sábado, 30 de enero de 2010

¿Racistas? ¡Nooo, chiiiico..!

Miren la belleza de volante que el partido neonazi Primero Justicia está repartiendo hoy en el metro:


Vamos a pasar por alto el hecho de que el Gobierno no está imponiéndole a nadie qué comer y qué estudiar. Fijémonos más bien en el simbolismo del panfleto: la mujer negra reclama el derecho a consumir; el blanquito, el derecho a estudiar. Hasta desde el inconsciente reflota la mierda racista. Inevitable que se refleje en el discurso.
Ah bueno, y en el otro, el viejo güevón de la derecha no se ha dado cuenta de que a él, a su papá y a su abuelo les lavaron el cerebro antes que a sus hijos. No sabe o no le han explicado, al pendejo, que la escuela se creó precisamente para "educar" que es lo mismo que "lavar el cerebro":



jueves, 28 de enero de 2010

¿Día de la juventud? ¿Cuál juventud? ¿Para qué seguir glorificando a los manosblancas de 1814?



Vamos entrando a febrero y es hora de meterle el diente (y el cuchillo, y cualquier instrumento punzante y desgarrador) a las enormes referencias de la cual la historia oficial sigue rescatando hitos interesados. Y ya que se acerca su fecha de aniversario, quisiéramos entrarle a la Batalla de La Victoria, acción ocurrida en los albores de la Guerra de Independencia (o más bien en plena Guerra Social), y a otros sucesos de febrero del año 1814.
El día 3, el ejército patriota sufrió una dolorosa derrota ante las hordas de Boves en La Puerta. Y créanlo: así mismo se les llamaba: HOR-DAS. Así llamaban a aquel hervidero de pueblo rabioso. Si usted es chavista y estaba vivo, despierto y con los oídos alertas en 2002 y 2003, seguramente sentirá y tendrá algo que decir al respecto. Meses más tarde volvieron a enfrentarse en el mismo sitio y la horda sucia y vociferante (y realista y criminal y antibolivariana y fea y malagente: Las HORRRDAS de Boves) volvió a derrotar a Bolívar y al glorioso ejército patriota.
Esas mismas hordas, o al menos una parte de ellas, se dirigieron a La Victoria para intentar tomarla. En su contra estaba el hecho de que, herido el Taita, quedó a las órdenes de otro general europeo, pero que al contrario de Boves tenía mentalidad europea; un uniformado mitad español, mitad imbécil, apellidado Morales. La historia oficial ha querido cubrir de gloria a José Félix Ribas y a unos pocos centenares de estudiantes universitarios y seminaristas (“la flor de la juventud caraqueña”, los bautizó Bolívar) por lo que sucedió aquel día, 12 de febrero de 1814. Cada quien está en su derecho de secundar esa glorificación, pero es bueno enterarse de una parte del cuento que ha sido silenciada o deformada.

¿Quiénes eran los buenos?
¿Quiénes eran los malos?

Dice la historia oficial que, a falta de tropas, José Félix Ribas reclutó en Caracas a un montón de estudiantes de 14 años para arriba (otros dicen que había muchachos de 12 años allí), que unas horas antes de entrar en batalla (la Batalla de La Victoria) les dio un curso intensivo para enseñarles a disparar los fusiles; que eran unos 1.000 estudiantes, y que en total los patriotas que defendieron la plaza fueron unos 1.500, contra la horda de 2.500 tipos. Otras versiones dicen que esos 1.500 héroes enfrentaron a 4 mil malvados, y otras más (recogidas de una carta de salutación que envió Simón Bolívar al vencedor) que la relación era de 2 mil (buenos) contra 7 mil (malos). Por su parte, la célebre arenga que les echó Ribas a sus combatientes registra estas palabras: “He ahí a Boves. CINCO VECES MAYOR es el ejército que trae a combatirnos; pero aún me parece escaso para disputarnos la victoria”. Es la misma arenga en la que finaliza diciendo: “Ni aun podemos optar entre vencer o morir: ¡necesario es vencer! ¡Viva la República!”. Por supuesto que un general a punto de salir a matar y dejarse matar no está en la obligación de contar con exactitud a los enemigos, pero en fin. Un poquito de coherencia ayudaría con eso de la verosimilitud.
Y claro, siempre el que gana o pierde dice que estaba en desventaja. Por guacales se cuentan los episodios bélicos en que diez tipos armados con tres palos de escoba y un cortaúñas derrotaron a 150 que llevaban armas automáticas. Como la historia la escriben los vencedores entonces la versión que trasciende y se convierte en lectura obligatoria en los liceos es la del dueño del cortaúñas. Nadie cuenta nunca nada sobre el día infame en que llegó borracho a la casa y le cayó a palos a la viejita de 70 años; todos preferimos contar cómo fue que coñaceamos a aquel sujeto que medía 1 metro 90 y pesaba 110 kilos, ¿cierto? Hay un prestigio que cuidar, camarada.

