Socialismo (o como se llame) desde el cuerpo
De "El socialismo de carne y hueso", de Ramón Mendoza (El Cayapo) puede extraerse la reflexión básica, la clave (llamémosla "filosófica" para arrechar al compa) para entender y entenderse mejor con la idea de la otra sociedad por construir. Esa clave es a un mismo tiempo llamado a la acción y desmontaje de algunos íconos que a veces ayudan, pero a veces también estorban: el que busca el socialismo en los libros, o cree que ser socialista es poder recitar de memoria a Marx y Lenin, está jodido y en vías de joder a otros. Jodido, porque ese sujeto comenzará a llamarse a sí mismo revolucionario, cuando en realidad el mucho leer no necesariamente te hace revolucionario sino apenas aspirante a erudito o a marxista; y en vías de joder a otros, porque todavía un dañino fantasma recorre la conciencia colectiva del pueblo y es el fetichismo de la palabra escrita, del estudioso devenido intelectual, del burgués que no produce un coño sino palabras, y que para poder dedicarle tiempo a su "oficio" tiene que pagarle a esclavos que le hagan más fácil su vida cotidiana.
Hay mucho camarada noble, valioso; mucho guerrero y constructor de la otra sociedad, que por no saber leer o hacerlo rudimentariamente se considera a sí mismo obligado a rendirle pleitesía al camarada que sí leyó, estudió y fue a la universidad. El viejo atavismo del "Estudie, mijo, pa que sea alguien en la vida" se nos ha convertido en un lastre mortal, pues el verdadero hacedor de sociedad (y el verdadero destructor de lo obsoleto) suele postrarse ante el farsante que no ha hecho más nada en la vida que no sea leer y echar su sapiencia de papel por el buche. El hacedor de cosas útiles y necesarias dominado por el que no produce un coño más allá de los discursos. En este tiempo, que nos empeñamos en llamar prerrevolucionario, el intelectual, el patiquín, el recitador de párrafos aprendidos, sigue dominando y mandando a callar al campesino, al obrero, al desocupado que por ley natural debería ser el comandante de este proceso.
***
Un intelectual que sólo sabe, quiere y puede hacer "eso" (pensar, decir y plasmar lo pensado) es la negación de lo que llamamos Pueblo. Hay quienes llaman a esos especímenes "intelectuales inorgánicos": los que se fajan a pensar mientras otros se fajan a producir, y no sólo eso: les parece que el mundo debe seguir marchando así. Que debe haber trabajo corporal para unos y trabajo intelectual para otros, y que éste está por encima de aquél. El intelectual organiza, sueña, piensa; el trabajador suda y se rejode la vida por un sueldo inferior al de Pascual Serrano y Fernando Buen Abad Domínguez. Perdón, del engreído intelectual "revolucionario" que quiere cobrar en dólares y con alojamiento en el hotel Alba su ¡enorrrme! aporte a la Revolución: pensar.
***
¿Definición de pueblo?: porción de la humanidad sometida a explotación, exclusión, vejación y/o genocidio por parte de hegemonías o potencias políticas, militares y/o económicas; ente colectivo depositario de las injusticias más antiguas y crueles de la historia. El pueblo es esa mayoría cuyo trabajo, segregación y exterminio han garantizado históricamente el confort de unas minorías. Alguien que considera que es correcto que muchos seres humanos se partan el lomo para producir el alimento que ese alguien se lleva al hocico, porque ese alguien necesita "trabajar" leyendo y escribiendo (y discurseando) es alguien que causa risa o angustia: del enemigo nos reímos porque ya sabemos que así piensa y funciona el derechista promedio; pero al que nos dice “camarada” pero le es imposible apartarse de las mieles de la burguesía...
Del Cayapo extrae uno también ejemplos vivos, no sólo palabras: el hacer casas no industriales para vivir, el inventar y experimentar el otro mundo posible. Así vale la pena llamarse intelectual. Orgánico hasta las metras.
