sábado, 28 de julio de 2007

La universidad y el pensamiento alterno

Uno se la pasa escribiendo y diciendo cosas incómodas por ahí. Lo llamo "pensamiento alterno" para no caer en la trampa de llamarlo con su verdadero nombre: estupideces que uno sueña. La vanidad no me alcanza para sentenciar que tanto decir y escribir está dando sus frutos más allá del círculo más cercano de amistades, pero esta semana han ocurrido algunas cosas. Señales, que llaman los esotéricos. Y no tengo tampoco por qué guardarme ciertas impresiones.
Una: Luis Tascón declaró el lunes en el programa de Vanessa Davies, palabras más, palabras menos, que era preciso que los periodistas revisaran la Ley de Ejercicio Profesional, que la misma estama medio anquilosada o anquilosada y media, y que la Comisión en la que él pergeña está abierta a recibir propuestas para profundizar la discusión al respecto. ¿Les suena?
Dos: Earle Herrera escribió un artículo que ha sido reproducido por Aporrea.org, en el cual dice algo que en estos parajes se ha proclamado a grito pelao: que es ridículo seguir manteniendo el concepto primario de universidad cuando el país y el mundo márchan más bien hacia la multiversidad (no lo dice con esas palabras, pero si sigue ejercitando la honradez no tardará en llegar a ese punto). Abajo lo copio íntegro, porque vale la pena. Sospecho que su contenido ha de provocar algún oleaje en las aguas estancadas de la academia venezolana, donde hay tanto convencido de que esa institución está bien como está (es decir, con la misma estructura ideológica y de funcionamiento con que fue creada en la Edad Media).
Cito textualmente: "El claustro como estructura, digámoslo de una buena vez, debe volar en pedazos. Sobre sus escombros ha de renacer la nueva universidad, de cara al país, consustanciada con el pueblo y sus problemas y verdaderamente democrática". No lo dicen los resentidos, diletantes y locos de bola de la Misión Boves, lo dice alguien que, como Earle, tiene buenas razones y motivos para adorar, respetar y defender desde su postura personal a la Academia. Hay algo en la cita de arriba con lo cual no estoy de acuerdo: si la vuelan en pedazos todos quedaremos salpicados por esa mierda. Mejor implotarla: que estalle y se consuma en su propia miseria.
Muy interesante: Earle, quien gritó "¡Viva la Universidad!" cuando cierto bicho maleducado dijo en la Asamblea Nacional exactamente lo que él escribe ahora, se lanza esta reflexión, misma por la que antes el bicho maleducado de marras fue excecrado y vituperado, en el mejor de los casos, y también sometido a burlas (¿alguien vio el video donde Vanessa Davies le pregunta qué cosa le hizo la Universidad en lo personal, para odiarla de esa forma?).
Ya lo verán: mucha gente citará ahora a Earle Herrera como iniciador de la polémica y la discusión sobre la debacle en todos los órdenes que padece la universidad. Lo cual es una autoexplicación: los bichos anónimos y maldecidos no inician discusiones; los totems referenciales egresados de la academia, sí. Poco importa al final. Lo provechoso es que finalmente se dé la discusión.

Aparte de los artículos que he enlazado arriba, en los cuales suelto algunas culebras sobre la academia y el sistema engreído de fabricación de amos y esclavos, están estos otros:


Vuelvan sobre ellos si lo desean, pero no olviden leer a Earle. He resaltado algunos pasajes que se me antojan claves, a ver si también les suenan:

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Universidad de sal

Earle Herrera
Fecha de publicación: 26/07/07

Como la mujer de Lot, la universidad venezolana está convertida en estatua de sal. La vieja academia se quedó ensimismada, mirando hacia atrás, sobrecogida y paralizada por el temor a los cambios. Avanza por inercia y vive de sus glorias pasadas. Es, qué duda cabe, la institución más conservadora de la Venezuela contemporánea.

