estamos dándole con fuerza a la propuesta o iniciativa que de momento se llama Consejo de Comunicadoras y Comunicadores Socialistas . El que haya una buena cantidad de comunicadores (debe ser cercana a 200 la cantidad de participantes, y si se suman los integrantes de todos los colectivos que han enviado allí vocería o representación deben ser muchos más) poniendo en la mesa su discusión, sus inquietudes y sus propuestas, es ya motivo para sentirse optimista con sus posibles avances y resultados. Aun si en este momento ocurriera algún cataclismo o desgracia menor que obligue a suspender la actividad del colectivo que quiere darle forma al Consejo, lo logrado hasta ahora ya habrá valido la pena. Porque la naturaleza de varias de las propuestas, el espíritu desacralizador reinante en todas las mesas (incluso en aquellas donde todavía pena el ánima idiota de cierto insólito conservadurismo) indican que los participantes estamos claros en algo: queremos una revolución en el ámbito llamado Comunicación. Un ámbito que rebasa por mucho, y lo reduce a simple parcela o subproducto, a ese otro ámbito llamado periodismo.
Y aquí es cuando comienza a cobrar sentido este artículo: lo que he llamado “ánima idiota de cierto insólito conservadurismo” no es sino esa enfermedad social ridícula, paralizante, retrogradante, degradante, indigna y desesperante, que lleva a muchos compatriotas a creer que es posible hacer una Revolución defendiendo al pasado y aferrándose a él.
Pero ya vamos para allá. Hablemos primero de las cosas buenas.

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En nuestra Mesa o Comisión, que se llama “Contenidos de la formación de nuevos comunicadores y articulación con las universidades”, hemos asumido como premisa “la convicción de que las escuelas de Comunicación Social y demás instancias universitarias, de donde egresan los profesionales del periodismo, no son ni deben ser las únicas instancias de formación de comunicadores. Esto, porque el fenómeno de la Comunicación abarca un ámbito social y político más amplio que el referido al periodismo”. Esto ha sido la cita textual del documento que hemos preparado para informar y para orientarnos dentro de la conversa y la construcción. Continúo citando:
“Desde esa perspectiva, se plantea como propuesta al Consejo echar las bases para la creación de una Escuela Alterna de Comunicadores. Dadas las complicaciones y lentitud inherentes a la conformación de un ente educativo formal, se propone que en una primera etapa los ensayos de esta etapa germinal tendrán carácter itinerante”.
Cuando estas cosas se dicen en un grupo preparado en su totalidad para aceptar y captar en toda su audacia la palabra dicha y la idea propuesta, la reacción suele ser el entusiasmo. Pero cuando se escuchan o leen estas cosas con ánimo defensivo enseguida saltan las observaciones basadas en premisas falsas, aunque no todas ilegítimas. Ejemplo: hay quien se aferra a lo dicho en las primeras líneas del párrafo anterior para sentenciar: “¿Para qué otra Escuela si ya tenemos a la UBV? ¿Otra instancia burocrática más para enseñar lo mismo?”.
Hubo que explicarles a algunos que la Escuela con la que soñamos no se parece a la escuela anquilosada, medieval y burguesa en la cual se forman los amos y los esclavos que moverán al capitalismo. Nuestra Escuela Alterna de Comunicadores (esta que soñamos y que proponemos) tiene como características principales:
El carácter itinerante: no se trata, como las universidades existentes, de un campo de concentración (ahora los llaman “aulas”) adonde va un grupo de seres humanos arreado como un rebaño a recibir conocimiento de un grupo de docentes que se asumen superiores y con derecho a imponer una visión del mundo. La Escuela seremos nosotros, es decir, el pueblo que se sabe comunicador, en permanente recorrido por nuestros medios de información aportando nuestra experiencia y recibiendo a cambio la experiencia de los nuestros. No hay alumnos ni profesores sino intercambio de saberes (y de ignorares).
El concepto Medio-Escuela: en vista de que todos los oficios se aprenden ejerciéndolos, y no encerrado el aprendiz en un aula (campo de concentración) donde un sabio o imbécil te ordena leer unos libros y razonar de una forma X, bajo amenaza de rasparte la materia si no reproduces dócilmente sus dictados, nuestros periódicos deben funcionar como periódicos-escuela; nuestras emisoras y televisoras, como escuelas de producción audiovisual; las paredes de nuestras ciudades y pueblos, espacios para aprender el muralismo, etcétera.
El voluntariado: La Escuela con la cual soñamos no le proporcionará un sueldo a nadie. Quien quiere enseñar lo que sabe y aprender de los demás debe hacerlo consciente de que ese es su aporte a la construcción de una sociedad distinta, y no con la expectativa burguesa que debemos superar si nos gusta llamarnos socialistas: quien quiera ser “Periodista Profesional” debería entonces inscribirse en una universidad burguesa convencional (UCV, UCAB, Bolivariana), graduarse, llorar de emoción en el acto de grado del aula magna, inscribirse en el cadáver putrefacto de la mierda esa llamada Colegio Nacional de Periodistas, pagar puntualmente la mensualidad, recibir a cambio un carnet y el glorioso derecho a ser explotado en una empresa de esas que mercadean con la información.

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El sábado 28 de marzo tuvo lugar un episodio tristísimo, pero muy interesante, de esta larga lucha por una Revolución genuina en contra de las fuerzas que halan para atrás. En una de las comisiones alguien puso sobre la mesa una propuesta que, repito, si nos llamamos revolucionarios, debería sonar lógica y discutirse abiertamente. La propuesta era que los participantes en la conformación del Consejo debían renunciar en masa al Colegio Nacional de Periodistas. No había terminado de hablar el facineroso, el anarcoide, el muérgano infiltrado por la CIA que propuso semejante cosa, cuando se escucharon horrísonos y trepidantes alaridos de pavor. Terror del puro, compa, como cuando se cayeron las torres gemelas. La moción que se impuso fue: “Eso no está en discusión”. No es que los señores licenciados-colegiados se negaron a renunciar al Colegio, sino algo peor: sostuvieron que eso no se discute. Hay quienes se dicen socialistas pero no quieren acabar con el capitalismo sino acomodarse y sobrevivir dentro de él.
La mayoría de los compatriotas más audaces que conozco, esos que están ejerciendo una comunicación de avanzada, fresca, renovada, pujante y hermosa por su carácter libertario, nacieron en la década de los 80, pero parecen estar condenados a adaptarse a una maldita Ley de 1974 refrendada por Carmelo Lauría y otras momias. Una Ley redactada (y una institución creada) para un tiempo histórico que ellos no vivieron, y que hoy es inservible porque la Venezuela de hoy no es la de los años 70.
Penúltimo llamado: gente de Ávila TV, Voces Latentes, gente de ANMCLA, gente de El Cayapo; grafiteros, raperos, cantores, organizadores de parrandos y sancochos: si ustedes no se apropian de este fulano Consejo asistiremos al lamentable espectáculo de ver a esa instancia caer en manos de unos rrrrevolucionarios con miedo a hacer una revolución.