miércoles, 30 de junio de 2010

Socialismo (o como se llame) desde el cuerpo

Socialismo (o como se llame) desde el cuerpo
De "El socialismo de carne y hueso", de Ramón Mendoza (El Cayapo) puede extraerse la reflexión básica, la clave (llamémosla "filosófica" para arrechar al compa) para entender y entenderse mejor con la idea de la otra sociedad por construir. Esa clave es a un mismo tiempo llamado a la acción y desmontaje de algunos íconos que a veces ayudan, pero a veces también estorban: el que busca el socialismo en los libros, o cree que ser socialista es poder recitar de memoria a Marx y Lenin, está jodido y en vías de joder a otros. Jodido, porque ese sujeto comenzará a llamarse a sí mismo revolucionario, cuando en realidad el mucho leer no necesariamente te hace revolucionario sino apenas aspirante a erudito o a marxista; y en vías de joder a otros, porque todavía un dañino fantasma recorre la conciencia colectiva del pueblo y es el fetichismo de la palabra escrita, del estudioso devenido intelectual, del burgués que no produce un coño sino palabras, y que para poder dedicarle tiempo a su "oficio" tiene que pagarle a esclavos que le hagan más fácil su vida cotidiana.
Hay mucho camarada noble, valioso; mucho guerrero y constructor de la otra sociedad, que por no saber leer o hacerlo rudimentariamente se considera a sí mismo obligado a rendirle pleitesía al camarada que sí leyó, estudió y fue a la universidad. El viejo atavismo del "Estudie, mijo, pa que sea alguien en la vida" se nos ha convertido en un lastre mortal, pues el verdadero hacedor de sociedad (y el verdadero destructor de lo obsoleto) suele postrarse ante el farsante que no ha hecho más nada en la vida que no sea leer y echar su sapiencia de papel por el buche. El hacedor de cosas útiles y necesarias dominado por el que no produce un coño más allá de los discursos. En este tiempo, que nos empeñamos en llamar prerrevolucionario, el intelectual, el patiquín, el recitador de párrafos aprendidos, sigue dominando y mandando a callar al campesino, al obrero, al desocupado que por ley natural debería ser el comandante de este proceso.
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Un intelectual que sólo sabe, quiere y puede hacer "eso" (pensar, decir y plasmar lo pensado) es la negación de lo que llamamos Pueblo. Hay quienes llaman a esos especímenes "intelectuales inorgánicos": los que se fajan a pensar mientras otros se fajan a producir, y no sólo eso: les parece que el mundo debe seguir marchando así. Que debe haber trabajo corporal para unos y trabajo intelectual para otros, y que éste está por encima de aquél. El intelectual organiza, sueña, piensa; el trabajador suda y se rejode la vida por un sueldo inferior al de Pascual Serrano y Fernando Buen Abad Domínguez. Perdón, del engreído intelectual "revolucionario" que quiere cobrar en dólares y con alojamiento en el hotel Alba su ¡enorrrme! aporte a la Revolución: pensar.
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¿Definición de pueblo?: porción de la humanidad sometida a explotación, exclusión, vejación y/o genocidio por parte de hegemonías o potencias políticas, militares y/o económicas; ente colectivo depositario de las injusticias más antiguas y crueles de la historia. El pueblo es esa mayoría cuyo trabajo, segregación y exterminio han garantizado históricamente el confort de unas minorías. Alguien que considera que es correcto que muchos seres humanos se partan el lomo para producir el alimento que ese alguien se lleva al hocico, porque ese alguien necesita "trabajar" leyendo y escribiendo (y discurseando) es alguien que causa risa o angustia: del enemigo nos reímos porque ya sabemos que así piensa y funciona el derechista promedio; pero al que nos dice “camarada” pero le es imposible apartarse de las mieles de la burguesía...
Del Cayapo extrae uno también ejemplos vivos, no sólo palabras: el hacer casas no industriales para vivir, el inventar y experimentar el otro mundo posible. Así vale la pena llamarse intelectual. Orgánico hasta las metras.
