domingo, 30 de mayo de 2010

La guerra que ya empezó; la guerra que no queremos

No hay que ser muy perceptivo, rebuscado o malintencionado para seguir repitiendo, cada vez más convencido, que acá en Venezuela hay una guerra. Una guerra dura y escabrosa como todas, en la cual los bandos no muestran señales de querer o poder reconciliarse.
Bostezan o dudan algunos compatriotas cuando se les dice esto al rompe, sin mayor explicación o análisis. Y es comprensible: por guerra entendemos todos una situación en la cual hablan las bombas, las balas y el despedazamiento. Decir que no hemos entrado en la fase bélica de nuestra guerra equivale casi a decir que no hay tal guerra. Ojalá fuera más fácil explicar que las guerras de todos los tiempos se desarrollan por etapas, y que en las guerras actuales la confrontación tiene lugar además en distintos ámbitos. Parece que el concepto “Guerra de Cuarta Generación” está suficientemente manido, pero cuando uno dice que estamos en guerra la gente sigue volteando a mirar al cielo a preguntarse con sorna dónde vienen los misiles.

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Cuando la fase bélica de esta guerra se desate tendremos en las calles una situación terriblemente injusta: quienes hemos de salir a matar y a dejarnos matar seremos los pobres, de lado y lado. Del lado de acá estaremos quienes creemos en la necesidad de acabar con esta sociedad que produce miseria y tritura a miles de millones de seres humanos para beneficio de unos pocos; del lado de allá, los pobres que creen suya la causa de los ricos. Ha ocurrido de esa forma durante toda la historia humana. Puede que usted vea a algunos ejemplares de clase media defendiendo su estatus y posibilidades de clase. Pero cuando yo dispare para allá mi bala se llevará en los cachos a uno de los míos, y la bala que ha de matarme será disparada por un pobre como yo.
Los sifrinos, profesionales y ricos de cuna seguirán las incidencias de esta matanza por televisión o por internet; aplaudirán si el bando de ellos triunfa, y se irán en mierda del pánico si pierden. Pero no irán a arriesgar el pellejo: para eso están sus esclavos y sirvientes. “Yo pago impuestos para que ustedes los pobres vayan a la guerra por mí”, dirán. Y los pobres del bando de ellos, los traidores, irán a la guerra porque creen que, en efecto, para eso les pagan.

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La mayoría de las personas no ven la guerra en curso porque no quieren verla. Según nuestro ejercicio del derecho a espantar pesadillas, la guerra es una cosa que ocurre lejos, por lo general en África y el Medio Oriente. Ni siquiera en Colombia; en nuestro empeño por zafarnos del fantasma de la guerra hemos llegado al punto de escamotearle el idioma español. Además, siempre resulta más cómoda la imagen de un Gobierno enfrentando a unos malhechores dispersos, que la de dos ejércitos destrozándose por más de medio siglo sin acabar nunca de liquidar al otro. La guerra de Colombia es inacabable porque ambos bandos son indestructibles. Pero nuestro mecanismo interno de escape del miedo y adecuación a realidades más cómodas, sumado a la propaganda interesada de las corporaciones de la información, nos han convencido de algo más fantasmagórico y falaz que los propios fantasmas: en un pasmoso ataque de cinismo o franqueza, Uribe dijo alguna vez que todos los países importadores de drogas deberían darle recursos a Colombia, tal como lo hace Estados Unidos.
Y listo: lo de Colombia ha de resolverse con un poco más de recursos, un poco más de helicópteros y un poco más de soldados. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes?

