miércoles, 28 de abril de 2010

El poder: ejercicio práctico

Hace unas pocas semanas tuvo lugar una reunión algo extraña y uno supone que inusual en estos tiempos: tres ministros del Gobierno y altos gerentes de las empresas de la familia Mendoza. El testimonio es directo y de alguien que estuvo ahí, no es un rumor ni un chisme abstracto: es un chisme verídico. El objeto de la conversa era que se aclararan las causas y el alcance de la reciente escasez de harina en el país. Ustedes la recuerdan: fue cuando Chávez decretó que no se trabajaba la semana santa completa, de modo que la paralización del proceso de distribución durante tres días más de lo previsto hizo desaparecer la harina de los abastos, supermercados y otros expendios. Los empresarios explicaron el mecanismo que había originado la perturbación. Los ministros quedaron convencidos y les preguntaron en cuánto tiempo habría de quedar solventado el rollo. “Mañana mismo”, dijo uno de los supergerentes. Entonces se produjo el instante sublime o maldito en que operó el misterioso influjo de la superioridad clasista (alguna vez fue racista también), ancestralmente impuesta, de un grupo humano sobre otro. Déjenme coger impulso, que cada vez que me acuerdo de esta mierda me entra como un enfogonamiento. Ahí voy.

Uno de los ministros (no me dijeron cuál) se dirigió al capo mayor de las empresas Polar, un marico mafioso de apellido Anzola, en estos términos: “Caramba, caballero, y ya que está aclarado el punto queríamos solicitarle algo. Quisiéramos que sean ustedes quienes anuncien a través de los medios que no hay escasez de harina en el país. Afuera está la prensa esperando”. El Anzola levantó la barbilla, ensayó media mueca o sonrisa, y dijo, con el aire prusiano del que estuvo esperando durante mucho tiempo este momento:
--No, yo no puedo hacer eso.
--¿Y esa vaina? –brincó otro ministro--. ¿No quedamos en que está explicado y solventado el problema de la escasez?
--Sí, mañana estará resuelto el problema. Pero hoy no. Yo no voy a decir que no hay escasez, porque mañana no habrá, pero hoy sí.
Yo no sé si será falta de ubicación en el tiempo histórico de mi parte; no sé si será que uno puede imaginarse lo que sea desde afuera de esos escenarios pero desde adentro es distinto, pero voy a decirlo tal cual me hierve en las venas: en una Revolución de verdad al gerentico de mierda se le hubiese echado una pela en la plaza más concurrida de la ciudad, con una verga e toro, echándole sal y vinagre en la carne viva, y en transmisión a todo el país en cadena nacional.
Y a esos tres ministros, dejarles rezar un padrenuestro o cualquier poema de esos que rezan los católicos y después fusilarlos. ¿Qué se revolvería con eso? Seguramente nada. Pero tanta vanidad y prepotencia (de un lado) y tanta docilidad y sumisión (del otro) deberían ser castigadas. No es justo que esos cuatro hijos de puta hayan dormido tranquilos esa noche.
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La forma en que se ejerce el poder es un asunto de clases. Clases de esas que se imparten en los planteles y de esas otras en las que uno nace y crece. La expresión: “Se te salió la clase” se refiere al instante sublime o maldito (también) en el cual uno trató de parecer un sujeto correcto, educado, respetuoso, ordenado, y de pronto ya no aguantó más y mandó al otro a lavarse el paltó y después el hueco del culo. Pudiera darse el fenómeno a la inversa: el tipo que anda entre nosotros y se adapta a nuestros ritmos, faltas de respeto, desajustes y malamañas, y de pronto un día “se le salió” y terminó mostrando sus debilidades pequeñoburguesas. Pero esto último al final no cuadra del todo, porque desviaciones pequeñoburguesas las tenemos todos. Para eso fuimos educados, entrenados, adoctrinados, moldeados por un lento, largo, sostenido y tenebroso proceso de adecuación pragmática: los esclavos rara vez nos damos cuenta de que lo somos, pero sentimos el hondo impulso de comportarnos como dueños. De tener lo que tienen los dueños. De disfrutar como disfrutan los dueños: de ser propietarios cuando en realidad la sociedad está diseñada para que seamos unos malditos esclavos.
Una de las proezas del capitalismo y de la sociedad burguesa se dio mediante el uso inteligentísimo del poder y sus herramientas: hacer que los esclavos sintamos que tener privilegios es un derecho. Que usted puede alcanzar esos privilegios si traiciona a su clase, si empieza a acumular, a esclavizar y sacar provecho del trabajo de otros; a perder su identidad y su conciencia de clase. Usted le echa bolas (las bolas forman parte importante de la actitud que lo hará abandonar el estado de pobreza), se convierte en un pobre con plata (porque usted tiene plata pero por origen y estructura mental usted sigue siendo un pobre, usted no es como ellos, los que nacieron ricos) y aparece un día en plan nuevo rico, mudándose a una urbanización de desclasados (de clase media), ejerciendo un oficio de desclasado (usted ahora es un profesional) y mirando por encima del hombro a los pobres que no pudieron acumular plata: “Yo pude y este güevón no pudo: flojo de mierda, no aprovechó las oportunidades que le ofrece el capitalismo”.
Como si en el puto planeta hubiera recursos para que todos seamos millonarios…
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¿Hace falta decirlo o recordarlo? Sí, hace falta: los Mendoza, entre otras pequeñas demostraciones de su inmenso poder, pueden llenarse el hocico proclamando una hazaña secular: ellos decidieron qué cosa es una arepa y cómo comemos arepa los venezolanos. Antes que estos bichos acuñaran su estafa de la harina precocida de maíz (que ni siquiera es maíz sino un mezclote de sus residuos y bagazos), la gente pilaba o molía maíz de verdad y esa era su dieta. Hasta que "apareció" en el mercado la fulana harina Pan y todo el mundo a modificar sus hábitos: una familia necesitaba hacer millones, la burguesía necesitaba íconos y que viva la "libre" empresa amparada por el Estado burgués, y que mueran las arepas artesanales.
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El que tengamos a un aliado al frente del Poder Ejecutivo (la jefatura del Estado) no nos hace poderosos, pero tiene algunas ventajas. Por ejemplo, el poder experimentar a hacer una revolución o revoluciones en pequeño, sin que nos caigan los cuerpos de “inteligencia” y “seguridad” a volvernos mierda.
La otra ventaja: aunque todavía tienen el poder, los Mendoza y sus compinches y adulantes sienten algo de la incomodidad y la inquietud de no tenerlo. Y ver a un rico asustado no tiene precio.
O más bien sí lo tiene: como los carros de lujo, es una delicia pero sale caro.