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Del "caso" cubano puede uno lamentar muchas desviaciones y errores que no deberíamos repetir en nuestra condición de pueblo en proceso de rebelión y revolución, pero puede extraer acciones y políticas ejemplares. Es fama que en los primeros años de la Revolución todo el mundo debía ponerse a trabajar, a producir con las manos, y "todo el mundo" incluía a los intelectuales y artistas. Esa práctica horrorizó a muchos y enriqueció en conciencia a otros; muchos se fueron de Cuba y otros tantos se quedaron. El mejor alegato humano y artístico de alguien como Silvio Rodríguez no son sus canciones de estética pequeñoburguesa, sino su aceptación de que un hombre debe ser obrero, soldado, caminante y mundano antes de meterse a artista. El trabajo con las manos es la más sólida base para el trabajo con la mente, porque le otorga probidad.
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Y sí, va a parecer engreído y repulsivamente individualista, pero quiero cerrar este artículo respondiendo a la pregunta que con toda seguridad está revoloteando en la mente del lector: "¿Y qué haces tú además de pensar y escribir?". Paso a confesar que pocas veces en mis cuatro décadas y pico de vida, o casi nunca, me había sentido en el trance de estar haciendo algo útil o más bien productivo. Pobre por origen, por sensibilidad y por incompetencia para acumular dinero o bienes, nunca le saqué el cuerpo a los trabajos "menores" (taxista, mensajero, ayudante de camionero) pero es ahora, en la etapa en que todavía puedo experimentar la madurez sin espantarme por la vejez que por allá se asoma, cuando me estoy sintiendo aprendiz de lo mejor y al mismo tiempo más doloroso de la vida: pelear contra lo que este cuerpo capitalista me pide y hacer lo que dicta la conciencia.
Divorciarse del capitalismo (esa cosa donde nacimos y a lo que pertenecemos) o tan siquiera cuestionarlo es difícil, pesado; duele. Porque un día decidí que la otra sociedad, esa en la que creo, no debe alojarse sólo en la mente sino manifestarse en el cuerpo. Yo uso ropa hecha por esclavos, manejo un carro fabricado por esclavos, uso un teléfono cuyos componentes fueron sacados de las tierras africanas por esclavos; consumo alimentos y alcoholes que llegaron a mis manos por dinámicas capitalistas: yo soy capitalista. Pero sé algo, tengo la íntima conciencia de un importante dato: el capitalismo está produciendo los gérmenes que están acabando con él, y yo soy uno de esos gérmenes mortales. Porque tengo conciencia, porque tengo voluntad (que flaquea a veces, pero ahí está) y con esa voluntad estoy comenzando a violentar esto que el capitalismo ha hecho con mi cuerpo. El consumismo es duro rival. Pero por eso mismo hay que darle pelea.
¿Cómo va esa pelea? Ya zumbé unos chapaleos para hacer adobes de barro para hacer casas, estoy quitándome de encima (y de adentro) el caraqueño engreído que aprendí a ser durante 29 años de mi vida; estoy aprendiendo a sembrar (ese asunto mágico que es meter una pepa en la tierra para que nazca una mata cuyo fruto te comerás tú y los tuyos), ya sé lo que es comenzar a trabajar a las 6 am (trabajo físico) y sentarse hecho mierda a descansar a las 9:30 de la mañana; todo esto allá en compañía de otros diletantes y enloquecidos buscadores de la magia de la otra sociedad, en El Cogollo: Freddy Mendoza y Manuel Armas. Ando trashumante y sin empleo formal como la mayoría del tiempo, pero ahora me siento fuerte y útil, tengo el ánimo arriba, tengo erecciones más poderosas, la flaquita que quiero me mira más bonito (lo último seguramente a causa de lo penúltimo, o al contrario); formo parte de un proyecto que a lo mejor florece o a lo mejor fracasa, pero ahí está lo esencial del aprendizaje: el socialismo (o como se llame lo que estamos construyendo) tiene que trabajarse desde el cuerpo, con violencia, con dolor militante y con conciencia de estar trabajando para el futuro, para un tipo de sociedad que no alcanzaré a ver.
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pd: La sociedad del futuro no está "adelante" en la industrialización y cybermomificación de todo, sino "atrás", en las nobles artes que nunca debimos abandonar: la tierra, el río, la cultura profunda, la palabra de los viejos sabios que todavía susurran.