Su estructura preserva algo más que las formas del modelo medieval. La expresión más acabada de ese arcaico paradigma es el claustro universitario, con su calco en cada facultad en las llamadas asambleas, las cuales son cualquier cosa, menos asambleas. La palabra y figura del claustro le vienen de la universidad monástica y monárquica. Puro formol y mortaja.

Así transitó los siglos, con no pocos sacudimientos, como el de la Reforma de Córdoba en la Argentina de 1918. O el de aquellos albores libertarios, con los estatutos republicanos dictados por Simón Bolívar, en 1827. Pero las fuerzas conservadoras siempre terminaron por retornar al regazo colonial e imponer la fuerza inmovilizante del pasado.

En Venezuela, la universidad se colocó de espaldas al pueblo y se divorció de su realidad. Los millares de jóvenes que cada año quedaban excluidos de sus aulas, no eran su problema. Por el contrario, ese drama colectivo lo convirtió en un negocio que, vía prueba interna, pasó a engrosar lo que denominó “ingresos propios”, una forma de asalto, hay que reconocerlo, a mano desarmada.

En su seno, afloraron las roscas y grupos de interés. También los apellidos, para no irles a la zaga a los mantuanos del valle. O a sus amos, como los llamó Herrera Luque. Algunos nombres que despotrican de la elección indefinida, se hicieron indefinidos en cátedras, departamentos, institutos, escuelas y facultades. Los cargos en unos casos se volvieron hereditarios y, en otros, conyugales. Siempre partidistas.

La exclusión intramuros pasó invicta el siglo XX y se aferra a su claustro en pleno siglo XXI. Los “académicos” ultramontanos se irritan ante la sola posibilidad de que los trabajadores y empleados puedan tener derecho al voto para elegir a las autoridades. Gritan que eso sería el fin de una academia que, hace rato, está momificada. Estos catedráticos se consumen ante la sola propuesta de homologar el voto estudiantil y el profesoral. ¡Y se dicen democráticos!

¡Cómo pesan las arcaicas estructuras de la vieja universidad! A la altura de esta línea, para regocijo ventajista de las roscas “académicas”, es hora de que los profesores instructores por concurso de oposición no tienen derecho de voto para escoger las autoridades rectorales, ni de facultad, ni de nada. Poco importa que sobre ellos recaiga el mayor peso de la docencia en casi todas las universidades llamadas autónomas.

El siglo XXI ya no soporta a estos viejos mastodontes que tanto hablan de democracia y tanto la niegan. El claustro como estructura, digámoslo de una buena vez, debe volar en pedazos. Sobre sus escombros ha de renacer la nueva universidad, de cara al país, consustanciada con el pueblo y sus problemas y verdaderamente democrática. Desde los directores de escuelas hasta el equipo rectoral deben ser elegidos por toda la comunidad universitaria, sin exclusión.

Los que vociferan que el gobierno bolivariano amenaza la autonomía, en realidad es a estos cambios a lo que temen, a la verdadera profundización de la democracia universitaria. Cambios que están por cumplirse en forma inexorable. Las fuerzas conservadoras podrán retardarlos algo, pero no los detendrán. Con no poco pavor, esas fuerzas oyen que las campanas empiezan a doblar por el viejo claustro y sus momificados e inútiles pero costosos faraones “académicos”.

Lo de “académicos” es un decir. La exclusión como electores de trabajadores y empleados, de los profesores instructores, así como el valor de 25% que en la obsoleta ley se le asigna al voto estudiantil con respecto al profesoral, no ha significado la elección como autoridades de los más académicos. Hoy mismo, en este aquí y ahora, se puede hacer una larga lista de cargos rectorales y de decanos ejercidos por quienes nunca se han destacado en la investigación ni en la docencia, no han presentado debidamente sus trabajos de ascensos, no han escrito un solo libro, no tienen los títulos que exige la ley y ni siquiera han pronunciado alguna frase que los recuerde, sino para la historia, al menos para la anécdota.