El desenlace: ¿victoria o empate?

La batalla en cuestión comenzó a las 7 de la mañana y fue salvaje, brutal y absurda como toda batalla. Los patriotas repelían a los “realistas” en su intento de entrar a la ciudad. A las cinco de la tarde, con el juego trancado y el glorioso ejército y la repugnante horda diezmados y ensangrentados, llegó por la retaguardia un contingente patriota de 220 soldados de caballería a cargo de Vicente Campo Elías. En presencia de este refuerzo, Morales ordenó la retirada. Esa fue la "victoria" de La Victoria: lograr que no los mataran a todos. Haber sobrevivido, como sifrinos acorralados que eran, a la furia de un pueblo arrecho.
Linda victoria militar para la República mantuana, cómo no. Pero funesta derrota para la verdad, para nuestro derecho a conocer nuestra Historia como Pueblo. Porque en Venezuela no se ha realizado un esfuerzo lo suficientemente serio, gallardo, humilde, honrado y justo para difundir el trasfondo social de ese episodio, ese que trasciende la simple y facilita trama cinematográfica que habla de héroes vencedores y malvados vencidos: el 12 de febrero en esta patria burguesa se celebra el Día de la Juventud en honor de aquellos muchachos caraqueños (blancos, de “familias distinguidas” –esclavistas-, con medios y recursos para ir a la universidad: “la flor de la juventud”), pero nadie se atreve a decir en voz alta que la repugnante horda de Boves estaba compuesta en su inmensa mayoría por esclavos e hijos de esclavos, a quienes por fin alguien les reconoció, no con el discurso sino en la práctica, el derecho a ser libres y dueños de las riquezas que sus amos les habían robado, o amasado a su costa. Una horda integrada por la servidumbre, por los pardos, por los maldecidos, por los oprimidos de 300 años: por los antepasados nuestros: el primer Ejército Popular de Liberación en América, con el único y honroso antecedente del que dirigió Toussaint Louverture en Haití.
Esas hordas son nuestros verdaderos héroes olvidados, sepultados en los cajones jediondos a naftalina de la historia burguesa. 

Los niños lindos de papá pudiente:
los manos blancas de 1814

En ese entonces, lo mismo que ahora, llamábase “la flor de la juventud” a los niños lindos de papá pudiente: a los manosblancas, a los nalgasblancas, a los sangre azul, a los que podían estudiar. Y tal como ahora, la horda era la horda. Vaya al espejo y mírese: usted se parece más a esos esclavos y sirvientes cuyas victorias no celebra nadie, que a los nalgasblancas que se encerraron con Ribas en La Victoria a aguantar la pela de los oprimidos. A menos que usted provenga de una familia aristocrática, cosa que dudo si usted está leyendo este blog.
¿Por qué todavía en este tiempo nadie habla de los muchos niños esclavos, sirvientes e hijos de éstos que guerrearon como pueblo, y de ninguna manera por los privilegios de un rey que no les importaba ni sabían qué o quién era? ¿Por qué insistimos en llamar "el enemigo" a nuestra clase? Ellos también fueron empujados a la guerra y también fueron masacrados, pero el Día de la Juventud honra a los hijos de los ricos, de los blancos, de los poderosos. ¿Por qué no nos contaron eso en la escuela? Respuesta: porque, al igual que nosotros, eran HORDA. La historia de ellos desapareció de la memoria, de los libros y de los afectos, por la misma razón por la cual nosotros (los pobres, los sirvientes, la HORDA de hoy) desapareceremos, o quizá ya ni siquiera existimos, para una historia oficial acostumbrada a los héroes blancos, ricos, lindos y perfumados.

