martes, 31 de agosto de 2010

Por qué Franklin Brito olía a formol

Franklin Brito olía a formol desde el día en que lo convencieron de que la propiedad privada era más importante que la vida, incluida la suya propia.
Franklin Brito siguió oliendo a formol cuando su familia confundió esa actitud suicida con dignidad y bandera de lucha.
Franklin Brito olió todavía más a formol el día que la derecha venezolana lo estimuló y le otorgó un falso carácter de heroísmo a su decisión de morir.
Franklin Brito olía a formol, como huelen a formol todos los estudiantes y demás manifestantes que salen a la calle a protestar genuinamente por reivindicaciones, y los zamuros de la política comienzan a rezar (y a echar algún empujoncito) para que haya violencia y muertos, porque en tiempos de elecciones la muerte produce dividendos. Se los produce al antichavismo, no al Gobierno.
Franklin Brito olía a formol porque, al contrario de las guerras convencionales, en tiempos de Guerra de Cuarta Generación las batallas no las ganan quienes matan más gente sino quienes se dejan golpear para aparecer como víctimas. Si usted quiere ganar este tipo de guerras no debe atacar a nadie: debe esperar ser atacado. En una guerra cuyo fin primero es la destrucción moral y de la imagen del enemigo, para luego proceder a su destrucción física, gana el que puede recibir y resistir golpes. Franklin Brito era un valiente que prestó su cuerpo para ganarle una batalla al Gobierno, y se la ganó, pero los beneficiarios de su sacrificio serán otros: el antichavismo, sus "dirigentes" y figuras públicas, esa banda de comemierdas que en la mañana deploran la muerte de Brito y en la noche se irán a comer en un restaurant de Las Mercedes.
Franklin Brito olía a formol porque sus asesinos (los políticos de oficio, la derecha antichavista, la caterva de hijosdeputa que nunca sabrán qué cosa es una manifestación de calle, una huelga de hambre o tan siquiera un acto personal de rebeldía) lo convencieron de que el comunismo consiste en quitarle bienes a todo el mundo, incluso a los pobres.
Franklin Brito olía a formol porque, cuando se dijo que estaba trastornado o perturbado (cosa completamente natural, comprensible y previsible en un ser humano que tenía meses sin comer) sus familiares y allegados se rehusaron a contemplar esa posibilidad y siguieron animándolo a que acabara con su vida para minar la imagen del Gobierno.

Quien cree que la propiedad privada vale más que la vida es capaz de matar por un objeto, por dinero, por un televisor, por un celular.
Brito: en esta guerra que todavía no ha entrado en su fase bélica todos olemos a formol.
Franklin Brito, nos vemos en el infierno

lunes, 23 de agosto de 2010

La foto de El Nacional, el amarillismo, la guerra nuestra (y II)

