lunes, 28 de septiembre de 2009

¿Milicia campesina del Gobierno?

Estamos asimilando y analizando todavía el anuncio de la creación de una Milicia Campesina, por iniciativa o mandato del camarada presidente Hugo Chávez Frías. Es o debería ser una noticia reconfortante para nosotros, preocupados (y ocupados) por la matanza de dirigentes campesinos. Estaremos a la espera de noticias más concretas y de explicaciones cruciales, como por ejemplo la operatividad, jurisdicción, atribuciones y alcance de esa milicia. ¿Será, en su operatividad, como la Reserva Nacional? Es decir: ¿se tratará de una instancia en la cual los ciudadanos reciben formación y adiestramiento militar pero sin tener nunca el control de las armas, como no sea en el entrenamiento? Si esto último es así debemos decir, bajo riesgo de parecer pesimistas o ligeros en medio de un anuncio tan importante, que entrenar a alguien para que sepa usar armas pero no entregarle las armas es como tener mamá pero tenerla muerta. Se estarán formando expertos en combate y en estrategia militar pero esos expertos siempre estarán en desventaja frente a los sicarios si no llevan encima un arma.


Cabe señalar desde ya lo que nos parece más inquietante de todo esto. Ha convocado el camarada Presidente a los campesinos para que se organicen "junto a la Guardia Nacional". La palabra y la intención del Presidente son buenas, pero cuando uno escarba en el fango de la realidad en las regiones se encuentra con que uno de los cuerpos cómplices de los terratenientes y poderosos son efectivos de la Guardia Nacional. La cultura de la entrega incondicional a los ricos, la puesta "a la orden" de las autoridades regionales (tribunales, fuerzas militares y policiales, medios de infromación), el sistema de "fuerzas vivas" al servicio de los dueños de la tierra y las instituciones, son una realidad y una dinámica que se han galvanizado durante décadas en las mentes, en el cuerpo y en las formas de organización social en las regiones, y eso no cambiará porque el Presidente de la República dé una orden.
Quienes nacimos y hemos vivido en los pueblos y ciudades de eso que llaman "la provincia" sabemos cómo funciona: nuestra región se respeta y no nos gusta que los caraqueños venga a decirnos cómo es que deben funcionar las cosas. Una actitud respetable y genuina cuando se trata de la organización social y humana para la vida (¿cómo alguien de Caracas va a saber más que yo y quienes vivimos en mi ciudad la mejor forma de organizarse y construir nuestra vida cotidiana? ¿Por qué un caraqueño tiene que venir a enseñarme a vivir si su ciudad es el mejor ejemplo de la negación de la vida?), pero nefasta y repugnante cuando se utiliza para defender castas, privilegios, mafias y depravaciones.
Lo que está sucediendo con los dirigentes campesinos es algo que va más allá de la liquidación física de unos hombres y mujeres, no se limita al asesinato, no se detiene con la muerte. Hay algo más profundo y devastador que el simple acto de pagarle a un sicario para que joda a un dirigente y es el acoso legal. El chiste es así, en tres sencillos pasos:

1) En 2001 el Gobierno promulga la Ley de Tierras. En el estado X, los campesinos organizados en cooperativas acatan el llamado-mandato de tomar tierras ociosas para ponerlas a producir.
2) Los terratenientes, a quienes les importa un pepino que el Gobierno haya promulgado una ley que favorece a los pobres y les quita privilegios a los poderosos, reaccionan violentamente intentando amedrentar a los líderes de las tomas mandándoles sicarios y después a las autoridades policiales o militares.
3) Si fallan en su intento de hacer desalojar las fincas mediante la violencia y la amenaza, lo hacen acudiendo al sistema de "justicia" de la región. Los campesinos son criminalizados y aqu´pi entran en acción los medios de comunicación de la derecha. Actualmente hay más de 1.500 campesinos imputados, vejados y sometidos a régimen de presentación por tribunales locales y regionales, por el espantoso delito de apegarse a la Ley de Tierras.

Cuando las tres vías fallan o no resultan suficientes para que el terrateniente quede satisfecho entonces viene el trámite del asesinato físico.

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Esto es posible y funciona así por algo que viene a ser el mero centro, el meollito, el lugar del ayayay, el "punto G" de la impunidad de los asesinatos y el acoso de campesinos: resulta que en la ciudad equis el fiscal que investiga el asesinato y el juez que dicta sentencia son panas de la infancia, compinches, tal vez hermanos, del dueño de la finca y la fábrica, del comandante de la Guardia Nacional, del alcalde, del cura, del dueño de la radio, del director de la escuela y el liceo. Ellos nunca se van a tirar, jamás se echarán paja Ellos estudiaron juntos, se cogieron e intercambiaron a las mismas burras, se conocen los secretos, la hermana del juez es hoy la mujer del comerciante millonario y esa dama fue cuando joven novia del jefe de la policía.
Ellos nunca se van a tirar piedras entre ellos, jamás se echarán paja, nunbca en la vida traicionarán esos lazos. Esos lazos son irrompibles. Poco importa si hoy algunos de ellos son chavistas y otros antichavistas porque esto es un peo de clases: todos ellos, por cierto y para completar el cuadro, tuvieron por sirvientes, albañiles, choferes y esclavos a los padres y abuelos de esos campesinos que hoy están jodiendo con la tomadera de tierras. El drama de la guerra clasista en todo su esplendor: por mucho que se hable de revolución pacífica, un pelabolas jamás le ha de ganar por la vía limpia y legal a un potentado.
A pesar de todo, que Chávez (otra vez, el tipo en persona, y más nadie en el puto Gobierno) esté intentando algo concreto para que se acabe la matanza de campesinos es una noticia de enorme importancia, algo que hace pensar que el laberinto puede tener una solución. Pareciera entonces que no hará falta acudir a medidas dramáticas o desesperadas, como la que hemos estado discutiendo informalmente y quizá
irresponsablemente. Yo no estoy muy seguro de que debamos seguir hablando en términos de paz mientras los hijos de puta terratenientes nos están matando. Cada vez creo menos en esas iniciativas hippies que convocan a agarrarnos de las manos con unas velas y unas canciones y unos discursos bonitos, mientras el enemigo nos está echando metralla y pistola. Creo que si ellos van a seguir matándonos pues entonces que la guerra sea en serio y vamos a poner muertos los dos equipos, ese juegüito de que ellos ponen las balas y nosotros los muertos ya no puede continuar. Y si el resultado de llevarse por delante a diez o veinte ricos es que se joda la paz social pues que se vaya a la mierda la paz social. Si vamos a seguir llorando muertos pues que ellos lloren a los suyos también. A llorar todo el mundo en esta mierda.
Por si no se han dado cuenta, la solución que propone Chávez incluye ese elemento dramático del cual muchos de los nuestros prefieren no hablar. Ese elemento son las armas. En control del Estado, pero armas. De esas que hacen pum y matan gente. Chávez (como siempre, otra vez) toma a veces decisiones choretas, imperfectas, pero la mayoría de las veces (como ahora) tiene en su mente la respuesta correcta. La salida al vacilón de los ricos que matan y los pobres que lloramos.