miércoles, 27 de enero de 2010

Hasta la victoria siempre, comandante de la alborada

Acabo de enterarme, por un correo que me envió Raúl Cazal, y luego por una conversa con él mismo, de la muerte de su padre, Joel Atilio Cazal. A la hora de los resúmenes enumerativos da arrechera tener que encasillarlo así para su presentación: paraguayo, militante tupamaro y de las más altas causas del ser humano, fue editor de la revista Ko-eyú Latinoamericano (Ko-eyú significa "alborada" en guaraní). En el año 75, herido y preso en el hospital militar de Montevideo (Uruguay) por el crimen de ladrarle en la cara a la dictadura de Stroessner y a todas las dictaduras del cono, se fugó de esa mierda y pidió asilo en Venezuela. En 1979 fundó la mencionada revista, ejemplo para las publicaciones alternativas en el país, en un tiempo en el cual andar repartiendo revistas y llamándose comunista era un crimen que se castigaba con persecución, allanamiento, cárcel, coñazo y con la muerte, y a veces con todos esos castigos.
Pero para las cuestiones del afecto y la recordación debo agregar que este sujeto fue el primer revolucionario internacionalista que conocí, el primer ser humano al que vi entusiasmado con una computadora (en el año 89: la prehistoria de estos artefactos), el que me mostró la existencia de la obra de un Ricardo Carpani, tan desconocido como inmenso. Sus hijos (Raúl y Arturo) los primeros cuadros en formación con los que compartí algo remotamente parecido a la militancia en el liceo Fermín Toro, por allá por los años 1981-1983. Ellos editaban un periódico y yo otro aparte, digamos que era la competencia. Con el tiempo todos seguimos en lo mismo, en el rol de comunicadores, y las muchachas (Rocío y Mariana) también. Lo mismo Blanca, la esposa y madre, doña que igual organiza el hogar y se monta a ayudar en la edición de las revistas. Así que por mucho que uno ande separado siempre quedan los residuos de aquella vieja y rara hermandad.
Creo que al final no escapé de la manía enumerativa. Y eso que estoy en un tiempo de ruptura con esta ciudad, y eterarme de la muerte de uno de los primeros seres que me deslumbraron aquí viene a ser una señal más de que Caracas ya no me pertenece, no me necesita, no me dice nada que no sea rabia y dolor. Quiero corregirlo con un testimonio emocionado, y no hay emoción más pura que la del hijo que despide al viejo roble caído. El texto de abajo lo envió Raúl Cazal a los amigos, y yo voy a socializarlo.

Se titula como titulé esta entrega:
Hasta la victoria siempre, comandante de la alborada

Les escribo para decirles que papá acaba de fallecer. Hace 8 meses aproximadamente le detectaron que tenía metástasis en el hígado debido a la aparición de un tumor gástrico que resultó maligno. Éste tumor se detectó muy tarde, lamentablemente.

Él no quería que nadie supiera de esta enfermedad porque es un hombre de hierro y aguantó todo el sufrimiento y no flaqueó hasta el minuto final. Tenía mucha esperanza y logró sobrevivir todos estos meses con entereza. Se sometió a la quimioterapia que le ayudó a vivir hasta que su cuerpo no respondió mas y eso fue hace apenas unas horas.

"Vámonos Patria a caminar / yo te acompaño…" era uno de los versos de Otto René Castillo que gustaba pronunciar. Camino a la consulta del médico se lo recordaba y seguramente con esos versos se fue...

Era un grande, un hombre de hierro, no se dejó amilanar por nada ni por nadie. Venció a la muerte en más de una oportunidad y en ese trance, en esos momentos en que ya se iba, le decía que debía fugarse nuevamente, como lo hizo de la dictadura de Stroessner y de sus torturadores en Uruguay. Le repetía que mamá ya estaba en camino con Arturo. Le imploraba que no era de morir y que ya venía Mariana y Rocío. Pero sólo pudo esperar a mamá que llegó con Arturo. Abrió los ojos nuevamente, respiró y se fue con toda la entereza. Sin quejarse, pero siempre con los ojos bien abiertos.