Y a todas y cada una de esas autoridades, las ha elegido el añejo claustro y las esclerosadas Asambleas de Facultad. Hacia ese inconmovible pasado que tanto pesa sobre el presente y hace nugatorio el futuro, mira y se aferra la universidad que emula a la mujer de Lot, la universidad convertida en estatua de sal.

sábado, 21 de julio de 2007

Nuestras guerras de 1814 y 2007

He visto y percibido suficientes señales. Algunas "menores" y otras más francas y abiertas. He visto y oído a una Nitu Pérez, personificación televisiva de lo más asqueroso de una clase media que se siente intocable y predestinada, decir a lengua partida que los militares venezolanos son corruptos y cobardes porque no dan un golpe de Estado (ah, pero no la toquen con un comentario en contra, porque eso es un ataque contra la libertad de expresión). He visto a un pobre gafo mentarle la madre a Juan Barreto en un estadio y después cagarse en los pantalones cuando el tipo fue a cobrárselo cara a cara. El bicho salió después en Globovisión informando que él es profesor y experto en (agárrense de sus asientos) resolución de conflictos. Imagínense si fuera un buscapeo cualquiera. He visto y oído a la derecha declarada y a la derecha endógena escandalizarse al unísono por el avance lento pero sostenido de la Misión Boves en todo el país. Privilegiados de toda Venezuela: uníos, parece ser la consigna del momento. Con tal de acusarnos de contrarrrrevolucionarios, ciertos bichitos de boina roja son capaces de aliarse al neoliberalismo y de defender discursos y conductas derechistas y fascistoides.
He visto y oído lo suficiente. Estamos en guerra y el enemigo está adentro y afuera. ¿Cuándo podremos jugar a desenmascarar a los de adentro sin que la otra derecha (la de afuera) haga una fiesta con el espectáculo de nuestra división?

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Lo mismo que en 1813-1814, la opinión pública en general está hoy convencionalmente de acuerdo en que tenemos una confrontación en Venezuela. En aquellos años terribles el mojón dominante era que había una lucha entre patriotas y realistas. Llegó entonces una anomalía histórica llamada José Tomás Boves y se meó olímpicamente en esa convención: qué patriotas una verga, qué realistas de mis tormentos. La pelea aquí es entre amos y esclavos, entre propietarios y expoliados, entre conservadores fieles al Rey o a “la patria” por un lado, y esclavos y sirvientes por el otro. El enemigo es ese sujeto blanco que da órdenes y te mira con desprecio por negro, indio, zambo, mulato o saltoatrás, así exhiba la bandera del rey o la de Miranda. A la comprensión de esta verdad siguió una etapa horrenda llamada despertar de la democracia: el pueblo oprimido activó su enorme poder, que sirve para destruir y algunas veces para construir, y el resultado fue una democracia primaria y brutal. Boves era un asesino, pero era el único líder de masas que estaba al tanto de una verdad, misma que Bolívar y los suyos (conservadores esenciales) no querían ver: la humanidad no cambia a partir de acuerdos y componendas entre poderosos, sino a partir de la activación del inmenso cataclismo llamado pueblo.
Bolívar, formado por aristócratas europeos y con una mentalidad aristocrática europea, jamás hubiese aprendido qué cosa es pueblo ni para qué sirve su poder. Tuvo que venir un asturiano, también europeo pero más conocedor de los resortes que mueven al hombre llano (al de Venezuela y al malandraje europeo representado en los contrabandistas, ladrones y piratas entre quienes se hizo adulto) a explicárselo en lecciones rápidas pagaderas en cómodas cuotas: Bolívar pasó a la historia como Libertador, y a Boves, su maestro, se le pagó con satanización y olvido. La memoria de Boves da miedo; la memoria de Bolívar es una gozadera.

