miércoles, 22 de septiembre de 2010

Qué va a pasar y qué no va a pasar el 26 S (y después)

Es probable que se produzca el escenario que el antichavismo intuye y calcula: el PSUV obtendrá más diputados pero menos votos a nivel nacional. Algunos aspirantes a agitadores (porque ni a eso llegan, esos bichos que han llamado a la rebelión popular varias docenas de veces y el pueblo se sigue rebelando pero en contra de ellos) han anunciado lo que vendrá si este escenario se produce: comenzarán a agitar con la historia de que existe una “crisis de legitimidad”. Nada nuevo: que el chavismo es ilegítimo lo han dicho desde antes que Chávez ganara en el 98. Y seguirán diciéndolo, incluso si el chavismo vuelve a revolcarlos con más votos y más diputados.

En cuanto al chavismo oficial, debería de una vez por todas asumir una rotunda realidad: en tiempos de construcción de una Democracia Participativa es incongruente seguir haciendo esfuerzos por mantener viva a la máxima expresión de la representatividad (la democracia representativa: lo que está muriendo), de modo que lo único que hace deseable una victoria del PSUV-PCV no es la victoria en sí misma sino el impedir que la derecha gane. El 26 de septiembre en la noche yo no celebraré que el chavismo elija su centenar de burócratas (de los cuales varios saltarán la talanquera antes de 2012, estoy seguro), sino que la derecha antichavista conseguirá elegir menos burócratas, y que el PPT y Podemos serán barridos como fuerza política. Eso es lo único que me mantendrá pendiente de la elección y sus resultados.

***

Desechado lo que pudiera ser el mayor motivo de preocupación para el chavismo (el ser derrotado o disminuido electoralmente), hay que concentrarse más en los posibles efectos inmediatos de esa posibilidad en la percepción que tiene la gente sobre el Gobierno, la Revolución y la reacción, y no en la discusión doméstica acerca de qué va a hacer la derecha con sus curules y privilegios burocráticos (por cierto, ellos sí saben usar el poder que da el ser diputado). En lo personal, creo que “eso” llamado Asamblea Nacional pasará a ser un asunto más dinámico y sabroso desde el punto de vista de la discusión y el espectáculo, pero no por ello algo útil. La institución llamada Asamblea Nacional es un espacio administrativo en decadencia y en proceso de desaparición. A los pobres votantes del antichavismo los han convencido de que desde las AN es posible resolver asuntos como la inseguridad, los apagones y la escasez de azúcar, y el chavismo ha replicado de manera insólita: diciendo que la AN sí sirve para eso, pero que los chavistas son más eficientes que los otros para lograrlo. Y se entiende: ninguno de los aspirantes a diputados, ni los funcionarios chavistas ni conspiradores antichavistas tiene los cojones, audacia o sentido de la responsabilidad histórica para reconocer ante la gente que esa institución no sirve para nada. Que los esfuerzos para elegir diputados sólo conseguirán meter gente en un cascarón vacío desde donde se produce mucho ruido y mucha muela (por algo se le llama “parlamento”: ahí la gente va es a hablar) y nada o casi nada der acción concreta.

Pero vaya que será interesante ver como la derecha antichavista obligará a sus adversarios (y colegas) diputados chavistas a ponerse creativos, a sacudirse las telerañas, a argumentar, replicar, contraatacar y sudar su maldito sueldo. Yo sí quiero ver a los chavistas aspirantes a líderes nacionales toreando y contragolpeando a la Machado, al Mendoza y otros bichos de uña que saben cómo discursear (y más nada sino eso). Por fin valdrá la pena sentarse a ver la televisora de la Asamblea para gozar un rato. Las sesiones y discusiones volverán a ser algo digno de verse y oírse, y juro que mi mayor expectativa será esperar el momento en que se caerán a coñazos, porque eso también va a suceder.

***

¿Y si se produce la fantasía de una repetición del caso Honduras? No sucederá. Primero, porque la derecha antichavista no logrará la mayoría de los escaños, y segundo porque un golpe como el de Honduras necesita, además de diputados, una porción de pueblo, una fuerza armada golpista y un poder judicial entregado al poder económico. Aquí no va a pasar lo que pasó en Honduras.