sábado, 26 de junio de 2010

La guerra lenta; la destrucción del enemigo

Es difícil, pero hay que intentarlo y lograrlo: acostumbrarnos a la idea de que los seres humanos tenemos un tiempo histórico, un ritmo, y los países tienen otro. De las cosas que hacemos hoy algunas tendrán efecto mucho tiempo después que hayamos muerto. Cuando decimos: “Vamos a acabar con los ricos”, el imbécil promedio cree que vamos a intentar hacerlo a plomo, a bombazo limpio. No sabe, o no quiere entender, que la forma de acabar con los ricos (destruir al enemigo) es crear las condiciones y estructuras para que los nietos o bisnietos de los ricos actuales ya no quieran ser ricos. Porque entonces comprenderán que para acumular riquezas hay que cometer muchos crímenes. Los ricos de hoy morirán ricos; nosotros moriremos pobres. Pero esta pelea no es de pocos días o años. Esto es una guerra de generaciones. Vivimos este round de la pelea; no nos alcanzará la vida (a nosotros, los que estamos vivos hoy) para ver el final de la pelea. Y ni tan siquiera los asaltos finales. Por eso es tan hermosa nuestra misión: echar las bases para la continuación de la lucha. Para que mi compañero de equipo (ese chamo o chama que no ha nacido y que no me conocerá) continúe lo que yo comencé o continué.
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La chama fue a España, se gozó unos días de poder caminar y rumbear hasta tarde en la noche, paseó por “barrios” como Lavapiés y descubrió que la barrera entre ricos y pobres puede no ser tan rotunda: conoció el Primer Mundo. Al regresar a Venezuela y ver los ranchitos se echó a llorar, desconsolada. “¿Por qué nosotros no podemos ser así? ¿Por qué ellos están tan bien y nosotros tan mal?”. Respuesta lógica: ellos están bien porque nosotros estamos mal. Ellos son ricos porque nosotros somos pobres. Ellos tienen recursos y tranquilidad porque nosotros tenemos pobreza y violencia. Lo que falta aquí se lo llevaron para allá.
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Otro más, impresionado por lo que vio en Europa, vino creyendo en la tesis del “buen gerente”: tú pones a cien tipos graduados en Harvard, aplicas los modelos políticos y sociales más “exitosos” (¡EXITOSOS!”) del mundo, y ya. “¿Por qué no aplicamos un modelo socialista a lo Suecia, donde los trabajadores tienen casa principal y de campo, derecho a viajar por el mundo una vez al año, ingresos suficientes para tener carro y costearse diversiones caras?”. Porque para ser como Suecia tendríamos que recorrer el mismo camino histórico de milenios que los suecos. Para vivir como los suecos tendríamos que vivir un período de exploraciones y colonizaciones guerreristas como la que protagonizaron los vikingos; saltar luego a un período de dominio imperial de vastas regiones en Europa y propiciar allí el mismo complejísimo entresijo de mezclas, culturas exterminadas y territorios sometidos; crecer y consolidarnos como una de las más grandes y terribles potencias europeas (ah, porque para ser como Suecia tenemos que tener su clima, su geografía, su historia, su cultura, su componente social y étnico); luego ceder el poderío ante el empuje de una potencia emergente como Rusia, entrar en una etapa de consolidación más o menos pacífica de su Estado. Y en definitiva, tendríamos que mamarnos unos dos mil años de ESA historia (no de otra), y sólo entonces disfrutar y padecer (¿qué dicen los suecófilos de la alta tasa de suicidio adolescente?) de la situación actual de Suecia: esos “pobres” con carros, casas y privilegios no son producto de una gerencia eficiente sino de un desarrollo histórico; de centenares de años de amoldamiento de ese grupo humano a las condiciones geográficas, históricas, climáticas específicas que les tocó afrontar. Pero por aquí queda cada cabeza e ñame que cree que aplicando fórmulas gerenciales se puede lograr una sociedad como aquella en unos pocos años…
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Dice Juan Cayapo: “Detener el flujo sanguíneo del capitalismo es un acto revolucionario, que se muera el maldito viejo de un infarto. Hace días en mi arrechera escribía: un paro de trabajadores portuarios sería ideal. Las fábricas pueden producir, los esclavos pueden seguir trabajando, pero si la mercancía no se mueve ocurre el infarto. Decía: ah malhaya un paro mundial de trabajadores portuarios…”
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Dice Ramón Cayapo: “La mejor manera de acabar con las urbanizaciones para ricos es acabando con los barrios de pobres. Si tú quieres acabar con El Cafetal ponle esta bomba de tiempo: desmonta La Vega, Petare y Catia. Sin pobres los ricos están liquidados, tienen que convertirse en otra cosa. El rico o clase media necesita, para mantener su estatus, esclavos que les limpien la casa, les cuiden los muchachos y les manejen y arreglen el carro. Cuando esos esclavos descubramos y decidamos que ya no somos más esclavos sino gente que puede trabajar para sí misma; que el tiempo que hoy invertimos en ‘cachifear’ y lavarle la ropa a los amos podemos invertirla en hacer nuestras casas, sembrar para comer, enseñarles cosas de la vida a nuestros hijos, las clases dominantes entrarán en crisis: ellos no están acostumbrados a hacer el trabajo sucio (cocinar, limpiar el piso, lavar el baño, planchar la ropa)”.
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Dice Gino González (otro cayapo): “Dale una patá al bastón / pa que de una vez se caiga / es mocho del corazón / y si tú no lo acompañas / se ensucia en el pantalón / y se vomita en la cama…”
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Dicen los anticomunistas-antichavistas: “Si se implanta aquí el comunismo nos esclavizarán y empobrecerán como a la URSS o Cuba…”. Como si el humano experimentar y avanzar en la historia no fuera capaz de quedarse con lo mejor y desechar lo peor de cada experiencia…

jueves, 24 de junio de 2010

A 189 años de su muerte, Gloria al esclavo devenido cimarrón, saqueador, lumpen-guerrero y orgullo de su gente (nosotros), Pedro Camejo