***
Del "caso" cubano puede uno lamentar muchas desviaciones y errores que no deberíamos repetir en nuestra condición de pueblo en proceso de rebelión y revolución, pero puede extraer acciones y políticas ejemplares. Es fama que en los primeros años de la Revolución todo el mundo debía ponerse a trabajar, a producir con las manos, y "todo el mundo" incluía a los intelectuales y artistas. Esa práctica horrorizó a muchos y enriqueció en conciencia a otros; muchos se fueron de Cuba y otros tantos se quedaron. El mejor alegato humano y artístico de alguien como Silvio Rodríguez no son sus canciones de estética pequeñoburguesa, sino su aceptación de que un hombre debe ser obrero, soldado, caminante y mundano antes de meterse a artista. El trabajo con las manos es la más sólida base para el trabajo con la mente, porque le otorga probidad.
***
Y sí, va a parecer engreído y repulsivamente individualista, pero quiero cerrar este artículo respondiendo a la pregunta que con toda seguridad está revoloteando en la mente del lector: "¿Y qué haces tú además de pensar y escribir?". Paso a confesar que pocas veces en mis cuatro décadas y pico de vida, o casi nunca, me había sentido en el trance de estar haciendo algo útil o más bien productivo. Pobre por origen, por sensibilidad y por incompetencia para acumular dinero o bienes, nunca le saqué el cuerpo a los trabajos "menores" (taxista, mensajero, ayudante de camionero) pero es ahora, en la etapa en que todavía puedo experimentar la madurez sin espantarme por la vejez que por allá se asoma, cuando me estoy sintiendo aprendiz de lo mejor y al mismo tiempo más doloroso de la vida: pelear contra lo que este cuerpo capitalista me pide y hacer lo que dicta la conciencia.
Divorciarse del capitalismo (esa cosa donde nacimos y a lo que pertenecemos) o tan siquiera cuestionarlo es difícil, pesado; duele. Porque un día decidí que la otra sociedad, esa en la que creo, no debe alojarse sólo en la mente sino manifestarse en el cuerpo. Yo uso ropa hecha por esclavos, manejo un carro fabricado por esclavos, uso un teléfono cuyos componentes fueron sacados de las tierras africanas por esclavos; consumo alimentos y alcoholes que llegaron a mis manos por dinámicas capitalistas: yo soy capitalista. Pero sé algo, tengo la íntima conciencia de un importante dato: el capitalismo está produciendo los gérmenes que están acabando con él, y yo soy uno de esos gérmenes mortales. Porque tengo conciencia, porque tengo voluntad (que flaquea a veces, pero ahí está) y con esa voluntad estoy comenzando a violentar esto que el capitalismo ha hecho con mi cuerpo. El consumismo es duro rival. Pero por eso mismo hay que darle pelea.
¿Cómo va esa pelea? Ya zumbé unos chapaleos para hacer adobes de barro para hacer casas, estoy quitándome de encima (y de adentro) el caraqueño engreído que aprendí a ser durante 29 años de mi vida; estoy aprendiendo a sembrar (ese asunto mágico que es meter una pepa en la tierra para que nazca una mata cuyo fruto te comerás tú y los tuyos), ya sé lo que es comenzar a trabajar a las 6 am (trabajo físico) y sentarse hecho mierda a descansar a las 9:30 de la mañana; todo esto allá en compañía de otros diletantes y enloquecidos buscadores de la magia de la otra sociedad, en El Cogollo: Freddy Mendoza y Manuel Armas. Ando trashumante y sin empleo formal como la mayoría del tiempo, pero ahora me siento fuerte y útil, tengo el ánimo arriba, tengo erecciones más poderosas, la flaquita que quiero me mira más bonito (lo último seguramente a causa de lo penúltimo, o al contrario); formo parte de un proyecto que a lo mejor florece o a lo mejor fracasa, pero ahí está lo esencial del aprendizaje: el socialismo (o como se llame lo que estamos construyendo) tiene que trabajarse desde el cuerpo, con violencia, con dolor militante y con conciencia de estar trabajando para el futuro, para un tipo de sociedad que no alcanzaré a ver.
***
pd: La sociedad del futuro no está "adelante" en la industrialización y cybermomificación de todo, sino "atrás", en las nobles artes que nunca debimos abandonar: la tierra, el río, la cultura profunda, la palabra de los viejos sabios que todavía susurran.