martes, 20 de abril de 2010

Lo que está descompuesto en el caso Jennifer Carolina Viera. Perdón: la mujer de Edwin Valero

Estimado antichavista:
Los días 18 y 19 de abril (y varios días posteriores) han sido los más felices de ustedes, del antichavismo como conglomerado, al menos en lo que va de 2010. Que un boxeador chavista haya asesinado a “su” esposa significó un estallido de júbilo que se reflejó en las muchas vías que tiene internet para que los ciudadanos expresen lo que sienten. Pero que además el tipo se haya quitado la vida un día después ya fue el colmo del regocijo.
Esta carta de salutación tiene por objeto hacer un poco de publicidad con el hecho de que usted esté feliz. No se alarme: a los pequeñoburgueses chavistas también les traigo una ración de veneno más abajo. Querido antichavista, usted no está consternado por la muerte de “la señora de” Edwin Valero. Usted está contento. Usted al fin tuvo una justificación directa para llamar asesino a un hombre que detestaba por chavista, y posteriormente para celebrar su muerte. A usted no le duele la muerte violenta de miles de mujeres: a usted lo que le importa y le parece relevante es que el sujeto que mató a “su” mujer tenía a Chávez tatuado en el pecho, y que se hubiese declarado chavista furibundo. Eso lo hace brincar en una pata.

En una sociedad que ha convertido en misión aparente la búsqueda de la felicidad, es destacable el que usted, antichavista y globovisionario convencido, crea haber alcanzado esa meta durante el fin de semana pasado y comienzos de esta. Es verdad que después de ese episodio feliz usted regresó a sus angustias, a su miserable y ansiosa vida, a su repugnante búsqueda de la felicidad por el camino de la autodestrucción. Usted se está volviendo mierda (en su trabajo, en los bares, en la soledad, en los planteles de educación, en sus malsanos pasatiempos), echándole un camión, dejando su juventud o lo que queda de ella, en su intento de alcanzar la felicidad. Pero usted no lo ha logrado ni lo logrará; a lo máximo que llegará es a tener episodios gratos: un pase, un porro, una curda, una violación, una noticia (como la de Valero) lo harán llegar al clímax y disfrutará tanto que creerá haber derrotado a ese fantasma espantoso, pero éste volverá y lo hará infeliz otra vez, cuando se le pase el ratón.
A ver: usted tiene momentos de euforia y de éxtasis, alcanza orgasmos celestiales casi siempre a partir del sufrimiento de otros, y después regresa al abismo al que lo relega esta sociedad… Epa, ¿y no andaba en lo mismo el boxeador ese chavista, el loco asesino ese? ¿Qué diferencia hay entonces entre Edwin Valero y usted?
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Usted, dilecto antichavista perteneciente a la “clase pensante”, miembro de la sociedad civil y defensor de la propiedad privada (de la suya), está contento porque cree que como Valero tenía a Chávez tatuado entonces ya era socialista, y que por lo tanto su deterioro moral y sicológico es una muestra de la descomposición del socialismo. Malas noticias: el socialismo no está en descomposición sencillamente porque no existe. Los impulsos primarios que llevaron a Valero a cometer el crimen que cometió son los mismos que han llevado al colapso estructural al capitalismo en los últimos años. Vaya esto con ustedes también, burgueses chavistas: Valero quería ser inmensamente rico, ustedes también. Valero quería ser famoso, ustedes también. Valero tenía mentalidad de propietario, ustedes también. Valero tenía voluntad de poder y era machista, ustedes también. Valero se creía dueño de muchas cosas, entre ellas la vida de “su mujer”: no en balde le quitó la vida en un arrebato, y no en balde a todos nosotros nos parece de lo más normal que la noticia se reseñe de esta forma: “Valero asesinó a su esposa”. Por eso he destacado las palabras que revelan el lenguaje de propietarios que todos hemos aprendido: Jennifer Carolina, “la esposa de Valero”, tenía su propio nombre, su identidad, un pasado, una vida, unos sueños, una personalidad, pero en el momento lamentable de su entrada a los titulares de los periódicos, en la violenta chismografía de este tiempo, y además en los registros y papeles legales, quedó reducida a “la mujer de”. Y no es culpa de los periodistas sino de la sociedad descompuesta que funciona así, y no es nada nueva la discusión acerca de por qué las mujeres casadas deben llevar legalmente el “de”: para que la sociedad sepa que no anda sola sino que es propiedad de alguien, de un macho, de un tipo que se cree su dueño, y que es capaz de matar (y de matarla) si ella decide gobernarse.
A nadie le duele el infierno que fueron los últimos días de Jennifer Viera: lo único importante es que el tipo que la mató era chavista. Figúrate tú: tenía a Chávez tatuado en el pecho.
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¿Qué hay de la condición de víctima que también hay que adjudicarle a Edwin Valero? A uno de los más grandes boxeadores de todos los tiempos, Sugar Ray Robinson, le preguntaron en una entrevista por qué había decidido ser boxeador. “Un día me miré la mano izquierda”, respondió el hombre. “Después me miré la mano derecha. En ninguna había dinero”. A los consumidores de espectáculos deportivos nos convencieron de que los atletas exitosos son ídolos y ejemplo para la juventud. Héroes que se ganan mucho dinero haciendo algo que les gusta. Pocas veces se menciona lo obvio: que los deportistas son sujetos que harían lo que sea por hambre, que son instrumentos para mantener viva la industria del espectáculo, para hacer aplaudir a millones que pagan para que la televisión, las mafias y las marcas comerciales hagan negocio con las emociones.
Valero era cultor del más innoble de todos los deportes. En el boxeo profesional, el objetivo es hacerle daño físico a otro ser humano. Esta sociedad les reserva este y otros “oficios” a quienes no pudieron o no quisieron o supieron acumular riquezas (premisa del capitalismo, no de Chávez o del socialismo): arriesgar el físico y despedazar a otros para que la sociedad necesitada de distracciones fuertes aplauda. Yo he sido fanático del boxeo, muchos de los ídolos de mi adolescencia y juventud fueron boxeadores, así que puedo confesar algo con conocimiento de causa: se siente una grata sensación cuando nuestro ídolo alcanza la victoria, pero esa sensación sólo es plena y total si la victoria es por nocaut y el rival queda tendido varios minutos en la lona.
La afición al boxeo es un maldito placer sádico, y la industria del deporte se las ha arreglado para que haya grandes figuras que atraen a grandes masas: por culpa de esos empresarios, y por culpa de nosotros como sociedad en el último peldaño de la putrefacción, los que encontramos placer en el espectáculo de dos hombres pobres cayéndose a coñazos “para poner en alto el nombre de la patria” y para ganarse unos dólares, seguirá floreciendo la fantasía de que los pobres tenemos oportunidades en el capitalismo “si le echamos bolas”. Y en la otra acera (la nuestra, a fin de cuentas) aquella otra fantasía según la cual construir el socialismo es un acto bonito, fácil y pacífico. Como dice la canción del Gino González: "No te empatuques de mierda a ver si vas a construir el socialismo..."

