lunes, 21 de febrero de 2011

Rebeliones: ¿contra qué, a favor de qué y para dónde?

¿Qué es lo que está en crisis (o derrumbándose) en el Medio Oriente? ¿Contra qué están rebelándose esas personas que han salido a arriesgar el pellejo en clave de revuelta popular? ¿Qué es lo que la gente ya no soporta más en aquellas tierras, y qué es lo que se supone que pretende construir? ¿Es hora todavía de apostar por el fortalecimiento o el fin del comunismo, el capitalismo, el islam, las dictaduras, los amigos de Chávez, la pornografía, los amigos de Estados Unidos?
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Dato: en los países árabes y el norte de África no está en crisis nada que no lo esté en el resto del mundo.

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La figura del individuo exitoso (el yuppie, el deportista-negocio, el potentado y poderoso, imagen de triunfo e ídolo de multitudes) está en quiebra, en proceso de desmoronamiento. La mayoría de la humanidad, explotada, segregada y excluida, ha intentado por años ser como esos sujetos, pero la dura realidad de un planeta con 7 mil millones de personas, zambullidas en un sistema basado en la competencia y en la destruicción del otro, del "más débil", indica que no hay recursos ni condiciones para que todos seamos así, como ese ser ideal e idealizado.
¿Cómo no sublevarse ante la verificación de ciertas situaciones siniestras?:

¿De verdad-verdad sigue pareciendo un crimen o una actitud vergonzante aquello del rrrresentimiento de los descontentos del mundo?

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En los países árabes y norte de África la gente está saliendo a protestar, a favor y/o en contra de los respectivos Gobiernos o regímenes: hay una coñaza en las calles. Esa coñaza no tiene signo ni norte, aunque sí, por supuesto, motivaciones profundas: es un descontento desatado, un guiño del signo de los tiempos. Un tiempo en el cual los seres humanos queremos consumir lo que (al mismo tiempo) nos negamos a producir. Incluso en el paraíso de la mano de obra abundante y barata está detectándose el fenómeno, que alcanza proporciones planetarias (como el capitalismo que lo padece):
Si usted se fija bien observará en todas las rebeliones medioorientales un discurso común: todas esas personas quieren y reclaman "mejores condiciones de vida". Los presidentes que han caído y seguirán cayendo (por la violencia o por el voto) no serán derrotados porque el adversario haya ofrecido alternativas económicas de avanzada o modelos políticos más interesantes o audaces, sino porque la ciudadanía considera culpables de sus tragedias o carencias a ese maldito presidente que hace unos años me prometió confort y no pudo o no logró agenciármelo.
En las rebeliones en curso, los ingredientes más elaborados del debate (democracia, tiranía, libertades) se los agrega el dirigente, el analista al servicio de Estados, cónclaves y corporaciones, el redireccionador interesado de movilizaciones: ese ser que trabaja a la sombra, el que siempre se ha beneficiado y se beneficiará con las situaciones de agite y disturbio social. El ciudadano común, nacido y formado en capitalismo, quiere consumir y que le garanticen condiciones y seguridades para ejercer el consumo; el político y el empresario son capaces de prometer que le garantizarán todo eso a la multitud, con tal de acceder al poder.


En Libia los únicos que están cansados de los 40 años de la tiranía de Gadafi son los aspirantes a ocupar su puesto; los demás sólo están hartos de que Gadafi y los suyos naden en riquezas y comodidades y que además salgan a hacer ostentación de ello. ¿Para qué querría pueblo alguno derrocar a un régimen o dirigente que le garantizase comodidades y diversiones? Muchos conceptos considerados hasta ahora sagrados en el ámbito del juego político, o en su terminología (soberanía, democracia, libertad) no ejercen en realidad ningún influjo sobre la mayoría de la población, o al menos no movilizan a las masas con la energía que sí lo hacen el golpe al bolsillo y la burla del millonario que te empuja a vivr en la pobreza (el cínico que se acerca en la Hummer a pedirte que te portes como el Che Guevara mientras él se porta como Cisneros). No es nuevo el análisis. La historia de las campañas electorales es la historia de cómo los candidatos prometen cosas que nunca nadie podrá cumplir (resolver problemas de pobreza, violencia, vivienda). Hay problemas estructurales que ya no tienen solución pero la gente sigue (todavía, a pesar de las señales) creyéndole al malabarista que vino a darle una caricia a mi vieja y a tomarse el café en el rancho de la comadre. Falta mucho para que la humanidad se libere de ese modelo, pero para allá vamos.
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Así que lo importante y maravilloso de aquellas revueltas es la rebelión en sí misma, el acto de rebeldía, la sublevación pura y sin objetivos del pueblo descontento. Dos cosas desnaturalizan esa pureza: 1.- la manipulación y el uso que de esas rabias hacen los actores interesados, y 2.- el que al fondo de la lucha se distinga, no el ansia de desbaratar el sistema sino la búsqueda desesperada de confort y comodidad dentro del sistema.