viernes, 25 de septiembre de 2009

A Nelson López lo mataron por 6 mil bolívares

El número 214 de los líderes campesinos asesinados desde 2001 (suman 219 hasta esta fecha) confirmó con su inmolación lo que antes sólo era rumor, sospecha o certeza velada por el miedo: que hay terratenientes multimillonarios financiando la muerte de dirigentes del campo


Al trabajador del campo y líder de su gente Nelson López Torrealba (yaracuyano, 39 años, 4 hijas y uno más en camino) lo mandó a matar el terrateniente Luis Gallo. Nelson estaba al frente de una de las muchas cooperativas de productores campesinos que decidieron recuperar tierras ociosas en el estado Yaracuy, en cumplimiento de la Ley de Tierras vigente en Venezuela. La cooperativa a la cual pertenecía Nelson (Santa Inés del Monte 2021) había rescatado en el año 2005 el fundo Santa Rosa, propiedad de Luis Avendaño, en el municipio Bruzual. Poco después el mismo grupo tomó el fundo Tibana, registrado a nombre de Luis Gallo. Ambas propiedades estaban ociosas, por lo cual calificaban como aptas para su toma o recuperación por parte de los trabajadores según la Ley.

Gallo y varios hombres a su servicio intentaron forzar a los campesinos a desalojar esas tierras. Intentó realizar trabajos en el fundo para crear la impresión de que los campesinos estaban invadiendo terrenos en proceso de producción, luego probó con el amedrentamiento verbal y a punta de disparos. José Gregorio Peralta, compañero de faenas agrícolas y organizativas de Nelson López, recuerda palabra por palabra las amenazas de Luis Gallo contra el dirigente: “No pierdo las esperanzas de matarte”, le repetía una y otra vez delante de testigos. Una de esas veces se lo dijo delante de varios dirigentes y funcionarios en la sede del Ministerio de Agricultura y Tierras. Pocos días antes del asesinato de Nelson hubo un foro en San Felipe, con la participación del presidente de Fedenaga, Genaro Méndez, y el mandamás de Fedecámaras en Yaracuy, Fandor Quiroga. La tónica del encuentro era de un predecible atroz: “la amenaza que para la propiedad privada representan los invasores auspiciados por el Gobierno, y el flagelo de los secuestros”. Detrás de semejantes próceres, en la fotografía que del evento publicó la prensa local, aparece Luis Gallo.

Puede decirse cualquier cosa de Gallo, menos que es un hombre cauto o subrepticio.


La hora final

Vilma Ávila, compañera sentimental y madre de dos hijas de Nelson, recuerda que los días anteriores al 12 de febrero de 2009 lo notaba intranquilo. “Pero él nunca dejó que me metiera en sus asuntos. Yo le respetaba esa decisión, y mucho más después que lo mataron, porque eso de mantenerme alejada y no darme información sobre lo que hacía y los riesgos que corría fue por seguridad para mí y las niñas”. Nelson almorzó en su casa de San Pablo y salió de allí a las 4 de la tarde, se quedó en casa de su madre hasta las 7 y a esa hora se dirigió al caserío La Bartola, donde tenía compromisos de trabajo y otra casa donde ocasionalmente dormía.


El 12 de mayo los movimientos sociales realizaron este mural en el caserío La Bartola. Dos días después, un grupo de hombres armados les ordenó a los vecinos del caserío, bajo amenaza, borar el mural

Guido Galeano, vecino de La Bartola, fue la última persona que habló con Nelson López. Así reconstruye el momento del crimen: “Lo llamé para hablarle de unos animales que él me cuidaba. Estuvimos conversando como 20 minutos frente a mi casa; eran más de las 7 y media de la noche. De repente un hombre se acercó caminando desde el fondo de la calle y cuando estaba como a 5 metros comenzó a dispararle a Nelson. Nunca se paró, le disparaba mientras caminaba. Yo me pegué de la pared y el hombre seguía disparando; nunca pude verle la cara porque los postes de la luz alumbran muy poco y frente a la casa se forma una oscuridad. El asesino siguió caminando hacia fuera del caserío y dicen que ahí lo recogió una camioneta, pero yo no la vi”.

Fueron 14 disparos en total.