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Conversación entre Bolívar y Petión en 1816:

--¿Así que si no libero a los esclavos jamás tendré un ejército decente?
--Eso no fue lo que te dije, marico.
--Pero…
--Deja de estar pensando en el Ejército. Sin libertad para los esclavos no tendrás jamás un país.
--Pero…
--Nada: yo te doy los reales y tú recompensas a mis hermanos. No con un grado militar sino con un país para vivir.

Dolorosa profecía: esto que padecemos no es un país, porque las mayorías viven en esclavitud y quieren seguir viviendo en ella. ¿Por qué sseguimos pensando que el trabajo dignifica? ¿Es digno seguir regalándole la fuerza de trabajo a un puñado de millonarios y potentados (chavistas y antichavistas) que siguen cagándose en Bolívar, en Petión y en todos nosotros?

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Casi 200 años después, otro mojón recorre las mentes venezolanas: los nuestros y los de ellos quieren seguir creyendo que la pelea es entre chavistas y antichavistas.
Llámase chavista a aquel que se pone una boina roja, vota por Chávez y sabe modular: “Uh-ah, Chávez no se va”. Llámase antichavista o escuálido a aquel que puja en sentido contrario y desprecia a los anteriores, vota contra Chávez (sea el candidato del momento “Elbú” Rosales, Pompeyo Márquez o un palo de escoba, que a la final son la misma vaina, con ligera ventaja para el palo de escoba). Hay explotadores chavistas y antichavistas, hay esclavos chavistas y antichavistas.
El antichavismo en pleno es un asco porque promueve la explotación de las mayorías en beneficio de unos pocos privilegiados y porque pretende acabar con un proyecto de país noble a pesar de sus contradicciones. La índole liberadora, por su parte, del chavismo queda empañada por la acción de unos “líderes” de derecha enquistados en sus altas cúpulas. Pero dentro del chavismo hay salvación; dentro del antichavismo no la hay.

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La actual es una guerra no tan sangrienta como otras anteriores pero de todas maneras muy agria y difícil, porque mientras del lado de allá todos tienen claro que, en efecto, la guerra ya comenzó y que es preciso despedazarnos, del lado nuestro todavía hay ingenuos o irresponsables que siguen creyendo en la tendedera de puentes, en la posibilidad de hacerlos entender o entrar en razón, en la necesidad de “encontrar espacios para el diálogo”. A Chávez le duele la boca de tanto decir que es preciso que una época muera para que la otra nazca, pero muchos chavistas creen que la cosa es retórica y que es posible hacer una Revolución “bonita” o por las buenas, negociando con el capitalismo, manteniendo vigente el ordenamiento jurídico anterior y estimulando los mismos “valores” que queremos dejar atrás.
Peor: hay sujetos que dicen ser de los nuestros y en realidad son del lado de allá, y muchos de los nuestros siguen adorándolos como si fuesen aliados o líderes. Nos decimos revolucionarios pero seguimos aplaudiendo al ministro que anuncia leyes santurronas para combatir la pacatería; nos decimos defensores de una administración pública más decente pero vemos con simpatía al gobernador que defiende, con un encono digno de mejores causas, su derecho a tener una Hummer.
Nada más peligroso que un ministro o funcionario quintacolumna: el bicho no sólo es un infiltrado sino que en tal carácter es capaz de “bajar líneas” destinadas a descuartizar lo que de genuinamente popular pueda tener este movimiento llamado “bolivariano”.
De modo que seguimos pensando en términos de “chavismo versus antichavismo”. No ha aparecido el Boves que estremezca ese “orden” artificial. Pero ya los quintacolumnas han sido detectados y poco a poco están siendo derrotados y desplazados.
Yo apuesto por este proyecto de país llamado "chavista" porque es más fácil y viable adecentarlo, profundizarlo, que entregarle el poder a la derecha para volver a quitárselo. Está de cajón, creo.