Si tan sólo fuera una cuestión de semántica sería tan fácil volverlos mierda. Los medios de la derecha han impuesto (y del lado de acá mucha gente les ha aceptado la mercancía) la idea de que “el principal problema de los venezolanos es la inseguridad”. Burros de universidad en su mayoría, ni se percatan del detalle, dato o explicación más vieja y cansina: la inseguridad es, en buena medida, una sensación colectiva adquirida mediante (y a causa de) el consumo irreflexivo de medios y noticias. Dije consumo, sí, porque en este sistema la noticia ha dejado de ser resultado de la exploración y búsqueda de verdades, para convertirse en mercancía: se compra y se vende lo que te exalta y conmociona, no lo que te quita el miedo. La tranquilidad no vende; los medios necesitan mucha inseguridad para estar en el tapete, y para minar el prestigio y la imagen del sujeto a quien se quiere sacar de Miraflores.
Volvemos al tema “inseguridad”. Si a ti te bombardean 24 horas al día con la advertencia: “Si sales a la calle te van a matar, te van a secuestrar, te van a robar, te van a violar”, y de pronto aparece un encuestador y te pregunta: “¿Cuál es tu mayor preocupación?”, pues ni modo: los medios te han convertido en un sujeto in-se-gu-ro. Los medios te han saturado de una información según la cual en Venezuela es imposible sobrevivir.
Primera conclusión: según la derecha antichavista (y casi todo el mundo en este país, según parece) el problema no es el crimen violento o la violencia criminal, sino LA INSEGURIDAD: el efecto o sensación colectiva que el crimen provoca en los ciudadanos, y que los medios se encargan de potenciar cuando les da la gana. Segunda conclusión: por lo anterior, los culpables de la inseguridad son los medios.
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Pero no, no es semántico el fondo del asunto. Quien quiera explorar esto de la violencia criminal debe fijarse en todas sus manifestaciones, y no sólo en la clasista, racistoide, elitesca, sifrina y coñoemadre visión de la delincuencia según la cual sólo los pobres somos violentos y aspirantes a malandros y criminales. En la bucólica Caracas suceden cosas que no son mostradas en toda su morbosidad por la “gran” prensa, entre otras cosas porque la “gran” prensa la hacen gentes de la misma extracción social que los delincuentes, en este tipo de casos: un señor taxista (Pastor Aranguren) pasaba por Las Mercedes en su viejo carro y un niño exaltado (un maldito sifrino hijo de la gran puta, apoyado en todas sus “excentricidades” por su papá millonario) le golpeó el carro para que se apurara al pasar. El taxista se bajó para reclamar pero ni siquiera de eso tuvo tiempo, porque otro niño exaltado le cayó por detrás y lo mató de dos tiros. ¿Por qué la prensa no está llena de los crímenes de los niños lindos que van a discotequear en Las Mercedes? ¿Por qué no se escribe ni una coma sobre la cantidad de muertos y mutilados de los jueves en la noche, cuando los niños lindos del este salen con sus naves envenenadas a echar piques por la autopista? ¿Por qué la única vez que esta frívola y pueril pero mortal diversión de los cachorros de millonarios fue noticia fue cuando mataron al deportista Rafael Vidal?
No, mejor respóndanme una sola pregunta: ¿por qué cuando hablamos de crímenes enseguida hablamos del cerro y de los barrios pobres?