Negro Primero, alta expresión de la rabia del pueblo oprimido

La historia oficial nos impuso la figura de un Negro Primero obediente que fue a pedirle permiso al jefe para morirse, y nos ha ocultado una parte importante de su historia: Camejo fue uno de los hombres que acompañaron a José Tomás Boves en sus más insólitas victorias.
Héroe de las batallas de La Puerta, en las cuales el pueblo enfurecido derrotó dos veces al ejército engreído y esclavista de Bolívar. A la muerte del taita en Urica, se desmoviliza y regresa al llano, junto con la enorme mayoría del contingente de pueblo que rehusó ser conducido por un imbécil como Morillo, general con hazañas guerreras pero sin empatía con el pueblo. Poco después es "captado" por otro taita bravío, José Antonio Páez; para aquella gente en rebelión daba lo mismo qué bandera defendía su jefe, porque su primitiva conciencia o falta de ella sólo lo movía a arrebatarle al poderoso lo que por 300 años se le había arrebatado a él.
De la primera batalla en que Camejo y otros de sus compañeros de hambre, vida y puñaleos, pelearon para los patriotas (hasta 1814 lucharon para Boves) cuenta José Antonio Páez que debió imponerles su autoridad y una dura disciplina, porque aquellos hombres no se limitaban a ganar batallas sino que se aplicaban al saqueo y el despedazamiento de lo existente: aquellos tipos no eran soldados entrenados sino malandros furiosos.


Así nos "trampea" la historia oficial: en este relieve del Campo de Carabobo aparecen Páez y el Negro Primero, éste atrás y el jefe adelante. Por mucho que le hayan puesto ese apodo, para la historia manipulada que nos han enseñado Camejo era un peazo e Negro Segundo

Aquellos desmanes eran la rabia del pueblo estallando tras 300 años de esclavitud. El pueblo en rebelión no es bueno para construir sino para destruir la sociedad que los oprime. Desde la óptica actual lucen bárbaros y caóticos aquellos acontecimientos. Sólo una observación minuciosa del pulso de la historia puede dar las claves correctas: el ser humano oprimido de América tenía la misión de destruir para que otros procedieran luego a construir. Lamentablemente, la tarea de construir quedó desde entonces, al igual que en la Colonia, en manos de familias poderosas y élites insufribles.
Hoy recordamos la figura de Pedro Camejo, sobre todo por lo que representa: el pueblo sometido, salido de madre en guerra mortal contra lo establecido, y luego utilizado, metido en cintura y sacrificado por los grandes propietarios, los poderosos de siempre. Eso no deberíamos olvidarlo nunca jamás, porque muchas otras veces nos pasó lo mismo como pueblo. A la mierda la historia oficial y la versión del Eduardo Blanco, que pone a decir al nuestro: "Jefecito, yo me voy a morir, ¿oyó?, vengo a despedirme, no se ponga bravo".

domingo, 20 de junio de 2010

Recomendaciones y observaciones básicas para los escritores "en formación" o gente con ganas de difundir lo que escribe

La retahíla que viene a continuación la suelto acá a propósito de esta otra: Monte Ávila, los concursos y los autores inéditos. Aclaratoria que, de entrada, me sirve de ejemplo para el punto número 1):

1) Asegúrate de tener algo que decir, verifica que la escritura es la más poderosa de tus formas expresivas, y luego (sólo luego) escribe eso que te molesta en el pecho.
2) Está bien fantasear (si somos o queremos ser escritores nos será imposible dejar de hacerlo en ciertas ocasiones) pero harías bien en dejar de pensar que la literatura o tu condición de escritor te catapultarán a la fama o a la riqueza. La angustia producto del "¿y cuándo lo voy a lograr? ¿Cuándo será que van a reconocer mi genio?" es demasiado destructiva y por lo general deriva en pérdida de la naturalidad, formación de obsesiones nocivas (como todas las obsesiones) y finalmente en agotamiento del tiempo y la energía corriendo tras el objetivo equivocado. El que se la pasa soñando con la mansión, el Nobel y la fama mundial lo más probable es que agote su energía emocional en soñar con esa mierda, en lugar de invertirla en escribir.
3) Ningún jurado, mucho menos si se trata de alguien que obtuvo sus criterios de lector en la academia, tiene o debería tener la potestad de decidir si lo que tú escribes merece ser publicado o no. El método debería ser: echa a rodar un libro. Si las masas se desviven por leerlo; les causó honda impresión; les dejó una marca perdurable en los afectos o acumulado de sensaciones, ese libro valió la pena. ¿Corin Tellado? ¿Stephen King? Bueno, qué se le va a hacer. Eso es lo que hay.
4) Cuando el concepto "libro" estaba monopolizado por el soporte papel había una poderosa justificación para marginar o desechar ciertas obras: asesinar árboles para inflarle la vanidad a un escritor (alguien que se siente chévere cuando ve sus cosas impresas en papel) es un absurdo, un despropósito; asesinarlos para publicar obras mediocres es ya un crimen repulsivo.
5) El placer de escribir debería ser motor suficiente para que alguien se aplique a hacerlo. Pero se atraviesa un dato importante: la escritura debe tener receptores y difusores para que sea obra viva; una gran novela engavetada no es una gran novela sino un enigma, un feto, un fantasma.
6) La literatura, lo mismo que el resto de las artes y productos del ingenio y la creación humana, no debe ser una mercancía. El capitalismo decidió que todo se compra y se vende y esa es la razón por la cual hay gente obsesionada con los "derechos de autor" y demás aberraciones: sólo puedes disfrutar de lo que creé si me pagas. Escribí una novela: soy dueño de esa novela. El que piensa así casi siempre se alía con una empresa editorial con quien compartir las ganancias. Yo y mi editorial: dueños de esta obra. Los demás son consumidores (clientes) potenciales. Así piensa el escritor que aceptó el chantaje del "mercado editorial". Pero en realidad si produces un hermoso objeto cultural (música, pintura, literatura, artesanía, escultura) y ese objeto cuenta con adoradores o es objeto de querencias colectivas, hagas lo que hagas, ya ese objeto es patriomonio de la humanidad. Mi recomendación (o petición) es que cuando escribas algo lo difundas. Esta vía (internet) ofrece docenas de posibilidades para que lo hagas. No cedas jamás a la extorsión según la cual lo único que prueba que tu obra es buena es su aceptación por parte de unos mercaderes de la cultura, esa fauna intragable que son los editores.