***

Las páginas web, los foros y blogs de la derecha y todas sus variantes y escalas en el espectro del comemierdismo burgués y clasemedia se han desatado por estos días a mostrar señales de su auténtico motor interior. Ellos dicen que los mueve el amor a la democracia y el anhelo de libertad, el derecho a la paz y a la calidad de vida, pero la realidad se les chorrea de la siguiente forma: arremetiendo contra el origen y formación de Nicolás Maduro. A las clases altas y medias (y no sólo al antichavismo, por cierto) les molesta, les duele, asquea, repugna, atormenta y enerva, el hecho de que el canciller de Venezuela sea un autobusero. Ellos, que creen en la democracia, sigen suspiranmdo por un “diplomático de carrera” que no pase pena en los banquetes porque ya aprendió a hablar, pensar y moverse como francés. Esto parece un asunto cosmético y circunstancial pero en realidad apunta y muestra al fondo del problema: aquí sigue creciendo la brecha clasista que nos hace distintos a unos y otros. Es decir, a ellos les perturba el asunto que a nosotros nos enorgullece: por eso es genuino decir que estamos en guerra. Ellos dicen que aman la democracia pero creen que el país debe ser representado por aristócratas. Esa es la esencia de la discusión que debe sobrevenir: el tipo de país y de sociedad que ellos quieren, y el que queremos nosotros. Los sueños nuestros versus los de ellos: esa es la pelea que debe ocuparnos, y no el episodio medio pendejo acerca de si lograremos 110 diputados o más.

***

¿Qué haré entonces el 26 de septiembre? Primero, votar en el 23 de Enero (Caracas) por los candidatos del PSUV, nominales y en lista, y por la tarjeta del PCV al Parlatino. Luego, volar a El Cogollo (Cojedes) para transportar gente a sus centros de votación. Hay más de 70 por ciento de chavistas allí, pero para votar necesitan caminar dos horas. Esa será mi tarea: vencer el obstáculo de la enorme ladilla que debe darles el realizar esa proeza.

¿Y después del 26? Pues a lo mismo: seguir discutiendo en términos de clase, de país, de sociedad y de planeta, y no desvelarme por la efectividad de los señores diputados. Allá ellos y lo que piensan hacer con sus cargos.

jueves, 16 de septiembre de 2010

A 228 años del nacimiento de José Tomás Boves: ¿cuándo escribiremos la Historia del Pueblo?

Artículos referenciales:
_______________
En un tiempo que queremos llamar, saber y sentir revolucionario, deberíamos comenzar por masificar la idea de que todo lo existente debe destruirse o al menos conmoverse desde sus cimientos. Nunca podrá construirse una nueva sociedad si antes no demolemos, o al menos cuestionamos, el sustento ideológico, estructural e infraestructural que le dio vida a lo que está muriendo. Hartos deberíamos estar, por ejemplo, de biografías de héroes que libertaron y fundaron naciones (¡ellos solitos, con su genio, unos cojones, un caballo blanco y una espada!) y de narraciones heroicas acerca de cómo 50 hombres hambrientos, semidesnudos y sin armas destrozaron a un ejército de seis mil soldados armados con cañones, misiles, un perro pitbull y siete condones saborizados. Seguimos creyéndonos los cuentos que nos echaron los invasores, y por eso nos sentimos orgullosos de un tal Guaicaipuro que dizque medía dos metros de estatura (¿qué indígenas de estas tierras miden más de 1 metro 70?) y movilizó un ejército de 20 mil hombres (hoy, septiembre de 2010, el ejército venezolano no tiene 20 mil hombres en toda Caracas, pero ni de verga) y después se dejó agarrar en su guarida por 80 españoles.

Hartos estamos ya algunos, pero el proceso masivo y obligatorio de inculcación de doctrina y de “valores patrios” continúa. Nos llamamos revolucionarios pero nos da terror apartarnos del discurso, los contenidos y el método utilizado por quienes nos sometieron. Utilizamos sus mismos códigos, sus mismas fantasías, sus mismos símbolos y valores: queremos acabar con el mal y encaminarnos hacia un mundo de justicia y de paz, y lo hacemos en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, triunvirato al que también se encomendaban los criminales y torturadores que despedazaban gente bajo el amparo de la santa inquisición. Nos aterra cuestionar e interpelar a Bolívar, a los próceres, a la caterva de oportunistas dueños de esclavos que fundaron “la patria”.