Por encargo

El sicariato es una práctica cada vez más usual en los campos. Se dice rápido y suena a especulación, pero el caso de Nelson López destapó inmundicias más graves que ese simple enunciado. El asesino de Nelson López se llama Angel Jesús Vargas y fue capturado en pocas semanas. Confesó que el crimen había sido un encargo del terrateniente Luis Gallo. Alberto Mendoza Merchán, chofer y guardaespaldas de Gallo, también está detenido y reveló que el autor intelectual le encomendó buscar al sicario en Maracaibo y que le ofreciera 6 mil bolívares por el “trabajo”. Rolando Díaz es uno de los ocupantes de la camioneta donde huyó el sicario y está en prisión esperando sentencia; el otro es Agustín Padrino Acosta, quien anda prófugo. Lo mismo ocurre con Luis Gallo, el autor intelectual, quien se dio a la fuga y ha declarado a la prensa aliada del poder económico (El Nacional) que es un perseguido político.

martes, 22 de septiembre de 2009

El periodista imposible y la guerra en curso

Hace dos semanas entrevisté a José Pimentel, dirigente campesino de Cojedes. Setenta y dos horas después lo acribillaron a tiros. Ya antes lo habían tiroteado, en marzo. Con los documentos que me mostró y las cosas que me dijo escribí una especie de crónica sobre la cual un grupo de periodistas profesionales determinó que no era un ejercicio periodístico. Al principio me arreché, pero luego me sentí orgulloso. “Luego” quiere decir el momento en que me enteré de que José Pimentel no registra actividad cerebral y que, por lo tanto, los terratenientes que lo mandaron a matar cumplieron su cometido: aunque sobreviva, redujeron a cero a un tipo enérgico, carismático, buena gente, de los nuestros. Los multimillonarios que lo asesinaron hicieron su trabajo y entonces yo tenía que hacer el que se supone que es el mío: ir a donde los asesinos y preguntarles: “Doctor Zapata, Toledo o Boulton: ¿Usted mandó a matar a Pimentel?”. Tú sabes, para que el coñoemadre me dijera que no. Eso es lo que se llama periodismo. Algo que cumple con esos requisitos llamados equilibrio, objetividad, imparcialidad: principios del periodismo.
Nunca me sentí tan orgulloso de haberme cagado en esos principios, hermosísimos si hubiera justicia en este puto país, pero inviables en una realidad de mierda en la cual decimos que hay una Revolución pero los ricos siguen jodiéndonos y matándonos, como siempre, sin que paguen por ello.


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Al periodismo hecho en Venezuela se lo llevó el coñísimo. No tiene salvación, se jodió irremediablemente. No es el primer artículo o espacio en el cual vomito este dictamen, y cada vez que me asomo a los espacios informativos mi impresión se reafirma. En Venezuela es imposible hacer periodismo, por la misma razón por la cual aquí no hay espacio para la indiferencia. Aquí si usted no está en un bando está en el de enfrente, y si cree que apartándose de la contienda y yéndose a la playa cuando se están decidiendo cuestiones cruciales o importantes usted se ganará la etiqueta de “neutral”, usted está jodido de la cabeza o no ha entendido de qué se trata todo esto: si usted es indiferente, cobarde o sensible a la incomodidad que genera el no declararse de ningún bando usted no es neutral o “ni-ni”, sino un maldito escuálido. Un pobre güevón que seguramente trabaja para un coñoemadre que lo explota y a quien usted considera un patrón chévere porque no le alza la voz y de vez en cuando le da un día libre, como si ese cabrón fuera el dueño de su dignidad, su libertad y su tiempo.
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Todavía me encuentro a gente que me celebra o me reclama lo dicho en un programa de Venezolana de Televisión: que el periodismo falleció de muerte violenta en el instante en que los periodistas antichavistas decidieron que todo cuanto hicieran Chávez y el chavismo está mal, y fue sepultado con más asco que honores el día que los periodistas chavistas decidieron que la mejor respuesta a eso era glorificar todo cuanto hicieran Chávez y el chavismo. Puesto en el centro de la mesa, aprobado y refrendado ese estado de cosas, está claro que en los medios de información de Venezuela no hay espacio para la verdad sino para la coñaza, el insulto barato, la descalificación inmisericorde, el certamen de injurias, la patá poerculo, el ataque gratuito, la invención de mentiras, el mordisco y el salivazo contra el enemigo y sus factores.
Muy ingenuo o estúpido tiene que ser alguien que a estas alturas del campeonato crea viable el ejercicio del periodismo, entendido éste como la hechura potable, transparente y aguerrida de un oficio que busca, respeta y confronta todos los puntos de vista, para presentarle a la ciudadanía la posibilidad de un balance y una toma de posiciones sobre la realidad. Esa forma de hacer periodismo (la única que puede calificar como tal) fue posible en Venezuela durante varios años y nos dejó verdaderas joyas del arte del equilibrio, la pulcritud y la audacia puestas al servicio de la verdad. Eran tiempos en que el país vivía eso que los ricos gustan de llamar “normalidad”: el estado de cosas en el cual los pobres son sometidos a explotación, segregación y vejación permanente por parte del Estado, las corporaciones, la televisión, la iglesia y la policía, y los pobres nos calamos ese güeveteo con aparente tranquilidad, docilidad y/o resignación. Una “normalidad” que también se fue a la mierda el día que los pobres empezamos a romper esa maldición en cómodas cuotas: todavía estamos oprimidos y sometidos pero ya estamos reventando el yugo de la palabra sacrosanta de la iglesia, los medios y muchas veces de la policía, que ya es bastante.
Debo aclarar algo que seguramente no se colegirá de lo que he dicho antes: que el periodismo haya muerto o sea inviable no me parece bueno ni malo, sino simplemente un fenómeno al cual hay que adaptarse. Sincerarse, asumir el barranco en el cual estamos y dejarse de mariqueras: estamos en una fase muy sucia de una guerra que empezaron ellos, los poderosos (llamémoslos para efectos de este artículo “los dueños y directivos de medios de información”) y los sirvientes de los poderosos (llamémoslos “periodistas y esclavos de los medios de información”).
Cito un artículo del cabrón del Roberto Giusti, publicado en la cloaca denominada “El Universal” el 21 de mayo de 2002: “En este país, aunque usted no lo crea, los periodistas y los militares se parecen en algo. Tanto ellos como nosotros, y como casi todo el mundo, en realidad, están sometidos a una serie de normas capaces de desnaturalizar principios universales referidos al comportamieno ético en el ejercicio de su profesión” ... “si usted, periodista, se encuentra en un país donde el toque satánico del caos lo tiene todo revuelto, no puede caer en el chantaje de una pretendida objetividad, en un falso equilibrio informativo que lo mantiene en el mero centro del derrumbe total, inmóvil y feliz, tirándosela de ni ni”.
Nunca estuve tan de acuerdo con este coñoemadre, a quien una vez le espeté un crimen: haberle echado una tonelada de mierda a Jorge Nieves, asesinándolo moralmente un mes antes de que lo asesinaran físicamente. La diferencia entre los hijos de puta como él y los pendejos como nosotros es que ellos saben que estamos en guerra y están actuando en consecuencia, mientras que nosotros (que también sabemos que estamos en guerra) permanecemos inmóviles y jugando a un juego indigno y desesperadamente patético que dice: “Oh, me has agredido, ¿viste, mami, que los violentos son ellos?”. Pero poco a poco cada quien ha ido tomando posiciones en esta guerra maldita y brutal (como lo es toda guerra, por definición). El mundo es una mierda y de esta mierda soy adicto, dice una canción de los raperos de Guerrilla Seca. Los parafraseo con gusto: esta guerra es sucia y de esa suciedad se vuelve uno adicto. Así que antes que salvar al periodismo, me he dedicado a indagar en los adentros y en la Historia cómo se puede ser honesto, responsable y estar blindado en la ética cuando uno está en guerra, ya que en el periodismo no se puede. La respuesta la conozco hace rato: ubicándonos del lado de los pobres y los oprimidos, que somos nosotros mismos. Y ser implacables con ese enemigo, al que hace rato se le pasó la mano.