Nada tenemos que celebrar el 19 de abril: el ejemplo mantuano y el santo inquisidor que convertimos en héroe


Veamos ahora un ejercicio de memoria histórica simple. Responda las preguntas que se formularán más abajo.

Año 1799, Plaza Mayor de Caracas, hoy Plaza Bolívar. Un espectáculo atroz, lamentable, doloroso, destinado a dejar una huella imborrable en esa generación de venezolanos. A un hombre lo llevaron atado de manos hasta una de las esquinas, escoltado por un grupo de soldados armados y asediado por un cura que le leía extractos de la biblia y cada diez segundos le preguntaba si se arrepentía de haber ofendido a Dios. En aquella esquina había un cadalso con su cuerda lista para ahorcar; una puerta en el centro del piso y a un lado un tipo ahí, más o menos conocido en la época. El hombre atado fue colocado de pie en el centro del cadalso, le amarraron la cuerda en el cuello y la puerta del piso se abrió. El hombre colgado empezó a patalear, y entonces el personaje que estaba a su lado entró en acción: de un salto se le colgó a caballo por la espalda como en los juegos infantiles. Su función al hacer eso era tremendamente cruel y macabra a pesar de su objetivo teóricamente compasivo: hacer que el hombre muriera más rápido, que el cuello colapsara rápido por efecto del peso de ambos cuerpos. El cadáver fue despedazado y sus extremidades y cabeza exhibidas en las entradas de la ciudad, para escarmiento de facinerosos y promotores de la libertad o la República. Así murió José María España, acusado del delito de conspiración contra la Corona española.
Preguntas: ¿Recuerda en qué fecha ocurrió esa ejecución? ¿Recuerda qué fue de la vida de su compañero de aventura emancipadora, Manuel Gual? ¿Recuerda la fecha en que nacieron esos señores, o la fecha en que se supo de la conspiración? ¿Tiene idea de por qué ninguna de las fechas relacionadas con el movimiento de Gual y España ha sido declarada fecha patria, día feriado o al menos digno de recordación por todos los venezolanos?
Más abajo quizá le demos alguna clave.
Ahora responda: ¿le suena la fecha 19 de abril de 1810? ¿Y por qué esa sí la recuerda tan fácilmente?

Este es otro de esos hitos históricos cuya manipulación en las narrativas oficiales le ha dado forma a una especie de epopeya patria e institucional donde predominan las gentes de buena familia (“buena”: blanca, rica, de alcurnia, dueña de esclavos y propiedades: europeos aunque nacidos en América), los gestos elegantes y caballerescos, las maniobras políticas del tipo de las que destilan un olorcito a juego de ajedrez. Un famoso óleo muestra el momento en que se firma el acta que da por concluida la gestión del renombrado Vicente Emparan, Capitán General, y se nombra el nuevo gobierno formado por un combo de blancos criollos (mantuanos); es una escena sobria y de aires cortesanos (nada de sujetos ahorcados y despedazados), salvo por la presencia de dos personajes que desentonan: en el extremo derecho del cuadro, un negro mira la escena tras una baranda con una sonrisa idiota, y un borracho (seguramente un indígena o blanco pobre) que probablemente entendía algo de lo que estaba pasando, pero nunca lo sabremos porque el tipo cargaba una pea de esas que en el llano mientan “rompeñemas” y está mirando para otro lado, de espaldas a la historia.
A ese lugar marginal, segregado y vergonzante queda relegado el pueblo, y no hay que culpar al pintor por haberlo retratado de esa manera. Sin necesidad de tener una cámara digital ese artista estaba registrando con precisión panasonic el momento social y político: el nacimiento de la República fue un asunto de señorones ricos, poderosos, blancos y esclavistas, y el pueblo un detalle decorativo (o más bien desagradable) allá al fondo; unas bestias a las que era preciso adular porque, ante los acontecimientos europeos, era necesario invocar al populacho. Por allá se hablaba de Derechos del Hombre, de igualdad y todo aquel peligroso discurso (era la pujante sociedad burguesa preparándose para la era industrial, arrasando con los modelos feudal y esclavista), y había que guardar las apariencias. Parecer civilizado pues, así esa apariencia de civilidad y mente revolucionaria no soportara una inspección de haciendas, caserones y otros campos de concentración donde se pudrían la servidumbre y el rebaño de esclavos. Imagínense a los Bolívar, los Ribas, los Palacios y Blanco; los Espejo, los Salias, visitados por el Seniat de la época…
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¿Recuerdan cómo perdió su empleo el Capitán General Vicente Emparan? El tipo es obligado a pararse en un balcón y a preguntarle al pueblo agolpado en la Plaza Mayor si quiere que él siga gobernando. Ha querido la historia oficial imponer la versión de que el pueblo enmudeció al ser interpelado de esta manera, y que tuvo que venir a poner orden y enderezar el rumbo de la historia patria un prohombre, un iluminado, un prócer, un ser esclarecido; un maldito cura chileno, representante de la santa inquisición (la iglesia) y por lo tanto seguramente responsable del descuartizamiento en vida de más de un hereje: el tal Cortés de Madariaga. Otra vez el pueblo imbécil anulado por su estupidez, y otra vez el blanco criollo (y otro cura: los bichos están en todas partes) interviniendo para que las cosas se hagan como Dios manda y no como lo quiere el perraje vil: ve tú a saber qué hubiese respondido el pueblo si el Madariaga no le hubiera enseñado a decir que “no”, mediante una seña con el dedo, detrás del Capitán. Ya me estoy como arrechando.
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Lo demás es filigrana política y justificación automática de algunos gestos controversiales de la “Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII”, que así se llamó la instancia que tomó el poder. ¿Le suena muy europeo? ¿Y por qué será?
Regresemos a Gual y España. En su movimiento participaron individuos de todas las clases sociales, excepto los mantuanos. Su propuesta incluía proclamar los principios de igualdad, fraternidad, libertad y propiedad; la gradual eliminación de las clases sociales; la “exportación” de la revolución a toda América; la adopción de lo contenido en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. También suena europeo y burgués, ¿cierto?
Esa es la clave: burgués, mas no feudal o esclavista. La pelea de 1810 fue entre blancos (ricos, propietarios) de aquí y blancos (ricos, propietarios) de allá. nada tenemos los pobres que andar celebrando el 19 de abril. Si algún bicentenario hay que celebrar sería bueno prepararse para 2014: doscientos años del único mkomento en nuestra historia en que el pueblo tuvo y ejerció el Poder. Lo demás es paja oficial y adoradora de la historia europea.

