martes, 27 de julio de 2010

De dioses, héroes y gente postrada

Yo me contenté mucho hace dos semanas. Me entró, no un fresquito, sino una oleada de gélida frescura, cuando Chávez repateó y reputeó a los dueños de la iglesia católica en Venezuela. Pocos días después la sonrisa se me desvaneció cuando vi el acto ese del panteón nacional, donde un cura (¡otro cura!) presidía el show (misa) con motivo de la reinstalación en urna nueva de los restos de Simón Bolívar. Patear a los curas y después rendirle honores a Dios es como patear al violador y después rendirle honores a la violación. ¿Para qué arremeter contra los curas si al final nos aplicamos a reproducir su discurso, a decir exactamente lo que dicen ellos y a adorar lo que ellos nos ordenan adorar, en vivo y directo y en cadena nacional?
El problema mayor con los curas no es que sean antichavistas, ni que sean conspiradores, ni que violen niños, ni que tengan un enorme poder, ni que su máximo jefe haya sido nazi y sus antepasados inquisidores. El problema con esos tipos es lo que son: perpetuadores y beneficiarios de la mentira más grotesca, abominable, digna de risa y al mismo tiempo escabrosa de todos los tiempos. Estos parásitos cobran un sueldo por recordarle a la gente que si se porta bien va para el cielo y si se porta mal entonces viene el diablo y se lo lleva para el infierno. Les suplico que a estas alturas del campeonato no venga a nadie a tratar de convencerme de que las religiones son algo distinto a eso: un ritual, un sistema, un ceremonial de mierda destinado a entrenar a la gente para que esté arrodillada, hincada de cabeza contra el piso o permanentemente temerosa de robarles a los ricos, decir groserías, incomodar a las refinadas clases dominantes o mirarle el culo a la mujer del prójimo, porque verga, los castigos eternos duran mucho y duelen.
En este mundo dominado por mitos, los curas viven como faraones, cobran sueldos, exigen respeto y gozan de privilegios por hacer una tarea: salvarle el alma. Evitar que usted cuando muera arda en un candelero horrible que es el infierno.
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No, camaradas, los curas no son buenos porque se declaren chavistas. Déjense de pendejadas. Los únicos curas buenos son los que se ponen del lado del pueblo como un activador más, haciendo uso de sus manos y su cuerpo y no de la pretendida supremacía que le da el ser representantes de Dios en la tierra. Los curas buenos de los que tengo noticia se llaman Francisco Wuytack y Matías Camuñas. No sé de otros sacerdotes que dejaron de disfrazarse con una sotana, se dejaron de mariqueras y salieron a construir sociedad junto al pueblo pobre. Debe haber muchos casos pero yo sólo sé de estos maravillosos ejemplares humanos.
Al inmenso Wuytack le deben las penúltimas generaciones de La Vega buena parte de su personalidad guerrera y su vocación para construirse contra la adversidad. La Vega existe porque su gente, los fundadores de sus barrios (y el cura belga con ellos) combatieron y derrotaron a los gobiernos, a la policía, a una fábrica de cemento que condenó a muerte o a la discapacidad a muchas personas, y a una naturaleza que cuando no los ahogaba los mataba de sed.
Al gigantesco Camuñas le debe Petare el asombro y la gratitud de ver como un señor español desafió al Estado en el momento de la masacre más abominable del siglo 20 venezolano, se abrió paso entre tombos y cadáveres y le mostró al mundo la profundidad de un crimen (hoy una zorra de clase media cobra en dólares por aquellos muertos, pero donde haya un petareño vivo se sabrá que el negocio llamado Cofavic fue al principio una gesta noble de un caballero llamado Matías Camuñas).