Profundizo en este último punto. ¿Quieres dedicarte sólo a escribir, tener dinero suficiente para poder entregarte a la escritura sin preocuparte por la comida y tus necesidades básicas y las de tu gente? Busca un mecenas, ponte a trabajar o roba a un rico, a una empresa o al Estado. Las entidades a las que le sobra el dinero deberían ocuparse de la manutención de quien vive del arte (perversión asquerosa, pero es lo que tenemos). Que el Estado o las corporaciones le giren dinero a los creadores no es lo deseable, pero es preferible a la otra opción que ofrece esta sociedad: nunca conviertas en mercancía lo que escribes. Tus palabras no deben ser objetos de compra-venta. Yo lo hice en mi juventud (por ignorancia, más que por convicción) y me arrepiento. Mis libros están disponibles para ser leídos libremente en internet. Si consigo quien los reimprima por miles yo mismo salgo a repartirlos por ahí, entre la gente. El lugar de los libros es uno que queda a 30 centímetros de los ojos: ahí donde pueden ser leídos. Me cago en las librerías y demás cementerios de libros.
Juro no volver a exigirle a ninguna persona que me pague por leerme.
Ahora, corporación o ente oficial que vaya a lucrarse o a sacar provecho de lo que escribo, me le afinco.

jueves, 17 de junio de 2010

La xenofobia anticolombiana

En los años 70 Colombia se internaba, de pecho y sin frenos, en un período de convulsión política y social que repotenciaba al que dos décadas antes y un poco más había detonado con El Bogotazo. Al mismo tiempo comenzaba lo que los estudiosos del tema de la droga llaman el boom marimbero: la marihuana comenzó a significar para muchos una opción para paliar la miseria, pero también significó la criminalización de miles de agricultores pobres. Tal como ocurre hoy con los bolivianos, ser campesino colombiano era un dato sospechoso: la materia prima que alimenta el narcotráfico se extrae de las plantaciones. Lo demás no hace falta hilarlo porque ya los prejuicios, la propaganda y el miedo se encargaron de hacer ese trabajo en nuestro subconsciente.
De esa época data una de las movilizaciones demográficas más intensas de colombianos hacia Venezuela, y también uno de los más lamentables momentos de estallido de la xenofobia anticolombiana entre nosotros. Muchas mujeres pobres vinieron en busca de las mejoras que prometían un bolívar sólido y un presidente tan pro-colombiano que ahora mismo es muy difícil asegurar que nació aquí; es fama que miles de ellas sólo consiguieron subemplearse como domésticas o como camareras, pero incluso ese oficio que las clases medias y altas no realizan por asco, flojera y miedo estaba bien para unos ciudadanos que venían huyendo de los primeros plomazos masivos de la guerra fratricida. A todas, sin excepción, les cayó sin compasión el estigma: así como los venezolanos varones se ofendían cuando los llamaban colombianos (porque en el habla común “colombiano” pasó a significar ladrón y asesino), llamar a una mujer “colombiana” era llamarla puta.