lunes, 12 de abril de 2010

El dato trascendental del 12 de abril

La mejor canción sobre abril 2002 (Gino González, 'Del despecho a la alegría'):

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Un librito ahí, sobre lo mismo:

Del 11 al 13

Pocas cosas son tan difíciles de derrotar como los convencionalismos (“Es más fácil romper un átomo que un prejuicio”, decía Einstein). Cuando una norma se convierte en costumbre a causa de la repetición y de la aceptación colectiva (y mecánica) ya no hay nada que hacer, o tal vez lo hay pero suele ser sangriento y doloroso. Sangre costó que nuestras sociedades aceptaran que los negros descendientes de africanos eran gente y tenían derechos. Sangre ha costado que a las mujeres se les reconozca el ser valiosas para algo más que lavar los platos, adornar el lecho y de vez en cuando ir a votar. Sangre ha costado asumir y comprender que alguien que aparece en televisión no es un ser superior, y lo mismo ocurre con el que tiene dinero, propiedades y mansiones. Sangre está costando, y nos costará más todavía, acostumbrarnos a la idea de que el pueblo desbordado puede definir el curso de la historia. Y un poco más: mucha sangre ha de verterse mientras asumimos como conciencia colectiva la necesidad de construir una historia que privilegie a la gente común por encima de los líderes y jefes circunstanciales, que por cierto todos lo son: los jefes pasan, el pueblo queda.


Monumentos y espejismos de abril

Para que vaya quedando claro, estamos hablando de la histórica tensión entre el pueblo como constructor colectivo y los individuos como maniáticos del protagonismo a lo Hollywood. Una amplia cultura cinematográfica nos acostumbró a la idea de que la historia la moldean y la cambian sujetos superdotados (Napoleón, Alejandro, Bolívar, Colón) y que el pueblo es sólo un adorno allá en el fondo. En cuanto al “caso” abril 2002 y las narrativas que se nos han querido imponer, es preciso salirles al paso urgentemente por varias razones. Una de ellas es que estamos a tiempo de corregir la forma en que contamos nuestra historia, pues ya está comenzando a galvanizarse en nuestra memoria colectiva esa clase de mitos (prejuicios, convenciones, leyendas políticas) que con el tiempo se hacen indestructibles. Ocho años es muy poco tiempo para graduar de prócer a nadie, y por fortuna se han dado pasos interesantes en la dirección correcta: mientras uno de los “héroes” individuales de la respuesta al golpe de Estado ahora está preso y desprestigiado, en el puente Llaguno existe el único monumento dedicado a esas fechas: una escultura de bronce que homenajea a una masa de gente y no a un sujeto en particular.
En la iconografía chavista en construcción, Raúl Baduel calificaba como prócer porque se alzó contra Carmona, porque “se le cuadró” al pueblo agolpado en las afueras de la guarnición de Maracay y, en general, porque le profesaba al presidente Chávez una lealtad a casi toda prueba. Bastó que a esta lealtad las fisuras se le convirtieran en grietas para que fuese bajado de su pedestal y tratado como lo que es: como un tipo que comete errores y no como un coloso inmarcesible.
Cuando el homenaje y el reconocimiento al pueblo demoledor y hacedor (primero se derriba algo y luego se construye lo nuevo: los pueblos lo hacen; los líderes suelen ir construyendo antes de destruir lo anterior) sean un asunto más concreto que romántico, la fecha digna de ser resaltada será el 12 de abril de 2002. No el 13, como ha convenido el chavismo oficial, y mucho menos el 11, como quiere establecer la derecha antichavista. Fue el 12 cuando ocurrió ese evento histórico extraño, anómalo y desconcertante, ocurrido sólo unas pocas veces desde 1810 hasta nuestros días: la activación del pueblo en sus facetas destructivas, en ausencia de la autoridad nacional o poder constituido.
La cronología exacta de aquellos días es la siguiente. Once de abril: movilización de la masa antichavista, confección de un golpe de Estado con apariencia legal, resistencia de la masa chavista, caos temporal en el centro de Caracas, secuestro del individuo que detentaba la jefatura del Estado, vacío de autoridad (que lo hubo, en consecuencia). Doce de abril: autocoronación de Carmona y júbilo de la burguesía, activación del pueblo y desconocimiento de esa autoridad por parte de un grupo de militares. Trece: continuación de la movilización de pueblo y militares rebeldes contra el Gobierno de facto. Catorce: regreso de Chávez a Miraflores.
Parece muy sutil e imperceptible el dato, pero allí está: la activación del pueblo en ausencia del jefe ocurrió el día 12 de abril. El 11 hubo un desconcierto y en cierta forma un despecho colectivo; el 12, cuando el usurpador de la autoridad mostró la cara, el pueblo salió a hacer ingobernable al país. Ni siquiera a tomar el poder: salió a convertir las calles en un infierno imposible de gobernar. Ese es el hito, esa es la fecha: el momento en que salimos a hacer historia sin que nos ordenaran hacerlo. Luego vino el 13, día en el cual se produjeron acontecimientos administrativos e institucionales: la detención de Carmona y las llamadas telefónicas mediante las cuales unos militares convencieron a los otros de que dejaran en libertad al presidente legítimo, preso en La Orchila. Desde todo punto de vista, la movilización de la gente por acción libertaria de su intuición histórica y no por órdenes de ningún paladín, es más importante y trascendental que el triste acto mediante el cual un militar le dice a otro: “Ríndase”, y el otro va y se rinde.