Ah verga, aprendamos del lumpen:

viernes, 18 de septiembre de 2009

Boves y los poderes destructores del pueblo

Hoy, 18 de septiembre, se cumplen 227 años del nacimiento de José Tomás Boves. Reducido a la categoría de monstruo por la Historia oficial, esa que sólo exalta y glorifica a los constructores de una República burguesa y promotora de privilegios y esclavismos, su conquista fundamental fue haber motorizado en pocos meses lo que no hemos vuelto a lograr en dos siglos: hacer que el pueblo ejerza el poder y con su ejercicio (brutal entonces, despiadado, criminal, del tamaño del odio de tres siglos que la sociedad colonial incubó) llene de pavor a los multimillonarios, a los poderosos, a los propietarios. De Boves ha dicho Juan Vicente González que fue el primer jefe de la democracia venezolana. El dictamen parece exagerado y romántico, pero ciertamente el Taita fue el primer tipo parecido a nosotros que gobernó este país. Las hordas que lo seguían son un importante antecedente de los ejércitos de liberación nacional del siglo XX: más que un ejército, era un pueblo echado a los campos a destruir la vieja sociedad. La vida de este tipo apasionado, loco e bola y rebotao está llena de claves y metáforas. La más importante de ellas es que el día que perdió la vida sus hordas coronaron una victoria. Eso pasó en Urica el 5 de diciembre de 1814. Es decir: con su muerte, este jefe demostró que los pueblos no necesitan jefes para conquistar triunfos. Ese día al jefe lo mataron y sin embargo sus diablos le echaron una pela al Ejército patriota, ese equipo donde jugaban entre otros un poco de bichos llamados Ribas, Bermúdez, Zaraza. Puro cuarto bate. Esa es nuestra verdadera historia y así somos nosotros en realidad: somos una historia llena de bichos oscuros y anónimos capaces de grandes cosas. Los jefes tienen nombres grandes y nadie los olvida; a nosotros nos van a olvidar pero vamos a hacer cosas más grandes.
Aunque algunos nos sintamos bolivarianos (o pensemos que lo somos porque eso fue lo que nos enseñaron en la escuela adeca donde nos formaron), en realidad, y por origen de clase, convicciones, temperamento y sueños, todos somos boveros. La naturaleza de nuestras luchas no se parece a la de Bolívar sino más bien a la de su erncarnizado rival, José Tomás Boves. Y más que a las luchas de Boves, a las hordas que lo seguían. A ese poco de esclavos y sirvientes humillados por tres siglos. "Nosotros somos los mismos, nosotros somos aquellos", dice una canción de Gino González.
Publicamos acá, a manera de homenaje al camarada Taita José Tomás Boves, fragmentos de la obra “Bolívar y la Guerra Social”, justo el que describe el contexto en que se producen el fenómeno Boves y la insurgencia colectiva de los hombres sometidos a esclavitud y servidumbre. Su autor es Juan Bosch (1909-2001), presidente de su país (República Dominicana) en 1963 y derrocado por un golpe militar apoyado por Estados Unidos. Es uno de los intelectuales latinoamericanos más connotados del siglo XX.

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1814 fue el año en que la guerra social venezolana alcanzó su mayor profundidad de horror y destrucción, y por lo mismo es el año determinante en la vida de Simón Bolívar. Las huellas que dejó el 1814 en el ánimo del Libertador iban a producir varias repúblicas americanas. El recuerdo de la ferocidad desatada por los llaneros de Boves le empujó hasta las alturas de Potosí, en los Andes del Sur.

Simón Bolívar había recibido de la municipalidad de Caracas el título de Libertador y el de capitán general de los ejércitos republicanos en octubre de 1813, cuando acababa de cumplir treinta años; y en esos días comenzaba a destacarse en los Llanos como jefe de hombres del pueblo el asturiano José Tomás Boves, que también cumplía treinta años. Como Simón Bolívar, Boves había nacido en 1783*.