De "El socialismo de carne y hueso", de Ramón Mendoza (El Cayapo) puede extraerse la reflexión básica, la clave (llamémosla "filosófica" para arrechar al compa) para entender y entenderse mejor con la idea de la otra sociedad por construir. Esa clave es a un mismo tiempo llamado a la acción y desmontaje de algunos íconos que a veces ayudan, pero a veces también estorban: el que busca el socialismo en los libros, o cree que ser socialista es poder recitar de memoria a Marx y Lenin, está jodido y en vías de joder a otros. Jodido, porque ese sujeto comenzará a llamarse a sí mismo revolucionario, cuando en realidad el mucho leer no necesariamente te hace revolucionario sino apenas aspirante a erudito o a marxista; y en vías de joder a otros, porque todavía un dañino fantasma recorre la conciencia colectiva del pueblo y es el fetichismo de la palabra escrita, del estudioso devenido intelectual, del burgués que no produce un coño sino palabras, y que para poder dedicarle tiempo a su "oficio" tiene que pagarle a esclavos que le hagan más fácil su vida cotidiana.
Hay mucho camarada noble, valioso; mucho guerrero y constructor de la otra sociedad, que por no saber leer o hacerlo rudimentariamente se considera a sí mismo obligado a rendirle pleitesía al camarada que sí leyó, estudió y fue a la universidad. El viejo atavismo del "Estudie, mijo, pa que sea alguien en la vida" se nos ha convertido en un lastre mortal, pues el verdadero hacedor de sociedad (y el verdadero destructor de lo obsoleto) suele postrarse ante el farsante que no ha hecho más nada en la vida que no sea leer y echar su sapiencia de papel por el buche. El hacedor de cosas útiles y necesarias dominado por el que no produce un coño más allá de los discursos. En este tiempo, que nos empeñamos en llamar prerrevolucionario, el intelectual, el patiquín, el recitador de párrafos aprendidos, sigue dominando y mandando a callar al campesino, al obrero, al desocupado que por ley natural debería ser el comandante de este proceso.
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Un intelectual que sólo sabe, quiere y puede hacer "eso" (pensar, decir y plasmar lo pensado) es la negación de lo que llamamos Pueblo. Hay quienes llaman a esos especímenes "intelectuales inorgánicos": los que se fajan a pensar mientras otros se fajan a producir, y no sólo eso: les parece que el mundo debe seguir marchando así. Que debe haber trabajo corporal para unos y trabajo intelectual para otros, y que éste está por encima de aquél. El intelectual organiza, sueña, piensa; el trabajador suda y se rejode la vida por un sueldo inferior al de Pascual Serrano y Fernando Buen Abad Domínguez. Perdón, del engreído intelectual "revolucionario" que quiere cobrar en dólares y con alojamiento en el hotel Alba su ¡enorrrme! aporte a la Revolución: pensar.
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¿Definición de pueblo?: porción de la humanidad sometida a explotación, exclusión, vejación y/o genocidio por parte de hegemonías o potencias políticas, militares y/o económicas; ente colectivo depositario de las injusticias más antiguas y crueles de la historia. El pueblo es esa mayoría cuyo trabajo, segregación y exterminio han garantizado históricamente el confort de unas minorías. Alguien que considera que es correcto que muchos seres humanos se partan el lomo para producir el alimento que ese alguien se lleva al hocico, porque ese alguien necesita "trabajar" leyendo y escribiendo (y discurseando) es alguien que causa risa o angustia: del enemigo nos reímos porque ya sabemos que así piensa y funciona el derechista promedio; pero al que nos dice “camarada” pero le es imposible apartarse de las mieles de la burguesía...
Del Cayapo extrae uno también ejemplos vivos, no sólo palabras: el hacer casas no industriales para vivir, el inventar y experimentar el otro mundo posible. Así vale la pena llamarse intelectual. Orgánico hasta las metras.
