sábado, 10 de abril de 2010

La palabra escrita, la historia dicha, la historia por hacer (y II)

Sí, esta vez hablaré de chavistas, escuálidos, elecciones y política barata. No se preocupen, tengo claro cuándo hay que sazonar la discusión con un poco de tripas y sangre. Pero antes haré una breve digresión. Muy breve, no se preocupen. Lean un poco aquí abajo. Ya vienen la sangre, la emoción, el mordisco vil, quizá un poco de pornografía. ¡Adelante!
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La dominación irrumpió en nuestros pueblos en soporte aparentemente débil: el papel. La adoración fetichista de lo que está escrito ha obrado más desmanes que el arcabuz, el fusil o los misiles de la hegemonía de turno. Los habitantes originarios de estos territorios eran de la tierra y no al revés, así que la tierra no tenía dueño. Hasta que llegó el hombre europeo y “demostró” que esta tierra era suya y que a los indígenas rebelados en contra de esa lógica les salía esclavitud, segregación y luego exterminio.
¿Cómo se produjo tal comprobación? ¿Qué cosa podía ser más fuerte, patente e irrebatible que la presencia de una gente en las inmensidades en que habían nacido? Sólo una cosa, subdividida en dos o tres: la firma del Rey estampada en papel, firma y papel que se hacían respetar a plomo, hierro y (por supuesto) el poderío ineluctable y a veces misericordioso de Dios. La santa inquisición sirvió para hacer notar que si usted se le rebelaba a lo acuñado en palabra escrita usted la pasaba muy mal.

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Es hora de rebeliones, del derrumbe de un sistema atornillado a sangre, fuego, petróleo y concreto en nuestras ciudades, costumbres, ritmos y modos de vida. La hegemonía, el ser dominante que nos aplasta, está agonizando pero dejó sembrada una semilla que, como ciertos insecticidas, tienen efecto residual: es muy difícil rebelarse contra algo que tenemos incrustado en el cuerpo y en la mente, y que nos ha dictado incluso muchas de las formas de ser rebeldes.
Caso venezolano: nos gusta decir que estamos en revolución pero todavía no nos entregamos a concretar, o tan siquiera a entender, la necesidad de despojarnos de mitos y símbolos decimonónicos e incluso medievales, para poder empezar a sacudirnos el yugo, ese que supuestamente el bravo pueblo lanzó (pero ¿cuándo?). Caso concretísimo, las universidades. Un país en revolución, o al menos en rebelión, debería estar creando formas alternas para transmitir, intercambiar y discutir conocimientos, no reproduciendo esas construcciones coloniales europeas. Desespera un poco ver como seguimos fomentando y estimulando los anhelos desclasados de quienes quieren ser profesionales (“alguien en la vida”), pero poniéndole rótulos que les den aspecto de cosa nueva o de avanzada: como ya pasó de moda crear Universidades Católicas o Pontificias, entonces las llamamos Bolivarianas, Revolucionarias o Socialistas. Universidades al fin, llámense como se llamen seguirán repitiendo el esquema infecto del transmisor y receptor del conocimiento; el dueño del saber y el niño idiota obligado a adquirirlo para poder pasar las materias, pasar al siguiente nivel y después ser profesional: alguien en la vida.
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Eso, en cuanto a las universidades. Imagínense ahora el “banco socialista” preconizado por el Presidente. ¿Y las fábricas socialistas? ¿Y los empresarios socialistas? Provoca quejarse y espantarse, pero ¿acaso eso que llaman “socialismo” no es también un constructo europeo, el sueño de un burgués, la variante anómala de un proyecto de humanidad producido por pensadores de sociedades hegemónicas? ¿No irá siendo hora de soñar, diseñar y entrompar la construcción de algo realmente distinto y sin etiquetas? ¿Qué cosa puede realmente distinta y nueva cuando ya hace un siglo y pico se formuló por estos lados aquello de “inventamos o erramos”?
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Antes hablábamos del desconsuelo (ni hablar todavía de las masacres y destrucciones) que produce la adoración desmedida de lo escrito, en desmedro de lo hecho, lo que se está haciendo y lo que está por hacerse. Es posible que desde la subversión y retrogradación de esta manía pueda ensayarse algo que intuyó el buen Alí Primera en unos versos: “Les voy a contá una historia / que yo la acabo de oír / me la ha contado el pueblo; / el pueblo nunca la ha escrito / porque no sabe escribir”. Rescatar el valor de la memoria y de la tradición oral como una vía para la reconstrucción de nuestra historia como pueblo. Esa historia que nos ha sido sistemáticamente negada, ocultada, cuando no deformada o contada a medias según las conveniencias.
El Centro Nacional de Historia, la Misión Cultura y otras instancias han estimulado la recuperación de las historias locales vía recopilación de testimonios, y este parece un paso importante en ese sentido. Faltaría otra tarea, y es lograr que esas memorias pasen a convertirse en patrimonio activo de las localidades, pero no para reproducir la costumbre de la adoración del fetiche: ya no más libros de historia, lo que necesitamos es historia viva. Que el conocimiento de lo que somos como pueblo se privilegie por encima de las historias de héroes, batallas, grandes líderes, sabios y conductores; que la gente sepa quién es y qué escribió ese Rómulo Gallegos que le da nombre a la calle o barrio donde vive, y que la gente decida si quiere que su calle siga llamándose así. Como el tipo que nos impuso la idea de barbarie versus civilización que volvió mierda a este país.
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Ahora sí, vamos a hablar de la sangre, la actualidad, los chavistas contra los escuálidos, el proceso que lidera nuestro comandante Hugo Chávez Frías: tenemos una Revolución por hacer y mientras tanto estamos invirtiendo tiempo y energía en sacar cuentas a ver cómo metemos mayoría de diputados chavistas en la Asamblea Nacional. Pues ¡vamos todos a hacer campaña, a votar! Eso de escribir y hacer la nueva historia puede esperar. Eso lleva mucho trabajo, y es muy aburrido.

3 comentarios:

Zhandra dijo...

Felicidades por este post. Acabo desentirme menos sola, menos Quijote luchando contra los molinos de viento de la "revolución".

Adriana Del Nogal dijo...

Bueno Duquesito, yo creo que se pueden hacer ambas cosas. Rescatar la historia y hacer campaña. Es más, las dos cosas deberían ir de la mano. Porque mientras las instituciones y las estructuras sigan intactas hay que meterles el pecho y no darle tragua a la oposición. Mira y hablando de palabra escrita, pa cuando una novela? Un beso grande!

Maryú dijo...

Le diste letra a mi fragmentada decepción... Vamos a por el 7 de Octubre. De seguro habrá quien lo escriba. Saludos.