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En Venezuela, los medios de la derecha, sin ninguna excepción, están volcados sobre la tarea de desprestigiar y minar la imagen del Presidente de la República y criminalizar a todo el que se asuma seguidor, activador o defensor del proyecto llamado bolivariano. Quien quiera saber lo que significa bombardear asómese a Globovisión o a Unión Radio, y luego mida en la calle el efecto que la programación de esos espacios produce en cierta gente. Nosotros, los puros, versus ellos, los corrompidos: guerra.
Nuestro descuido al respecto ha llegado a tales estadios de negligencia o irresponsabilidad que ni siquiera hemos convencido a las masas de que “eso” que le hacen a Chávez es lo mismo que le hicieron a Manuel Antonio Noriega en 1989. Poca gente se imagina en Venezuela, aunque ciertos sectores suspiran por el momento en que eso ocurra acá, que un Presidente puede ser sacado de su país, llevado a una cárcel en Estados Unidos y convertido allá en una piltrafa sin derechos, sin honor y sin patria. Eso ocurrió en 1989, pero la memoria es corta y sensible sólo a los efectos especiales: nada más increíble que lo de las Torres Gemelas y nada más poco creíble que un Noriega esposado y secuestrado. ¿Cómo espeluznarse por lo de Noriega cuando uno no sabe quién fue o es Noriega? Las historias que el Departamento de Estado prefiere desechar no tienen visitas en Youtube.
En esa fase de la guerra estamos: una en la cual los medios producen, manipulan y difunden todo cuanto sea necesario para fabricarle un destino humillante al Presidente de Venezuela. Como con Noriega, los instrumentos voluntarios o ignorantes de las hegemonías están haciendo de Chávez un aliado de narcos y terroristas, candidato a las mazmorras y el ostracismo.
Muchos “analistas” y “periodistas” han tenido orgasmos públicos estableciendo comparaciones entre el fin de Mussolini y Milosevic con el fin que sus fantasías le tienen reservado a Chávez. La imagen nos llega lejana y borrosa, pero uno se imagina unos tribunales comprados o entrenados por la derecha; a unos cuerpos policiales comprados o entrenados por la derecha; a unos periodistas (los actuales) comprados o entrenados por la derecha, y no puede dejar de sentir una crispación. Si fuera de las instituciones estatales de poder son capaces de tanto, mejor ni imaginárselos si estuvieran dentro. ¿Cuánto falta para que lleguen de nuevo a controlarlas?
En las actuales (y venideras) circunstancias quiero resaltar y hacer énfasis en un condicional contenido en ciertas reflexiones anteriores que corrieron con suerte. Decíamos hace unos meses que las cloacas tipo Globovisión deben permanecer abiertas para que los ciudadanos podamos tener a la vista ese mostrador de la putrefacción, esa ventana de exhibición de lo más repugnante del discurso y los procedimientos de la derecha. El condicional aparece en la continuación: al menos hasta que comience la fase bélica de la guerra que ya está en desarrollo.
Cuando las palabras le cedan el paso a la pólvora, los instrumentos enemigos de la verdad deben ser silenciados. Hay cosas más importantes que la plena libertad de expresión, y una de esas cosas es la vida humana, el derecho a tener una patria para la gente y no sólo para los ricos, y a no ser exterminado por ello. No podremos, en ese caso, darnos el lujo de darle cielo abierto a los repetidores del mensaje enemigo.

miércoles, 26 de mayo de 2010

"Reaccionar": ejemplo práctico

El martes 25 de mayo, a los medios de derecha "se les filtró" la siguiente información:

Venezuela ocupa el cuarto puesto en el Índice de Oportunidad humana

Gravísimo: eso significa que Venezuela salió muy bien en la evaluación que esa entidad realiza de los países sometidos a esclavitud por parte de las hegemonías mundiales; de sus esfuerzos por sobrevivir dentro de la tragedia planetaria llamada capitalismo.
Ah, pero el sistema mundial de medios de "información" privados no podía permitir que esa noticia quedara flotando en el ambiente y saliera a crear una matriz de opinión en el mundo, no señor. Menos de 24 horas después la reacción ya estaba montada y desbocada. ¿Cómo contrarrestamos esa noticia? Así:


Mosca pues. Otra "buena" noticia más y respondemos con veinte malas.