Queda en la memoria de todos los que lo queremos y admiramos.

Hasta la victoria siempre, Comandante de la alborada


Raúl

viernes, 22 de enero de 2010

El 23 de Enero y la historia del Pueblo

Uno de los recursos más efectivos y eficientes del método que las clases dominantes han llamado educación (adoctrinamiento, inculcación de una visión del mundo, moldeado de la conciencia ciudadana de acuerdo a la conveniencia de la Historia oficial) ha resultado ser la glorificación de determinados hitos temporales. Hermanas de ésta, otras glorificaciones han servido para lo mismo: se glorifican héroes y lugares, y con ello se garantiza o al menos se busca la sumisión del pueblo. Esa es la explicación de que haya tipos a los cuales usted no puede llamar “tipos” como si fuera el chichero de la esquina (como ese tipo llamado Bolívar) y lugares adonde usted no puede entrar comiendo, fumando, echando chistes o con la misma ropa con la cual juega chapitas o bolas criollas (la casa natal del tipo ese llamado Bolívar). Hay figuras totémicas, colosales, inmarcesibles, inamovibles, pasteurizadas y homogeneizadas, y no va a ser un pobre como uno el que las va a venir a manchar pretendiendo humanizarlas.

El “secreto” primero de la dominación consiste en colocarle enfrente, desde niño, a alguien (o algo: una casa monumental, una estatua, una iglesia, una institución, un himno con aires gloriosos o fúnebres) capaz de hacerle sentir a usted empequeñecido, inferior, miserable, dócil y al borde del llanto. Gustavo Merino dijo una vez, cuando era director o presidente de Fundapatrimonio, haber visto gente persignándose al pasar frente al Teatro Municipal, y no es de extrañar porque las casas del poder se hicieron para eso: para recordarle a usted que las bellas artes, el poder y la gloria son eternos y que (en cambio) usted es un pobre pendejo que cualquier día de estos coge una gripe porcina o se deja picar por un zancudo infectado y se muere, sin haber libertado cinco naciones y ni aun una cuadra de su barrio, y ni siquiera el maldito rancho donde vive. Ejercicio: hágase ahora mismo una autoencuesta, una revisión interior a partir de una pregunta simple, y verá que usted no se siente (ni usted ni nadie) más honesto, ni más glorioso, ni mejor amante, ni más inteligente, hermoso, fuerte, brillante, importante y trascendental que Simón Bolívar. Ahora hágase otra pregunta simple y respóndale a sus adentros (y no en voz alta si no quiere): ¿qué tal se siente ahora si se compara con el chichero de la esquina, ese mismo tipo que nombramos en el primer párrafo?
Es que hay jerarquías. Vivimos en una sociedad donde todo es competir y superar al otro. Donde es cosa natural que haya triunfadores y derrotados.



Cuando el héroe no es un sujeto individual, o la referencia lugareña no tiene la suficiente potencia, o el aspirante a héroe es tan difuso que no logró calar con nombre propio en el ánimo colectivo de la gente, entonces se produce la exaltación del hito temporal. Casos 19 de abril, 5 de julio, 23 de enero, otras. Ante la mención de las dos primeras fechas algo empieza a oler a escaparate, alcanfor o mortaja, y ante la mención de la tercera empieza a oler a adeco, y ninguno de esos aromas es agradable. Pero todos esos hitos guardan otras semejanzas entre sí, producto de una profunda relación de identidad, de un dato común a todas: ante todas esas fechas el común de la gente se siente presa de un vago pero muy fuerte sentimiento relacionado con lo venezolano y la Patria; algo que mueve irreflexivamente a respeto, veneración y en casos hasta a orgullo. Ese dato oculto, medio esotérico el bicho, se llama dominación, dícese: estado lamentable de nuestra conciencia colectiva, producto del mucho “educarnos” para creer, aceptar, adorar y repetir todo cuanto nos imponen en los libros oficiales de historia.

