martes, 26 de diciembre de 2006

¿Muchos partidos, partido único o ningún partido?

Acabo de leer una encuesta encargada por uno de los componentes de la Fuerza Armada en agosto 2006. Según sus resultados, las instituciones venezolanas que cuentan con más prestigio son, en este orden: Pdvsa, el Poder Ejecutivo, la Iglesia, la Fuerza Armada, la AN, la Fiscalía, el CNE. Mucho más abajo, allá en los sótanos infectos del desprecio, marchan los medios de comunicación, los partidos políticos, los sindicatos, las alcaldías y gobernaciones. Por debajo de eso sólo hay fósiles y petróleo.
En otro ítem de la misma encuesta se planteó la pregunta “¿Cómo se define usted?”. Resultados: Chavista (40%), Opositor (18%), Independiente: 41%, No Sabe, 1%. Quienes leen a García Mora están acostumbrados a creer que si 40% es chavista entonces 60% está contra Chávez. Pues regresen a su rabia, a su desilusión y a su Prozac: del universo que se declara independiente, 59% dice que está dispuesto a votar por Chávez, 12% en contra, 29% que se abstendrá o no ha decidido por quién lo hará.
Chávez anda con 61% de las preferencias del total, contra 22 del otro. Lo cual no importa mayor cosa para efectos de lo que me interesa desarrollar aquí abajo.

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Les decía el viernes 18 agosto: “en el 23 de Enero y otras parroquias muy populosas el MVR no existe (no es una metáfora: en el 23 no hay una militancia emeverrista activa), y Chávez suele arrasar allí… gracias a los grupos organizados que ya hacían vida política antes que Chávez fuera una figura pública. Parece un ejemplo patente de lo que se anuncia con diafanidad, y lo es: los partidos cada vez van siendo menos necesarios, al menos en la versión en que los conocemos, y las formas de agrupación en las bases ganan espacio y simpatías”. Lo aderezo hoy con lo que revela la encuesta, y obtengo algunos resultados evidentes:

La gente simpatiza con Chávez pero no siempre con los partidos que lo apoyan.
Dicho de otra forma: la imagen de los partidos (de todos los partidos) está mortalmente erosionada, pero no la imagen del líder.
Las instituciones que cuentan con menos aceptación (gobernaciones y alcaldías, sindicatos) son derivaciones de los partidos o están copadas por los partidos.
Muchísima gente no se define como chavista ni como oposición, pero votará por Chávez.
Lo que está en decadencia no son los partidos del puntofijismo ni los otros partidos tradicionales, sino el concepto, la criatura, la noción misma de partido político. Así que demoler un partido para crear otro no parece tener mucho sentido.

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Si yo contara aunque fuera con una fracción del enorme amor propio que destila en sus análisis y vaticinios el dilecto Miguel Salazar, esta columna hubiera comenzado así: “Seguramente movido y convencido por lo que escribí en este espacio hace poco menos de un mes, el presidente Hugo Chávez ha anunciado que el MVR ha cumplido su ciclo y que es hora de abrirle paso a una nueva etapa de la organización revolucionaria”. Pues no, no creo que Hugo Chávez haya leído nunca este espacio ni que, de haberlo leído, extraiga del mismo ideas o conclusiones. Pero sí quiero hacer una lectura de su anuncio del domingo 10: eso de haber dicho que urge la conformación de un partido único o una nueva organización que congregue a los factores que empujan “esto” desde abajo, revela que el hombre no anda leyendo columna soeces pero sí está leyendo la realidad. Que ningún canto de sirena lo ha hecho divorciarse del pulso del país. Chávez sabe lo que tiene entre las manos y lo que gravita alrededor: que hay un partido, un liderazgo, unas formas organizativas nacionales y locales, y además de ello un país que espera (todavía) cosas de ese liderazgo.
Lección que aprendió el presidente de sus lecturas de la historia pasada y actual, y que está dispuesto a llevarla a la práctica: los partidos nacen, cumplen una función, entran en decadencia y mueren.
Lección no aprendida: cree Chávez, o parece creer, que la fórmula para esquivarle el golpe a la decadencia (o a la conclusión de un ciclo) de un partido es la creación de otro partido. Es, trasladado a ámbitos infinitamente más sórdidos de la sociedad, el mismo error de cálculo en que incurrieron en su momento Antonio Ledezma, Claudio Fermín y otros: creían éstos que saliéndose de Acción Democrática y formando otro partido adeco, la gente iba a volver a quererlos, a creer en ellos. La PTJ no ha cambiado en lo absoluto su catadura moral porque ahora se llame CICPC; Carlos Ortega no es ahora un hombre probo y honesto porque el pasaporte falso que tiene lleva el nombre de Luis González. Carlos Andrés se mudó de Santo Domingo para Miami: hasta allá lo acompañó su mala entraña. Ledezma no puede decir: “No soy adeco porque hace rato me salí de AD”; la putrefacción va por dentro, es estructural, no es cuestión de nombre o de cambiar de aires.

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La gente detesta a los adecos, pero no por pertenecer a ese partido en particular sino porque sus dirigentes prostituyeron y llevaron a estadios insólitos de depravación el clientelismo, el abuso de poder y la utilización de los dineros públicos. Lo malo (o lo bueno, para ser francos) es que ese accionar contaminó en pleno a la política, a los políticos, a los partidos; por algún mecanismo que los sicólogos sociales ya se encargarán de establecer, uno escucha la palabra “político” y la imagen mental que nos asalta es la de José Ángel Ciliberto, Octavio Lepage, Rafael Caldera o Piñerúa. Político: corrupto, anquilosado, viejo, ineficiente. Lo cual es un extraordinario punto de partida para ensayar otras formas de organización política, la más exitosa de las cuales se la debió el siglo XX a V.I. Lenin. Montado sobre una estructura claramente leninista en su organización (no en su ideología), el partido que se llamó AD llenó de cuadros y células cada rincón de Venezuela (a la manera de los soviets en Rusia y por extensión en la URSS). AD es hoy un feo recuerdo, un caparazón en el cual vegetan todavía dos o tres parásitos enfermos de violencia. Tienen un consuelo: no es el único partido destinado a desaparecer sino el ejemplo de cómo y por qué desaparecerán los demás.
Desgastada, desprestigiada, frágil y cada vez más innecesaria en un mundo de ciudadanos que de militar en algo prefieren militar en la vida, es hora de sustituir esa forma organizativa por otra u otras por construir o ya activadas hace tiempo. Chávez está cerca de dar con esa salida; hasta ahora el tiempo sólo le ha alcanzado para la idea del partido único. Ya encontrará la verdadera salida.
Tarea para la casa: cómo hacer para que los integrantes de los partidos de hoy no perviertan con sus procedimientos las estructuras del mañana.
15/09/2006

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