Este... pero cuando hablamos de capitalismo, "éxito" y "derrumbe" de las economías, ¿qué es una buena noticia?

Por fortuna, ya hay gente pensando y elaborando planteamientos en el sentido correcto, y una de esas gentes es el propio presidente Chávez. Al hablar del desplome del Producto Interno Bruto, fue esto lo que comentó: "La burguesía festejó, sin saber, la caída del capitalismo". Ni más ni menos, la reflexión de El Cayapo: si la economía va mal y se está pudriendo, ¿qué es lo que anda putrefacto? ¿El socialismo o el capitalismo? ¿Qué socialismo se va a descomponer si no existe?
Por su parte, la gente del semanario Temas-Venezuela se lanzó en su editorial estos truenos: "Nuestro país es uno de los muchos que está luchando contra la opresión de un sistema con vocación universal de aplastamiento de los más débiles, y no deberíamos ser tan ingenuos como para andar celebrando que el Banco Mundial (una de las herramientas de las potencias económicas para triturarnos) nos aplauda por saber soportar sus torturas y ataques colonialistas.
Que le reconozcan al Gobierno venezolano el haber luchado por nuestra gente es justicia; pero que nadie crea que esta medición indica “éxito” en nada que valga la pena, tan sólo en el arte de resistir el ataque despiadado de un sistema en descomposición. Si nuestros países pueden triunfar dentro de las normas del capitalismo ¿para qué entonces hacer una Revolución? La regla es: resistir mientras derrumbamos el cochino sistema, no contentarnos con que el enemigo nos dé premios y reconocimientos".

Qué de pinga cuando alguien dice las cosas antes (y mejor) que uno.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Representantes

La Asamblea Nacional está en crisis como instancia del poder público, como espacio político y como institución. Puede que esa declaración suene a dictamen de café o botiquín, pero hay tan visibles signos de su descomposición (o, si quisiéramos ser benévolos, de su inutilidad) que ya eso de seguir comentándolo para, acto seguido, bostezar y saltar a otro tema, se está pareciendo mucho a la irresponsabilidad.
La Asamblea está en crisis porque el pueblo no cree en su pertinencia, no lo convence, no lo estimula, no le sirve para nada; está en proceso progresivo de degeneración porque los constructos que le dieron vida y pertinencia también están en proceso de debacle, en la bajada del tobogán que los llevará a su liquidación: el capitalismo y el Estado burgués. En la Venezuela del tiempo chavista-bolivariano muchos se acostumbraron a llamar “Revolución” a todo cuanto hace ese Estado en decadencia (al cual, por cierto, no hemos podido desmembrar, como corresponde a una sociedad en Revolución); esa es la razón por la cual el chavismo oficial celebró con tanto ardor la realización y resultados de las primarias para seleccionar a los candidatos del partido de Gobierno.
¿Candidatos a hacer qué, y como pa qué?


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El Psuv tiene buenos motivos y razones para hacer lo que sea para conservar los espacios de poder necesarios para que el proyecto chavista fluya y se consolide. El enemigo (la derecha) no debería volver a controlar la Asamblea ni ningún otro espacio que le sirva para hacernos viajar atrás, hacia una sociedad entregada a las hegemonías imperiales. Eso es una cosa perfectamente entendible. Lo que no está bien, porque nos contradice y niega como pueblo, es que que se esté creando y fortaleciendo la sensación, o la falsa expectativa, de que controlar la Asamblea Nacional es un acto revolucionario y que en ese espacio deben estar los mejores talentos del país. Esto funcionaba así cuando la misión de quienes controlaban el Estado burgués era fortalecerlo, pero no ahora, cuando la tarea es más bien liquidarlo. La Asamblea es un espacio de representatividad (unos señores que hablan, cobran, levantan la mano y cobran comisiones en nombre de la gente que los eligió) y se supone que nuestra sociedad avanza hacia un tiempo de participación protagónica del pueblo. ¿Para qué entonces seguir eligiendo representantes o voceros en una institución cuyo concepto estamos demoliendo a mandarria, o al menos intentándolo?
Así vamos: está bien que el chavismo controle la Asamblea pero solamente para que el antochavismo se apodere de ese espacio. Sólo por eso. Pero creer que desde esa institución en estado de putrefacción se puede hacer algo por la Revolución, es un error.