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El temor a Dios tiene cura (y obispo, y papa, y cardenal). Posiblemente también la adoración desmedida de seres humanos; de héroes mitificados y elevados a categoría de ídolos. Algún día tendremos que curarnos, como pueblo, de ciertas supercherías. Pero lo que tenemos hoy, esto a lo que pertenecemos, es una humanidad entrenada para obedecer, temer y postrarse ante entidades o seres “superiores”. Muy rejodido tiene que estar todo esto para que un pobre columnista como este que escribe, se vea en la necesidad de decirles o recordarles a sus lectores (ustedes, gente más o menos racional y con los pies en tierra, según creo) que el diablo y el infierno no existen. Y que por lo tanto Dios y el cielo tampoco.
Declaración tan perogrullesca y sencilla como esa es capaz de estremecer de indignación a alguna gente que uno creía sana del cerebro. Carajos que dicen ser revolucionarios y comunistas pero le exigen a uno que respete “las sagradas tradiciones del pueblo”, como esa de creer que existe un ser todopoderoso que te vigila, te salva o te castiga dependiendo del tamaño de las cagadas que cometes, y por lo tanto está chévere que aquí se le rina honores a San Juan, la Cruz de Mayo y San Antonio de Padua y del Táchira.
Hay que acabar con el capitalismo pero el pueblo tiene derecho a ser dominado desde sus miedos más profundos. Dales plata y trabajo a los pobres, pero dales también un crucifijo para que recuerden quién manda desde allá desde la Casa Blanca del cielo: métete con la limosna pero no con el santo.
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¿Y qué tal Simón Bolívar? Estuve observando en Globovisión el análisis que hizo una momia viviente, casi tan vieja como los huesos de Bolívar, aunque un poco más deteriorada, acerca de la impertinencia que significó el mostrar la osamenta del Libertador en televisión. No deja de tener altura y profundidad el punto de vista de la doña, una Mercedes Pulido de Briceño. Vale la pena desmenuzarlo (un día lo haremos con más cancha), no tanto por sus dosis de verdad sino por la cantidad de interesantes datos que aporta acerca de los vericuetos sicológicos de su clase. Por cierto que de la sicología de masas, de Jung y otros miriñaques se aferra, para soltar este dictamen: las naciones necesitan mitos que los unifiquen, figuras que las representen para que en su diversidad sean una sola. Sostiene la vieja que Chávez, al mostrar los huesos del Libertador, le propinó un duro golpe a la conciencia colectiva de los venezolanos, quienes hasta ahora teníamos una imagen profunda y venerable del símbolo Bolívar y ahora, de pronto, lo que tenemos es la imagen de un esqueleto. Eso tiene un nombre: desacralización. Chávez desacralizó a Bolívar y a la doña (que se parece mucho a la palabra "sacra") está espantada por ello.
Dice la Pulido que el quitarnos la imagen que nos habían inculcado para mostrarnos “lo que hay” (unos huesos igualitos a los nuestros: las calaveras todas blancas son) ha de interferir con nuestro sentido colectivo de nacionalidad y de unidad, que ese golpe al centro de nuestro mito fundacional es disgregador. Fue muy bueno escucharle eso a una vaquita sagrada de la sociedad burguesa en proceso de derrumbe, porque ese dato ya lo sabíamos o lo sospechábamos: para mantener a un pueblo “unido” las hegemonías se valen de fábulas, mentiras galvanizadas por la costumbre, de ídolos terribles, seres omnipotentes y seres humanos gloriosos, para consolidarse y perpetuarse. Lo único que nos hace “iguales” a los esclavos y a los amos es el sentimiento nacional encarnado en Bolívar: lo venezolano tiene raíz y fundación en el Padre de la Patria, así que un pobre indigente es igual a Guillermito Zuloaga (¡su hermano pues!) porque ambos nacieron en la misma patria, que casi-casi es lo mismo que decir de la misma madre, y del mismo padre Libertador. Dios, la patria y Bolívar, o muerte de la nacionalidad: venceremos.
Lo único bueno de todo esto es descubrir o recordar que los ricos también tienen miedos irracionales… sólo que los saben manipular mejor que nosotros.