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A la clase media, a quienes hacen sus periódicos, emisoras y televisoras, no les importan la suerte, el drama, la tragedia del pueblo pobre. De vez en cuando se asoman a nuestra desgracia y se aplican a gritar y a denunciar sólo con objetivos específicos: cuando les servimos de fuente de noticia, cuando nuestra sangre les sirve para maniobrar políticamente, cuando fundan ONG’s que cobrarán en dólares presuntas investigaciones para ayudarnos. Yo hubiera querido estar ahí cuando CNN convocó a Izarra para que opinara sobre lo que decían un Briceño León y un Pablo Elisio Guzmán, porque yo también tengo algo de qué reírme: me cago de la risa al ver a una cadena como CNN apoyando su parecer sobre Venezuela en la opinión de un maldito jefe de asesinos (¿o no fue jefe de la PTJ el Guzmán? ¿No cometieron crímenes sus corruptos subalternos durante su gestión? ¿O es que las policías sólo cometen crímenes cuando tienen jefes chavistas?) y en un viejo burgués, el Briceño, que nunca en la puta vida ha pisado un barrio? ¿No les provoca una risa amarga el saber que el único asesino que ese viejo idiota, dueño de un “laboratorio de ciencias sociales” (como si los seres humanos fuéramos ratas que él puede estudiar encerrado en una oficina en Los Chaguaramos) ha tenido cerca es el bicho que tenía al lado en el show ese de CNN?
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Ya vendrá un estúpido a decir que según mi opinión no hay delincuentes pobres. Ya voy tres pasos más allá: en vista de que creo que el problema es la violencia criminal y no la inseguridad, reseño los casos que conozco en que las comunidades pobres, al menos sectorialmente, han reducido la delincuencia a cero. Son al menos dos en el 23 de Enero y una en Las Casitas de La Vega. En estas comunidades han logrado reducir a cero el crimen. Cierto que por poco tiempo, pero eso tiene una razón: han sido experimentos germinales, no estructurales. Pero han tenido éxito.
En el bloque 16 del Veintitrés estuve hace años en una asamblea, en la cual la gente formulaba ideas y claves de esta conmovedora altura: los delincuentes tienen una madre o un padre, o un amigo no delincuente, o un entorno íntimo, o unos vecinos. Esas personas son las que es preciso convocar para que controlen o modifiquen el accionar de ese delincuente; la policía viene a reprimir y ya quedó claro que eso no soluciona sino que agrava el problema. ¿Qué tal probar con la justicia comunal, el control comunal de los factores de violencia?
Eso se llama gestión social de la violencia: el proceso colectivo mediante el cual las comunidades buscan y encuentran fórmulas para derrotar lo que el Estado no puede ya combatir mediante procedimientos tradicionales. La policía ha demostrado ser un error histórico, porque su misión es mantenernos a raya, presos o muertos a los pobres, para tranquilidad de la “gente de bien” (las clases medias y altas). La misión de nosotros, zambullidos o por zambullirnos en una etapa que han llamado Democracia Participativa y Protagónica, es participar protagónicamente. Pero todavía nos doblega el miedo a la democracia, el miedo al pueblo, el miedo a nosotros: nos produce terror imaginarnos sin policía ni Estado, nos dan miedo los linchamientos. Y ¿qué será peor? ¿Que una comunidad linche al que ya se sabe que seguirá atentando contra la población, o lo que tenemos hoy? Lo que tenemos hoy son cárceles, policías, abogados y tribunales. No hacen falta calificativos: ese sistema que existe hoy supera cualquier película de terror. El viaje patrulla policial-tribunales-cárcel es peor que cualquier escena de linchamiento. Es la combinación Estado-corporaciones mostrando lo peor de lo que es capaz.
Afortunadamente, y sin que nos demos cuenta (porque se trata de un proceso lento, de generaciones) vamos en busca de esa situación ideal en que el pueblo gobernará al pueblo. Nos falta, pero para allá vamos.