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Las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre se llevarán a cabo con varios estigmas a cuestas. Estigmas reveladores de la profunda crisis de esa instancia ciudadana (que, repetimos y volveremos a repetirlo, era pertinente, necesaria e importante para la construcción del Estado burgués, pero absolutamente inútil para el avance del proyecto venezolano, fundación de un proceso que ha de llevarnos a una Revolución), y cuyo enunciado más fácil puede resumirse así: el 26 de septiembre tanto el chavismo como el antichavismo votarán por gente que detesta o que no la representa. Uno se asoma a los espacios de discusión de la oposición y se encuentra con centenares de expresiones de rechazo a la gente por la cual irá a votar. Pero por ellos ha de ir a votar. La consigna del momento (o quizá la consigna histórica en estos diez o doce años) en el antichavismo dice: es mejor votar por cualquier mierda siempre que me ayude a salir de Chávez. ¿Y los chavistas? Pues más o menos lo mismo pero desde la otra acera: detesto al sujeto equis pero si Chávez me manda a votar por él, pues ni modo. Y ese "ni modo" significa, en muchos casos, recoger la cantidad de tierra que algunos precandidatos derrotados echaron sobre los ahora ganadores: llamé corrupto y antirrevolucionario al sujeto Tal, y ahora debo llamar a votar por él. A este paso y con estos antecedentes, la Asamblea que resultará de las elecciones de septiembre será la más impopular, la más odiada de la historia de Venezuela. Lo cual no es preocupante sino absolutamente esperable y lógico: esa Asamblea está en crisis.
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No he tenido tiempo de investigar caso por caso a los electos en las primarias del PSUV, pero hay unos datos aterradores. En Yaracuy el candidato será un señor (hermano del gobernador hoy chavista, y antes gobernador de Acción Democrática) cuyo expediente incluye los mismos argumentos y despropósitos que hoy mantienen en la cárcel al hermano de Jesse Chacón: un nuevo rico con afición por la compra y manutención de caballos de carreras, a quien le resultaría muy difícil o imposible demostrar que el centavero que ostenta se lo ganó legalmente. En Guárico resultó electo un Cordero que participó en la masacre de Cantaura, del lado de quienes bombardeaban y despedazaban a la gente nuestra. Y en el circuito de Caracas donde votó la gente del 23 de Enero, ganó Robert Serra.
Este último es el caso menos dramático o repungnnate, pero tenemos la tarea o necesidad urgente de preguntarnos cómo, por qué, mediante qué mecanismo involutivo, nuestra gente sigue votando por gente sólo porque la ve activa en la televisión o en los medios. En lo personal, yo me contento de que el camarada Juan Contreras no haya sido electo (aunque sí sería suplente porque llegó de segundo), porque al ganarlo como diputado lo perderíamos como activista popular, pero uno compara la trayectoria de Juan con la del joven Serra y la conclusión a la que llega es desgarradora: a nuestra gente como que le sabe a mierda lo que un líder haya hecho por la comunidad, lo que importa es que salga por televisión.
¿Nos quedamos con esa interpretación o es que acaso hay otra disponible? Esto es lo que hay: Juan ha construido un tejido de activadores y muchachos poolíticamente activos o en proceso de formación; Serra lo único que ha hecho en la vida es comportarse como Ricardo Sánchez pero a favor de Chávez.

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¿Conviene decir y discutir estas cosas abiertamente o hay que guardárselas o amoldarse a las tendencias de moda, sólo por temor a que el enemigo use estos argumentos?
Respondan ustedes. Yo reflexionaré al respecto. Ya lo he hecho bastante, pero lo haré de nuevo.