En uno de mis artículos recientes, un comentarista anónimo de este blog me interpelaba acerca de la siguiente cuestión. En Veneuela hay dos o más bandos políticos que sienten la necesidad de imponerse (electoralmente y/o de otras formas) a los otros, porque creen que sus respectivos proyectos apuntan hacia la construcción de una sociedad mejor. Vengo yo y los llamo “parranda de güevones”, para provocarlos, y él me dice:
1) ¿somos una parranda de güevones porque no creemos en lo que tú crees o hay alguna otra razón de más peso? 2) Cuando hablas de que esta parranda de güevones "no se puede suprimir volteando para otro lado", ¿estás insinuando de alguna forma que es necesario suprimir a la parranda de güevones? 3) ¿por medio de cuál método se va a suprimir a la dicha parranda?
Hoy releo esas preguntas, quizá porque todos de alguna manera nos hemos planteado el país de esa manera (ganar: eliminar al otro), y me encuentro con que revelan más cosas que la respuesta que exigen.
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El antichavista automático quisiera que no hubiera ni un chavista en Venezuela, y el chavista automático quisiera que no existiera aquél. La sacadera de cuentas, las proyecciones y ejercicios como los que hace El Nacional (la burda interpretación de votos absolutos y porcentajes de los votos de Chávez a lo largo de varias elecciones, para “demostrar” que viene en picada) tiene un probable origen en las pendejísimas experanzas de que un día el bando de ellos será una aplastante mayoría y nosotros desaparezcamos o quedemos reducidos a una cofradía microscópica e insignificante.
Que nosotros soñemos eso es un ahnelo que habrá que valorar dependiendo del para qué: ¿para qué los queremos tan poquitos? ¿Para obligarlos a vivir las bondades de nuestro proyecto o para aplastarlos como si fueran arañas? Que ellos lo sueñen es entendible porque ya una vez lo disfrutaron y les encantó. La pregunta es: ¿podremos nosotros o podrán ellos desaparecer al respectivo adversario? ¿Es eso en realidad lo que queremos nosotros (reducirlos a cero)?
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No es fácil trabajar con la vista puesta en el futuro. Muchos prefieren creer (tal vez por impulso inconsciente) que esto que llamamos Venezuela es una fotografía invariable que tendrá en 30 años los mismos elementos (habitantes, conductores) que ahora. Que quienes estamos vivos hoy presenciaremos el fin y la resolución de los conflictos, contradicciones y cosas por corregir. "Un día", sueña el antichavista, "saldrá Chávez del poder y entonces ya no habrá delincuencia (perdón: 'inseguridad', como los medios han ordenado llamar al problema), desempleo, corrupción ni calles llenas de basura". El chavista piensa: "Un día los escuálidos se cansarán de votar contra Chávez, se irán a Miami o se suicidarán y entonces habrá ganado la Revolución".
¿Con cuál de los dos me quedo? Fácil: con el culo de Beyonce. ¿O con el de Shakira? Aprendan: ese sí es un dilema serio.
A casi nadie le agrada la idea de estar construyendo un edificio cuyo acabado final no verá jamás, porque no le alcanzará el tiempo. Construir sociedades (la sociedad justa hacia la que vamos) es tarea ardua, de varias generaciones y no de una sola. El tiempo de las sociedades es lento y sus ciclos son inasibles por una sola generación; el tiempo de un ser humano alcanza apenas para echar las bases y quizá construir una columna del edificio. Somos tan egoístas que pretendemos o queremos que esa sociedad ideal que soñamos estará lista un día de estos, y que cuando Chávez o un gerente vergatario nos la entregue terminada entonces nos dedicaremos a disfrutarla.
Desde esta tribuna: ¿Cómo es esa sociedad alternativa que soñamos? Una en la cual mis tátara-tátara-tátaranietos (el humano del futuro) no sean esclavos ni amos de los tátaranietos de los escuálidos de hoy, porque no existirán uno u otro bando: no será necesario esclavizar a nadie para ser feliz o buscar eso que llaman felicidad. Donde la palabra "riqueza" no nos dibuje en la mente el signo del dólar ni un cofre lleno de oro ni una Hummer ni una mansión con piscina, necesidades artificiales para cuya consecución es preciso que haya fábricas, ciudades hacinadas y hombres humillados y triturados por el trabajo esclavo. Ahora, para que esa nueva sociedad exista tengo que eliminar al adversario. ¿Cómo? ¿Metiéndole un tiro? No, porque el capitalismo no se acaba con balas. Podemos empezar a acabarlo, sí, preparando a las generaciones que vienen para un mundo en el cual ya no habrá petróleo burriao que despilfarrar, y por lo tanto el modo de vida actual tendrá que cambiar drásticamente.
Al final todos (ellos y nosotros) seremos desplazados, eliminados. Y la cosa ya comenzó: no es que “seremos” sino que estamos siendo desplazados, lentamente. Poco a poco va envejeciendo y/o desapareciendo la generación que vivió el Sacudón, los triunfos del 98 y el 2002. En 2012 saldrá a votar una masa de muchachos que hoy tiene de 16 a 18 años de edad. Ellos bostezarán o se rascarán la nuca cuando les nombremos a Carlos Ortega o Carmona Estanga. Una generación para la cual el 27 de febrero de 1989 y abril de 2002 son historia antigua, porque son momentos que no vivieron o que no recuerdan. ¿Estamos preparados para captarlos desde ya con el relato de un proyecto para el futuro, o seguiremos intentando conmoverlos con la epopeya de nuestra sangre derramada y de un pasado difuso?