viernes, 20 de agosto de 2010

La foto de El Nacional, el amarillismo, la guerra nuestra (I)

Primero, lo primero. Es verdad que estamos en guerra, y que en esta fase llamada Guerra de Cuarta Generación, en la cual lo primordial es hacerle daño al otro en el ámbito de la opinión pública, hay que aprovechar las fisuras que el otro muestre para acusarlo de lo que sea: de pelear sucio, de ser inmoral, de ser malo. Denunciar a El Nacional y hacerse el horrorizado porque publicó en primera página una docena de cadáveres, es lo que dice “el librito” de la guerra sicológica que debe hacerse. Es la misma actitud del futbolista a quien le rozan un dedo y se lanza al piso a gritar su enorme dolor, como si le hubieran dado con una mandarria en la cabeza. Un poco más de volumen: en el teatro estúpido y efectista que muchos confunden con “hacer política”, eso está bien. Pero sentirse de verdad-verdad escandalizado porque en un tiempo en que cualquier niño de 12 años puede ver en Internet todos los cadáveres despedazados que quiera (asómense a las páginas quelacreo.com y theync.com), y venga un periódico de y para consumo de idiotas de clase media y publique la foto de unos muertos apilados, es un acto de pacatería, y sólo eso. El mundo no va a cambiar porque escondamos la basura y las enfermedades que produce. La basura está ahí y hay quien la ve y hay quien voltea para otro lado. Pero la basura está ahí. Usted puede aplicarle la ley al periódico o televisora que quiera, y con ello sólo estará reproduciendo el discurso y la práctica política del enemigo, porque la ley que prohíbe mostrar la putrefacción burguesa es también burguesa.
Hay gente nuestra que todavía cree que debemos y podemos obligar al enemigo a ser pulcro y limpio. En una guerra sangrienta, dura e implacable como la que nos hemos declarado los que queremos cambiar el puto mundo y los que quieren mantenerlo como está (pero sin comunistas ni contestones), hay quienes se sonrojan porque alguien eructa en la mesa. Y como siempre, el fondo del asunto queda debidamente escondido. Nos gusta hablar de la muerte en abstracto, como si esa bicha no estuviera aquí cerca y aquí arriba: en el explotador que tritura y destruye seres humanos pobres, y en el ser humano pobre que reacciona ante la injusticia con violencia criminal. Las cárceles están llenas de estos últimos; ¿cuándo veremos presos a los ricos generadores de toda la miseria y de toda la violencia en el mundo?
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Sobre El Nacional, creo que procede más denunciarlo por lo que ha ocultado que por lo que ha publicado. En 1989, cuando el Sacudón devino masacre colectiva, los fotógrafos de planta se echaron a la calle a tomar gráficas de la represión y la brutalidad, y la directiva decidió no publicar esas fotografías. Lo hizo después en un libro, lo cual resultó mejor negocio: los pobres les servimos a los ejemplares de clase media para estremecerles el morbo y para que vendan sus “productos editoriales”. Y esto sí toca el tema de fondo: el disfrazamiento de tácticas de mercadeo bajo el aspecto de “defensa de la libertad de expresión”.
Nada le conviene más a los dueños de un periódico que un escándalo que lo haga vender, mostrarse, ser ellos mismos la noticia del día. La gente que trabaja en El Nacional (pasquín hecho por periodistas y editores de clase media para consumo de lectores de clases alta y media) siempre despreció a la gente que hace, lee y trabaja en diarios como 2001 y El Nuevo País, entre otras cosas por sus “procedimientos” para vender periódicos. El diario 2001 publicó en 1998 una fotografía del cadáver del mayor Ocando Paz, asesinado en La Planta por otros reclusos. La foto mostraba un close up del rostro del militar, con los ojos sacados a chuzo. José Campos Suárez me dijo en aquella ocasión: “Si el fotógrafo no me hubiera traído esa gráfica lo hubiera botado del periódico”. Me consta, porque también estuve ahí (no me lo contaron) la reacción de asco de la sifrinada en El Nacional, que bajo ningún respecto entendía, toleraba o admitía el que se vendieran periódicos a costa de imágenes macabras.
Por cierto: una compa argentina, habitante de Catia, el día de la foto del escándalo se tomó la molestia de preguntar en un par de quioscos qué tal las ventas de El Nacional. ¿Saben cuál fue la respuesta? Adivinaron: ese día los distribuidores dejaron el doble de periódicos en los puestos de ventas, porque en la empresa SABÍAN que ese día el periódico se iba a vender más. Y no es ningún descubrimiento, porque todo el mundo sabe que la muerte vende más y a todo el mundo le fascinan de manera morbosa las historias y situaciones en que alguien pierde la vida. Algo al respecto, en el prólogo de una compilación de mis crónicas de sucesos, Guerra Nuestra (lea en la columna derecha de este blog el texto titulado “Sobre estas crónicas”. Es un texto de 1999).
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Unos pocos años transcurren. A Israel Márquez, director del diario 2001, lo asesinaron a tiros el primero de marzo en Caracas. El Nacional, cuya directiva se ha cagado olímpicamente en el dolor de los familiares de esas personas cuyos cadáveres aparecieron en su primera página; y 2001, cuya tradición de mostrar cadáveres y regodearse en el detalle sangriento de las noticias de sucesos es memorable, no publicaron fotografías del cadáver de Israel Márquez. ¿Es noticia digna de ser mostrada la foto de los cadáveres de venezolanos anónimos, pero no la del director de un diario de circulación nacional?
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El problema para el chavismo en funciones de gobierno, con este tipo de temas, es que siente que debe tomar decisiones acerca de si permitir que se muestre lo que ocurre, o se reprima el acto de mostrar. Del lado del antichavismo hay un metadiscurso muy efectivo consistente en culpar al Gobierno de todo cuanto ocurre o deja de ocurrir. Nuestra disyuntiva contiene también nuestra misión: explicarle a nuestra gente, y que suene convincente, que quienes combatimos el capitalismo lo hacemos precisamente porque sabemos que ese sistema es el que produce miseria, pobreza y violencia criminal. ¿Cómo explicar que el arma con que el delincuente mató a tu hijo fue fabricada por unos sujetos que tienen mucho dinero, vendida por otros sujetos con mucho dinero, revendida por un sistema corrupto que no hemos logrado derrotar porque en la sociedad pulula mucho interesado en defender la “libre empresa” y el derecho a esclavizar pobres? ¿Cómo decirle a nuestra gente que mientras vivamos en capitalismo la máquina de destruir seres humanos no se detendrá? ¿Cómo explicarles a los nuestros que la guerra de los dueños de El Nacional contra Chávez tiene su origen en la necesidad de darle aire al sistema de privilegios que enriquece a unos pocos mientras la mayoría es explotada, segregada y vejada y finalmente muere asesinada? ¿Conviene decir estas verdades o no es conveniente hacerlo, o no es atractivo ni tiene gancho, y menos en tiempo de elecciones?
(Sigue...)