Y lo peor: para aceptar como un hecho natural (otro “hecho natural” más), normal, irreversible, ineluctable y conveniente que nos impongan una historia, y nos escamoteen, nos escondan, nos nieguen y nos oculten otra: la historia nuestra, la historia del Pueblo.


Caso 23 de enero. Que esa fecha se fue Pérez Jiménez del país, que esa huida fue la culminación de una insurrección popular paralela a otra militar-partidista; que los partidos al servicio del Estado burgués (a pesar del aire populachero que destilaban AD y URD, fueron instrumentos necesarios de una burguesía nacional en proceso de consolidación) se entronizaron desde entonces en el poder, dándole la respectiva patada por el trasero a los comunistas y traicionando al Pueblo que en ellos confió, es cuento conocido y los historiadores se han encargado de contarlo con pelos y señales. Pero incluso en esta época de revisión de valores y reformulación de códigos (ya hemos oído de Cuarta y Quinta Repúblicas) el Pueblo sigue ausente y desaparecido de la historia. Los demagogos de turno se han cuidado en todas las épocas de atribuirle la caída de la dictadura a “la gesta del bravo pueblo”, pero la historia oficial sigue ensalzando las virtudes del mismo puñado de políticos muertos, presos, exiliados y torturados.

Chávez ha pedido revisar la narrativa de los hechos para hacerle justicia al coronel Hugo Trejo, quien se alzó el primero de enero del 58. Esto pareciera un cambio en el modo de ver los hechos pero la estructura de pensamiento es la misma, porque la propuesta de Chávez sólo traslada el presunto heroísmo de unos sujetos a otros. Tal vez (sólo tal vez) comparando sujeto a sujeto, ni Trejo ni sus compañeros de insurrección jamás merecerán el pozo séptico de la Historia que se ganaron Morales Bello, José Ángel Ciliberto, Simón Consalvi o Jaime Lusinchi, pero en esencia no hay ninguna diferencia entre reconocerle heroísmo o protagonismo a éstos o a aquellos. Que ya no sea obligatorio invocar en los exámenes de la escuela a un adeco sino a un militar; que Wolfgang Larrazábal le ceda el pedestal a otro almirante, teniente o capitán más progresista o de izquierda, no tiene ninguna gracia si vamos a seguir obviando el hecho de que el día 23 de enero hubo linchamientos, degollados, fusilados y despedazados en las calles, y que los autores y víctimas de esa parte de la historia tienen o tenían un pasado, tenían nombres y apellidos, tenían sus rutinas cotidianas, unos amores, una familia, unas ilusiones, unos planes, unas conquistas y unos fracasos: aquello era gente y tenía una vida.


Pero la historia oficial no nos cuenta eso. Lo que nos “enseñan” los profesores, doctores y sabihondos es que había una cosa sin forma que se agitaba en las calles mientras la Historia la escribían unos señores de uniforme o corbata; los militares por una parte y unos cuantos activistas adecos, copeyanos y comunistas hacían cosas trascendentales, mientras el pueblo le servía de paisaje, telón de fondo y alfombra a unos héroes que ni siquiera estaban aquí cuando estalló el merengue: todos de pie para que hagan entrada triunfal Rafael Caldera y Rómulo Betancourt. Ah, y ahora Hugo Trejo.


Y del chichero del primer párrafo, nada de nada.

Y hablando de gente que tenía una vida, una familia, un pasado e identidad individual y colectiva, la más renombrada de las parroquias llamadas “23 de Enero” (la de Caracas, crisol y hervidero de movimientos sociales, luchas populares y gestas magnánimas por la justicia social) está celebrando su 52 aniversario en medio de un interesante debate dominado por una paradoja que es preciso poner desde ya en la calle, en el centro de una discusión que puede parecer cosmética pero es muy trascendental.