Por supuesto que también fue el petróleo el causante de este desperfecto en la psique colectiva: creerse “mejor”, “superior” o con más derecho que los demás a vivir tranquilos es la primera fase de una enfermedad hija del nacionalismo llamada xenofobia, hija que suele exacerbarse cuando “tu país” tiene unos ingresos que tus vecinos no tienen. Ah, pero ya va: ser invadidos por bichos catires y de habla hollywoodense y regalarles el petróleo no era pecado: lo malo era compartir “nuestra” riqueza con esos caliches y cotorros tan feos. La exaltación patológica de gringos y musiúes de ojos claros y pelo amarillo era la manifestación externa de algo más grave y doloroso: la íntima sospecha de que echándole un poquito de bolas podíamos ser como ellos. Y no era un sentimiento exclusivo de iletrados o despistados: años atrás había sido política de Estado darles libre entrada a los europeos, dizque porque eran muy laboriosos, Y PARA QUE NUESTRA SANGRE SE MEZCLARA LIBREMENTE CON LA DE ESOS EJEMPLOS DE CIVILIZACIÓN. Esa propuesta y su “justificación” destacadas en mayúsculas no pertenecen a ningún jerarca nazi (al menos no a uno alemán) sino a un Alberto Adriani cuya muerte lamento mucho. Lo lamento, porque perdí la oportunidad de darle una rumba de patadas por el culo a este racista de mierda, tan adulado por la burguesía venezolana y por algunos pelabolas que lo admiran dizque porque el tipo estudiaba mucho.
Así, como los venezolanos teníamos petróleo y nos sentíamos ricos, limpiecitos, sabrosones y cosmopolitas (ah carajo, para algo les abrimos las puertas a los europeos), fue fácil imponernos la matriz infame según la cual nada tenían que venir a buscar aquí los emigrantes colombianos, ecuatorianos y peruanos: resuelvan ustedes su peo, esta riqueza es de nosotros. Por supuesto que fue una matriz impulsada desde las clases medias y altas, porque un pobre venezolano sufre y se jode tanto como uno colombiano o uno ruso o malayo. Al final los colombianos se las arreglaban para cruzar la frontera y se instalaron aquí pese al asedio racista que los hacía ver como invasores o saqueadores de un tesoro subterráneo al que sólo “los venezolanos” teníamos derecho. Así de coñoemadres éramos, o en eso nos convirtieron.
A cambio de la amargura, los colombianos nos inundaron con mucho de las alegrías patrias que se trajeron en el equipaje. Y nada fue mejor que la música de ellos para enseñarnos una nueva forma de estar contentos. En los años 60 su ingenio creador había producido una fábrica de músicos y juglares llamada Los Corraleros de Majagual, un conjunto de música inclasificable (acordeón, trombones, saxos, tambores...) que desde el propio nombre les producía náuseas a las clases medias y altas, pero que entró con furor en los estratos más pobres hasta convertirse en fenómeno cultural perdurable. Todavía hoy, cuando alguien lo suficientemente humilde, sensible y de buen humor escucha en la calle a Los Corraleros, no puede evitar olvidarse por un momento de los problemas y sonreír: 40 años después, esas canciones tienen un efecto terapéutico del carajo.

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Siglo 21, otra realidad, aunque impulsos y situaciones más o menos similares. Instalados, entronizados y asimilados a nuestras dinámicas aquellos colombianos y muchos más; galvanizada en su simpleza una generación de jóvenes a quienes les da lo mismo que los llamen suizos o colombianos, persisten desde el poder económico y sus sirvientes de los medios de información los esfuerzos por mantenernos separados, aunque con ligeras variantes y sorpresas: ahora la derecha venezolana quiere que los venezolanos amemos a la élite que Gobierna a Colombia. El método: un informe de ACNUR divulgado el martes 15 (
http://tinyurl.com/2dnouox) revela que hay 180 mil colombianos refugiados en la frontera, del lado venezolano, huyéndole por supuesto a la guerra. Pocas horas después los medios de derecha divulgaron un “reportaje” (http://tinyurl.com/2dhwfzj) construido así: hablaron con cuatro colombianos descontentos con las condiciones en que viven en Venezuela y difundieron este titular: “MILES de colombianos quieren regresar a Colombia”.
Interesante el mensaje: ahora puedes compadecerte de los colombianos pobres y adorar a los colombianos que mandan; desplaza tu odio hacia Chávez. Ya lo verán: Santos se aprovechará de esa forzada tendencia de opinión. ¿Línea maestra a seguir? Pues la que nos dicta lo profundo de la sangre: viva el pueblo colombiano y muera la tiranía que lo gobierna,