miércoles, 11 de agosto de 2010

Sobre los gays y otras divisiones artificiales de la sociedad

Cierta concepción de las relaciones entre grupos humanos sugiere o exige de todos que seamos inclusivos, que echemos mano de la nobleza, la bonhomía y la índole solidaria inherentes a todo revolucionario, para que ningún hombre (¡o mujer!, se apresura uno ¡y una! a corregir) resulte excluido ¡ni excluida! en el proceso de cambio de una a otra sociedad. En este planeta cabemos todos, indica el capítulo primero de su librito existencial con una contundencia que hace olvidar el detallazo: que en ese “todos” está también la gente que quiere acabar con el planeta y lo está logrando.
Esa concepción, con todo y lo justa y edificante que suena, resulta al final ser más burguesa que cristiana, más inoportuna que pertinente y más reaccionaria que audaz. Ha querido cierta izquierda sifrina parcelar la sociedad de manera tal que en ese parcelamiento termina también parcelado el pueblo, y por supuesto sus luchas.
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¿Qué cosa es la izquierda sifrina? Para no ir muy lejos, es la legión conformada por ese tipo de gente que vive como los burgueses que dice odiar, y que en su desesperación por parecer socialista o de izquierda se dedica a decir cosas y ejecutar actos que en su forma parecieran apuntar hacia la construcción de otra sociedad, pero en realidad la consolidan, galvanizan y reproducen la que hay. Gente que siempre detestó a los pobres, pero que ahora, enterada de que la pobreza puede ser un buen trampolín político y aun económico, no tiene empacho en taparse la nariz para que la fotografíen en un barrio con las aguas verdes al fondo. Abunda mucho de esto en el chavismo. Ya antes le hemos dedicado cuartillas a esta especie maléfica, algunos de cuyos representantes internacionales vienen a cobrar en dólares el “honor” de dedicarnos algo del tiempo de su cojonuda militancia: tipos que escriben a favor del proceso venezolano, instalados en lujoso hotel o en su fastuosa residencia que no tiene nada que envidiarle al hotel.
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Lo peligroso, o tal vez simplemente triste, es que mucha gente buena, gente de la nuestra, gente valiosa y pundonorosa, que por andar rindiéndole embelesos al “enfoque de género” se olvida del enfoque de clase. En Venezuela han aflorado en los últimos años varios grupos y movimientos que se han desbocado a difundir ese discurso “de género”, que es potente y efectivo a la hora de denunciar, enfrentar y neutralizar ciertos tipos irracionales de violencia, pero en cuya contundencia se ha dejado permear por valores burgueses y resulta en contumacia: la activista del feminismo que para poder disertar en pomposos salones sobre los derechos de la mujer deja en su casa a la muchacha pobre, negra y extranjera, para que le lave la ropa y los platos, le limpie el piso y le haga el trabajo sucio que ella, revolucionaria muy ocupada (y su señor esposo, un revolucionario tan revolucionario que es casi feminista también) no tiene tiempo de hacer.
Del movimiento que reclama los derechos de homosexuales, transexuales y afines, tuve el año pasado una referencia cercana, aunque no hubo ocasión de discutir el punto en profundidad. Fue el día siguiente al golpe de Estado en Honduras, fecha en que también tuvo lugar, en alguna avenida del este de Caracas, una marcha del orgullo gay. Esa vez se convocó también a una concentración en apoyo al pueblo hondureño en Miraflores. Un compa que trabajaba con nosotros en Ávila TV tuvo una idea interesante: pedirle a una activista o defensora de los derechos de los homosexuales que convocara a los participantes de la marcha gay, para que engrosaran la manifestación por Honduras. La respuesta de la amiga fue: “Es muy difícil, porque en la marcha gay hay chavistas y antichavistas, gente nuestra y gente de derecha: hay de todo”.
Fue toda una revelación, que Ramón Mendoza se encargó de explicar con su lógica maldita y aplastante: “Cuando esa marcha sea en Nueva York no van a poder ir los pobres peluqueros sino los coñoemadres que los explotan: los maricos con real”. Una exacta radiografía del tema: yo no puedo decir que apoyo al movimiento gay porque “eso” no es un movimiento sino una juntura artificial de gente que tiene inclinaciones parecidas pero son socialmente distintas y antagónicas entre sí. Yo pudiera apoyar a los homosexuales pobres, los que son vejados y explotados, los excluidos que no sólo son rechazados por ser homosexuales sino por ser pobres, pero nunca apoyaría a los gays poderosos que también explotan y humillan gente. Una agrupación artificial, pequeñoburguesa, vacía y muy frívola de seres humanos según su íntimo e individual sentir erótico-corporal quiere hacerme creer que los gays pobres y los ricos son la misma gente, pero eso no puede ser verdad en una sociedad dividida en explotados y explotadores. Mis respetos al peluquero de la esquina y al muchacho amanerado por naturaleza; mi salivazo a los Osmel Souza, los Joaquín Riviera, los Nelson Bocaranda Sardi.
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Ni la condición de mujer, ni las preferencias sexuales, ni las discapacidades, pueden ser elementos que conviertan a una persona en especial y libre de todo sobresalto o sospecha. Tampoco deberían obligar a la humanidad a profesarle postración y respeto. Quizá sí les debamos solidaridad, como a todos los seres humanos, pero no apoyo automático. ¿Que si yo respeto a las mujeres, los gays y los discapacitados? Depende, mi hermano. Hay mujeres que merecen mucho respeto y otras que merecen el tratamiento del enemigo, porque muchas de ellas son el enemigo. Entre los expoliadores del mundo (el enemigo) militan y actúan chuecos, homosexuales y mujeres, y uno no tiene que andar exigiendo respeto para la Hillary, la Condoleezza, el Ricky Martin ni la cantidad de ciegos, inválidos, tuertos y tartamudos con plata y poder. Que se mueran todas esas lacras, y ojalá podamos echarles una ayudadita.