El Gobierno (Revolucionario, Bolivariano) le ha reconocido a la parroquia su aporte a la historia, a las luchas, a la organización popular, pero sigue siendo tímido o temeroso a la hora de medir el tamaño de su Historia de Pueblo. Quizá tiene que ver con que sus habitantes también hemos sido temerosos y un poco descuidados, pero lo cierto es que en el 23 seguimos considerando que las líneas macros de la historia de nuestra comunidad son estas: “el 23 de Enero lo construyó Pérez Jiménez (él lo llamó ‘2 de Diciembre’) y quien diseñó los superbloques fue Carlos Raúl Villanueva”. Muy sintético y conveniente para la Historia oficial: un militar y un señor profesional de clase media inventaron el 23 de Enero y entonces llegamos un poco de marginales, invadimos los bloques y ahora fíjate tú qué cosas, chico, lo lindo que se veía el 23 a finales de los 50 y el desastre que es ahora, lleno de ranchos y tal.


La Historia oficial, incluso en este tiempo, sigue glorificando y escribiendo con letras doradas el nombre del señor arquitecto que se copió de Le Corbuisier, pero en ninguna parte están escritos los nombres del señor que metió el cableado en el bloque 20-21, el obrero que se mató al desprenderse un andamio en el bloque 9, la señora que le cocinaba el desayuno cada día a los hermanos que frisaron y pintaron el bloque 50, los hombres y mujeres que organizaron la primera Asociación de Vecinos en el Siete Machos, los fundadores de la primera línea de transporte, el portugués que abrió un abasto en el año 60 y que debió irse porque se lo saquearon el 28-F-89. Estos detalles y personajes anónimos son los que le dan forma a la Historia del Pueblo del 23 de Enero. Esa es la historia que nos interesa conocer, esa es la gente que hizo y sigue haciendo a la parroquia.


Acotación final para aclarar que sí ha habido iniciativas al respecto (pero se han quedado en eso, en iniciativas): la Misión Cultura y los Consejos Comunales han levantado buena parte de esa historia menuda que al final es nuestra Historia. Los colectivos organizados de la parroquia tienen una compilación de sus mártires y fallecidos. Quien esto escribe trabajó en un proyecto afín de Fundarte: el registro y recopilación de historias de la fundación de bloques y barrios, de varias parroquias. Allí hay resultados en audio y video. Algo debería poder hacerse con esos materiales. Publicarlos y difundirlos sería el mejor homenaje que se le rinda al amado Veintitrés (y la propuesta vale para todas las comunidades), y por supuesto que estamos a tiempo de hacerlo. Pero mientras lo hacemos seguimos alimentando la farsa de que al Veintitrés lo construyeron un general y un arquitecto, y esa es una falta de respeto inaceptable para muchos miles de constructores cotidianos y anónimos.

domingo, 3 de enero de 2010

Primer Encuentro Mundial de Ignorares

Este es uno de los papeles para la discusión. Propuesta de El CayapoMisión Boves

_____________


En tiempos de sublevaciones, despertares y tomas de conciencia, los seres humanos oprimidos y descendientes de oprimidos hemos ido cayendo en cuenta de las muchas formas de opresión. Una larga, consciente y profunda formación cinematográfica (formación: educación, moldeado del pensamiento y la conducta; adoctrinamiento) consiguió acostumbrarnos a la idea de que nociones como sometimiento, imperio y dominación sólo tienen sentido efectivo si vienen acompañadas de plomo, soldados y misiles. Todavía hay quien cree que no está siendo sometido porque no ve el cañón apuntándole a la frente. Buen momento para entender que el cañón los está acribillando desde adentro. El cañón no se ve, y cuando se deja ver luce tan apetitoso que muchos llegamos a agradecer que nos ametralle.

Pero los tiempos cambian, están cambiando dramáticamente, y he aquí que a las hegemonías ya no les es necesaria la fuerza física para dominar (aunque a veces ayuda; pregúntenle a colombianos, iraquíes, afganos, palestinos y otros). Y aunque no es casual que los amos y dominadores del mundo siguen siendo los que tienen las bombas y los arsenales (y las comodidades y los recursos y la riqueza) va siendo hora también de fijarse en las otras armas, esas que nos estallan cada minuto dentro de la casa y dentro del cerebro. Esas bombas han resultado ser las herramientas y formas más efectivas de ­la dominación. Cuando hablamos, pensamos, nos vestimos, producimos, consumimos, nos divertimos y actuamos (vivimos) como el enemigo nos indica que debemos hacerlo, ya no hace falta matarnos. El cierre más efectista para este párrafo pudiera ser: "No hace falta matarte porque ya estás muerto". Pero lamentablemente la realidad es un poquito peor que la muerte: el enemigo no sólo nos ha liquidado como multiplicidad de culturas sino que nos ha integrado a él. Imagen cinematográfica: en el campo de batalla, el enemigo nos echa unos latigazos y después nos lanza unos caramelos y nosotros nos pasamos al bando de allá sin echar ni un solo tiro.