jueves, 10 de junio de 2010

Credo del revolucionario desubicao

Queremos ser revolucionarios pero no nos imaginamos a una sociedad sin policía, hospitales, fábricas, iglesias ni escuelas: el capitalismo es de pinga, lo que está es mal administrado. Y yo, como soy revolucionario, sí lo voy a administrar bien.
Queremos hacer una revolución pero creemos que eso es posible industrializando más al país.
Queremos acabar con la opresión pero creemos que lo mejor es crear sindicatos que organicen y le pongan orden a la explotación: los trabajadores en el capitalismo somos esclavos, pero si nos suben el sueldo y nos dan cestatiquets entonces trabajaremos más felices, seremos explotados con más justicia, y ya casi somos socialistas.
Queremos acabar con la violencia criminal pero no con la sociedad que enriquece a unos y empobrece a otros.
Queremos (y decimos) ser revolucionarios pero creemos que la otra sociedad consiste en que todo el mundo tenga carro, apartamento y billete para viajar por el mundo.
Queremos construir una sociedad de iguales pero seguimos creando universidades y fomentando “el derecho al estudio”, con lo cual prolongamos la idea burguesa y fascista según la cual hay que estudiar “para ser alguien en la vida”. La universidad es una creación medieval pero creemos poder ponerla al servicio de la revolución cambiándole el nombre: ahora hay universidades socialistas, indígenas y bolivarianas y sus profesores y estudiantes siguen creyendo que estudiar mientras otros producen alimentos, limpian las calles y construyen las casas, es un modelo viable de construcción de la otra sociedad.
Queremos ser revolucionarios pero no nos atrevemos a decirle a Chávez que está pelando bolas cuando éste anuncia que va a crear un “banco revolucionario”, porque corregir al Comandantísimo es ser escuálido, y la pinga, es mejor aplaudirle y celebrarle todo al jefe, no vaya a ser que me boten del partido o del ministerio donde pergeño los churupos.
Queremos acabar con el machismo pero no con los modelos publicitarios y televisivos que te “enseñan” lo esencial de la “hombría”: tener al lado a una jeva dócil, un culo formidable con tetas de plástico, y en la casa a una negra que te lave los platos y te limpie la casa y te cuide a los muchachos mientras tú y tu jeva (una revolucionaria feminista y experta en cuestiones de género) salen a hacer la revolución.
Queremos acabar con la proliferación de armas de fuego pero ni de vaina nos planteamos la posibilidad de proscribir la fabricación de armamentos y encarcelar a quienes se hicieron millonarios con ese negocio. No: mejor inventarse medidas como el cambio de bichas por juguetes o libros o cestas de comida.
Queremos acabar con la pobreza pero no queremos acabar con la sociedad que produce pobres para mantenerse. El capitalismo necesita obreros y éstos tienen que ser seres humanos desesperados, capaces de hacer lo que sea (incluso ser triturados en una fábrica) por un piche salario.
Queremos ser revolucionarios pero aplaudimos y se nos salen las lágrimas de la emoción cada vez que escuchamos sobre los triunfos de las orquestas del “maestro” Abreu repitiendo la música muerta de una sociedad muerta.
Queremos difundir el ejemplo del Che Guevara y para ello nos trasladamos en una camioneta blindada, vestidos con ropa de marca, hasta donde viven nuestros camaradas pobres: ellos que se porten como el Che mientras yo me porto como Rockefeller.
Queremos hacer una revolución pero seguimos repitiendo y galvanizando el discurso que glorifica a héroes constructores de la patria burguesa que tenemos: Bolívar, Miranda, Zamora, Gallegos.
Queremos ser revolucionarios pero no corregimos a Chávez cuando éste alaba a Úslar Pietri por su presunto carácter de “burgués nacionalista”, como si amar a la patria burguesa que los enriqueció y convirtió en vacas sagradas fuera para los burgueses un valor esencial para ganarse nuestro respeto.
Queremos ser revolucionarios pero ni siquiera cuestionamos la denominación “socialismo” para lo que queremos construir, siendo que el socialismo es una creación de europeos burgueses en los albores de la sociedad industrial.
Queremos ser revolucionarios pero nos dejamos seducir por el discurso que hermana al cristianismo con las ansias libertarias de los pobres, como si postrarse ante Dios no fuera la forma más difundida de sumisión ante las variantes del colonialismo y la opresión: un ser humano que es capaz de hincarse de rodillas y bajar la frente ante una entidad que no existe, ante la mentira más gigantesca y estúpida de la historia de la humanidad (un ser todopoderoso, misericordioso y terrible) es capaz de bajar la frente e hincarse ante un rico, un cura, un poderoso, un jefe, un uniformado, un producto comercial, una música impuesta, unos efectos especiales, un carro último modelo, una paca de billetes, una familia perfecta (padre, madre, hijos, trabajo estable, carros, propiedades y esclavos) una mujer hermosa pero de cuerpo artificial, un discurso hermoso pero artificial, una idea de socialismo hermosa pero artificial: si usted no es capaz de rebelarse contra la idea opresiva de Dios usted no es capaz de rebelarse ante nada, por mucho que diga que es o quiere ser revolucionario, por los siglos de los siglos, amén.

lunes, 7 de junio de 2010

El mundo perfecto de los liberales "puros"

En teoría, un liberal es alguien que promueve y defiende la libertad del individuo; alguien que, por lo tanto, detesta y combate al Estado como forma tiránica de organización. El hombre (individuo) es y debe ser libre, y el Estado es una traba para sus anhelos libertarios, por lo tanto hay que luchar para derribarlo e iniciar una etapa de libertad plena del individuo. Pero hay que repetirlo: esto es sólo la teoría, y vaya que suena bonito eso del ser humano (individuo) libre, construyendo sociedad sin leyes ni ataduras. Veamos qué nos depara el inevitable vistazo a la realidad.
En el cochino mundo real, las cosas funcionan así. Cuando un liberal "puro" habla del individuo en realidad está hablando del empresario. El individuo que los liberales defienden no es aquel que se parte el lomo para generar riqueza y vivir (y morir) en la pobreza: individuo no es la doña Carmen que no estudió ni acumuló capital, sino el señor Lorenzo Mendoza. Así que es cierto que el liberal puro detesta al Estado por sobre todas las cosas, pero no porque coarte la libertad del individuo sino del empresario. ¿Nos estamos entendiendo?