Ese es el clima ideológico y emocional en que nos sorprende una fecha que a nadie “le suena”, porque la historia oficial decidió que no debe sonarnos, o que debe sonarnos pero razones que convengan al culto de la nacionalidad. En estos días de septiembre, por ejemplo, a usted le dijeron o le dirán que en este mes nacieron o murieron (da lo mismo) Atanasio Girardot, Luis Razetti, Alejandro Humboldt, Vicente Lecuna, Lisandro Alvarado, José Laurencio Silva, Lino de Clemente, Fermín Toro, Miguel José Sanz, Rómulo Betancourt y su criatura estelar, el partido Acción Democrática. A usted le dirán que en septiembre los españoles fundaron Maracaibo, que Bolívar escribió la Carta de Jamaica y que la virgen se le apareció a un indio por allá por Guanare. ¡Oh!, qué grande y glorioso es el mes de septiembre.

A usted le dirán que el día 19 de septiembre cumple años José Félix Ribas, pero ni de santa vaina le recordarán que un día antes, el 18, cumple años también el antihéroe por antonomasia de la historia de Venezuela. O tal vez se lo recuerden, pero sólo para acotar que ese hombre era muy malo porque defendía la Corona española y porque degollaba prohombres y violaba doncellas, y que mediante esos procedimientos acabó con la Primera y Segunda Repúblicas. Pero difícilmente le hablarán del volcán de pueblo que se fue tras ese hombre, ni por cuáles razones y motivaciones. Difícilmente en las instituciones educativas de Venezuela algún docente les explicará a los estudiantes qué significó para el pueblo (nuestro ancestro verdadero: el ser humano oprimido y vejado por los poderosos) José Tomás Boves. Tal vez algún audaz alcanzará a decir que Boves era un gran general, un militar excepcional, y será un gesto contracultural respetable, pero ese docente estará equivocado. Porque Boves no era un ser excepcional. Boves ganó las batallas que ganó, y “su” gente destruyó lo que destruyó, porque tras de sí se movilizaba todo un pueblo con una mezcla de agradecimiento, respeto, amor y una rabia apretada en el pecho desde hacía 300 años.

Estuve a punto de decir que el día que estas cosas se expliquen y debatan en la universidad entonces sí habrá comenzado en serio la Revolución. Pero en la Revolución verdadera el conocimiento y la historia del pueblo no se impartirá en quejumbrosos salones ni en vanidosas cárceles (que eso son las escuelas y universidades) sino en las casas y esquinas, en los bares y canchas de bolas criollas, en los caminos y montañas, en las aulas sin paredes construidas a puro verbo, al aire limpio de la libertad que algún día han de respirarse en estas tierras, cuando nos liberemos de las ideas opresoras de Dios, Bolívar, los símbolos patrios y la maldita república mantuana que todavía nos aplasta.

viernes, 10 de septiembre de 2010

La misión de la próxima Asamblea Nacional (o de su fracción revolucionaria, si la hubiere): comenzar a morir

Va la idea principal que mueve estas reflexiones: si en mis manos estuviera el poder de decidir cuál es la misión de la próxima Asamblea Nacional (o la facción de la Asamblea que uno supone o prefiere revolucionaria, o de izquierda, o aunque sea chavista) yo exigiría de los asambleístas que comiencen el proceso de demolición de esa institución y el traslado del poder a la multiplicidad de asambleas de ciudadan@s que podrán conformarse. Ese poder no está en mis manos. Me corresponde entonces mostrar el aspecto y vocación de cosa posible de ese íntimo deseo, que por cierto es el deseo de muchos sujetos libertarios de este país y del mundo: el anhelo de una sociedad que supere la organización convencional (presidente, gobernador, alcalde, consejos, juntas) y se atreva a dejar que la gente se organice territorialmente o en función de saberes e ignorares comunes.
***
Tiene su dificultad el responder a la pregunta aparentemente simple: “¿Cuál es la misión de la Asamblea Nacional que será elegida el 26 de septiembre?”. Hubiera sido menos engorroso responder a la pregunta colateral: “¿Por quién y por qué usted votará el 26 de septiembre?”. Fácil: yo votaré por los candidatos del chavismo porque no es conveniente que la derecha antichavista recupere ningún espacio de poder en Venezuela. ¿Y qué hay de la derecha chavista, esos diputados pesuvistas que al cabo de un rato saltarán a su bando natural? Ya de ella nos ocuparemos cuando se digne salir del clóset, y esperemos que eso ocurra rápido y no se dé la bomba que se dio Henri Falcón. Pero ese no es el objeto de estas líneas.