El mecanismo más poderoso de este complejo ejército de atacantes sin fusil y explosivos sin pólvora ha resultado ser el que nos "recomienda" ser y pensar como el enemigo, bajo riesgo de ser excluidos, execrados y pateados del sistema, del “orden” mundial (orden: el poderoso manda y nosotros obedecemos). A la imposición y adquisición de doctrina e ideología se le ha disfrazado de sublime conocimiento, y los lugares donde se perpetra este crimen contra el ser humano se llaman escuela, liceo, colegio, universidad. En esas construcciones hegemónicas nos encasquetan unos libros, una forma de razonar, de conducir a gente mansa y obedecer a gente poderosa. En las aulas, unos pocos sabios nos zampan unos discursos que debemos repetir fiel y dócilmente. Está la opción de negarse a repetirlos, pero en ese caso jamás pasaremos las materias. ¿Y por qué es tan grave no pasar las materias? Ah, linda pregunta: por supuesto que no sería grave si no nos hubieran aterrorizado desde niños con aquella leyenda de que quien no va a la escuela y a la universidad no es nadie en la vida. Usted entra a la universidad con la esperanza de recibir un título. Para “ser alguien en la vida” hay que pasar unas materias, y para pasar materias hay que repetir lo que le ordenan que repita. Así nos enseñaron a ser esclavos o amos, y al manjar con que nos seducen para que ingresemos en ese circuito de la ignominia y el asco lo han llamado "saber". Saber: no cuestionar al mundo porque las cosas está bien como están. Obedecer, repetir.

El mundo ha sido dominado desde tiempos ancestrales por esa gente que es dueña del saber (y de los recursos, y las comodidades, y la riqueza y el tiempo y la vida de nosotros los esclavos). Y muchos de nosotros, las víctimas de ese inmenso engranaje que nos impone todo (conductas, pensamientos, ritmos) solemos creer que podemos acabar con ese sistema utilizando el mismo lenguaje y los mismos códigos que nos sojuzgaron. Todavía muchos creemos que para combatir las leyes de las hegemonías dominantes tenemos que graduarnos de abogados. Que para levantar las casas apropiadas para el mundo por construir tenemos que graduarnos de arquitectos e ingenieros. Que para combatir las angustias humanas tenemos que graduarnos de sicólogos. Que para destruir este mundo y construir uno nuevo tenemos que estar empapados de “saber”, es decir, del mismo elemento que sirvió para construir la sociedad putrefacta que estamos padeciendo, y que por fortuna está en sus momentos finales.

Frente a quienes creen que hay que seguir ensayando encuentros de saberes, creemos firmemente que esta es la hora de los ignorares. El “saber” tal como lo conciben el capitalismo y las hegemonías acabó o está acabando con la posibilidad de vivir en un planeta justo, disfrutable y habitable. Hay que probar entonces con su opuesto. Con el pulso y la energía de quienes queremos empezar por destruirlo todo, o al menos cuestionarlo.

¿Cómo lo haremos? Lo ignoramos. Ese es nuestro punto de partida. El qué y el cómo tenemos que averiguarlo, diseñarlo, discutirlo, parirlo juntos quienes no sabemos. Quienes tenemos la necesidad de hacerlo. Los que quieren seguir reconstruyendo y tratando de salvar al mundo actual también ayudarán, porque sin fuerza opuesta desaparecería aquello que se llamó dialéctica.

Viene el Primer Encuentro Mundial de Ignorares. Ignoramos cuándo ha de ser, ignoramos dónde, ignoramos cuándo. Pero viene. Seguiremos informando (e ignorando).