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Del "caso" cubano puede uno lamentar muchas desviaciones y errores que no deberíamos repetir en nuestra condición de pueblo en proceso de rebelión y revolución, pero puede extraer acciones y políticas ejemplares. Es fama que en los primeros años de la Revolución todo el mundo debía ponerse a trabajar, a producir con las manos, y "todo el mundo" incluía a los intelectuales y artistas. Esa práctica horrorizó a muchos y enriqueció en conciencia a otros; muchos se fueron de Cuba y otros tantos se quedaron. El mejor alegato humano y artístico de alguien como Silvio Rodríguez no son sus canciones de estética pequeñoburguesa, sino su aceptación de que un hombre debe ser obrero, soldado, caminante y mundano antes de meterse a artista. El trabajo con las manos es la más sólida base para el trabajo con la mente, porque le otorga probidad.
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Y sí, va a parecer engreído y repulsivamente individualista, pero quiero cerrar este artículo respondiendo a la pregunta que con toda seguridad está revoloteando en la mente del lector: "¿Y qué haces tú además de pensar y escribir?". Paso a confesar que pocas veces en mis cuatro décadas y pico de vida, o casi nunca, me había sentido en el trance de estar haciendo algo útil o más bien productivo. Pobre por origen, por sensibilidad y por incompetencia para acumular dinero o bienes, nunca le saqué el cuerpo a los trabajos "menores" (taxista, mensajero, ayudante de camionero) pero es ahora, en la etapa en que todavía puedo experimentar la madurez sin espantarme por la vejez que por allá se asoma, cuando me estoy sintiendo aprendiz de lo mejor y al mismo tiempo más doloroso de la vida: pelear contra lo que este cuerpo capitalista me pide y hacer lo que dicta la conciencia.
Divorciarse del capitalismo (esa cosa donde nacimos y a lo que pertenecemos) o tan siquiera cuestionarlo es difícil, pesado; duele. Porque un día decidí que la otra sociedad, esa en la que creo, no debe alojarse sólo en la mente sino manifestarse en el cuerpo. Yo uso ropa hecha por esclavos, manejo un carro fabricado por esclavos, uso un teléfono cuyos componentes fueron sacados de las tierras africanas por esclavos; consumo alimentos y alcoholes que llegaron a mis manos por dinámicas capitalistas: yo soy capitalista. Pero sé algo, tengo la íntima conciencia de un importante dato: el capitalismo está produciendo los gérmenes que están acabando con él, y yo soy uno de esos gérmenes mortales. Porque tengo conciencia, porque tengo voluntad (que flaquea a veces, pero ahí está) y con esa voluntad estoy comenzando a violentar esto que el capitalismo ha hecho con mi cuerpo. El consumismo es duro rival. Pero por eso mismo hay que darle pelea.
¿Cómo va esa pelea? Ya zumbé unos chapaleos para hacer adobes de barro para hacer casas, estoy quitándome de encima (y de adentro) el caraqueño engreído que aprendí a ser durante 29 años de mi vida; estoy aprendiendo a sembrar (ese asunto mágico que es meter una pepa en la tierra para que nazca una mata cuyo fruto te comerás tú y los tuyos), ya sé lo que es comenzar a trabajar a las 6 am (trabajo físico) y sentarse hecho mierda a descansar a las 9:30 de la mañana; todo esto allá en compañía de otros diletantes y enloquecidos buscadores de la magia de la otra sociedad, en El Cogollo: Freddy Mendoza y Manuel Armas. Ando trashumante y sin empleo formal como la mayoría del tiempo, pero ahora me siento fuerte y útil, tengo el ánimo arriba, tengo erecciones más poderosas, la flaquita que quiero me mira más bonito (lo último seguramente a causa de lo penúltimo, o al contrario); formo parte de un proyecto que a lo mejor florece o a lo mejor fracasa, pero ahí está lo esencial del aprendizaje: el socialismo (o como se llame lo que estamos construyendo) tiene que trabajarse desde el cuerpo, con violencia, con dolor militante y con conciencia de estar trabajando para el futuro, para un tipo de sociedad que no alcanzaré a ver.
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pd: La sociedad del futuro no está "adelante" en la industrialización y cybermomificación de todo, sino "atrás", en las nobles artes que nunca debimos abandonar: la tierra, el río, la cultura profunda, la palabra de los viejos sabios que todavía susurran.