viernes, 23 de julio de 2010

1814: la vez que nosotros (el pueblo pobre) tuvimos el poder

El éxodo a oriente. Si alguien sabe quién es el autor por favor dígamelo para ponerle el crédito.
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En 1814 ocurrió un hecho único en nuestra historia: el Pueblo tuvo todo el poder aunque no ejerció funciones de Gobierno.
Si nos atenemos al fetichismo territorial vigente en los esquemas románticos de siglos anteriores, según el cual el poder “se tomaba” cuando alguien lograba, con un ejército, dominar una ciudad o palacio de gobierno, el hecho que marca la conquista del poder por parte del pueblo es la entrada de José Tomás Boves y sus hordas a Caracas (16 de julio de 1814). Unos pocos días atrás, el Libertador Simón Bolívar había liberado a los caraqueños. Los había liberado de su presencia y de su mando militar, al ejecutar una acción que se conoce como “Éxodo a oriente”: el gobierno de lo que quedaba de la Segunda República evaluó lo que iba a pasarles si el pueblo alzado bajo la dirección del asturiano los encontraba en la capital, y decidió marcharse a Barcelona, donde tenían mejores auspicios (allá mismo los fueron después a capturar y a destrozar). La mitad de la población de Caracas se fue tras sus libertadores, y del horror de aquella huida se ha hablado bastante. De lo que no se ha hablado mucho es del corto gobierno de Boves (si es que puede llamarse Gobierno eso de estar 15 días en un sitio preparándose para continuar la guerra), de su breve permanencia en Caracas.
Hay autores que, para ganar indulgencia con un bolivarianismo exaltador de próceres y negador del pueblo, ha propagado la “noticia” de que Boves y los suyos (es decir, los nuestros) no sólo eran criminales sino malos gobernantes. Uy, qué asco de gestión aquella, imagínense que ni siquiera hubo preocupación por el ornato público, la reparación de aceras, el cobro de impuestos y la elección de la reina de carnaval. No es gratuito el sarcasmo: es una respuesta güevona al güevón análisis según el cual Boves defraudó a sus seguidores (los esclavos negros y pardos, la servidumbre) porque en lugar de formar un equipo de Gobierno con ellos les dio altos cargos a dos alfeñiques de la “alta sociedad”: Juan Nepomuceno Quero y el Marqués de Casa León. Uno de los autores más implacables en ese sentido es un Augusto Mijares que quiso ignorar el hecho de que 1814 no era un momento muy propicio que se diga para andar formando Gobierno, y sí para hacer una revolución social, para liberar un odio de 300 años. Cierto que Boves nombró a dos monigotes como jefes (militar y político), porque su objetivo y el de miles de seres reducidos a esclavitud no era el gobierno sino el poder, y éste sí que lo tenía. Aquella horda rabiosa no era apta para construir sociedad e instituciones sino para destruir las que había.
El Regente Heredia, testigo cercano de aquellos días caraqueños, escribió: "…podía verse a niñas delicadas, mujeres hermosísimas y matronas respetables solicitando protección hasta del zambo Palomo, un valentón de Valencia, despreciable por sus costumbres, a quien Monteverde había escogido para que siempre le acompañase". Y un siglo y medio más tarde Juan Bosch dialoga con esa visión, de esta forma: “Allí está expresado el verdadero fondo de la lucha, que era social, no política. El zambo Palomo representaba a la gran masa del pueblo, con sus costumbres ‘despreciables’ porque no había razones para que las tuviera mejores, y con el poder de las armas acampando en la altiva ciudad de los mantuanos; y las niñas delicadas y las mujeres hermosísimas encarnaban al mantuanismo vencido por la revolución social, que ya había empezado”.
Otro acontecimiento, brutal y despiadado como todo lo que ocurría en el marco de aquella rebelión popular, es también revelador de los matices de la lucha del pueblo en esos días, y destructor del mito según el cual las hordas de Boves eran “realistas” nomás porque no seguían a Bolívar. Unos días antes de aquel 16 de julio, apenas Bolívar huyó de Caracas ante la cercanía de Boves, los realistas comenzaron a preparar una fiesta de bienvenida, con misa en la catedral, fuegos artificiales y toda aquella jaladera de bolas en el mejor estilacho europeo. De pronto se supo que una avanzada de hombres de Boves llegaba por los lados de El Valle, y los blancos realistas mandaron allá a dos patiquines, disfrazados con todas las regorgallas y adornos de la realeza y el clero, para que fueran a recibirlos como autoridades del Rey en Caracas. Los soldados que venían eran negros, así que la misión del conde de La Granja y Don Manuel Marcano era darles las gracias por sus servicios PERO que no se les olvidara que los que mandan son los blancos, ¿okey? Nadie transcribió las palabras exactas que cruzaron aquellos representantes del Rey con los compinches de Boves, pero yo sí me imagino al zambo Machado pronunciando unas en perfecto malandro decimonónico: “Métete a tu rey por el hueco del culo, aquí mandamos nosotros”, y despachando de par de lanzazos a ambos patiquines.
Era un ejercicio brutal de la democracia, pero era democracia en acción: era el pueblo ejerciendo el poder. Un pueblo que no estaba preparado para ejercer el Gobierno tuvo para sí todo el poder, y el experimento fue doloroso y sangriento.
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Ciento noventa y seis años después hay gente nuestra ejerciendo funciones de Gobierno, pero eso no significa que tengamos el poder. Eso de “El Gobierno es el Pueblo” funciona bien como eslogan, pero no soporta una simple comprobación en la realidad. Aquello otro de “Todo el Poder para el Pueblo” tiene aires de aspiración, reclamo y posibilidad, y además sintetiza lo que es el destino político de la humanidad: si la destrucción total no nos alcanza, los seres humanos del futuro se gobernarán a sí mismos, sin jefes ni jerarquías. Será el triunfo de la anarquía sobre las violentas y sutiles formas de dominación. Las sociedades sin Dios, propiedad ni amo: los Estados y corporaciones perderán viabilidad y serán barridos para dar paso a las formas más avanzadas de organización colectiva. La democracia directa.
En Venezuela estamos en una etapa primitiva, germinal, de ese proceso de desarrollo humano. Como pueblo, hemos avanzado en organización desde 1814 pero todavía no estamos preparados para formar Gobierno. La invitación a inventarnos formas de organización comunal es un paso adelante gigantesco, que quizá sea fallido, pero trae aires contraculturales y revolucionarios: el Gobierno de Chávez nos está invitando a gobernarnos en pequeñas parcelas. Esto será un experimento provechoso. Repito: quizá sea fallido, pero había que experimentarlo y pronto lo estaremos haciendo.