Es mentira que en aquellos países el pueblo esté tumbando Gobiernos; la realidad es que el pueblo está protestando y rebelándose, y los agentes del poder económico están aprovechando esas revueltas para instalar a sus títeres y monigotes en el poder. Los análisis que han aflorado, según los cuales tas tiranías se desestabilizan y caen porque una cuerda de pajizos escribiendo en Twitter y Facebook los derriban con su poder no pasa de ser un aspaviento propagandístico emparentado con lo peor y más ridículo de la demagogia posmoderna. "Usa Twitter a mi favor y verás cómo te ayudo a tumbar gobiernos". Bonita forma de mantener a la gente detrás de una computadora ("eso te hace importante"), y a otra en la calle llevando leña, mientras los misiles y las cortes hacen el verdadero trabajo.

Que la gente ande arrecha y lo manifieste en las calles (a favor y/o en contra) es un síntoma del vigor de la raza humana. La expectativa de que luego del agite sean electos gobiernos "mejores" que los actuales también pervierte o diostorsiona la visión del centro del drama.

Yo afirmo, aquí y ahora, sin ninguna reserva o prejuicio grupal (porque yo no tengo grupo, clan, familia, partido, Dios, jefe ni patria: mi bando es el pueblo oprimido y excluido) que me parece formidable y de una trascendencia colosal el que el pueblo libio esté en las calles, cayéndose a coñazos. Ahora, y por lo tanto, me niego a tener esperanzas de que el gobierno que vendrá después de Gadafi será mejor o peor, proyanqui o comunista, islamista o luterano: venga quien venga después de Gadafi tendrá que lidiar contra el dato de la rebelión del pueblo, que probablemente se aplacará un rato pero que ya está ahí, como también está aquí el dato rebelde del 27-F-1989.