Boves era el anti-Bolívar; no porque se enfrentara a éste en la guerra, ni porque él hubiera abrazado la bandera del rey mientras Bolívar abrazaba la de la república; no porque él fuera inculto y el otro cultísimo, él español y el otro criollo, él pobre y Bolívar rico; sino porque Bolívar pensaba y actuaba en términos de sociedad, y por eso su lucha se dirigía a la creación de un Estado, y Boves sentía y actuaba en términos de masa, y esa masa se hallaba en guerra contra la sociedad de la cual había sido parte.

La masa no es la sociedad; no lo es en ningún momento histórico. La masa está contenida en la sociedad, lo que quiere decir que es parte de ella; y nunca la parte es el todo. Puede suceder que la parte insurja y someta el todo a su dominio, pero en situaciones normales la parte no se rebela ante el todo. Si la parte —esto es, la masa— se rebeló en Venezuela contra el todo —es decir, la sociedad— se debió a que los tiempos no eran normales; y cuando lo fueron, antes de la rebelión de la masa, los que se beneficiaban eran una minoría que sostenía a hierro y sangre una organización social intolerable, que no permitía el menor cambio.

(…)

Entregado a su idea de un Estado nacional, creado en lucha contra España, Bolívar no veía a la masa venezolana. Para él, sólo había un enemigo al que combatir, y era Monteverde, representación oficial de España; y cuando Monteverde fue depuesto, el enemigo a derrotar era Cajigal, designado sucesor del capitán de fragata canario. Las partidas que andaban por los Llanos eran, a su juicio, bandoleros que se desbandarían con una operación de limpieza tan pronto quedara aniquilada la fuerza militar realista. Eso explica que Bolívar atendiera más al sitio de Puerto Cabello y a la concentración realista que destruyó en Araure, que al creciente poderío que iba tomando Boves en los Llanos de Apure. Tal vez por eso le resultó tan dura la lección que recibió cuando las masas venezolanas, comandadas por Boves, destruyeron su sueño de un Estado nacional.

(…)

En el misterioso laboratorio de la historia la masa tiene un papel renovador, originado en que es la depositaría de los resentimientos individuales, de las injusticias, las frustraciones, las inquietudes y los dolores que la sociedad, organizada en Estado, provoca en los individuos. De una injusticia, de una frustración, de una inquietud insatisfecha, de un dolor a veces ni siquiera conscientemente valorado, sale una idea renovadora o un deseo de cambio —y a menudo un deseo de destrucción— que va extendiéndose por entre los que sufren, los despojados, los perseguidos, los sometidos, y llega la hora en que esa idea o ese deseo se convierte en una corriente avasalladora, que domina los movimientos de la masa.

(…)

José Tomás Boves o Tomás Rodríguez Boves —o Boves a secas— era el jefe de una masa americana en los primeros años del siglo XIX. A esa masa no podían pedírsele propósitos creadores; y así como ella, era su caudillo. Frente a Boves, Bolívar comandaba el instrumento armado de una sociedad que ya no existía. La lucha, pues, fue el encuentro de un ejército sin base social y una masa convertida en ejército. Años después, esa masa convertida en ejército se pasó a las filas republicanas, y entonces Bolívar la comandó y realizó la obra que había soñado, porque esa masa se integró en la sociedad nueva, que ya no podía ser la mantuana.

En 1813, Bolívar era un romántico que no comprendía la raíz de los sucesos en que él mismo era actor de primera categoría. Hasta el final del Año Terrible de 1814, el Libertador creía, con toda la vehemencia de su alma, en los conceptos abstractos de Nación, República, Libertad, todos escritos con mayúsculas en su corazón apasionado. En 1813, Boves, que era la encarnación de la guerra social y estaba a gran distancia de los románticos, afilaba la lanza con que iba a quedar destruido el sueño de Bolívar.

(…)

La guerra social es un fenómeno de caracteres peculiares. Recuerda a los volcanes activos en que su poder es permanente. Su fuerza no se agota mientras tiene razón de ser en los odios del pueblo, como no se agotan los volcanes mientras tengan lava en las entrañas. Cuando Boves ordenó el ataque a La Victoria, en el mes de febrero, disponía de 7.000 hombres; cuando huyó hacia los Llanos la noche del 19 de abril, le quedaban sólo 400. Y sin embargo al comenzar el mes de junio reapareció en los Llanos a cabeza de miles de seguidores, tan fieros como los que mandaba dos meses antes. El pueblo engrosaba las filas de Boves sin cesar, como aumenta la lluvia el agua de los ríos.


miércoles, 16 de septiembre de 2009

Los ricos ponen las balas; los pobres ponemos los muertos

Continúa la matanza de dirigentes campesinos a manos de sicarios contratados por terratenientes. Nosotros somos cómplices de ese asesinato masivo. Usted, lector de esta nota, y yo mismo. Usted y yo vivimos en las grandes ciudades y creemos que Cojedes queda lejos, y ni hablar de los estados fronterizos. Cuando a un camarada lo acribillan en algún lugar de Venezuela preferimos sentirnos seguros de que la policía y los jueces de la región donde ocurrió el asesinato se encargarán de hacer justicia, sin percatarnos de que esos jueces y cuerpos policiales son cómplices y quizá perpetradores del crimen. No termina de entrarnos en la cabeza que hay un hijo de puta multimillonario que vive en Caracas o en Miami, y que al enterarse de que unos campesinos le invadieron esas tierras que él no pone a producir resuelve el asunto con un telefonazo: averigüe quién es el cabecilla o líder de la toma de tierras y llénele el saco de plomo.