Las otras fechas

Algo parecido ocurrió el 6 de julio de 1811: desconocida la autoridad de España, al pueblo no le dio la gana de reconocer de inmediato a la nueva autoridad, y se produjo una especie de sacudón del cual poco se habla: Caracas, Los Teques y Valencia fueron escenario de alzamientos populares, movimientos caóticos de pulperos, servidumbre y esclavos. La propaganda oficial de entonces asumió esto como motines que perseguían desconocer a los patriotas y perpetuar en el poder a la Corona (de allí el mote de “realistas”), cuando en realidad era el alzamiento de una turba desbordada, feliz y libre pues finalmente “algo” les decía que no había jefe: un vacío de poder.
Ocurrió también el 5 de diciembre de 1814, a la muerte de José Tomás Boves: el jefe muere en batalla, el pueblo continúa la batalla y la gana. Las hordas de Boves dejaron esa lección para la historia: se puede ganar sin jefes. La historia oficial oculta esta interpretación porque con esa batalla sucumbió la Segunda República, y la historia republicana es sagrada (hablando de prejuicios indestructibles).
Ocurrió en febrero de 1936; Gómez murió en diciembre del 35, pero la huelga febrerista dejó claro que entraba en acción un pueblo liberado del patriarca. Volvió a ocurrir el 23 de enero de 1958, y acá vale la pena recalcar otro dato “borrado”: en esa fecha de aparente júbilo hubo en realidad linchamientos, masacres y descuartizamientos: era el pueblo sin jefe impelido a tomar venganza de los “esbirros” perezjimenistas. De nuevo estalló el 27 de febrero de 1989: movimiento sin jefe pero sin intención criminal, resultó en masacre y en aplastamiento. Y finalmente lo hizo el 12 de abril de 2002, no bien el güevón de Carmona (encumbrado por militares, sindicaleros y empresarios, seguidos por una buena cantidad de comemierdas de la "sociedad civil" que salieron a meterle gasolina al caos sin saber para qué los estaban arreando) se calzó a sí mismo la corona de rey de Venezuela.
En todas esas fechas se produjeron situaciones de diverso signo, orientación, causalidad y resultados, pero un ingrediente es común a todas: la figura a quien el pueblo oprimido consideraba autoridad, fuera ésta querida o no, legítima o no, aceptada o no, quedó suprimida (la Corona española en 1811; Boves en 1814; Gómez en el 35 -el estallido fue en el 36, con un blandengue López Contreras que luego se endureció-; Pérez Jiménez en el 58; el Puntofijismo en pleno en el 89, Chávez en 2002), y en ese espacio límbico llamado vacío de poder se produce la activación espontánea del pueblo como fuerza constituyente.

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La derecha, y la izquierda que se cree derecha, seguirá insistiendo en que "los pistoleros de Llaguno" estaban disparándole a la marcha de sifrinos que venía del este. Suficientes testimonios audiovisuales rebaten ese embuste grotesco cocinado por Venevisión y multiplicado por un conglomerado de sucios irresponsables, ese cuyo conjunto llamamos El Enemigo. Este año, estas líneas de recordación de la fecha van dedicadas a “los pistoleros”. Y les pongo el nombre que el enemigo quiere encasquetarles. Porque es preciso reivindicar los datos y claves que los aterroriza. Quizá así terminen de entender que estaremos esperándolos, vengan por las buenas o por las malas.

sábado, 10 de abril de 2010

La palabra escrita, la historia dicha, la historia por hacer (y II)

Sí, esta vez hablaré de chavistas, escuálidos, elecciones y política barata. No se preocupen, tengo claro cuándo hay que sazonar la discusión con un poco de tripas y sangre. Pero antes haré una breve digresión. Muy breve, no se preocupen. Lean un poco aquí abajo. Ya vienen la sangre, la emoción, el mordisco vil, quizá un poco de pornografía. ¡Adelante!
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La dominación irrumpió en nuestros pueblos en soporte aparentemente débil: el papel. La adoración fetichista de lo que está escrito ha obrado más desmanes que el arcabuz, el fusil o los misiles de la hegemonía de turno. Los habitantes originarios de estos territorios eran de la tierra y no al revés, así que la tierra no tenía dueño. Hasta que llegó el hombre europeo y “demostró” que esta tierra era suya y que a los indígenas rebelados en contra de esa lógica les salía esclavitud, segregación y luego exterminio.
¿Cómo se produjo tal comprobación? ¿Qué cosa podía ser más fuerte, patente e irrebatible que la presencia de una gente en las inmensidades en que habían nacido? Sólo una cosa, subdividida en dos o tres: la firma del Rey estampada en papel, firma y papel que se hacían respetar a plomo, hierro y (por supuesto) el poderío ineluctable y a veces misericordioso de Dios. La santa inquisición sirvió para hacer notar que si usted se le rebelaba a lo acuñado en palabra escrita usted la pasaba muy mal.

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Es hora de rebeliones, del derrumbe de un sistema atornillado a sangre, fuego, petróleo y concreto en nuestras ciudades, costumbres, ritmos y modos de vida. La hegemonía, el ser dominante que nos aplasta, está agonizando pero dejó sembrada una semilla que, como ciertos insecticidas, tienen efecto residual: es muy difícil rebelarse contra algo que tenemos incrustado en el cuerpo y en la mente, y que nos ha dictado incluso muchas de las formas de ser rebeldes.
Caso venezolano: nos gusta decir que estamos en revolución pero todavía no nos entregamos a concretar, o tan siquiera a entender, la necesidad de despojarnos de mitos y símbolos decimonónicos e incluso medievales, para poder empezar a sacudirnos el yugo, ese que supuestamente el bravo pueblo lanzó (pero ¿cuándo?). Caso concretísimo, las universidades. Un país en revolución, o al menos en rebelión, debería estar creando formas alternas para transmitir, intercambiar y discutir conocimientos, no reproduciendo esas construcciones coloniales europeas. Desespera un poco ver como seguimos fomentando y estimulando los anhelos desclasados de quienes quieren ser profesionales (“alguien en la vida”), pero poniéndole rótulos que les den aspecto de cosa nueva o de avanzada: como ya pasó de moda crear Universidades Católicas o Pontificias, entonces las llamamos Bolivarianas, Revolucionarias o Socialistas. Universidades al fin, llámense como se llamen seguirán repitiendo el esquema infecto del transmisor y receptor del conocimiento; el dueño del saber y el niño idiota obligado a adquirirlo para poder pasar las materias, pasar al siguiente nivel y después ser profesional: alguien en la vida.
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Eso, en cuanto a las universidades. Imagínense ahora el “banco socialista” preconizado por el Presidente. ¿Y las fábricas socialistas? ¿Y los empresarios socialistas? Provoca quejarse y espantarse, pero ¿acaso eso que llaman “socialismo” no es también un constructo europeo, el sueño de un burgués, la variante anómala de un proyecto de humanidad producido por pensadores de sociedades hegemónicas? ¿No irá siendo hora de soñar, diseñar y entrompar la construcción de algo realmente distinto y sin etiquetas? ¿Qué cosa puede realmente distinta y nueva cuando ya hace un siglo y pico se formuló por estos lados aquello de “inventamos o erramos”?
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Antes hablábamos del desconsuelo (ni hablar todavía de las masacres y destrucciones) que produce la adoración desmedida de lo escrito, en desmedro de lo hecho, lo que se está haciendo y lo que está por hacerse. Es posible que desde la subversión y retrogradación de esta manía pueda ensayarse algo que intuyó el buen Alí Primera en unos versos: “Les voy a contá una historia / que yo la acabo de oír / me la ha contado el pueblo; / el pueblo nunca la ha escrito / porque no sabe escribir”. Rescatar el valor de la memoria y de la tradición oral como una vía para la reconstrucción de nuestra historia como pueblo. Esa historia que nos ha sido sistemáticamente negada, ocultada, cuando no deformada o contada a medias según las conveniencias.
El Centro Nacional de Historia, la Misión Cultura y otras instancias han estimulado la recuperación de las historias locales vía recopilación de testimonios, y este parece un paso importante en ese sentido. Faltaría otra tarea, y es lograr que esas memorias pasen a convertirse en patrimonio activo de las localidades, pero no para reproducir la costumbre de la adoración del fetiche: ya no más libros de historia, lo que necesitamos es historia viva. Que el conocimiento de lo que somos como pueblo se privilegie por encima de las historias de héroes, batallas, grandes líderes, sabios y conductores; que la gente sepa quién es y qué escribió ese Rómulo Gallegos que le da nombre a la calle o barrio donde vive, y que la gente decida si quiere que su calle siga llamándose así. Como el tipo que nos impuso la idea de barbarie versus civilización que volvió mierda a este país.
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Ahora sí, vamos a hablar de la sangre, la actualidad, los chavistas contra los escuálidos, el proceso que lidera nuestro comandante Hugo Chávez Frías: tenemos una Revolución por hacer y mientras tanto estamos invirtiendo tiempo y energía en sacar cuentas a ver cómo metemos mayoría de diputados chavistas en la Asamblea Nacional. Pues ¡vamos todos a hacer campaña, a votar! Eso de escribir y hacer la nueva historia puede esperar. Eso lleva mucho trabajo, y es muy aburrido.