Rebasado y superado otro detalle, como el criterio de autoridad (¿quién soy yo para estar determinando qué debe hacer la Asamblea Nacional?) vale la pena ponerse un poco cínico como corresponde a todos los opinantes habituales: este artículo no pretende fijar, ni crear, ni imponer un criterio o medida de lo que deberán hacer los señores asambleístas una vez comiencen sus funciones, ya que si usted quiere saber eso puede consultar la Constitución y el reglamento interno de la AN. El “problema” es que por lo general las leyes y reglamentos recogen el deber ser en tiempos normales, convencionales; ese tiempo bostezante y fatuo de las sociedades en las cuales el Estado y los poderes hegemónicos (económicos, culturales y religiosos; partidos y sindicatos) forman una unidad monolítica, y los esclavos debemos adaptarnos a lo que hay, y en el más triste de los casos estar contentos de ser esclavos. Las leyes, constituciones incluidas, funcionan o pueden llegar a funcionar sólo donde reina ese concepto de gloriosa normalidad tan caro y grato a los poderosos: abajo, cadenas, gritaba el señor, y el pobre en su choza libertad pidió: los ricos derriban lo que sea a punta de gritos, y al pueblo se le dice que al menos puede seguir pidiendo.

Pero hoy no vivimos ese tiempo fatuo sino el tiempo de una sociedad sumida en un ensayo de Revolución, en una etapa de nuestra historia cuya generación de seres vivos puja por echar las bases para un cambio profundo. Vivimos un tiempo formidable en el cual ese coloso ineluctable que la raza humana llama poder hegemónico, está fracturado: hoy el Estado y el poder económico, cabeza y motor de las hegemonías, viven un proceso de confrontaciones y tensiones. En la jefatura del Estado se encuentra un sujeto que poco o nada le concede a los poderosos de siempre; negocia con ellos, no puede o no se atreve a liquidarlos, pero la tensión está allí y lo bueno de todo esto es que Estado y burguesías no forman ahora la potente unidad destructora de iniciativas libertarias que existía hace una década. Por debajo de ellos, el pueblo oprimido está aprovechando, o al menos ha sido llamado a aprovechar, esa batalla de colosos que sucede “allá arriba”, para desatarse a crear formas de organización “aquí abajo”.

Aunque parezca narrativa fantástica o utópica, es hora también solicitar de los revolucionarios (y aspirantes a demostrar que lo son) la audacia necesaria para admitir que, en los últimos años, el futuro nos ha alcanzado ya varias veces. Hay soñadores que hacen cojonudas y poéticas formulaciones con la esperanza de no estar vivos para cuando sean posibles, pero vaya: las asambleas de ciudadan@s están contempladas en la Constitución vigente, las comunas en construcción contemplan también formas de autogobierno en pequeñísimos territorios. Y, en cuanto a la Asamblea Nacional, ya está dicho, aunque no ejecutado en toda su profundidad, el concepto “parlamentarismo de calle”. ¿Qué cosas tienen que suceder para que el pueblo le meta mano a esa letra muerta y le inyecte vida?