A José Pimentel lo abalearon por segunda vez el viernes 11 de septiembre; la primera vez fue en marzo. Ha sobrevivido a ambos ataques, pero aparte del natural alivio que significa el que este camarada haya quedado con vida el episodio revela una realidad avasallante: los millonarios que se sienten dueños de la tierra venezolana están dispuestos a asesinar a quien pretenda acabar con el latifundio. Para un puñado de estos hijos de mala entraña, la propiedad privada es más importante que la vida, y no hay que ser muy perspicaz para comprender que Pimentel no será la última persona a quien intentarán asesinar. En Cojedes todo el mundo sabe que un Boulton, un Toledo y un Zapata son los dueños de las fincas que las cooperativas de campesinos han recuperado para la producción agrícola. Pimentel me reveló en una entrevista, tres días antes de que lo abalearan por segunda vez, que al menos uno estos señores le tienen jurada la muerte. Que un sistema corrompido y putrefacto de jueces indignos ha hecho más fácil el trabajo de los sicarios.


La semana pasada escribía acá mismo sobre la necesidad de entender que esta guerra es de largo plazo, de muchas generaciones, y no una simple escaramuza que vaya a resolverse zampándole unos tiros a diez, a veinte o a 500 personas. La contundente asquerosidad de las actuales circunstancias, la develación de la índole criminal de nuestro enemigo de clase, obliga a ponerle algunas acotaciones a ese análisis. La más obvia de ellas clama a gritos la necesidad de ponerle freno a esa locura homicida. La parte lamentable es la que responde al “cómo” del asunto: hay que acabar con la matanza y la forma más segura, directa y digna de hacerlo es acabando con los matadores. La otra opción es reconocer que hemos perdido y que las tierras deben permanecer en manos de los ricos, así no las pongan a producir. Pero esa opción no es válida si en lugar de un país de sirvientes y esclavos queremos un país de gente decente.
A estas alturas, cuando los sistemas locales y regionales de justicia (ni hablemos de la justicia burguesa en pleno), las autoridades policiales, los medios de comunicación, el silencio cómplice de unos ciudadanos, el miedo de otros y la apatía de las mayorías; cuando todo ese sistema hecho a la medida para que florezca la impunidad se ha convertido en costumbre, no parece quedar otra opción que la del estallido revolucionario que liquide a uno o más terratenientes de los que ya se sabe que han mandado a matar a la gente nuestra.


Creo que a los matadores hay que matarlos. Propongo hacerles un llamado público a los sicarios actuales o potenciales para que, en lugar de asesinar a los nuestros, le den muerte a quienes los contratan. Es una vía que pudiera dar resultados. El terrateniente de Yaracuy Luis Gallo le pagó 6 mil bolívares a un sujeto para que asesinara al líder Nelson López el 12 de febrero. Si antes de ese asesinato el movimiento popular le hubiese hecho un llamado a quienes viven de matar y hubiese ofrecido el doble de esa cantidad para que matara a Luis Gallo, tal vez Nelson López estuviera vivo y la familia del terrateniente sería la que estaría clamando justicia, no nosotros.Ha habido intentos de conformar un Tribunal Popular o varios tribunales populares que se ocupen de discutir y diseñar la manera y los mecanismos para frenar la masacre de dirigentes populares. En el papel ese Tribunal existe y tiene sustentación constitucional suficiente. En efecto, el Tribunal del Pueblo nace por mandato de dos asambleas de ciudadanos y ciudadanas: la primera, realizada el 06 de marzo de 2009 en Caracas, denominada “Asamblea de Campesinos y Campesinas y de los Movimientos Sociales contra el Sicariato y la Impunidad”; y la segunda, denominada “Encuentro Nacional Revolucionario por la Vida y los Derechos Humanos” realizada en Barquisimeto los días 1, 2 y 3 de mayo de 2009. Como Misión Boves, acudimos allí con la intención de agitar en torno a una cuestión esencial: es necesaria la creación de un Tribunal Popular porque los tribunales ordinarios, el sistema de justicia o Poder Judicial, son una entidad en avanzado estado de descomposición, al igual que el Estado Burgués en el cual se asienta. Esta discusión seguramente se revitalizará ahora. No será discutiendo como se acabará la matanza de revolucionarios, pero sí es esa la vía para darle carne y realidad al justo anhelo de cambiar el dolor de los nuestros por la sangre de ellos.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Alguien muy poderoso quiere muerto a José Pimentel

La semana pasada, el martes 8 de septiembre, conversé en San Carlos (Cojedes) con el dirigente campesino José Pimentel. Hablamos sobre el atentado que sufrió en marzo; el hombre recibió entonces cuatro disparos (en el rostro, el pecho y un brazo) y sobrevivió. Setenta y dos horas después de nuestra entrevista (viernes 11 de septiembre) volvieron a atentar contra su vida. Esta vez le dieron tres tiros más. Nuevamente sobrevivió al ataque, pero sufrió pérdida de masa encefálica.
Estos atentados han sido perpetrados por sicarios, ordenados por uno o más terratenientes, y cuentan con la complicidad de una asquerosa red de jueces y autoridades regionales. Van 219 campesinos muertos por este tipo de acciones. Estamos en una guerra en la cual los ricos ponen el plomo y nosotros los muertos. Y todavía hay cachorros que quieren voltear al país cabeza abajo porque a media docena de mamagüevos les dieron unas patadas por el culo en la avenida Urdaneta.

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Tuve que esperarlo durante dos horas más de lo previsto porque se encontraba en la sede regional del INTI realizando una labor para la cual se le llamaba con alguna frecuencia: mediar entre dos grupos de campesinos que tenían desacuerdos. Pimentel es un líder carismático y se ha hecho respetar entre sus colegas, entre las autoridades regionales y locales, entre los campesinos organizados de todo el país (de quien sí no ha obtenido respeto es de unos cuantos terratenientes, de esos que consideran a la propiedad privada -de ellos- más importante que la vida -de otros-). Finalmente, el encuentro se dio en un local de San Carlos (Cojedes), a unos 200 metros de donde atentaron contra su vida el 4 de marzo. Setenta y dos horas después de esta entrevista han vuelto a atentar a balazos contra la vida de José Pimentel.