domingo, 4 de abril de 2010

Memoria de Gonzalo Jaurena

Referencia:
A 17 años de su asesinato

Hoy se cumplen 21 años del asesinato de Gonzalo Jaurena, estudiante de la Universidad Simón Bolívar y guerrero de los nuestros, a manos de la Policía Metropolitana. El hijo de puta que le disparó en la patrulla, cuando ya estaba detenido y esposado, fue el agente Alexis Ramón Piña Demey, según declaración y echada de paja de sus compañeros de trabajo que lo acompañaban al momento de su cobarde proeza. Hoy paga condena en alguna cómoda cárcel del país. Aquellos eran los tiempos en que la represión era de verdad y las consecuencias de agitar, manifestar y protestar eran la persecución de verdad, la satanización de verdad y la muerte de verdad, a manos de un Estado respaldado por todo el poder económico y las mafias de los medios de comunicación, que por cierto son las mismas mafias de ahora.
Más allá de la conmemoración y la lamentación por la muerte del individuo, se impone la reflexión que parecemos no querer enfrentar con la debida responsabilidad: a Gonzalo lo matan un mes después del Sacudón, así que la comprensión de lo que ocurre y debe ocurrir en Venezuela es posible a partir de la reconstrucción de los últimos meses de vida del chamo, y de los meses que siguieron a su asesinato.
Aporte personal: tengo unos pocos años garrapateando un texto a medio camino entre la novela, la “no-ficción” y el testimonial simple. Está compuesto de la memoria de sus compañeros más cercanos y del expediente judicial del caso. Mi homenaje trasnochado al camarada sembrado en el año del Sacudón son los siguientes retazos de ese texto, que algún día será un libro:

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(Del testimonio de Mariale):

Un barredor de tristezas, un aguacero en venganza: yo lo admiraba en silencio, lo veía en acción, lo escuchaba, me enamoraba; algo me decía que ese carajo iba a ser importante en mi vida. Yo era una chama de diecisiete años, hija de dos húngaros que llegaron a Venezuela huyéndole al comunismo, así que te imaginarás las contradicciones originarias. Y las otras: niña catira y pecosa, de apariencia delicada, estudiante de un colegio de monjas y habitante del este de Caracas, con gustos más cercanos a Cindy Lauper que a Alí Primera, un día decide inscribirse en el Partido Comunista y acude a la sede de Cantaclaro allá en San Juan; un tipo le explica qué cosa es ser militante comunista, le recomienda unas lecturas, fijan un día para discutir los materiales leídos y de pronto en una de esas sesiones el carajo resultó no estar tan interesado en discutir de manuales y de política sino cogerse a la aspirante a revolucionaria. Nada grave, todo normal, pero por supuesto que ese día decidí que no era en el Partido Comunista donde iba a desarrollar mi faceta de militante.
(…)
La primera vez que hablé con Gonzalo me lo encontré en el Metro. Fue el 9 de septiembre de 1988. Yo llevaba mi pinta punketa, y en la franela una chapa con la silueta del Che Guevara. Las primeras palabras que me dirigió no fueron precisamente las más indicadas para levantarse a una carajita: “¿Y qué hace una burguesa como tú con la imagen del Che Guevara? ¿Tú sabes quién fue ese tipo?”.
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(Del expediente):

En la audiencia de hoy, veintiocho de febrero de mil novecientos noventa y dos, comparece ante este tribunal, previa citación, una persona que estando legalmente juramentada dijo ser y llamarse como queda escrito: Alberto Manzanares Puerta, de nacionalidad venezolana, natural de Caracas, 38 años de edad, de profesión u oficio chofer, residenciado en avenida principal de Propatria, barrio Morochito Rodríguez, número 78. Impuesto del hecho que se averigua y de los Generales de Ley que sobre Testigos rezan en el Código de Enjuiciamiento Criminal, manifestó estar dispuesto a rendir declaración y en consecuencia fue interrogado por este Tribunal de la siguiente manera: PRIMERA PREGUNTA: Diga usted si vio el momento en que fue detenido el encapuchado que disparaba en contra de los funcionarios policiales. Contestó: “Yo lo que vi fue cuando él empezó a correr y cayó bajo el puente y se cayó, luego se paró otra vez y siguió corriendo y en eso lo agarraron los policías cuando salió a la calle, lo agarraron y lo zumbaron en la camioneta…”. OTRA: Diga usted si observó al muchacho dentro del Jeep. Contestó: “Sí, yo vi cuando lo tiraron y cayó en el piso de la patrulla, luego se lo llevaron y no supe más nada”. OTRA: Diga usted si observó algún funcionario dispararle al detenido dentro de la patrulla. Contestó: “No”. OTRA: Diga usted si vio claramente si los funcionarios que detuvieron al ciudadano portaban capuchas. Contestó: “Sí”. Diga usted si observó otros testigos en el lugar de los hechos. Contestó: “Había varias personas”. OTRA: Diga usted si observó que el encapuchado estaba acompañado por otros ciudadanos. Contestó: “Cuando él estaba arrinconado disparándole a los policías estaba solo”. OTRA: Diga usted si pudo observar cerca del muchacho gente con actitud de amistad. Contestó: “No, él estaba solo”. OTRA: Diga usted si vio herido al ciudadano que disparaba en contra de los funcionarios y que fuera detenido posteriormente. Contestó: “No, simplemente lo vi disparando en contra de los funcionarios, corrió, cayó, se paró y volvió a correr, enseguida fue detenido por los funcionarios y lo metieron en la patrulla”. OTRA: Diga usted si desea agregar algo más en la presente declaración. Contestó: “No, es todo”. Terminó, se leyó y conformes firman.
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(De testimonio de Arístides):