Las revoluciones son actos al margen de la ley y muchas veces contra la ley. El soñador que llevamos dentro nos hace imaginar el momento glorioso en que una asamblea de ciudadan@s irrumpe en el hemiciclo, sede de esa anquilosada y moribunda Asamblea, y se apropia de las funciones de unos diputados que desde ahora, desde antes de ser votados en elecciones, ya son detestados por quienes les entregarán su voto. Todas las consultas y mediciones indican una sorprendente tendencia del votante chavista a desconfiar de los candidatos del PSUV, comparable sólo con el franco rechazo del antichavismo a los aspirantes antichavistas. Conclusión lógica: salvo casos en los cuales sí se ha dado el surgimiento de liderazgos emergentes, nuevamente los venezolanos votaremos a favor o en contra de Chávez el 26 de septiembre.

Pero la soñada toma de la sede de la AN pudiera ser innecesaria o sustituible por otros actos. La convulsión llamada “proceso bolivariano”, esta maltrecha e imperfecta pero querida revolución nuestra, nos otorga derechos y potestades mediante las cuales el pueblo puede ensayar formas inéditas de organización. Respuesta a la primera pregunta del primer párrafo: la misión del chavismo en la próxima Asamblea Nacional será adaptar el funcionamiento de lo que queda de AN a las nuevas formas de organización (comunal y otras). A la AN, lo mismo que la viejo Estado que todavía respira, es morir con toda la dignidad posible (si quiere) para darle paso a otras dinámicas, donde el ser humano pobre le busque salidas al laberinto que está heredando de este mundo gobernado por ricos. Tratar de fortalecer la Asamblea o intentar disfrazarla de “Asamblea Revolucionaria” sería ir contra la corriente histórico-social que moviliza a la humanidad pobre en este siglo. Tratar de salvar la Asamblea Nacional es ponerle curitas a un cadáver que hace rato empezó a descomponerse.

***

Contrariamente a lo que indica el lenguaje utilizado por la convención, el 26 de septiembre no se elegirá una Asamblea Nacional sino dos bandos con misiones y visiones distintas

La derecha “meterá” unos diputados en la AN el 26 de septiembre, de eso no queda ninguna duda. La misión que tendrán esos diputados será que la Asamblea Nacional funcione. Si de verdad el proyecto llamado “bolivariano” tiene vocación revolucionaria, y si de verdad existe coherencia entre el espíritu del PSUV y la organización comunal que se ha propuesto y formulado al país, la misión de los diputados del chavismo debería ser evitarlo. Si viviéramos lo que arriba se denominó “tiempos normales” la misión tendría que ser fortalecer la Asamblea, perfeccionar su funcionamiento: mantenerla viva como instancia de representación. Pero puesta en la mesa la idea de “democracia participativa y protagónica” ya comienza a carecer de sentido, incluso semánticamente, seguir insistiendo en elegir representantes.

Mantener la vigencia de una Asamblea Nacional, cuando ya están abiertas las compuertas para que se conformen y organicen cientos de miles de asambleas territoriales y temáticas (las asambleas de gente que no vive en el mismo sitio pero que trabaja, disfruta y construye de acuerdo con intereses comunes) es una contradicción que ha sido necesaria, pero que es preciso suprimir o ir suprimiendo con cierta urgencia.

***

El proceso venezolano está en un momento crucial para dar un salto revolucionario: hacer que los conceptos “parlamentarismo de calle”, “organización comunal” y “democracia participativa y protagónica” se activen en dramática organicidad. Que dejen de ser discurso y pasen a ser territorio para la praxis.

***

El lema que más me impactó de las pasadas elecciones primarias del PSUV, en las cuales se eligió a los candidatos del chavismo, fue aquel que invocaba el ejemplo de Fabricio Ojeda. Juan Contreras, candidato del circuito que aglutina al 23 de Enero, Sucre y Catedral (y creo que una parroquia más), les dijo a los caraqueños que el diputado que nos merecemos debe ser como Fabricio Ojeda. Meses después de esas declaraciones lo suscribo: los diputados revolucionarios (si los hubiere) deben tener clara su misión histórica, e inmolarse, pero no necesariamente quitándose la vida o exponiéndola hasta hacerla blanco de los asesinos, sino exterminando a la institución para la cual fueron electos. Será una buena ocasión (y quizá la única) para poder decir, sin que nos sintamos hipócritas: vivan los diputados, muera la Asamblea Nacional.