Casi toda la conversación giró en torno a la primera vez que lo atacaron a balazos, y sobre las circunstancias de ese atentado.


"No sabía que era conmigo"

Relató que ese día (4 de marzo de 2009) se encontraba con un grupo de ocho amigos en la pizzería Sagitario, en el centro de San Carlos, en horas del mediodía. Que de pronto un sujeto se paró frente al grupo y comenzó a dispararle. "Yo ni siquiera sentí los tiros, nada más me puse al igual que los demás a tratar de apartarme, porque no sabía contra quién estaba disparando aquel hombre. Hasta que me vi un chorro de sangre en el brazo izquierdo; entonces me di cuenta de que era conmigo la cosa". Eso que Pimentel llama "la cosa", en su primera parte, terminó con dos balazos en su cuerpo: uno en el brazo y uno en el pecho. Luego el sujeto se subió de parrillero en una moto, en la cual lo esperaba el conductor. Al ver que el dirigente campesino todavía estaba de pie, tomó la pistola con la otra mano (la izquierda) y efectuó desde la moto varios disparos más. Esta vez una bala lo alcanzó en el pecho y otra en el rostro. La bala entró por la mejilla y salió por la partte de atrás del cuello, sin afectar ningún órgano. En la pizzería-heladería donde ocurrieron los acontecimientos todavía quedan huellas de los impactos de bala, en la puerta, la pared y una mesa. No hace falta que Pimentel confiese ser religioso o que en efecto lo sea, pero en cada minuto de su relato se detiene para comentar que fue Dios quien decidió que saliera de esa con vida.

Sus compañeros lo trasladaron al hospital, que queda a unas ocho cuadras. Allí le dieron los primeros auxilios y lo internaron de emergencia, pero sus familiartes y el Movimiento Campesino Jirajara gestionaron su traslado a otra parte, ya que nada que esté en jurisdicción del estado Cojedes les merece confianza (sobre esto versará la siguiente parte de esta nota). Fue llevado entonces al Hospital Militar de Caracas. A José Pimentel se le descompone el rostro recordando el dolor de aquel traslado: "Me llevaron en el helicóptero-ambulancia hasta Maiquetía. Desde ahí al hospital la ambulancia tardó como dos horas, no sé por qué razón. Cada vez que esa bicha caía en un hueco yo sentía que me estallaba el pecho. Tenía varias costillas fracturadas".



Pimentel muestra las heridas producto del primer atentado


Más que amenazas

Pimentel, de 49 años, pertenece a un movimiento de campesinos que ha tomado varios fundos de los cuales se había denunciado ante el INTI (y anteriormente ante el IAN) que estaban improductivos y que pertenecían al Estado. Las familias Boulton y Toledo aseguran ser dueñas de la titularidad de esas tierras, ubicadas en La Flecha, San José y Manfralex. "Son tierras clases 1, 2 y 3, aptas para cultivo; quienes dicen ser sus dueños las han destinado a ganadería". A razíz de estas tomas Pimentel y sus compañeros comenzaron a recibir amenazas, y algo más: en octubre de 2008 a una familia le quemaron la casa e intentaron violar a una mujer frente a sus hijos, a quienes los inmovilizaron colocándoles pistolas en la boca.

"Una vez estábamos haciendo una inspección con funcionarios del INTI y nos cayeron seis hombres a caballo, armados y amenazándome directamente. Me dijeron que me saliera de esas tierras porque yo era el 'chicharrón' de ellos. A esos hombres los capturaron y los llevaron al comando policial de Las Vegas, pero la jueza Primera de Control fue allá en persona a decir que soltaran a esos muchachos, y los dejaron libres".

A raíz de estas situaciones, Pimentel solicitó para sí una medida de protección policial, misma que le fue concedida por la jueza 4ta., de Control del estado Cojedes, Romelia Collins. Al cabo de unos pocos días la medida fue revocada a petición de la abogada Adelaida Pérez, y Pimentel fue a los tribunales a pedir una explicación. El productor agrícola no sabe si contar lo que le dijeron con humor o indignación: "El presidente del Circuito Penal me dijo en mi cara que me dejara de esas cosas, que no me metiera en problemas, porque el dueño de la finca Manfralex, Manuel Toledo, era su amigo". Volvió entonces a pedir protección policial, la cual le fue negada hasta que el 4 de marzo lo agredieron a tiros. Desde entonces hasta el viernes 11 de septiembre, fecha del segundo atentado, contó con el acompañamiento de un funcionario policial.

"Ahora ando todo el tiempo a la defensiva", me confesaba Pimentel. "A veces se me acerca a saludarme alguien que no conozco o no recuerdo y me pongo tenso, porque no sé si es alguien que viene a joderme. Igual cuando me paro en el semáforo y me pasa un motorizado por el lado". Ese era el estado anímico de Pimentel para el momento del segundo atentado.

¿Y las autoridades del estado y del municipio?

"El alcalde y el gobernador se movieron bastante cuando me tirotearon, se comportaron a la altura. Pero después de eso ya es imposible hablar con ellos".



Pimentel entrando al local donde atentaron contra su vida el 4 de marzo


El testigo que no fue

Hay dos detenidos en San Carlos por el primer intento de asesinato. Son ellos Wranglelhits Enrique Pacheco y Melquiades García. El primero es el sicario que le dio los cuatro tiros a José Pimentel, y el segundo un taxista encargado de contratarlo. "Por supuesto que el taxista lo que hizo fue subcontratar al otro, yo no conozco a ese señor ni tengo problemas con él. Yo sospecho de los dueños de los fundos tomados, pero creo que las investigaciones no llegarán tan arriba, al menos mientras el juicio esté radicado en Cojedes. Por fortuna van a radicarlo en Aragua por orden del TSJ".