lunes, 19 de julio de 2010

El enemigo circunstancial

En tiempos de guerra nada le debemos al enemigo sino el dolor. Sus lágrimas por nuestra risa; su derrota a cambio de nuestra felicidad.
Pero, ¿a cuál enemigo?

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Está el enemigo histórico de clase: el que se enriqueció mientras nosotros empobrecíamos, el que vive confortablemente, no MIENTRAS nosotros vivimos miserablemente, sino GRACIAS A QUE nosotros vivimos miserablemente. En un sistema de recursos y confort limitados (ya que el planeta no tiene energía suficiente para que haya 7 mil millones de ricos, y tampoco voluntad de las hegemonías para que ello ocurra) el que acumuló bienes y recursos es porque aplastó a muchos de sus semejantes. Nadie se hace rico gracias a su trabajo y a su esfuerzo (como dice la propaganda capitalista para tratar de convencernos de que cualquiera puede ser Rockefeller si trabaja) sino gracias al robo, el saqueo y/o la explotación de otros seres humanos.

Está otro enemigo natural que son los aspirantes a ricos: esa clase media que lo hace todo por conveniencia, algunos incluso abandonar y negar la clase originaria para juntarse con sus explotadores, tratar de ser como ellos (cosa que no lograrán nunca) y propagandizar con el postulado más repulsivo del sistema capitalista: “Si yo pude surgir y dejar de ser pobre entonces tú, que jugaste y creciste conmigo y estudiamos en la misma escuela, también pudiste y no lo hiciste, así que púdrete”.

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Es verdad que de las clases pudientes han salido seres humanos excepcionales que se han convertido en luz y ejemplo para las luchas del pueblo. Pero son sujetos excepcionales y sólo eso: personas que abandonaron la comodidad burguesa para venirse a luchar al lado de los expoliados. Sujetos que traicionaron a su clase para colocarse del lado más humano de la historia y en el bando correcto en la guerra milenaria de explotadores contra explotados. Son rarezas, excepciones en medio de lo predominante: los que se abrazan a sus riquezas o a la esperanza de ser ricos algún día.

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Está también el enemigo circunstancial: el sujeto de nuestra misma clase que se dejó embaucar por el discurso del enemigo clasista y ahora milita con ellos, trabaja para ellos, les sirve con alegría, canta las presuntas bondades del sistema capitalista que lo tritura, nos enfrenta con el discurso y el activismo y se está preparando para enfrentarnos en escenarios violentos.
No hay nada más lamentable, doloroso y difícil de confrontar que ese enemigo circunstancial. No hay nada que desespere más en el marco de la lucha de clases que la existencia de pobres jalabolas de los ricos. Nuestros enemigos históricos son los ricos explotadores y los aspirantes a ricos (la clase media) y es normal que se nos dé fácil gritarles en la cara la aberración que garantiza su confort y nuestra miseria. Pero a un esclavo que decidió luchar por los intereses de sus amos (¿no les suena cierto clamor entre los nuestros apoyando a las mafias de RCTV y Globovisión?) es difícil, tortuoso y casi siempre infructuoso explicarles que su hambre (que es la nuestra) tiene su origen en el hartazgo de la gente que apoyan. Ninguna explicación les hará comprender que la putrefacción de los alimentos de Pdval es la putrefacción del capitalismo, y que usted puede culpar al Gobierno de lo que sea menos de haber inventado ese capitalismo en avanzado estado de descomposición. ¿A qué se debió el drama Pdval sino a un grotesco apego, por parte de esos bichos que están presos y otros más, a la enfermedad compulsiva consistente en comprar y comprar y comprar para acumular y acumular y acumular para luego vender y vender y vender?
Pero les ha sido fácil a nuestros enemigos históricos convencer a muchos pobres (de los que decidieron defender los intereses de los ricos) que sólo el Gobierno deja pudrir alimentos. Nunca revelarán que en general el capitalismo funciona así, ya no por negligencia como en el caso Pdval sino con plena conciencia: yo pongo algo en el mercado y si ese algo no se vende lo destruyo. No puedo regalárselo a la gente que no tiene dinero porque esos salvajes tienen que acostumbrarse a que sólo se puede comer si se tiene para pagar por la comida.