Gonzalo “El Uruguayo”, como lo llamaban, formaba parte de ese grupo que por ahí llamaban Los Doce del Patíbulo, una facción muy violenta y radical entre los llamados “tirapiedras” de la UCV. Digo, injusta o inexactamente llamados así, porque no se trataba de una horda de irracionales, como creía o decía mucha gente dentro y fuera de las organizaciones revolucionarias. Había en el fondo de aquellas acciones una propuesta política de desestabilización del sistema y propagación de un discurso de desobediencia popular, y no sólo el disturbio por el placer del disturbio. Casi siempre estas manifestaciones eran de mediana intensidad, pero cuando esos carajos entraban en acción las vainas se ponían más graves, o más bien sabrosas, dependiendo del punto de vista.
Hubo un tiempo en que había disturbios todas las semanas en Las Tres Gracias o en Puerta Tamanaco (Plaza Venezuela) y se hizo costumbre que los jueves hubiera peo y los ucevistas empezaron a llamarlos “los jueves culturales”. Esto se convirtió en una especie de convención no establecida: los jueves eran para protestar. Pero de pronto salieron al ruedo estos Doce del Patíbulo y empezaron a protestar cualquier día de la semana, sin previo aviso y sin medir las consecuencias políticas de actuar sin tomar en cuenta circunstancias “especiales”. Por ejemplo, cuando era día de quincena y había cervezadas o fiestas y el ambiente se prestaba más bien para relajarse y rumbear, estos locos se zumbaban unas acciones que aguaban la celebración e indisponían a la gente. Era costumbre también que un poco de estudiantes que llamábamos “comeflores” protestaran contra la protesta: eran los carajos que querían graduarse y les molestaba que se los jueves se perdieran horas de clases porque las actividades se paralizaban, por el efecto de las bombas lacrimógenas o porque los profesores no podían entrar debido a los enfrentamientos.
Era una coreografía más o menos constante: los estudiantes ponían barricadas, llegaba la policía y se formaba el mariquerón. En ocasiones muy puntuales y más o menos bien planificadas se secuestraban autobuses de pasajeros, se saqueaban camiones de comida para distribuir el contenido entre la gente que iba al Hospital Clínico Universitario, o se quemaban carros y camiones en los alrededores de la Universidad para generar confusión y caos. Era la forma de llamar la atención sobre la supervivencia de un sistema injusto que se estaba cayendo a pedazos, pero que la ciudadanía tenía la impresión de que estaba muy sólido y que era perfectible.
(…)
A Gonzalo yo lo aconsejaba o trataba de hacerlo, el pana por lo general me escuchaba y me paraba bolas, o por lo menos eso parecía. Pero era un carajo muy violento, tenía un temperamento muy fuerte, era lo que se llama un entrompador: un bicho restiao, echao palante. Era muy difícil que alguien que activaba o participaba en disturbios violentos le aconsejara a otro que andaba en lo mismo que no lo hiciera, pero según mi punto de vista y el de muchos compas era necesario que este pana controlara sus ímpetus, que no se expusiera tanto, que si no medía los riesgos y seguía empeñado en meterse de frente en acciones espectaculares y voluntaristas en cualquier momento lo iban a joder. Las únicas veces que bajaba la guardia cuando discutíamos este punto era cuando le tocaba una referencia personal y familiar: “Coño chamo, yo sé lo que es ser hijo de un guerrillero, yo entiendo lo que es querer parecerse al viejo de uno, que también fue guerrero, pero uno no se va a dejar matar por esa vaina, no tenemos por qué ser mártires”. El argumento como que lo aplacaba un rato, porque Gonzalo era hijo de un tupamaro uruguayo que fue torturado en los 70. Pero cuando terminábamos de conversar se encontraba por ahí con Joaquín y le volvía a meter el incendio en la cabeza.
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(Del testimonio de Mauricio):

Hubo fuertes discusiones sobre la pertinencia de participar en esa manifestación en particular. Todavía estaban muy frescos los efectos del sacudón, la masacre contra todo un pueblo, la persecución contra gente del movimiento estudiantil, los carcelazos y las torturas contra la gente del Veintitrés. De todo esto había transcurrido apenas un mes y el punto era cuán necesario o recomendable era tratar de encender una candela después de apagado el gran incendio del siglo. A unos nos parecía que era un error grave salir a exponerse en una manifestación de estudiantes de secundaria, en un evento tan local y además en un plantel ubicado en Catia, zona donde los cuerpos represivos se habían ensañado históricamente con gran crueldad contra la gente nuestra. A otros, entre ellos Gonzalo, les parecía que había que mantener viva la llama de la protesta popular, que nuestro rol como vanguardia era no dar muestras de que la represión y el Estado habían triunfado. Hubo una dura discusión al respecto. A Gonzalo se le trató de explicar que participar en esos disturbios era un error táctico con consecuencias en la estrategia, pero era inútil ponerse a lidiar con el temperamento del compa y tratar de doblegarlo. Los camaradas Joaquín y Gilberto quedaron molestos con él, le reclamaban su terquedad; Gonzalo les echaba en cara la falta de pundonor, para él el honor consistía en eso, en no sacarle el cuerpo nunca a una situación de violencia o agitación revolucionaria.
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(Del expediente):

…Nataly Moreno, estudiante, quien amparada en las Generales de Ley que sobre testigos reza el Código de Enjuiciamiento Criminal, en consecuencia expuso: “En el momento en que llegó la policía, que comenzaron a disparar, nosotros salimos corriendo hacia arriba, cuando llegamos a la esquina nos dispersamos y quedé yo sola, en eso se pararon dos patrullas al lado del zanjón y cuando crucé el puente se bajaron dos policías de la patrulla y me decían que me detuviera. En ese momento yo volteo y veo a un muchacho que iba a cruzar el puente, pero para recortar camino no siguió sino que brincó de la mitad del puente hasta la acera, cuando cayó en la acera se resbaló y cayó en la zanja, ahí los dos policías que se bajaron de la jaula lo alcanzaron, lo apuntaron con armas de fuego, con revólveres o pistolas, no sé, y le gritaban ‘Párate maldito’, lo apuntaron y le gritaban. Cuando volteé a ver lo estaban sacando de la zanja por los pelos, lo esposaron y lo arrastraron hasta la jaula…”.
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(Del expediente):