En esta clase de enredos siempre hay daños colaterales, y en este en particular el perjudicado fue Mario José Santacci, un humilde parquero de la pizzería donde atentaron contra Pimentel. Hace dos semanas lo emboscaron al salir de su trabajo y lo asesinaron de 15 disparos. Pimentel había hablado con él porque pudo haber sido testigo del atentado, pero Santacci no fue a trabajar ese día. "Creo que lo vieron hablando conmigo y se la cobraron", es el dictamen de José Pimentel. Hay un sujeto, familiar del taxista detenido, que se fugó de un retén de menores la noche del asesinato y regresó en la madrugada. Hacia allá se dirigen las investigaciones.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Guerra de generaciones: la película

Para Adriana G. y Lorena F.

y demás Lorenas y Adrianas de la vida


Creemos en algo que llamamos la Revolución. Creemos y sabemos que la Revolución va a triunfar. Como participantes en esto, eso es motivo suficiente para sentirnos poderosos y fuertes. Pero si lo asumimos como espectadores de una película en desarrollo tenemos malas noticias: esta película es muy larga y los seres humanos vivientes no sabremos cuál es el desenlace. Somos protagonistas pero la película terminará cuando nuestros huesos amarillentos tengan siglos bajo tierra.

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Quienes nacimos, crecimos y nos formamos bajo el influjo y la tiranía de la televisión, el cine y la industria deportiva (y cómo no, la epopeya que nos han contado que ha sido nuestra Historia) entendemos por “triunfo” una situación en la cual 1) el enemigo es derrotado, silenciado, desplazado, liquidado; 2) nosotros nos apoderamos del galardón y nos enseñoreamos de él.

Los puntos 1 y 2 contienen unos elementos que sin necesidad de nombrarse directamente están ahí y pesan, joden y son capaces de embarrar lo que de noble pueda tener nuestra aspiración a que la Revolución triunfe. Esos elementos son el poder y la muerte. Apoderarse: quedarse con el poder y ejercerlo. Derrotar: hacer que el enemigo desaparezca o quede anulado como factor político. Que se pudra.

Éxito: destrucción del enemigo, y para mí todo el poder y la gloria, los recursos, la administración de lo existente y la mujer del sujeto liquidado.

Si estamos de acuerdo en que esa es la escenografía básica del esquema guerra=vencedores+vencidos, deberíamos estar de acuerdo también en que nosotros, el bando de quienes somos revolucionarios o decimos serlo, hemos cometido y seguimos cometiendo algunos errores, algunos de ellos puramente circunstanciales y otros más graves, de entendimiento del problema en su estructura. Por allá arriba un párrafo concluyó definiendo al triunfo o éxito como una situación en que los vencedores terminan administrando lo existente. Parece que entonces ese triunfo o éxito no nos sirve, ya que lo existente es el capitalismo y bien ridículos nos veríamos como revolucionarios anhelando (como de hecho muchos lo anhelan, y hasta lo ejercen: asómense por las gobernaciones, las alcaldías y por el Ejecutivo mesmo) administrarlo nosotros.

El Cayapo lo resume de pinga: los capitalistas quebraron al capitalismo; entonces nosotros, que somos socialistas, sí lo vamos a saber administrar. O sea, que el capitalismo es chévere, sólo que lo han administrado mal. ¿Para qué vergas queremos hacer una Revolución entonces, si con poner a un gerente adeco, chavista, gringo, comunista o globovisionario es suficiente para que la sociedad funcione y nos resuelva los problemas?

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Seguimos: para que la Revolución triunfe hay que derrotar a un enemigo nada desdeñable, de varios millones de personas y muchos recursos a la mano. Muchos revolucionarios (o que dicen y creen serlo) creen que es posible que al cabo de unos pocos años tengamos una Venezuela con 30 millones de chavistas y casi ningún escuálido. Espero no que no me etiqueten de derrotista si les doy la mala noticia de que eso no es posible. Que ninguno de los seres vivientes verá el desenlace de esta película llamada chavismo versus antichavismo, y mucho menos de esa otra llamada capitalismo versus la otra sociedad. Es probable que un añito de estos, por las malas o por las buenas, la derecha termine arrebatándonos el control de su Estado (de este estado adeco, burgués y putrefacto que pusimos a los nuestros a administrar, y que no fuimos ni hemos sido y parece que ni seremos capaces de destruir), es probable que se lo arrebatemos luego, es probable, es probable, todo es probable. Pero el desenlace, o el momento en que todos entendamos la necesidad de cambiar al mundo y procedamos en consecuencia, no lo viviremos.

Sospecha: probablemente en estos días estemos iniciando la construcción de un país y una humanidad en la cual, al cabo de varias generaciones, los seres humanos del futuro se estén habituando poco a poco a un mundo con otras nociones de la vida en sociedad, de la producción, de la recreación, el amor, la naturaleza, el trabajo y la creación. Conozco gente maravillosa, gente muy joven con un alma guerrera del carajo, gente que tiene la mitad de mi edad y menos que eso, con un talento del carajo para pensar y hacer. Ellos tampoco verán el fruto de estas luchas, y eso no me deprime ni entristece, más bien me maravilla y me estimula: los nietos o tal vez bisnietos y tataranietos nuestros, y los de Adriana, Carlos, Lorena, Alejandro, Gustavo, Heizel, Diego y los otros, participarán en las batallas del futuro. El mollejón de tarea que tenemos es ese, ni más ni menos: lograr que esos sujetos no nacidos estén del lado correcto de la historia y no pendejeando ni batallando al lado del enemigo.

Esa es la guerra verdadera y así se mata al enemigo: no estallándoles una bomba en el culo (como tantas veces nos ha provocado) sino poniéndoles en las calles y en los pueblos una bomba de tiempo más poderosa: el ejército de seres humanos hoy en formación, jóvenes y sujetos por nacer, sujetos que reproduzcan el discurso y la práctica de la Revolución, hombres y mujeres que entiendan la necesidad de destruir lo existente y de construir un planeta que valga la pena.