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¿Qué llaman “paz” nuestros enemigos históricos? Un estado de cosas en el cual los pobres estemos satisfechos de nuestra esclavitud y supeditación a las órdenes de ellos, los amos. El sistema capitalista consiste en que la mayoría se parte el espinazo para que una minoría viva bien, y hay gente que cree que la humanidad puede vivir en paz si 1) esa mayoría esclava forma sindicatos que organicen la explotación pero no la acaben, o 2) si Poder hegemónico y Gobierno, unidos, se aseguran de que los pobres no tendrán jamás la fuerza suficiente para comenzar a romper la hegemonía del poder económico.
Los ricos y sus jalabolas dicen que en Venezuela había paz social antes de la llegada de Chávez a la Presidencia porque Gobierno y Poder económico eran una misma cosa y esa unidad garantizaba que si los pobres alzábamos banderas inconvenientes (el comunismo o el socialismo, por ejemplo) íbamos a ser aplastados sin problemas. Ahora que esa unidad está rota (Gobierno y poder económico están confrontados) los ricos necesitan una confrontación y están trabajando en ella.

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La confrontación que viene (la confrontación violenta, que será consecuencia de la confrontación discursiva actual) nos enfrentará en las calles a pobres con conciencia clasista contra pobres jalabolas de los ricos. A cierto chavismo le agrada la perspectiva de que estalle una coñaza donde los marginales nos caeremos a tiros y a vergajazos contra los sifrinos hijos de ricos y clases medias. La triste realidad será otra: los pobres saldremos a matarnos con los pobres, unos en defensa de los ricos y otros en defensa nuestra, en defensa de la humanidad que nos merecemos.
Siempre fue así en todas las épocas. Siempre los pobres hemos entregado el pellejo para que las hegemonías manden. Pero ahora, en este tiempo de reinventarlo todo y reinventarnos, ¿seremos capaces de revertir o modificar ese atavismo histórico? ¿Qué cosas deberemos hacer para que finalmente sea el grueso de la humanidad y no una élite el conglomerado que se encargue de conducirnos al futuro?

martes, 6 de julio de 2010

La basura burocrática y el momento grande del pueblo sublevado: Caracazo y Sacudón del 5 de julio de 1811 y días siguientes

El famoso cuadro de Juan Lovera (Firma del Acta de Independencia): según la historia que nos impusieron fue un acto pulcro, silencioso, moderado, recatado, acartonado, aristocrático, elegante, pasteurizado y homogeneizado. Este testiomonio de H. Poudenx da otra visión de la participación del pueblo, desde las ventanas y tribunas de la iglesia de San Francisco, aquel 5 de julio: "Cuando van entrando los diputados a ocupar sus puestos amenazan de muerte a los moderados (18). "Nunca tanta gente se había visto allí, ni jamás se observara en los oyentes el porte descomedido que en la ocasión tuvieron. Vítores y aplausos ruidosos y sin fin resonaban cada vez que tornaba o dejaba la palabra un diputado republicano: las opiniones equívocas eran acogidas con risotadas, silbos y amenazas..."