Jimena Vásquez, estudiante (…) OTRA: Diga usted si resultó alguna otra persona lesionada. Contestó: “Que yo sepa, solamente el muchacho que le decían El Uruguayo”. OTRA: Diga usted si está enterada de que el ciudadano que menciona como El Uruguayo haya sido lesionado por arma de fuego. Contestó: “Hasta el momento en que yo lo vi no tenía heridas por armas de fuego. Y yo lo vi hasta que lo metieron en la jaula”. OTRA: Diga usted con qué tipo de arma resultó lesionado el ciudadano mencionado como El Uruguayo. Contestó: “Con golpes de las manos y patadas, uno de los policías le dio un cachazo en la cabeza cuando lo estaban sacando de la zanja…”.
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(Del testimonio de Mauricio):

Esa noche dormí en su casa. Al día siguiente me desperté tarde, como a las diez de la mañana. Le pregunté a su mamá por Gonzalo, ella me dijo que se había ido muy temprano y sin desayunar. Me comí su desayuno, estuve un momento más en la casa, me despedí y salí a la calle. Por la radio me enteré de los disturbios en el liceo Andrés Eloy Blanco. Y en la noche, por una llamada telefónica, de la muerte de Gonzalo. Parece que después de darle el tiro lo ruletearon, lo “pasearon” por toda la ciudad, como acostumbraban los cuerpos policiales, y lo dejaron abandonado en el hospital de Los Magallanes, sin documentación. Por fortuna (si es que uno puede nombrar a la fortuna en una historia tan hijoeputa), porque uno no cree en Dios pero a veces pasan vainas providenciales e inexplicables, la señora que limpiaba esa área del hospital fue a vaciar una papelera y vio una cartera, la abrió y ahí estaba la cédula, un papel con los números de la familia y de gente amiga, se condolió de aquel chamo moribundo…
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(Del expediente):

…Mayra Agudelo, de profesión enfermera, plenamente identificada en autos anteriores, con el objeto de ampliar su declaración rendida ante el juzgado Quinto de esa circunscripción, la cual corre inserta en el folio 272 y 273 de la segunta pieza de expediente. Seguidamente este tribunal pasa a interrogarla de la siguiente manera: PRIMERA PREGUNTA: Explique en qué condiciones ingresó al hospital “José Gregorio Hernández” de Los Magallanes de Catia el ciudadano que en vida respondiera al nombre de Gonzalo Jaurena. Contestó: “Al momento de recibirlo llegó en camilla, inconsciente, sin tensión arterial y fue subido directamente a Pabellón, no hubo tiempo de hacerle ningún otro examen. Posteriormente operamos, había lesión en la vena cava y de la arteria aorta y casi toda la sangre estaba en la cavidad abdominal parcialmente coagulada. OTRA: Diga usted si observó algún otro tipo de lesión visible en el cuerpo del mencionado ciudadano. Contestó: “Únicamente recuerdo los orificios de armas de fuego, pero no recuerdo cuántos eran”. OTRA: Diga usted si una persona al recibir este tipo de lesión puede mantenerse en pie durante algunos minutos. Contestó: “Sí, puede mantenerse en pie durante algunos minutos. OTRA: Diga usted si considera que la lesión fue dada a quemarropa o a alguna distancia. Contestó: “No podría contestarle ahorita, ya que no recuerdo los detalles de la herida”. OTRA: Diga usted si considera que de haber sido atendido este paciente de inmediato se le hubiera podido salvar la vida. Contestó: “Siempre el tiempo es favorable al pronóstico, pero las heridas de la arteria aorta son generalmente mortales…”.
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(Del expediente):

…Jesimar Cabañas, de profesión oficios del hogar (…) Diga usted si conocía de vista, trato y comunicación al ciudadano Gonzalo Jaurena A. Contestó: “No, lo conocí ese día y cruzamos algunas palabras”. OTRA: Diga usted si sabe dónde se encontraba el hoy occido en el momento de su detención. Contestó: El venía corriendo por una zanja, entonces él cayó y yo seguí. Me paré como a tres metros y los policías lo sacaron de la zanja, lo hicieron subir a la patrulla y le daban golpes y patadas, le decían groserías, le decían ‘Ajá coñoetumadre te caíste, te agarramos, ¿ahora qué vas a hacer?...”.
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(Del testimonio de Mariale):

Digamos que el dolor es como la energía: pasa y se transforma, pero no desaparece. Esa es la sensación: ya no duele pero anda por ahí, transmutado en otras cosas. A medida que pasa el tiempo va transformándose.
El primer año, por ejemplo, era la curiosidad, más bien la angustia esa fea que te asalta cuando quedas con dudas, con sospechas, con cosas por conocer, con la sensación de que nunca está todo dicho y necesitas aclararlo, necesitas respuestas, y qué ladilla, éstas llegan lento o no llegan. Por eso le propuse a Mauricio, más o menos seis meses después de su muerte, que fuéramos al sitio donde lo mataron, a ese lugar que yo había imaginado y soñado y era un lugar colosal, grandioso, porque grandioso y colosal eran la noticia, mi dolor y el recuerdo de Gonzalo. Yo había leído u oído de boca de Héctor las declaraciones de los testigos: Gonzalo se había caído en una quebrada tras ayudar a unas muchachas a cruzar un puente en medio del tiroteo; Gonzalo cayó de espaldas en el fondo de ese abismo majestuoso y entonces comenzó su gesta última, el enfrentamiento a balazos, el clímax de su historia vital. Esa muerte tenía que haber ocurrido en un escenario cinematográfico, a mí me atormentaba la imagen de ese precipicio y quería ir a verlo. Llegamos al sitio, y el coño e su madre la desilusión: el famoso abismo era una zanja de medio metro con un chorrito de agua verde en el fondo: en esa mierda de escenario fue donde lo capturaron.
Después de veinte años queda una cicatriz que la tocas y la mueves y la jurungas y no hay dolor. Pero queda algo en su lugar. No sé cómo se llama se algo, pero es lo que me garantiza que no habrá paz ni olvido.

¿Serán felices los pobres en el socialismo? ¿Y como pa qué queremos que haya pobres en el socialismo? ¿Necesitamos ser más eficientemente explotados?

Hacia el Primer Encuentro Mundial de Ignorares