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¿Por qué la súbita referencia al 27 de febrero venezolano? Porque, al igual que en la Venezuela de 1989, en Libia y otros países de la región se está produciendo un acto de violencia no ideologizada, y ese acto de violencia no es contra un sujeto o sistema en particular sino contra el Poder, contra la imagen canónica de poder y dominación. En Venezuela aquel acto de insurgencia no se disipó nunca sino que se mantuvo latente. Cierto que ese pueblo harto de CAP votó luego por Rafael Caldera, pero ya el dato rebelde estaba instalado en el cuerpo de aquella generación, al final se cuadró con el mensaje más acorde con su ansia libertaria (1998) y no se ha disipado todavía.
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Paréntesis. Para el debate: ¿sucumbirán Chávez y el chavismo, instigadores y oficiantes de esa rebeldía, al dato rebelde que anda por allá y por acá acabando con totems y anquilosamientos? ¿Habrá llegado el momento en el cual el pueblo de Venezuela, "fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad", se eche al vacío de la anarquía para desconocer al régimen que tuvo la osadía y las santas bolas de reconocer la rebelión como derecho constitucional?
Yo creo que sí. Chávez no caerá en un proceso violento, pero será desalojado mediante votación. ¿Cuándo? No lo sé tampoco. Pero ocurrirá.
Chávez es un dato rebelde que está siendo minado por una burocracia insolente, sifrina y antipopular, empeñada en momificar lo que hasta el año 2006-2007 pareció tener empuje revolucionario. Creo que el chavismo fue la máxima expresión o el máximo intento de organización de una rabia fuera de madre, y creo que, agotado el chavismo, quedará la rabia, la misma rabia de siempre. ¿Qué cosa pudiera prolongar el período del chavismo en funciones de Gobierno? La estrategia consistente en dotar a la colectividad de herramientas para el ejercicio del poder, la comunización del ejercicio asambleario, cosa que avanza en el papel y en las intenciones. ¿Qué hay de la realidad? Tarea nuestra.
Cierra el paréntesis.
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¿Estamos acaso obviando el hecho de que EEUU tiene las pezuñas metidas en el zaperocón de los países árabes? No: simplemente nos fijamos en el hecho evidentísimo de que ningún pueblo se alza y forma peo nomás porque llega un gringo con una paca de billetes y le ordena: "Anda a protestar". El alzamiento popular de los árabes es genuino; lo que no será genuino ni expresión del pueblo serán los gobiernos que las hegemonías instalarán en esos países.
¿Dudas al respecto? Lea:
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Por lo demás, vale la pena regresar a las preguntas del primer párrafo y hacer el recuento de lo que está en crisis, o en proceso de derrumbe o demolición aquí y allá, en el oriente medio y en el otro, en occidente y en todo lo tocado por la cultura de la exaltación del acumulador, el ostentoso y el derrochador: el hombre ideal que el capitalismo fomentó y fomenta como modelo a seguir o a imitar.
Está en crisis el capitalismo, y esa crisis se manifiesta en el hecho de que sus modelos, jerarquías y propuestas están siendo abordadas o perseguidas para su desmenuzamiento por parte de enormes masas enardecidas: queremos casa y apartamento, queremos carros, queremos terrenos para vacacionar, queremos comida abundante, queremos agua inagotable, queremos ropas de buena marca; queremos ser como esos coños y coñas perfect@s que aparecen en el cine y la televisión; queremos tener y ser como nos dijeron que había que ser para ser considerados exitosos, pero ni el capitalismo ni el pequeño planeta este nos garantizan ni los mecanismos ni los recursos suficientes para que todos seamos exitosos: para que haya exitosos tiene que haber esclavos y perdedores, y ¿de dónde los vamos a traer? ¿De otros planetas?
Están en crisis y en decadencia la figura universal de autoridad, las jerarquías. En los últimos años se ha deteriorado (por desnudamiento y bajonazo a la puta realidad) la imagen de aquellos personajes que infundían respeto, miedo o tan siquiera simpatía: los sacerdotes ya no son emisarios de Dios sino una caterva de cogedores de carajitos; los militares ya no son guerreros o tiranos sino figurones con armas a los que es preciso bajarles los humos; los docentes de escuelas y sus variantes (y también los padres y madres) han perdido o están perdiendo el espantoso derecho a imponerse a los niños inquietos, a "enderezarlos", a punta de reglazos y coscorrones; los monarcas y magnates en todas sus presentaciones ya quedaron para películas y dramas dantescos pero verídicos; la familia es hoy un asunto muy distinto a lo que era: ya nadie cree en la "sagrada institución de la familia" (este artículo es demoledor: "Hay quienes sólo conciben el afecto y la confianza en términos familiares y alli la familia se transforma en una mafia": La familia: célula fundamental del capitalismo) y mucho menos en patriarcados y matriarcados. La figura presidencial, antes respetable y merecedora de epítetos tales como "alta investidura", ahora sucumbe como nunca a las lupas y a las risas del gentío, que ya ninguna santidad puede atribuirle a una institución que puede ser dirigida por un sesentón aficionado a la carne púber, o uno que confiesa en cadena nacional que el otro día tuvo ganas de cagar y debió agacharse detrás de un tractor.

Tiempo de quiebra y demolición de sabios y superiores, de profesionales y Hamelines, de monseñores y salvadores. Quien no quiera percibir el viento que trae la insurgencia de los pueblos sin títulos, privilegios ni apellidos, pues que no los perciba. Pero después no se queje si su corbata o su buen hablar o sus lecturas, o su familia o la blancura de sus ademanes, ya no le sirven para embaucar a nadie.