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El objeto de las siguientes anotaciones (algunas mías, otras de autores varios) sobre la historia del 5 de julio y el barullo aquel de la "independencia", no es imponer un conocimiento sino todo lo contrario: sembrar dudas sobre el "conocimiento" que nos impusieron. Sirva como material que ayude al cuestionamiento, la interpelación, la crítica y la interpretación de la historia oficial, y como punto de análisis hacia la organización y difusión de una Historia del Pueblo.
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El 5 de julio lo que hubo en Caracas fue un traspaso burocrático (y "más o menos" violento) del poder: los españoles nacidos en Caracas le arrebataron el control de la moribunda Capitanía General de Venezuela a los españoles nacidos en España.
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Lo que nos han inculcado como "historia patria" es que ese día nos liberamos de España y que el pueblo tiene que estar orgulloso de ello.
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Una repulsiva y miserable manipulación de la historia pretende hermanar la lucha de las hegemonías por el control de Venezuela con las luchas del pueblo oprimido. En realidad, el pueblo pobre (los esclavos, la servidumbre, en su mayoría pardos y negros) detestó desde el principio la prepotencia de los grandes propietarios, blancos criollos y peninsulares.
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La historia oficial desprecia, condena y por lo tanto pretende silenciar, ocultarnos a nosotros como pueblo, los alzamientos populares del 6 de julio y días posteriores. Sus autores y defensores se basan para ello en un asunto de etiquetas y franquicias que también nos han impuesto: quieren hacernos ver que todo lo que se oponía a los mantuanos era "realista" y por lo tanto despreciable. "Olvidan" (sí, cómo no) que la primera declaración de independencia (19 de abril) la realizaron los próceres también bajo banderas realistas: el primer combo caraqueño que gobernó o intentó gobernar estos territorios se autodenominó "Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII".
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Los "próceres" "patriotas" de la incependencia sabían quién era el rey de España y qué cosa era la corona española. Ellos sabían qué estaban invocando. El pueblo pobre tenía una vaga noción de lo que eran o significaban ese personaje y esa institución: el poder siempre ha sido para el pueblo una imposición lejana, misteriosa y terrible; un poder invisible pero aplastante, algo desconocido y remoto como la idea misma de Dios. Así que no puede reclamársele al pueblo oprimido el "pecado antipatriota" de haber invocado a la corona para sublevarse.
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Los "patriotas" mantuanos invocaron a la corona española para conquistar el poder pero siguen siendo llamados "patriotas"; los pobres de entonces (negros y pardos, esclavos y sirvientes, y los pulperos y pequeños comerciantes canarios, despreciados todos por su origen y ocupación) se alzaron contra ellos usando como excusa a esa misma corona, pero la historia los tacha de "realistas". Patria y gloria para los ricos; látigo y olvido para los pobres.
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El primer exiliado político de la "Junta Conservadora" (los patriotas del 19 de abril de 1810) fue José Félix Ribas, por andar agitando al pueblo: "En 1810 trató de sublevar a los negros para terminar toda casta europea y apoderarse del mando de Caracas. La Junta Revolucionaria, temiendo sus sangrientos designios, le desterró Ignominiosamente a Curazao» (Urquinaona, Memorias). Poco después fue "captado" por los patriotas y dejó de ser héroe del pueblo para convertirse en simple prócer glorificado por la historia mantuana.
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En los albores de la República (más bien en la Primera y Segunda Repúblicas) el pueblo tuvo participación activa, tanto en la lucha por la independiencia como en las luchas propias del pueblo rabioso en busca de su emancipación como casta (y como clase). Cierto que hubo una guerra de independencia, pero en las celebraciones de la "historia patria" ni siquiera se menciona el conflicto grande, aterrador, que fue la Guerra Social: mientras los españoles de allá y de acá resolvían su conflicto burocrático (pura historia europea) estallaba en el fondo, como furiosa agua subterránea de la que nadie quiere hablar, la fase mortal del conflicto milenario de pobres contra ricos; esclavos contra propietarios; pueblo contra "próceres". La historia oficial se las ha arreglado para que parezca que sólo hubo lucha por la independencia (blancos contra blancos; propietarios contra propietarios) ¿Por qué seguir dándole preponderancia a la historia patria por encima de la historia del Pueblo?
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Sobre la participación del pueblo en las luchas de independencia, van a continuación fragmentos de documentos varios, que por cierto existen pero nos han sido convenientemente ocultados:
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Así transcurrió el primer día de nuestra "Independencia" (5-6 de julio de 1811), esto fue un Caracazo, ni más ni menos:
"Aquellos jóvenes (se refiere el autor a los esclavos, servidumbre, pueblo pobre y excluido) en el delirio de su triunfo corrieron por las calles: despedazaron y arrastraron las banderas y escarapelas españolas: sustituyeron las que tenían preparadas, e hicieron correr igualmente con una bandera de sedición a la Sociedad Patriótica, club numeroso establecido por Miranda, y compuesto de hombres de todas castas y condiciones, cuyas violentas decisiones llegaron a ser la norma de las del Gobierno. En todo el día y la noche las atroces pero indecentes furias de la revolución agitaron violentamente los espíritus sediciosos. Yo los vi correr por las calles en mangas de camisa y llenos de vino, dando alaridos y arrastrando los retratos de Su Majestad, que habían arrancado de todos los lugares donde se encontraban. Aquellos pelotones de hombres de la revolución, negros, mulatos, blancos, españoles y americanos, corrían de una plaza a otra, en donde oradores energúmenos incitaban al populacho al desenfreno y a la licencia. Mientras tanto, todos los hombres honrados, ocultos en sus casas, apenas osaban ver desde sus ventanas entreabiertas a los que pasaban por sus calles. El cansancio, o el estupor causado por la embriaguez, terminaron con la noche tan escandalosas bacanales". (José Domingo Díaz, Recuerdos de la Rebelión de Caracas).
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"El mismo día en que se instauró el poder ejecutivo fueron sorprendidos y arrestados algunos pardos en una junta privada que tenia, acaudillada de Fernando Galindo, con el objeto de tratar de materias de Gobierno y de la igualdad y libertad ilimitadas" (Carta de Juan Germán Roscio a Andrés Bello).
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"Si ya no están los mantuanos arrepentidos de su desatinada insurrección, muy poco pueden tardarse en arrepentirse; pero siempre será tarde. Como quiera que los mulatos y negros son 10 ó 12 por un blanco, habrán éstos de sufrir la ley que aquéllos quieran imponerles; y siempre están expuestos a los mismos desastres que sufrieron los franceses dominicanos: tal es la felicidad que se han traído los insurgentes de Caracas con su revolución" (Vicente Emparan, ex Capitán General).
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Después del inolvidable y famoso (porque a la historia oficial ha querido que sea famoso e inolvidable) discurso de Bolívar que contiene la frase: "¿Trescientos años de calma no bastan?", pidió la palabra en la asamblea de la Sociedad Patriótica un Coto Paúl sepultado en el olvido, y se lanzó este otro discurso (del cual no se acuerda nadie, porque la historia oficial no quiere que nadie lo recuerde): "¡La anarquía! Esa es la libertad, cuando para huir de la tiranía desata el cinto y desnuda la cabellera ondosa. ¡La anarquía! Cuando los dioses de los débiles, la desconfianza y el pavor la maldicen, yo caigo de rodillas a su presencia. Señores: Que la anarquía, con la antorcha de las furias en la mano nos guíe al Congreso, para que su humo embriague a los facciosos del orden, y la sigan por calles y plazas, gritando: ¡Libertad! Para reanimar el mar muerto del Congreso estamos aquí en la alta montaña de la santa demagogia. Cuando ésta haya destruido lo presente, y espectros sangrientos hayan venido por nosotros, sobre el campo que haya labrado la guerra se alzará la libertad...”
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Valencia, Caracas, Los Teques y otras poblaciones de los alrededores de la capital se iban a insurreccionar en "nombre del Rey de España" contando para esto con la cooperación de Puerto Cabello, y sobre todo con el envío de tropas españolas desde Maracaibo, que permanecía realista (25). Todo estaba preparado lo mejor posible, pero a última hora, como suele suceder en estos casos, hubo una traición. El plan fue denunciado por don N. Barona y el Gobierno procedió inmediatamente a efectuar los arrestos necesarios.
Sabiendo los conspiradores que estaban denunciados decidieron alzarse en Los Teques a eso de las tres de la tarde del 11 de julio. En esta población se reunieron sesenta canarios montados en mulas, armados de trabucos y con los pechos cubiertos con hojas de lata, a guisa de armadura, gritando furiosa mente "viva el Rey y mueran los traidores". También habían prometido la libertad a los negros de Caracas con tal de que se sumaran a la revuelta pero nada sucedió. En cambio, en Valencia, la conspiración triunfaba apoderándose de la ciudad y proclamando a Fernando VII. Al mismo tiempo la revuelta de Los Teques era dominada completamente antes de las cuatro de la tarde...
...E