Un poco más adentro en el mundo real nos reserva algunas sorpresas: el liberal "puro" (ese que odia al Estado) es por lo general un sujeto que se ha enriquecido, tiene mansiones, carros, esclavos, viaja en su jet particular a todas partes del mundo a dar conferencias sobre la libertad del individuo (del individuo como él, que tiene carros y mansiones y viaja por el mundo), mientras sigue enriqueciéndose a punta de negociaciones con los Estados existentes, que dicho sea de paso son liberales burgueses TODOS. Arréchense los chinos, los cubanos y los chavistas oficiales venezolanos: TODOS los Estados existentes son burgueses y promueven el capitalismo (ese sistema que tiene vocación universal) y les sirven a burguesías nacionales y a corporaciones transnacionales.
Muy lindo eso de andar discurseando contra el Estado y al mismo tiempo amasar fortunas a la sombra del Estado, ¿ah?
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Ejemplo más mundano, cercano y palpable. La familia Mendoza, dueña de Empresas Polar, debe sus enormes ingresos a las negociaciones que varias generaciones de sus antepasados (entre ellos un DON Lorenzo Mendoza Fleury, muy adulado por políticos, curas, medios de información y demás llagas) realizaron con los jefes del despreciado Estado venezolano. Los Mendoza serían unos riquitos cualquiera si los abuelos del pato de Lorenzo no hubiesen negociado sucesivamente con Gómez, López Contreras, Medina, Gallegos, Pérez Jiménez, los adecos y los copeyanos, cosa que convirtió a esa familia en un holding de empresas. Uno, que es pendejo de nacimiento y por impulso vesánico de la sangre, sigue creyendo que los liberales "puros" y el Estado son enemigos a muerte, pero la sucia realidad (otra vez la podrida y asquerosa realidad) nos indica que Estado y corporaciones son poderes complementarios e inseparables, partes retroalimentarias de una sola entidad hegemónica llamada capitalismo.
Es decir, que por mucho que las familias poderosas aúllen su rabia en contra de ese Estado que no las deja tener más propiedades, empresas, esclavos, billete y libertad para seguir acumulando, uno las ve desplazándose en naves espaciales, en yates y en artefactos inverosímiles; las ve ostentando mansiones, fincas gigantescas, fábricas donde se pudren obreros; las ve brillando de joyas y ropas de marca. Un Mendoza suele exhibir una camisa o un pantalón que usted, proletario comemierda, no podría comprar ni con cinco salarios mensuales. Un Mendoza tiene en La Lagunita una casa que se parece al centro comercial más vistoso que el que usted ha entrado jamás. Pero familias como los Mendoza detestan al Estado, porque éste les impide, a través de sus controles tiránicos, que estos coñoemadres se enriquezcan más.
¿De qué tamaño serían las mansiones de la familia Mendoza si ese despreciabnle Estado lo dejara amasar fortuna en paz?
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Ah, pero ya va, que estamos en un mundo ideal donde el ser humano lo hace todo gracias o por culpa de su libre albedrío. Quedamos arriba en que sólo los ricos son individuos. ¿Por qué los pobres no entramos en esa categoría? Vamos para allá.
Vamos a reconocerles a los pobres el estatus de individuos pues, está bien. Ajá pero ¿por qué tú, que eres un individuo y eres libre de tener mucho o no tener nada, no vives en alguna mansión como la de los Mendoza y en cambio te pudres en ese rancho de mierda y tienes que reventarte el orto para que tus hijos vayan a la escuela a graduarse de adecos consumistas? Bueno chico, ese es tu problema. Recuerda que tú tienes libre albedrío. Los Mendoza lo utilizaron así: decidieron esclavizar a otros, pasarle por encima al prójimo, acumular lo que les falta a otros. Tú, en cambio, estás en la miseria porque así lo decidiste. Nadie te obligó a ser esclavo: tú tuviste a tu alcance las mismas escuelas que los hijos de DON Eugenio Mendoza. ¿Por qué no aprovechaste las oportunidades como las aprovecharon ellos?
¿Cómo? ¿Que tú también quisieras ser rico? Bueno, pues entonces deja de ser chavista o comunista, dedícate a aplastar a tu gente, vete del barrio o pueblo donde naciste, no te juntes con pobres y comienza ya: es probable que tus nietos te agradezcan dentro de un siglo tu esfuerzo por aplastar a una mayoría y convertir a tu familia en un modelo de corporación liberal... que probablemente se enriqueció a costillas del Estado que detestas.