n Valencia, los revolucionarios realistas habían insurreccionado, en vista de hacerse un mayor número de tropas adictas, a todos los negros de los alrededores, dictando proclamas igualitarias y reivindicaciones sociales, dando la libertad a los esclavos y la igualdad a los pardos. Todos los descontentos por rivalidades feudales con Caracas se sumaron al movimiento, pues deseaban que la capital de la República fuese Valencia. Inmediatamente procedieron a repartir armas que hablan recibido, días atrás y en secreto, a todo el pueblo insurreccionado" (Uslar, Historia de la rebelión popular de 1814).
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Así se comportaba la Primera República con el pueblo; esto era lo que entendían por "libertad" los "próceres de la independencia":
"El Supremo Poder Ejecutivo ha mandado establecer, en todos los partidos sujetos a una Justicia Mayor, Patrullas o Guardias Nacionales para la aprehensión de esclavos fugitivos; los cuales, visitando y examinando con frecuencia los Repartimientos, Haciendas, Montes y Valles, harán que se guarde el debido orden en esta parte de nuestra población destinada a la cultura de las tierras, embarazando que se separen de ella por caprichos, desaplicación, vicio u otros motivos perjudiciales a la tranquilidad del país. De orden del Gobierno se comunica al público esta determinación para que llegue a noticia de todos... A esta importancia primera se asocian otras muchas que el Gobierno ha tenido presentes al concebir este establecimiento; pues si protege las penosas tareas de los propietarios de las tierras, no favorece menos la tranquilidad de los partidos rurales, embarazando los robos y asesinatos en caminos desiertos. Los soldados de estas escoltas ambulantes pueden además servir muy bien en diferentes ocasiones para otros objectos de mayor importancia y gravedad por el conocido y frecuentado, con el exercito de sus funciones. La esclavitud honrada y laboriosa nada debe temer de estas medidas de economía y seguridad, con que el Gobierno procura el bien de los habitantes del país". (En Gaceta de Caracas del 26 de julio de 1811).
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Así estaba dividida socialmente la Venezuela de 1811:
"La situación social, de conjunto, en que se encuentra esa Venezuela de 1811 precursora de la Independencia, es la siguiente. Primero un grupo bastante reducido, compuesto por los empleados españoles y criollos de los distintos ramos administrativos; por los hacendados españoles y por el enjambre de pequeños comerciantes, canarios en su mayoría, que deseaban ardientemente la vuelta al viejo régimen, a la eterna colonia, donde solamente podrían sobrevivir y conservar alguna importancia social... "El segundo grupo está compuesto por los grandes propietarios y comerciantes ligados a la producción nacional. En su mayor parte, con pocas excepciones, es un grupo que desea la Independencia, pero la desea en el fondo, sin derramamiento de sangre, sin escándalo, calladamente. No quiere exteriorizar su descontento porque- en general tiene mucho que perder. Con el beneplácito de este grupo es que se realiza el 19 de abril, pero es también este grupo quien condena a Miranda cuando sus primeras intentonas libertadoras. Quiere independencia sin guerra, y libertad con pueblo esclavo y sumiso. Este grupo es el que por presión de los demagogos de la Sociedad Patriótica declarará la Independencia, pero también será él el que por sus contradicciones internas ocasionará la pérdida de la Primera República y preparará con sus pequeñas rencillas y complejos de clase el advenimiento de esa gran oleada de sangre que fue la rebelión popular de 1814... "El tercer grupo es el de los insurrectos, compuesto en su mayor parte por jóvenes pertenecientes a la clase media o a la nobleza. Estos últimos, ricos herederos como los Bolívar o los Ribas, impregnados de la filosofía revolucionaria francesa y plenos de idealismo nacional, a quienes nada les importa perder posesiones y fortunas con tal de ver una bandera propia ondeando sobre el suelo de la patria. Son ellos los fundadores de la libertad... "El cuarto grupo es el pueblo; libres y esclavos, negros y mestizos, formando en un 95 por 100 lo que en aquellas épocas se denominaba "las castas" o también con un cierto sentido de desprecio "el negraje", aunque fueran indios o simplemente mestizos. Este grupo está sometido por completo a la ignorancia y al aislamiento espiritual más absoluto. No tiene noción de lo que puede ser la patria, la familia o la religión. Es un grupo que en teoría es humano pero en la práctica se considera como animal, o como intermedio entre la bestia y el hombre. Ven al blanco con el odio intenso de la inferioridad forzada. Por generaciones han tenido que doblegarse a los caprichos más pequeños de sus amos y al látigo, material o moral, de sus capataces. El libre se diferencia del esclavo en el solo aspecto de que no es esclavo. Muchas veces no se le paga nada o muy poco, con el agravante de que tiene que cargar consigo mismo, mientras el verdadero esclavo, como propiedad, es protegido por el amo". (Juan Uslar Pietri, Historia de la rebelión popular de 1814).